miércoles, 11 de marzo de 2009

Murmullos De La Historia (2)

Retentionis
 
La floreciente industria de Gutenberg  se precipitó en la ruina cuando la escribanía general puso en vigencia las retenciones móviles a los caracteres móviles.
De un día para otro, los casi doscientos florines que había ganado se esfumaron y ya no quedó otra cosa que buscar cobijo en lo del obispo.
Se apareció una mañana en la casa del clérigo -que lo admiraba sinceramente- con una cesta de manzanas y una biblia.
El obispo, que no esperaba mas que un devocionario como reconocimiento, se encontró de pronto leyendo el Apocalipsis, y tanto se distrajo en la lectura mientras el amigo desempacaba, que las leber-knoedel y las semmel-knoedel se le carbonizaron en el horno de la cocina.
Afortunadamente, la cesta de manzanas cubrió las necesidades de los hombres.
El obispo sirvió dos vasos de licor de junípero y le preguntó por qué abandonó tan deprisa la actividad.
Le respondió Gutenberg que la innovación solo le trajo dolores de cabeza y mejor hubiera sido invertir en bonos del tesoro real y vivir de rentas.
Poco descansó en el nuevo hogar, atareado por las disputatio -que muchas veces lo sacaban de la cama- entre los partidarios de la tipografía  y del copiado manual.
 
Impositus
 
Nuestro hombre para costear sus ingentes gastos en lograr tipos eficientes, tomó  en una época encargos inverosímiles.
Imprimió cierta vez, con rica artesanía y delicada reproducción, invitaciones para un mandamás de región recóndita. El encargo del señor no admitía la entrega sino del propio Gutemberg al interesado.
 Acuciado por la necesidad, marchó utilizando  un económico servicio de postas y otros transportes terrestres y marítimos.
Concurrió  solo, gastando  lo mínimo posible del generoso viático otorgado por el cliente, y sin despegarse del paquete bien atado.
 
Soportó no pocos trastornos;  desde una compañera de viaje que en una etapa del camino se durmió profundamente y con sus nalgas estuvo a un triz de aplastar la mercadería, y hasta  las peligrosas olas que impulsó la maniobra de un transbordador, inundando su cabina.
Pero lo inesperado, de verdad inesperado, ocurrió cuando atravesaba  en diligencia un bosquecillo.
Un hombre arengaba a una multitud que abandonaba cuantos vehículos ahí estaban, para con palos y machetes sumarse a una revuelta.
Nuestro Gutemberg fue también arrastrado, pero cuando los dirigentes revisaron sus pertenencias y hallaron las participaciones, lo dejaron seguir no sin antes confiscarle el viático que llevaba, como contribución deducible de la futura cuota tributaria.    

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