domingo, 1 de marzo de 2009

Mi Invitado Del Domingo. Hoy: ILDEFONSO BERMEJO

CAPITULO X
UNA SIESTA PROVECHOSA. — LA URA
 
Díjome, pues, Urdapilleta que era tan abrasador el calor en aquella tierra desde las doce hasta las dos de la tarde, en lo más riguroso del estío, que puesto un huevo fresco metido en la arena de la calle y sacado diez minutos despues, se quedaba duro y en disposicion de poderlo comer echándole un poco de sal. Que cortada del árbol una naranja en aquella misma hora y comida ó chupada por alguien, era inevitable y casi instantánea la fiebre y la disentería más pertinaz y mortífera, sucediendo lo mismo con el agua que á la misma hora se bebiese, si se sacaba de pozo ú arroyo que no tuviese una corriente violenta y estrepitosa.
A este mismo tenor me fué indicando una infinidad de peligros, que él presumia debérmelos decir anticipadamente para que yo pudiera prevenirlos y no comprometer mi vida por ignorancia, por todo lo cual le dí las gracias.
Conociendo el Sr. Urdapilleta mis deseos por saber la historia del Paraguay durante su reclusion y dictadura, y preguntándole dónde podria yo recoger datos y apuntamientos para satisfaccion de mi curiosidad, me dijo:
—El período que señaló la dictadura fué tan cruel y salvaje, que fueron pasados por las armas todos los hombres que hubieran podido escribirlo ó referirlo. No queda en esta tierra más que un hombre que pueda narrarle su historia. Es un venerable anciano, que reside en el campo á unas tres leguas de la capital: está casi ciego,y cuenta ochenta y siete años. Este desgraciado fué sentenciado á muerte despues de cinco años de calabózo; pero la mañana en que debia cumplirse la sentencia, y en el momento que le sacaban de la prision para ejecutarle, sonó la tormenta, y las nubes se deshicieron en aguas, y mandó el dictador que suspendiesen la ejecucion basta el siguiente dia, si amanecia sereno.
Al otro dia murió el dictador, y el sentenciado no fué pasado por las armas merced á esta revolucion atmosférica. Salió de su prision cuando fueron declarados libres por el actual presidente los demás que estaban encerrados en los inmundos depósitos en que el dictador hacinaba sus víctimas, y se retiró al campo, y allí espera el término de sus dias con la tranquilidad del justo. Es un hombre ilustrado, y el único que podrá satisfacer los deseos dé Vd.
—Es amigo de Vd.? le pregunté.
—Es mi padre, me contestó Urdapilleta. El primer dia festivo que venga montaremos á caballo, le llevare á Vd. á la chacra donde reside este pobre anciano español, y con él hablará Vd. para que satisfaga su deseo.
Calculen mis lectores lo que debieron regocijarme semejantes proposiciones.
En esto vino á turbar nuestro reposo el continuo revolotear de un animáculo, que, dando tropezones contra las paredes y las vigas del techo, produjo un ruido siniestro que nos obligó á incorporarnos sobre nuestras hamacas.
¿Es un murciélago? pregunté á mi vecino.
—Ahora lo sabremos, me contestó abriendo la ventana.
Y así que estuvo la habitacion alumbrada y él pudo conocer cuál era el animal que volaba, palideció, exclamando:
—jLa ura! ¡Levántese Ud. de la hamaca y salga corriendo!
Obedecíle, y fuera de la estancia comenzó á gritar:
—jLa ura! ¡La ura! ¡Arriba los que duerman siesta, que está en casa la ura!
Y cerró la puerta por donde habiamos salido. Yo miraba todo esto con espanto; y más grande fué mi asombro todavía, cuando ví llegar cuatro o cinco mujeres de color, con cañas y escobones, y dos jóvenes mulatos armados de igual guisa, cubriéndose todos las caras con pañuelos y otros lienzos, y el cuerpo con ponchos, mantas y cueros. Abren la habitacion á donde estaba el enemigo, y todos á una le acosan con sus agresivos instrumentos sin tregua ni reposo, y el animal, aturdido, centuplica sus contronazos, y durante la refriega oigo pronunciar á los batalladores estas y otras palabras:
—jTen cuidado, Dominga, que ya se ha orinado!— ¿El orin ha caido en la pared!—¡No, sino sobre el suelo!
—jSe habrá orinado otra vez!—j-No te destapes la cara, Mariano! -
El animal cayó al suelo, más rendido por la fatiga y el atolondramiento que por los golpes de sus contraróos, cuyos ataques sorteaba con singular destreza. Viendo todos en tierra al animal pavoroso, le remataron, y muerto, me acerqué para contemplarlo, y ví una grande mariposa, mayor que un murciélago y de color ceniciento. Pregunté cuáles eran sus condiciones para infundir tanto espanto, y me dijo Urdapilleta:
—Este animal ponzoñoso busca siempre la oscuridad como el murciélago; comunmente hace sus excursiones de noche, y sorprende las habitaciones; pero si vuela de dia, es para dar la señal de que al siguiente hay tormenta ú otra clase de movimiento atmosférico. Gusta de orinarse sobre las gentes, y más cuando se ve acosado; su orin consiste en tres ó cuatro gotas de agua, que si caen sobre la piel de algun sér viviente, antes de dos horas, si no se cauteriza con fuego, produce una llaga mortífera y lleva al sepulcro á un hombre antes de veinticuatro horas.
De este animal no me había hablado todavia D. Vicente Urdapilleta.
 
CAPITULO XI
EL ROCÍO, — EL PICA-QUEMA. — EL ESTERO
 
Vino la ante víspera del dia festivo señalado por Urdapilleta para presentarme á su padre, y para no exponerme á los rigores de los rayos de aquel sol tropical, convinimos en que el viernes, á la caída de la tarde, montaríamos á caballo con los aprestos y menesteres del viaje; pasaríamos la noche en la quinta de un amigo, y al rayar el alba del sábado nos encaminaríamos á la chacra de su padre, al cual paraje llegaríamos .á las ocho de la mañana, hora en que el sol todavía no ejerce en su plenitud los rigores de su ardorosa influencia; permaneceríamos el sábado y el domingo regresariamos, oyendo misa en Luque, pueblo inmediato á la quinta.
Un mulato, segun supe despues, liberto de D. Vicente Urdapilleta, nos avisó que ya estaban listas las monturas. Dióme mi amigo una hamaca, él se apoderó de otra, que entrambos acomodamos en las ancas de nuestros respectivos caballos, nos metimos por la cabeza un poncho de lana rayado, pusimos el pié sobre el estribo, cabalgamos, y nos salimos de la casa, llevando por guia á Cipriano, que era el nombre del mulato, el cual montaba un tordillo de baja marca y en extremo barrigon.
Al salir de la Asuncion oimos las campanadas de la oracion. D. Vicente tiró de la rienda al caballo, se paró y se quitó el sombrero de paja; Cipriano se volvió y dió la cara á su amo, poniendo el sombrero sobre la silla del caballo y cruzando las manos; yo sujeté el paso á mi animal y descubrí mi cabeza, y en esta posicion rezamos la oracion devotamente, y en acabándola de rezar, el mulato se aproximó á D. Vicente y le pidió la bendicion; este se la echó con más gravedad que un obispo y continuamos la marcha. Pero antes de emprenderla, D. Vicente sacó un pañuelo de su faldriquera y se lo ató a la cabeza, y me invitó para que yo hiciera otro tanto.
—Por qué es este aparato? le pregunté.
Y D. Vicente me repuso:
—A estas horas comienza el rocío de la tarde, eso que Vds. en Europa llaman relente, el cual desaparece á las nueve de la noche. Sin estas precauciones nos exponemos á amanecer con unas tercianas que no desaparezcan en cinco meses, ó con un reumatismo en la cabeza que nos traiga peores consecuencias.
Obedecí á mi interlocutor y me sobrecogí al considerar los infinitos peligros que hay necesidad de afrontar metidos en aquellas lejanas tierras.
Estábamos en plenilunio; vimos salir la luna con toda solemnidad. Habríamos andado como unos tres cuartos de legua y penetrado por una senda angosta, cercada por derecha é izquierda de apiñados árboles cuando vimos revolotear á millares una especie de insectos del tamaño de una cucaracha alada, que lucia una pequeñita luz cenicienta del tamaño del boton de un fósforo cuando se réstriega y sin brotar la luz deja ver tan solo su vacilante fosforescencia. Estos millares de luces volantes que se cruzaban por delante de nosotros nos azotaban la cara é impacientaban A los caballos, y todo el tiempo que tardamos en salir de aquella angostura, que serian unos tres cuartos de hora, lo empleamos en agitar nuestros sombreros para despedir á tan molestos vecinos, y en apacentar la impaciencia de los caballos, que tampoco podian sufrir con calma los azotes de aquellos importunos insectos.
—¿Qué bichos son estos? pregunté á don Vicente. Y él me respondió:
Llaman á estas cucarachas de luz, saladillas en unas partes y pica-quemas en otras. Este último nombre lo recibe teniendo en cuenta la condicion del bicho, el cual, si logra posarse en la piel, clava su maldito aguijon, y deja impresa una roncha amoratada que produce un dolor tan fuerte como el de una quemadura de un ásçua de candela.Volví á quedar absorto al contemplar un nuevo peligro tan respetable como ignorado.
Salimos á una dilatada llanura, donde la luna alumbraba en el suelo una preciosa affombra de musgo semejante á un mar tranquilo. Recreado con la perspectiva de aquel extraño paisaje, me desvié un poco de mi amigo para contemplar á todo mi sabor los encantos que en mi imaginacion producia aquel tan vistoso panorama, cuando me sorprende de improviso el retroceso brusco y violento del animal que montaba, que estuvo á punto de tirarme á tierra.
Di un pequeño grito, y mientras que el caballo buscaba la direccion que llevaba mi compañero, este se aproximó y me preguntó la causa de mi exclamacion. Explicado el motivo de ella, me dijo D. Vicente:
—Eso es que el animal ha olfateado un estero.
—Qué es un estero? le pregunté.
—Estero llamamos en América lo que ustedes en Europa llaman pantanos. Lo que nuestro conocimiento no puede penetrar, lo descubre el instinto de los animales. Sucede con mucha frecuencia que anda un hombre en mitad del dia por una extensa pradera cubierta de esta alfombra agradable á la vista, que forma la gramilla del campo, y sucede que, mientras más diáfana y uniforme es su superficie, es mayor el abismo que oculta. Basta á veces dar un paso para quedar hundido hasta el pescuezo, y hasta hundirse por entero, en uno de estos pantanos que tanto lisonjean la vista y el corazon, y quedar un hombre enterrado para siempre. ¿Cuántas veces ha sucedido en este pais estar dias y meses esperando una familia á su amado deudo, y viendo, que no parece, exclamar: "¡O se lo comió el tigre, ó se lo tragó el estero!"
Nuevo asombro y nuevo peligro, para mi tan ignorado como los anteriores.
Sin nuevos inconvenientes llegamos á la quinta del amigo de D. Vicente Urdapilleta,el que nos acogió con señales de mucho agrado,y donde hago cabo,lector querido,para decirte en el siguiente capítulo lo que en esta quinta nos sucedió,que son cosas para deleitar al que escucha,pero no para el que las pasa.
                        De "Vida paraguaya en tiempos del viejo López" (1873)
 
 

No hay comentarios: