domingo, 29 de marzo de 2009

Mi Invitado Del Domingo. Hoy: ALBERTO GERCHUNOFF

 
Triste siembra
 
El núcleo nacionalista de la Dieta Prusiana,recomendó al gobierno que se enseñara a los niños de las escuelas los distintos tratados de paz,empezando por el de Versalles. Llama a esa enseñanza "catecismo cívico".
No suministrarán a la población infantil de Prusia, con escrúpulo histórico, los verdaderos orígenes de la guerra de 1914, que no radican tanto en la política del conde de Berchtold y de su grupo magiárico y en las negociaciones culpables de todas las cancillerías, como en el estado de fatalidad a que se había llegado.
Los países crearon, con su impulso voluntario y con su inercia, condiciones particulares que debían llevar ineludiblemente al mundo a una solución catastrófica. ¿Lo dirá ese catecismo? ¿Dirá algún catecismo que no bastó la siniestra experiencia de 1914 y el hombre repite hoy lo que entonces lo empujó al desastre?
Es, por ende, una triste siembra lo que se ha propuesto en Prusia, siembra de odio, aliento al encono, vigorización de lo que debiera debilitarse y extinguirse.
Sabemos lo que brota de esa siembra; lo hemos visto. La humanidad se ha bañado en sangre, se ha hundido en la miseria, se ha cubierto de una costra de llagas, por haber cosechado lo que esos sembradores diseminaron sobre la tierra.
 
La diplomacia y el salario mínimo
 
Siete miembros del gabinete británico se embarcaron, bajo la presidencia del señorial e ilustre Stanley Baldwin, con rumbo a Canadá para tomar parte en la conferecia interimperial de Otawa. Cada uno de esos insignes viajeros recibe dos dólares y medio por día para gastos personales.
Como ustedes ven, la diplomacia, la representación de los países en el extranjero, ha dejado de ser un edificio suntuoso. O hay que poseer una renta considerable, o hay que reducirse, con severidad británica, a no gastar más que dos dólares y medio por día. No nos hagamos ilusiones, sin embargo. Esas reducciones sólo tienen un valor simbólico, y cada uno de nosotros debe de estar seguro de que ser embajador, visitar las ciudades agradables, para participar de deliberaciones que nunca terminan mal, continúa siendo todavía una de las industrias más alejadas de la crisis.
 
El mundo y la comida
 
Un legislador alemán, miembro de la Social Democracia - dice brevemente un telegrama,- a calculado que si cada hombre comiera una vez al día, no alcanzaría el cuádruple de la producción actual de cereales y carnes. Y si se vistiera y calzara una vez al año, la producción actual, decuplicada, tampoco sería suficiente. A pesar de esto, el trigo y la carne están en crisis y hay millones de obreros sin trabajo en Europa y en América.
¿No sería útil en el orden económico un "gentlemens agreement" que nos aparte un poco de la locura en que vivimos?
 
De "Bajorrelieve de algunos hechos" (1932)

miércoles, 25 de marzo de 2009

Nilo

 Osiris volvía a la ciudad como de costumbre, en un carro que conducía en compañía de un niño a quién instruía en las paradas del camino en el arte musical.

 De pronto en el silencio apenas quebrado por el viento silbando entre los juncos secos, setenta y dos hombres, contó el niño, rodearon a los viajeros.

Que abrieron paso a Tifón, el cegado por el humo de la ignorancia, que hizo maniatar a Osiris y arrojar al río en un cofre que la corriente arrastró hasta el mar.

 Isis, su mujer, encontró el cofre y ocultó el cuerpo, pero Tifón lo halló y lo  desmembró en catorce pedazos.

 Isis recurrió a Anubis. El que abre los caminos le ayudó a recuperar las partes y les dio sepultura en lugares diferentes que solo ella conoce.

Pero Isis no recuperó el miembro viril de Osiris. Tifón se lo había quitado al divino preso en el cofre. Lo tiró al Nilo justo ese día en que se produce la bajante. Volverá a triunfar ese miembro húmedo contra la sequía tantos años como los que un niño no puede contar, cada vez que el Nilo vuelva a fecundar la tierra. Y Tifón, condenado a la castración, convertido en el buen asno que lleva a los Dioses, hasta se sabe que entró en Jerusalén y cayeron ramos de olivo sobre su grupa.

domingo, 22 de marzo de 2009

Mi Invitado Del Domingo. Hoy: BLAS VIDAL

El fantasma del arsenal de guerra
 
En pleno arsenal de Guerra, entre los paredones aspillerados que circundan los cuarteles de la calle Pichincha, efectúa sus  correrías nocturnas un Mayor fantasma que es la pesadilla de los imaginarias que hacen guardia en los antiguos polvorines. Mas de un veterano de honrosa foja de servicios, a juzgar por los chirlos que cruzan su cara en todas direcciones, ha tenido que huir despavorido al verlo avanzar poco a poco hacia la guardia, sin hacer caso del ¿quién vive? de ordenanza, ni del disparo que siguió a la tercera voz de alerta...Y más  de un centinela ha tenido también que guarecer su cuerpo tembloroso en el hueco del ombú, frontero al polvorín, que alojó en otro tiempo a la negra Dominga, madre espiritual de todos los veteranos suertudos que lograban conquistarla, a fuerza de piropos y caiditas de ojos, premiados a veces con una racioncita de mazamorra o del excelente locro de maíz con carne patria,que preparaba la sargenta—usaba ginetas de sargento- a las mil maravillas con sus habilidosas, ya que no blancas manos...
Corren de boca en boca, entre los oficiales y soldados del 1º y 10º de infantería, las suposiciones más extrañas, las más risueñas conjeturas, acerca del origen y procedencia del molesto visitante de ultratumba...
Al calorcito del improvisado vivac, y mientras el mate corre equitativamente de mano en mano, bórdanse macabras leyendas alrededor del fantasma; cuéntanse inauditos casos de valor y sangre fría, teniéndolo á él como único testigo; pero nadie puede explicar concretamente el por qué de esa aparición que desde hace cuatro años hace encoger de miedo el corazón de mas de un conscripto cada vez que, mauser al hombro, haciendo guardia paséase adormilado, pensando en las muchas horas que le faltan para salir con permiso hasta "lista mayor" e ir en busca del matecito dulzón que le brindará la futura generala, mientras que la mamá—suegra en proyecto—al frente de la pareja, hace otra guardia mucho mas concienzuda que la que el hace en el polvorín, y sin mauser... pero con lentes.
Hablamos con algunos de los soldados a quienes estando de centinelas se les apareció el fantasma, y todos coinciden con el relato que de él nos hicieron. En lo único que no concuerdan es en lo que al miedilis se refiere. A pesar de estar perfectamente comprobado que se desmayaron dos centinelas y que otros abandonaron las guardias, ninguno de ellos se da por aludido al hablar del asunto, procurando en cambio colgarle el muerto a cualquier compañero
.— ¿Es cierto que estando Vd. de centinela, se le apareció el fantasma? Le preguntamos al cabo Falcón.
—Desgraciadamente, señor. Cuando me hicieron el cuento en la cuadra, yo no lo quise creer... Pero también así fue el desengaño.
-¿!...
—No se vaya á cre´r que le tuve miedo!
—No, hombre, no: ni pensarlo. ¿Y qué es lo que vió?
—Serían como las dos de la madrugada. Estaba yo de centinela en el polvorín, cuando de pronto me veo aparecer una cosa blanca, que brillaba mucho... Después la fui teniendo cada vez  más cerca... Tenía la forma de un hombre, sin cabeza y vestido con uniforme y galones de mayor...Tenía la espada en la mano y le brillaba como si l´hubieran pasao fóforo...
Le pegué el ¿quién vive?,y nada: siguió avanzando...Después...no lo vide más...Se fué...¡Volaría!...¡Quién sabe!.
-Pero Vd.no le hizo fuego?
-¿Y pa qué gastar polvora en chimangos? ¡Solo que nos metieran julepe las cosas del otro mundo!
-No,si ya sabemos que no le tuvo miedo.
-¡Diande miedo!. ¿Y entonces paqué le dan á uno el máuser...? Los que se desmayaron y abandonaron las guardias fueron coscritos...¡Pero tamién,pa eso son coscrítos,señor!
 
    Caras y Caretas (1904)

miércoles, 18 de marzo de 2009

El Viaje De Los Patitos

La ida
 
Un patito se bañaba en un charquito.

Vino la mama y le dijo que se apurara porque ella también quería bañarse y que ya tendrían que haber salido de viaje para Buenos Aires a visitar a otros parientes que viven en el agua.

Eran las 8 de la mañana y desde las 6 de la mañana la mamá esperaba con mucha paciencia que los patitos terminaran de bañarse.

Los patitos tardan mucho en bañarse porque juegan  con los sapitos y ranitas cuando se bañan, igual que los chiquitos humanos que juegan con patitos.

El asunto fue que al final la mamá pudo al fin bañarse cuando el último de los 5 patitos salió del charquito.

Y a eso de las 9 de la mañana al fin toda la familia se fue a visitar a los primos patos que viven en Buenos Aires.

Lo bueno es que los patos no tienen que vestirse con ropas como nosotros que damos vueltas y vueltas antes de viajar para ver que nos ponemos.

Ellos se sacuden las plumas y listo.

Los patitos están muy contentos porque parece que nació un primo pato nuevo y dicen que es muy juguetón.

Para el viaje la mamá pata y papá pato piensan bajar en algunas lagunas que hay en el camino a comer unos ricos caracolitos.

Los patitos tienen prohibido en el viaje hacerles burla o tirarles de las plumas a otros patitos que encuentren en el viaje.
 
La vuelta
 

Y después de siete días los patitos vuelven a su casita.

El viaje a Buenos Aires fue tranquilo, pero ¡qué frío hacía!

Les llamó la atención que una familia de golondrinas recién volvía de vacaciones.

Se enteraron que en Buenos Aires hubo muchísimos días lindos para jugar y buscar bichitos y de golpe ¡zaz!, un hombre que venía de la Antártida con una bolsa llena de frío empezó a desparramar el aire helado por todo Buenos Aires.

La familia de patos es de la familia de collar y no le tienen miedo a la nieve, ni a la escarcha que es como un helado de agua, ni a la llovizna del invierno que por más que quiere meterse por las plumas, nunca puede.

Gorriones y cardenales y jilgueros pasaban temblando y uno de ellos les preguntó de donde venían y papá y mamá pato aprovecharon para conversar un rato.

Como la noche y la mañana eran muy oscuras y la niebla era como humo, decidieron no bajar a comer y tratar de llegar lo más pronto posible a la laguna donde viven los parientes patos de collar.

Papá pato se quejaba por el ruido y la gente que molestaba todo el día sacándoles fotos.

A la mamá pata le gustó que hubiera tantos patos que ella nunca vio en su laguna.

Como estaba tan entusiasmada con la novedad la prima le presentó a señoras patas cuchara y crestón y colorado.

Después de unos días ya se había acostumbrado a esos picos tan raros y a esos peinados tan altos.

Los patitos lo pasaron requetebién porque con las luces que hay en Puerto Madero y el Puerto nadaban hasta bien tarde y cuando dormían no sentían como el papá se quejaba del ruido que hacía la gente que entraba y salía de los restaurantes y de los bares.

Volando por la reserva, muchos días tuvieron ganas de animarse a meterse a ver que había allá lejos, pero no quisieron enojar a los papis y se conformaron con pensar que cuando sean grandes volarían hasta donde está la línea que se llama horizonte.

 

 

domingo, 15 de marzo de 2009

Mi Invitado Del Domingo. Hoy: JUAN J. MOROSOLI

LA REZADORA
 
Rezadoras habría muchas, pero como doña Natividad Vega no había ninguna.Ella sabia llevar un rezo, punteándolo solamente. Sabía también levantar un rezo caído, cuando el montón de mujeres que hacen pena en el cuarto del doliente se entregan al sueño, y apagan despacio la voz, por fuerza del mismo rezo, que es un llama-sueño. Ella sabía destapar un llanto cuando a un pariente se le encarozaba el pecho y le dolía el corazón sin poderse desahogar, cosa peligrosa que puede traer muy mal resultado. Con un mate de cedrón y unas palabras ella arreglaba el asunto. Era una mujer que no tenía precio para hacer llorar bien una muerte.
Cuando se murió el finado Pedro Denis— que andaba mal con la mujer — ésta dijo que "no lo iba a ver ni cuando estuviera con el último traje"
La fueron a buscar para que se fuera a despedir del pobre que estaba boquiando, pero la mujer le contestó a Benito Peña:
—Si me dejan reir, voy...
Era una mujer de esas que han perdido el alma en la puerta del mundo y la encuentran en la puerta del mundo cuando se van. Pues a esa mujer, Natividad la hizo llorar.
A las siete murió Denis y a las ocho las mujeres andaban pechadas, volteando mesitas de poner flores, o a las carreras buscando frascos para hacerle oler a la viuda que tenía un ataque de nervios.
Después hizo traer un retrato a lápiz por uno que vendía novelas por entregas. Daba un retrato a lápiz de yapa. La novela no la leyó. La compró por el retrato.
Natividad era chiquita, sin pechos, derecha como una tabla, con una cadera de avispa y con los pies chuequeando para adentro como las cotorras. Su única compañía era un perro pelado, de esos que se dejan dormir a los pies en invierno para evitar fríos y reumatismos. Había tenido marido.
Le pasó lo que a muchas de aquel tiempo:
se casó con un italiano buen mozo - uno de los cinco buenas fichas que vinieron cuando hicieron el cuartel grande - y que cuando no tuvieron más trabajo se fueron y "si te he visto no me acuerdo". Decían que los gringos eran casados en Italia.
 
Lo que más le gustaba a Natividad era paladear las madrugadas.
Era sin fin para el mate. Nadie le oyó nunca dar las gracias y le iba haciendo asientitos chicos de anís a la mateada.
Cuando ya empezaba a bordearse de claro el cielo, caía una acarreadora.
¿Y no va a tomar nada, doña Natividad? Toda la noche con el estómago vacío...
—-Poné un pedacito de carne a las brasas, m'hija.
 
Natividad con su capita negra con tres hilos de trencilla, se pone a los pies del muerto:
---Vamos a darle las gracias a Dios por el primer día de cielo del finado.
Levantaba los brazos y entonces se hacia grandota de alas.
—Apagá las velas —- le decía a la despabiladora.
—Cierren los ojos pa que Dios recoja l'alma del finado — ordenaba.
Y tras breve silencio.
- -Prendé la luz otra vez. . . Ahora sí; ya que el pobre estará tranquilo, viá probar el diente.
En el fondo enyuyádo, con caminitos rayados de las babosas.carretas y los caracoles; entre el olor al hinojal y al cedrón y el despertar de la pajarería, bajo la píta de manos sin dedos,despacito, cortando la carne arriba del pan, mientras el sol hacía juegos en la cresta de vidrio de botella que le ponían a los cercos, para que no saltaran los muchachos a robar fruta, ella comía el asadito.
La campana de la iglesia parecía soltar las palomas, que salían volando campo afuera.
Por la puerta de la casa del muerto entraban a firmar y mirar un rato en silencio, los jugadores que salían del café corridos por la luz, con las mejillas sombreadas de la vigilia, y los carniceros, a quienes la mañana con su luz esplendorosa llamaba hacia el trabajo.
Natividad se iba también con la luz. Ella tenía con la noche una amistad honda y antigua.
 
Gastadita de vejez, Natividad se iba achicando mientras se le iban agrandando las alas negras.
Era,entre las cuatro velas una mariposa que no podía volar.
El rezo —el quinto del credo -  se iba apagando como el fueguito del brasero brasileño que ella dejaba prendido al salir, con colcha de ceniza para que calentara la pieza sin apagarse.
Arrastrado apenas por ella, el "rezo coreado" tenía rumor de camoatí, se hacía pesado;
"La muchacha" —una mujer de cuarenta - que ahora traía Natividad para iniciarla los ritos —"algún día yo también voy a marcharme", decía seguido,- le empujaba las palabras iniciales:
Padre Todopoderoso.. -y Natividad recogía el trocito de cedrón tomando el rezo- ... Ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos...
Aleteaban los brazos tirando agua santa sobre el muerto. Pero aleteaban cada vez menos.
Las velas pegaban tirones de luz.
-Esas velas están muy mal; despábila muchacha.
Y la otra respondía:
Son sus ojos, doña Natividad; tan cabeceando nomás las velas...
 
Ya apuraba también "la entrada del muerto al cielo", no esperando el día para hacerlo, como antes.
Tampoco iba muy lejos del pueblo a rezar y le sacaba el cuerpo a los muertos muy pobres.
 
Apurando el rezo enganchó un ala en el velario de siete luces de la capilla de primera.Lo tiró al suelo.
-¡Caramba!- Dijo Vicenta, la rezadora nueva,- ¿no ve las luces?
— ¡Qué desgracia!..
 
Aquel amanecer de junio, con el prendedor de la Cruz del Sur tiritando en el cielo limpio, el pelado aulló en el cuarto.
Natividad había quedado quieta y pequeñita bajo las ropas de la cama.
El poquito pelo gris le daba frío a las sienes hundidas.
La capita colgando abierta en la silla como dos alas sin cuerpo.
 
               (1936) 

miércoles, 11 de marzo de 2009

Murmullos De La Historia (2)

Retentionis
 
La floreciente industria de Gutenberg  se precipitó en la ruina cuando la escribanía general puso en vigencia las retenciones móviles a los caracteres móviles.
De un día para otro, los casi doscientos florines que había ganado se esfumaron y ya no quedó otra cosa que buscar cobijo en lo del obispo.
Se apareció una mañana en la casa del clérigo -que lo admiraba sinceramente- con una cesta de manzanas y una biblia.
El obispo, que no esperaba mas que un devocionario como reconocimiento, se encontró de pronto leyendo el Apocalipsis, y tanto se distrajo en la lectura mientras el amigo desempacaba, que las leber-knoedel y las semmel-knoedel se le carbonizaron en el horno de la cocina.
Afortunadamente, la cesta de manzanas cubrió las necesidades de los hombres.
El obispo sirvió dos vasos de licor de junípero y le preguntó por qué abandonó tan deprisa la actividad.
Le respondió Gutenberg que la innovación solo le trajo dolores de cabeza y mejor hubiera sido invertir en bonos del tesoro real y vivir de rentas.
Poco descansó en el nuevo hogar, atareado por las disputatio -que muchas veces lo sacaban de la cama- entre los partidarios de la tipografía  y del copiado manual.
 
Impositus
 
Nuestro hombre para costear sus ingentes gastos en lograr tipos eficientes, tomó  en una época encargos inverosímiles.
Imprimió cierta vez, con rica artesanía y delicada reproducción, invitaciones para un mandamás de región recóndita. El encargo del señor no admitía la entrega sino del propio Gutemberg al interesado.
 Acuciado por la necesidad, marchó utilizando  un económico servicio de postas y otros transportes terrestres y marítimos.
Concurrió  solo, gastando  lo mínimo posible del generoso viático otorgado por el cliente, y sin despegarse del paquete bien atado.
 
Soportó no pocos trastornos;  desde una compañera de viaje que en una etapa del camino se durmió profundamente y con sus nalgas estuvo a un triz de aplastar la mercadería, y hasta  las peligrosas olas que impulsó la maniobra de un transbordador, inundando su cabina.
Pero lo inesperado, de verdad inesperado, ocurrió cuando atravesaba  en diligencia un bosquecillo.
Un hombre arengaba a una multitud que abandonaba cuantos vehículos ahí estaban, para con palos y machetes sumarse a una revuelta.
Nuestro Gutemberg fue también arrastrado, pero cuando los dirigentes revisaron sus pertenencias y hallaron las participaciones, lo dejaron seguir no sin antes confiscarle el viático que llevaba, como contribución deducible de la futura cuota tributaria.    

domingo, 8 de marzo de 2009

Mi invitado del domingo. Hoy: VICTOR ARREGUINE

SUGESTIÓN.
 
Era un hombre temido, no por sus enormes, negras y revueltas barbas; no por sus chicos, hondos y malignos ojos, ni siquiera por su catadura de desalmado. Lo conocían y sabían que el valor no formaba la nota saliente de don Santos; pero cuando, en su carácter de comisario de policía, se presentaba en el lugar de un homicidio, revolviendo en las órbitas sus  ojos, y pegaba el grito: ¡Naides se mueva! los gauchos sentían un escalofrío en todo su cuerpo.
Y era que por sus imaginaciones pasaba la visión de la Autoridad, de que don Santos era un símbolo. De aquella Autoridad de entonces que fusilaba  a los homicidas en el paraje del crimen, haciendo  cavar  la fosa, y clavetear el ataúd de cuatro tablas de pino, al lado del banquillo, en los momentos que precedían a la ejecución, y a veces a vista y oídos del reo.
Por eso, aquel día, cuando al término de la gran «carrera nacional», Juan el Vasquito tendió de una puñalada al negro Upes, ebrio consuetudinario cuyo goce mayor era zaherir al forastero, los jinetes y los hombres «de a pie», "volaron". en todas direcciones, quedó limpia la cancha, la pulpería sola.
Y el dorado sol de aquel domingo, que doraba los trigales, no volvió a iluminar en toda la tarde un rostro humano. Estaba ocultándose el gran astro, tras la línea de los montes verdinegros, frontera al lejano río, en el instante en que atraído por algún vago rumor, «cayó», como decían los lugareños, el famoso don Santos al lugar del homicidio y con su voz más fuerte y enteramente de circunstancias, dio, aunque no había nadie, el consagrado grito: ¡Naides se mueva!
Y como los álamos parecieron acatarlo, dejando de rumorear en sus altas copas, echó pie a tierra, ordenó a sus dos acompañantes—dos policianos indios—hicieran otro tanto, y con la gravedad de la conciencia pública avanzó, penetró en el negocio, donde los blancos frascos de ginebra—no todos llenos—reposaban, y tras un interrogatorio autoritario al dueño del establecimiento, esperó un rato á que llegaran los curiosos, que, en efecto, dándose cuenta de la presencia de la autoridad y creyendo con esa circunstancia alejada toda sospecha, fueron "cayendo" de uno en uno, simulando el más cabal desconocimiento de cuanto horas antes presenciaran.
Don Santos, profundo psicólogo A su manera, y lo que vale más psicólogo experimental en medio de la vida, esperó todavía algunos minutos, hasta que se hubieron juntado alrededor de treinta paisanos y el comentario dió suelta a las conjeturas.
Entonces se dirigió hacia el muerto, situado unos pasos más allá, junto a unas cicutas que la sangre había salpicado. El negro, muy grande, endurecido por la rigidez cadavérica, parecía dormir con un brazo extendido. Solo la sangre que las moscas y el sol habían como enmohecido, podía indicar á los recién llegado que aquel negro estaba algo más que dormido.
Don Santos dió al muerto con el pié; y dirigiéndose  á los suyos impartió la orden que  todos esperaban: iA ver! Denló guelta, con la cara pa` bajo.
-- Y una vez la operación realizada, muy gravemente, con tono profético, agregó la barbuda autoridad:
—Aura si que anqué sea mas matrero que el diablo tendrá que cair el matador. Y no pasarán  veinticuatro horas. Lo dice Santos Torres, ¡canejo!
No era la una de la mañana cuando se presentaba al sargento, dejado de ex profeso por don Santos junto a la pulpería, Juan el Vasquito, pidiendo al milico lo condujera preso.
¿Y  porqué, pues amigo?
Lléveme ande el comisario. A uste ño Pintos ,no le voy á decir  ni así .
El resto de la noche aquellos dos hombres trotaron por campos desiertos, rumbo á la comisaría , a la que llegaron con las primeras luces. Don Santos  tomaba  mate á  la puerta.
Respondió A los buenos días de los dos hombres  con un «se los dé Dios".. Y encarándose al  Vasquito.
—Vos ,le dijo, juiste  el que matastes al negro ¿verdá?
—Verdá. . - contestó el otro.
—1Y por qué no juístes?
-Mire, ño Santos:- Yo sabia que era al ñudo. Si juera por la polecia no más, á estas hora andaría por  ande el diablo perdió el poncho. Pero con los dijuntos, señor comisario, no se puede. El finao no m'iba a dejar juir.
          (1900)

miércoles, 4 de marzo de 2009

De Proa y Popa

Supervivencia
 
 Los cadetes rodeamos a Carlitos buscando protección. El terremoto de Caucete se sentía en Buenos Aires y el piso quince flameaba como un barco en la tempestad.

 Para él, que domaba olas en los siete mares era chiste.

Justo ese día apareció después de larga ausencia y nos contó de su silencio de meses mientras abandonábamos el edificio por la escalera.

Carlitos era electricista de a bordo y en cada vuelta al hogar trabajaba en oficinas haciendo mantenimiento.

 Esta vez volvía de una de sus experiencias inolvidables:

De viaje por el sur de África necesitan atracar en Angola; al momento, en guerra.
 Todo "normal", hasta que reciben órdenes de no desembarcar ni retirarse del puerto, por tiempo indeterminado.

 

 Creyeron enloquecer después del primer mes; durante el segundo, después de reiterados episodios de riñas e intentos de suicidio, el capitán elaboró una estrategia de supervivencia, mientras asediaban los cañonazos en el continente: saldrían de picnic.

 Abandonarían camarotes y salas de reunión y alternarían "un día de campo" en la proa y al siguiente en la popa.

 

 Cuando llegamos a la salida nos mostró las piernas desarrolladas por el ejercicio, con tanto fútbol  en la tensa espera de cuatro meses.  
 
Recibimiento
 

El puerto nos recibió con salvas de cañonazos y  parada militar en el mismo muelle.

 Semejante acogida solo podía tratarse de un error, pero eran tan fieras las miradas de los soldados, tan intimidantes sus armas, tan salvaje la expresión del militar a cargo; que no estábamos dispuestos a desmentir nuestra importancia.

 

De un  pesquero pequeño, con  capataz y marinería de baja calificación y mal paga, ¿Qué idea se habrían hecho de nosotros?

 Así, nos vestimos con nuestra mejor ropa, el capitán desempolvó una bandera de ceremonia que temíamos se desflecara antes de ascender.

Formamos como recordamos de una vez que asistimos a un entierro, y colgamos guirnaldas de un carnaval que nos sorprendió en Madagascar.

Fregamos cuanto pudimos y hasta rebuscamos una vajilla en la bodega por si debíamos servir el té a un dignatario.

Nos quedamos en posición de firmes y saludando a su bandera.

 

 El capitán ordenó descanso en el transcurso de una interminable ceremonia  con discursos en una lengua que no entendíamos.

Después de varias horas nos coronaron con flores e hicieron un pasillo hasta la plaza mayor donde nos esperaba un pelotón de fusilamiento.

 

 Y nuestra bodega, vaciada por hombres que subían la planchada.     

domingo, 1 de marzo de 2009

Mi Invitado Del Domingo. Hoy: ILDEFONSO BERMEJO

CAPITULO X
UNA SIESTA PROVECHOSA. — LA URA
 
Díjome, pues, Urdapilleta que era tan abrasador el calor en aquella tierra desde las doce hasta las dos de la tarde, en lo más riguroso del estío, que puesto un huevo fresco metido en la arena de la calle y sacado diez minutos despues, se quedaba duro y en disposicion de poderlo comer echándole un poco de sal. Que cortada del árbol una naranja en aquella misma hora y comida ó chupada por alguien, era inevitable y casi instantánea la fiebre y la disentería más pertinaz y mortífera, sucediendo lo mismo con el agua que á la misma hora se bebiese, si se sacaba de pozo ú arroyo que no tuviese una corriente violenta y estrepitosa.
A este mismo tenor me fué indicando una infinidad de peligros, que él presumia debérmelos decir anticipadamente para que yo pudiera prevenirlos y no comprometer mi vida por ignorancia, por todo lo cual le dí las gracias.
Conociendo el Sr. Urdapilleta mis deseos por saber la historia del Paraguay durante su reclusion y dictadura, y preguntándole dónde podria yo recoger datos y apuntamientos para satisfaccion de mi curiosidad, me dijo:
—El período que señaló la dictadura fué tan cruel y salvaje, que fueron pasados por las armas todos los hombres que hubieran podido escribirlo ó referirlo. No queda en esta tierra más que un hombre que pueda narrarle su historia. Es un venerable anciano, que reside en el campo á unas tres leguas de la capital: está casi ciego,y cuenta ochenta y siete años. Este desgraciado fué sentenciado á muerte despues de cinco años de calabózo; pero la mañana en que debia cumplirse la sentencia, y en el momento que le sacaban de la prision para ejecutarle, sonó la tormenta, y las nubes se deshicieron en aguas, y mandó el dictador que suspendiesen la ejecucion basta el siguiente dia, si amanecia sereno.
Al otro dia murió el dictador, y el sentenciado no fué pasado por las armas merced á esta revolucion atmosférica. Salió de su prision cuando fueron declarados libres por el actual presidente los demás que estaban encerrados en los inmundos depósitos en que el dictador hacinaba sus víctimas, y se retiró al campo, y allí espera el término de sus dias con la tranquilidad del justo. Es un hombre ilustrado, y el único que podrá satisfacer los deseos dé Vd.
—Es amigo de Vd.? le pregunté.
—Es mi padre, me contestó Urdapilleta. El primer dia festivo que venga montaremos á caballo, le llevare á Vd. á la chacra donde reside este pobre anciano español, y con él hablará Vd. para que satisfaga su deseo.
Calculen mis lectores lo que debieron regocijarme semejantes proposiciones.
En esto vino á turbar nuestro reposo el continuo revolotear de un animáculo, que, dando tropezones contra las paredes y las vigas del techo, produjo un ruido siniestro que nos obligó á incorporarnos sobre nuestras hamacas.
¿Es un murciélago? pregunté á mi vecino.
—Ahora lo sabremos, me contestó abriendo la ventana.
Y así que estuvo la habitacion alumbrada y él pudo conocer cuál era el animal que volaba, palideció, exclamando:
—jLa ura! ¡Levántese Ud. de la hamaca y salga corriendo!
Obedecíle, y fuera de la estancia comenzó á gritar:
—jLa ura! ¡La ura! ¡Arriba los que duerman siesta, que está en casa la ura!
Y cerró la puerta por donde habiamos salido. Yo miraba todo esto con espanto; y más grande fué mi asombro todavía, cuando ví llegar cuatro o cinco mujeres de color, con cañas y escobones, y dos jóvenes mulatos armados de igual guisa, cubriéndose todos las caras con pañuelos y otros lienzos, y el cuerpo con ponchos, mantas y cueros. Abren la habitacion á donde estaba el enemigo, y todos á una le acosan con sus agresivos instrumentos sin tregua ni reposo, y el animal, aturdido, centuplica sus contronazos, y durante la refriega oigo pronunciar á los batalladores estas y otras palabras:
—jTen cuidado, Dominga, que ya se ha orinado!— ¿El orin ha caido en la pared!—¡No, sino sobre el suelo!
—jSe habrá orinado otra vez!—j-No te destapes la cara, Mariano! -
El animal cayó al suelo, más rendido por la fatiga y el atolondramiento que por los golpes de sus contraróos, cuyos ataques sorteaba con singular destreza. Viendo todos en tierra al animal pavoroso, le remataron, y muerto, me acerqué para contemplarlo, y ví una grande mariposa, mayor que un murciélago y de color ceniciento. Pregunté cuáles eran sus condiciones para infundir tanto espanto, y me dijo Urdapilleta:
—Este animal ponzoñoso busca siempre la oscuridad como el murciélago; comunmente hace sus excursiones de noche, y sorprende las habitaciones; pero si vuela de dia, es para dar la señal de que al siguiente hay tormenta ú otra clase de movimiento atmosférico. Gusta de orinarse sobre las gentes, y más cuando se ve acosado; su orin consiste en tres ó cuatro gotas de agua, que si caen sobre la piel de algun sér viviente, antes de dos horas, si no se cauteriza con fuego, produce una llaga mortífera y lleva al sepulcro á un hombre antes de veinticuatro horas.
De este animal no me había hablado todavia D. Vicente Urdapilleta.
 
CAPITULO XI
EL ROCÍO, — EL PICA-QUEMA. — EL ESTERO
 
Vino la ante víspera del dia festivo señalado por Urdapilleta para presentarme á su padre, y para no exponerme á los rigores de los rayos de aquel sol tropical, convinimos en que el viernes, á la caída de la tarde, montaríamos á caballo con los aprestos y menesteres del viaje; pasaríamos la noche en la quinta de un amigo, y al rayar el alba del sábado nos encaminaríamos á la chacra de su padre, al cual paraje llegaríamos .á las ocho de la mañana, hora en que el sol todavía no ejerce en su plenitud los rigores de su ardorosa influencia; permaneceríamos el sábado y el domingo regresariamos, oyendo misa en Luque, pueblo inmediato á la quinta.
Un mulato, segun supe despues, liberto de D. Vicente Urdapilleta, nos avisó que ya estaban listas las monturas. Dióme mi amigo una hamaca, él se apoderó de otra, que entrambos acomodamos en las ancas de nuestros respectivos caballos, nos metimos por la cabeza un poncho de lana rayado, pusimos el pié sobre el estribo, cabalgamos, y nos salimos de la casa, llevando por guia á Cipriano, que era el nombre del mulato, el cual montaba un tordillo de baja marca y en extremo barrigon.
Al salir de la Asuncion oimos las campanadas de la oracion. D. Vicente tiró de la rienda al caballo, se paró y se quitó el sombrero de paja; Cipriano se volvió y dió la cara á su amo, poniendo el sombrero sobre la silla del caballo y cruzando las manos; yo sujeté el paso á mi animal y descubrí mi cabeza, y en esta posicion rezamos la oracion devotamente, y en acabándola de rezar, el mulato se aproximó á D. Vicente y le pidió la bendicion; este se la echó con más gravedad que un obispo y continuamos la marcha. Pero antes de emprenderla, D. Vicente sacó un pañuelo de su faldriquera y se lo ató a la cabeza, y me invitó para que yo hiciera otro tanto.
—Por qué es este aparato? le pregunté.
Y D. Vicente me repuso:
—A estas horas comienza el rocío de la tarde, eso que Vds. en Europa llaman relente, el cual desaparece á las nueve de la noche. Sin estas precauciones nos exponemos á amanecer con unas tercianas que no desaparezcan en cinco meses, ó con un reumatismo en la cabeza que nos traiga peores consecuencias.
Obedecí á mi interlocutor y me sobrecogí al considerar los infinitos peligros que hay necesidad de afrontar metidos en aquellas lejanas tierras.
Estábamos en plenilunio; vimos salir la luna con toda solemnidad. Habríamos andado como unos tres cuartos de legua y penetrado por una senda angosta, cercada por derecha é izquierda de apiñados árboles cuando vimos revolotear á millares una especie de insectos del tamaño de una cucaracha alada, que lucia una pequeñita luz cenicienta del tamaño del boton de un fósforo cuando se réstriega y sin brotar la luz deja ver tan solo su vacilante fosforescencia. Estos millares de luces volantes que se cruzaban por delante de nosotros nos azotaban la cara é impacientaban A los caballos, y todo el tiempo que tardamos en salir de aquella angostura, que serian unos tres cuartos de hora, lo empleamos en agitar nuestros sombreros para despedir á tan molestos vecinos, y en apacentar la impaciencia de los caballos, que tampoco podian sufrir con calma los azotes de aquellos importunos insectos.
—¿Qué bichos son estos? pregunté á don Vicente. Y él me respondió:
Llaman á estas cucarachas de luz, saladillas en unas partes y pica-quemas en otras. Este último nombre lo recibe teniendo en cuenta la condicion del bicho, el cual, si logra posarse en la piel, clava su maldito aguijon, y deja impresa una roncha amoratada que produce un dolor tan fuerte como el de una quemadura de un ásçua de candela.Volví á quedar absorto al contemplar un nuevo peligro tan respetable como ignorado.
Salimos á una dilatada llanura, donde la luna alumbraba en el suelo una preciosa affombra de musgo semejante á un mar tranquilo. Recreado con la perspectiva de aquel extraño paisaje, me desvié un poco de mi amigo para contemplar á todo mi sabor los encantos que en mi imaginacion producia aquel tan vistoso panorama, cuando me sorprende de improviso el retroceso brusco y violento del animal que montaba, que estuvo á punto de tirarme á tierra.
Di un pequeño grito, y mientras que el caballo buscaba la direccion que llevaba mi compañero, este se aproximó y me preguntó la causa de mi exclamacion. Explicado el motivo de ella, me dijo D. Vicente:
—Eso es que el animal ha olfateado un estero.
—Qué es un estero? le pregunté.
—Estero llamamos en América lo que ustedes en Europa llaman pantanos. Lo que nuestro conocimiento no puede penetrar, lo descubre el instinto de los animales. Sucede con mucha frecuencia que anda un hombre en mitad del dia por una extensa pradera cubierta de esta alfombra agradable á la vista, que forma la gramilla del campo, y sucede que, mientras más diáfana y uniforme es su superficie, es mayor el abismo que oculta. Basta á veces dar un paso para quedar hundido hasta el pescuezo, y hasta hundirse por entero, en uno de estos pantanos que tanto lisonjean la vista y el corazon, y quedar un hombre enterrado para siempre. ¿Cuántas veces ha sucedido en este pais estar dias y meses esperando una familia á su amado deudo, y viendo, que no parece, exclamar: "¡O se lo comió el tigre, ó se lo tragó el estero!"
Nuevo asombro y nuevo peligro, para mi tan ignorado como los anteriores.
Sin nuevos inconvenientes llegamos á la quinta del amigo de D. Vicente Urdapilleta,el que nos acogió con señales de mucho agrado,y donde hago cabo,lector querido,para decirte en el siguiente capítulo lo que en esta quinta nos sucedió,que son cosas para deleitar al que escucha,pero no para el que las pasa.
                        De "Vida paraguaya en tiempos del viejo López" (1873)