domingo, 29 de junio de 2008

Historias Ficticias De La Escena Teatral: "Entre Bambalinas"

El 16 de diciembre, con una tarde de calor brutal y  el único atenuante de ser sábado, llevé a Matías el más chico de mis dos hijos al "Tierra bendita", el espectáculo virtual sobre vida y milagros de los tiempos de Pilatos. El berretín de Matías a emprender la expedición en esa tarde inhóspita y con el pavimento humeante y chorreante tiene  origen en su amistad con dos burritos, una cabra  y una vaca, que conviven en uno de los corrales del predio y que visita desde hace cuatro años, (cuando tenía tres), religiosamente todos los diciembre.

Este año me tocó a mí acompañarlo y no estaba la madre para alcanzármelo sino mi hijo mayor; Fernando, de 12 años, con cosas mas interesantes que escuchar en MP3 como para intercambiar dos palabras conmigo.

Al menos en la Jerusalén virtual corría una brisa del río y el hecho de estar acompañado en la excursión por tanto  padre separado me infundía vigor.

Para Matías no era cuestión de ingresar como curioso sociólogo a la tierra prometida, así que nomás entrar ya le estábamos dando a los animales la alfalfa compactada en cubos que traía en la mochila.

Me puse a espiar alrededor aprovechando la sombra larga de un minarete y se desplegó ante mi vista el mundo aquél de gente con la cabeza cubierta adoptando aires de campesino, caminando presurosos; vendedores de baratijas arqueológicas rodeados de compradores enceguecidos regateando y forcejeando por el mismo producto, e inverosímiles danzas típicas con morochas bailarinas de mercado rodeadas por herreros y tejedoras actuando sus menesteres  desde la mañana temprano.

Abstraído, no caí en la cuenta que Longinos, el centurión Romano convertido luego al cristianismo me miraba sonriente desde hacía un rato.

 

Detrás del uniforme y el maquillaje reconocí a Marcelo, compañero de tablas en el teatro independiente hace una quincena de años.

Después de los saludos y los consabidos "como andás", el penacho ostentoso del amigo me llevó de un salto a la época en que frecuentamos juntos el elenco estable del "Circulo filodramático" dependiente de la dirección de cultura.

 

Marcelo era el preferido del director general de escena del círculo; un hombre entrado en años y de una rala cabellera pintada de un azabache furioso hasta el bigote y las patillas. Lo recuerdo siempre con su camisa impecablemente blanca entallada y un pañuelo  azul eléctrico o violeta en un lino elegantemente arrugado. El pantalón té con leche, bien calzado en la cola y medias y zapatos de hebilla marrones.

Este hombre se sometía estoicamente a los caprichos de Marcelo que desde su debut como criado en "El misántropo"  se le convirtió en inseparable.

La palabra misántropo pronunciada en francés (en la primera salida en grupo luego del ensayo) con ese final cerrado sobre los incisivos y los labios insinuando un pudoroso beso estableció un vínculo entre ambos que se prolongó en varias puestas en escenas donde Marcelo recreó como director su gusto por la incorrección escénica de la que yo abominaba en silencio.

Todo material dramático para Marcelo era una herramienta eficaz para demostrar su desbordante creatividad.

Costosísimas  para los flacos fondos del círculo eran sus escenografías. Recuerdo que para Romeo y Julieta mandó comprar y armar una hamaca elástica que ocupaba todo el escenario. Los actores declamaban a los saltos y vueltas de cabeza.

La pieza de Shakespeare para Marcelo se había congelado en la comodidad burguesa y el público debía ser violentado, despertado.

 La prensa, afín al público concurrente que antaño saludaba las marcaciones llanas y previsibles del viejo director , pasaba ahora de la estupefacción al rechazo y luego a la no concurrencia,( aunque no le negaban al círculo la tradicional gacetilla con motivo del estreno)

 Recuerdo un "Ricardo Tercero" deambulando el escenario en una tanqueta y las espadas y cuchillos cambiados por pistolas y ametralladoras (el ruido para los vecinos era infernal y dio lugar a más de una queja).

Al pobre viejo, le trajeron dolores de cabeza que aceleraron su partida al otro mundo las licencias de Marcelo, como aquella en que sin consultar siquiera, cambió en Hamlet, (pieza que figuraba en el repertorio desde hacía veinte años) la escena en que la reina narraba haber visto a Ofelia recoger flores en el arroyo, por la misma Ofelia haciéndolo.

Su intención, me confesó aquella vez (yo le caía simpático,  porque evitaba competir con él, aunque secretamente todas sus ocurrencias me parecían mamarrachos) era eliminar en lo posible la presencia de "esa vieja histérica y además actriz espantosa".

 

La tormenta se desató de inmediato; la mujer empezó a gritar "¡Ignacio!", que así se llamaba el viejo director y acto seguido lo insultó de arriba abajo calificándolo de marica dominado y pusilánime, y que el teatro desde que está ese psicópata de Marcelo se va a la ruina y que esta situación es inédita y llegaría en su reclamo hasta las mas altas autoridades para librarse de ese enemigo público. Presa del ataque de nervios la mujer bajó del escenario con tanta mala suerte que fue a trastabillar en un escalón y se quebró el fémur en dos partes.


 El escándalo fue aprovechado por otros enemigos silenciosos de la dupla Ignacio y Marcelo. Y así fue que alguien de administración descubrió que el Director debía de haberse jubilado cinco años atrás como correspondía por ley.

 Le llegó la cesantía  pasados unos meses.

"Ignacio falleció de disgusto," (decía Marcelo con la mirada en lágrimas).

 

Por entonces, se acabaron las prebendas para Marcelo. Fue, en más, uno como tantos disponible; un paria con un sueldo básico, sin plus por dirección, sin horas extras (que Ignacio amorosamente le marcaba en su tarjeta).

Y además sin cortar ni pinchar en el nuevo proyecto: "Julio César" dirigida por un director de buen temperamento pero de gustos bien clásicos y poco amigo de aunar criterio con los actores a los que consideraba piezas de su ajedrez.

Vio en Marcelo aptitudes para interpretar Casio, una buena noticia para él.  Yo entonces tuve una alegría al confiar en mí el nuevo director para el rol de Casca.

 

Marcelo, por jugar fuerte, se sintió un trapo usado durante los tres meses de ensayos y más de una vez llamado al orden por improvisar en muchas escenas en que la opinión de Esteban, (que así se llamaba el nuevo director) había sido dada por definitiva.

-Hay que agregar la mala disposición de sus compañeros para con el ex actor, director luminaria-


Para el estreno todos nos intercambiamos presentes y él recibió  el mío y  de algunos otros.

En la cena posterior se retiró temprano no sin antes discutir con el director sobre su personaje y la necesidad de incorporar cambios. Le fue negado.

El sábado vino el desenlace, premeditadamente una venganza.

 Una verdadera excentricidad en una puesta que no podía contener tal exceso. Una arbitrariedad que fue bien recibida por el público y sin embargo determinó su expulsión del elenco y una indemnización proporcional a su antigüedad.

Como ejemplo,( de  entre otras locuras), cito la escena en que Marcelo (Casio) y Yo (Casca) nos encontramos en una calle: En la penumbra escucho "¿Quién va?". "Un romano", contesto yo.

Me sentí desfallecer cuando aparece bajo la luz de un reflector la figura de otro Casio, no el que esperaba.

Marcelo apareció tocando bocina montado en una bicicleta.Me sentí dentro de una pesadilla.

Para peor cuando habla de la debilidad de los romanos, al llegar a….  ¡"el espíritu de nuestras madres es el que nos gobierna!, ¡Nuestro yugo y resignación prueba que somos afeminados!.......  se calza unos tacos altos, una peluca y comienza con mohines hacia el público….mas precisamente hacia la platea que ocupaba el director Esteban, seguramente ya con la cabeza entre sus rodillas.

 

El relámpago del recuerdo pasó y volví la vista hacia Matías y sus bichitos. Marcelo me dijo entonces que abandonó el teatro años atrás y daba clases de escenografía  en un instituto.

Me despidió con un parlamento de Bruto: "Si nos volvemos a encontrar, pues bien, sonreiremos; en caso contrario, bien hicimos en despedirnos ahora".

Yo lo saludé con una de sus tiradas: "La culpa, querido Bruto no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores".

Es un misterio de la memoria: En el teatro uno recuerda los parlamentos de los otros. Las palabras que escuchamos entre las sombras de bambalinas.

Mas tarde una tormenta feroz se desató en el predio y con corte de luz incluido. Los rayos resaltaban las siluetas de los actores que corrían a buscar refugio.

domingo, 22 de junio de 2008

Solo De Gracielita

¡Me encanta, me encanta este lugar.

Me siento recómoda. Podés venir sola. Tengo amigas que no van a ningún lado si no tienen con quien. No es mi caso. Luís me viene a buscar cuando deja su trabajo. Y ya me acostumbré a sus días y horarios insólitos.

Yo  digo siempre que llegamos a ese estadio del amor en que se puede estar juntos, en comunión de almas aún a mil kilómetros de distancia...


Pero ¡ojo! Que llegar a este nirvana no resulta fácil, no me resultó fácil. Porque yo desde chiquita fui Gracielita, LAPUEDELOTODO;LACONSIGUELOTODO…

¡Los jóvenes qué saben!. Pregunten a sus padres quien es Gracielita….

-Al fin de cuentas fui una palomita vulnerable-

A los 8 años yo ya era famosa en la tele, aunque ahora parezca que todo hubiera empezado con la Marianita. Fui la preferida de Salevich, EL PRODUCTOR, así con mayúsculas. Hice cantidad de papeles en sus tiras…De huerfanita recogida por unas monjas y cuyo origen es un misterio. De huerfanita, pero hija de una mujer de la alta sociedad que la entrega a unas monjas exigiéndoles que nunca violen el secreto…

De huérfana abandonada en un convento y que cuando los padres arrepentidos la vuelven a buscar…-me acuerdo de memoria el parlamento- "Por mi edad no estoy en condiciones de elegir…siento que en estos claustros encontré a mi verdadera familia"…-y cuando ya están dando media vuelta para irse… imagínenme presa del llanto… ¡No, no, si se van me suicido, me tiro de la hamaca! ¡Les pido, les exijo, les imploro, vengan ustedes al convento a vivir conmigo!


Que estupida…me emocioné…Fue un gran éxito, uno tras otro.

Para esta última,hasta grabé una cortina: Papá, papito, no te vayas mas, ahora que estás, que estás con mamá, me tienen a mi y a otras chicas mas…la, la, lala…

Las otras actrices que hacían de monjas de entre 18 y veinte años…ninguna vieja, la que hacía de superiora ni llegaría a los 30. ¡Este Salevich era uno!

Pero conmigo nunca, ni una insinuación. Con el tiempo fuimos reamigos. Flor de líos tenía con la mujer.

Ella jamás le dio el divorcio aunque llegó a pedírselo de rodillas. Y YO SE que murió odiándola. Estuve hasta los 19 años en sus producciones. Tuvimos una relación profesional y de mutua admiración.

En esa época salieron golosinas y hasta zapatos con mi nombre. Un chocolate con mi cara para tatuar. Yo era un ángel con rulos. Una belleza. Ahora los chicos andan con monstruos en los brazos y anillos en la lengua.

¿Qué mundo, no?

Y los adultos son los que deforman a los niños, cuando debieran transmitir los eternos valores de amor, belleza y alegría de vivir.

¡Como se vendían esos chocolates…con leche y blanco…

Y los zapatos…hasta el número 26… ¡Un boom!..

 

.y sin embargo yo empecé a andar mal… Mi mama se asustó el día que le pedí ir a jugar a una plaza.

Con Salevich decidieron llevarme a un neurólogo.

Parece ser que mi sentido de la realidad se había echo pedazos y necesitaba un cambio, apoyarme en algo sólido.

El neurólogo diagnosticó que era un problema del nervio vago.- A mí el simpático y el parasimpático me funcionaban distinto que a los demás seres humanos y de ahí las alteraciones cerebrales- Un ejemplo: Te dan un susto; -prueben y verán que sí- si son normales se les agranda de tamaño la mano. Pues a mí no me sucedía.

Me curaron con electroshock.

 

Después de la crisis, Salevich se dio cuenta que yo estaba en la pubertad y era hora de desencasillarme, renovarme. Ya no más huérfanas de convento.

Pasé a ser hija  de asesinas, de pistoleros etc.

Cuando me descubrieron flirteando con kioskeros, diarieros, mozos, ya era una adolescente y había que conseguirme un novio con impacto publicitario y hasta casarme.

Me presentaron a cañón Villalba el delantero de River, astro de la temporada. Salimos en todas las tapas. Nos casamos.

Duró doce días…mi primer matrimonio.


Ja! Hace unos meses con Luís, el amor de mi vida, fuimos a un restaurante en Belgrano; se acerca un mozo…y QUIEN ERA… ¡CAÑON VILLALBA! Ja, Ja…Pobre, no se lo veía nada bien.


A veces no me doy cuenta de la pareja que tengo. Despistada como soy, ingenua de mi, me parece que la afinidad física e intelectual, ¡el amor bah! Es un estado natural del ser humano, abundante en el mundo… ¡y, no! ¿no?

-No fue fácil llegar al equilibrio actual-


¿Y si les contara cuando tiempo después me casé con un galán que bajaba por las noches a traerme rosas  de un puesto de flores?


Un día me dio mala espina y lo seguí…tardaba tanto siempre…

Lo encontré a los besos con el muchacho del puesto…

 

Pero esas amarguras se soportan mientras hay trabajo…porque….


¿Como….por qué me voy a ir…son apenas las cuatro de la mañana…

¿Cerrar? Para que si en unas horas vuelven a abrir…

¡ Si…que fácil!…no ven que necesito hablar…

¡En cualquier momento pasa mi marido a buscarme!


¡Por qué quieren dejarme sola!

 

miércoles, 18 de junio de 2008

¡Invasión!

Cuando tomo de más suelo hacer las promesas mas absurdas.

  ¡ Eso que sé  que no debo tomar ni un sorbo porque me enamoro como un imbécil!

 Y lo peor es que lo  recuerdo todo, como para cerrar esta condena de auto agresión permanente.

 

Antonio se ríe y siempre me dice: ¡Pero querido, si ya sé que tu fardo es bien pesado, pero deberías congratularte de no ser un Mr. Hyde que en lugar de hacer tus travesuras, haga  cosas mas jodidas…Bueno, quien sabe cuando entres en la andropausia y con el cambio de conducta…y esas cosas.

        El muy siniestro se divierte conmigo-

 

Ya las escucho a "las otras"  de jolgorio en la cocina y la que tengo al lado duerme de pata suelta.

Ahora que la miro bien… Es a esta a la que le rogué que se mudara a vivir conmigo.

 

Tanto le rogué que al fin aceptó, con la condición de venir las tres juntas "porque somos inseparables"

-Las tres chicas que paran todas las noches en el semáforo de la avenida-


Y ahora las otras dos puercas están preparando el desayuno y de esta no hay quien me salve.

El olor a perfume llena toda la casa como si se hubiera roto una botella de desodorante de ambientes y el portero está sonando y el mensajero, que no es otra que Claudia- la caderuda- avisa desde la cocina como si fuera un vigía de una obra de Sófocles con final feliz:

 

¡Menchu, despertate, está en la puerta la camioneta de la mudanza! ¡Dale dormilona, mientras nosotras vamos subiendo algunas cosas, ¡despabilate!

 

Y en este momento Menchu está en el quinto sueño!

 

 ...Y no se si elegir la botella vacía tirada sobre el cenicero o la almohada que retoza a los pies de la cama para deshacerme aunque más no sea de una de ellas.

domingo, 15 de junio de 2008

Con Capacidad Limitada

Eduardo…Seguro que Eduardo va a llamar el ascensor…justo cuando  yo   tomo el ascensor maldito sea.

 Lo tiene medido. Me espía  por la camarita.

Cuando se le canta se pega al canal de vigilancia y espera, pacientemente espera.

Ya estará apretando los botones de ascenso para que no se me ocurra detenerlo y volver a programarlo.

 Mientras muerde una rama de apio o toma un jugo de zanahorias se la pasa elucubrando como joderme la vida.

 

Eduardo fue un chico corriente,  menor de tres hermanos .Los otros dos no paraban un segundo en la casa.

 El, el más chiquito, el querubín de la madre, como era de mi edad era mi compañero de juegos.

 Andrés, el mayor, ese  me recalentaba con la mirada de pajero insolente que tienen los chicos lindos de 14 o 15 años.

Teníamos 8 años y  aunque yo no tuviera ganas de jugar, igual la ansiedad me llevaba a la casa de Eduardo. Era feliz solo por oler la fragancia de Betiver que Andrés se desparramaba sobre el pelo antes de salir para el colegio.

La mamá era ciclotímica, como se decía entonces, y mas de una vez la sorprendí zamarreándolo porque Eduardo dejó la canilla del baño abierta o le usó un par de medias deportivas  a Andrés y las dejó echas un bollo bajo la cama.

En esos días de depresión insoportable no había galletitas dinamarquesas ni batidos de frutilla ni salidas a los jueguitos electrónicos. Permanecía la vieja en la cama, en silencio, con una toalla mojada en la cabeza,  se escuchaba el golpeteo de las pastillas que tomaba "para los nervios".

Cuando cumplimos doce, no hubo más juegos. Andrés estudiaba en la facultad y casi nunca pasaba a ver a su mamá. Se mudó a otro departamento con su novia de entonces. El segundo que se llama Juan, se había mudado antes con el padre que  tenía mellizos  con otra mujer.

 El viejo hizo mucha plata y Juan anodino y desagradable de chiquito, aunque fuera un cero a la izquierda en el nuevo hogar, tenía todo lo que ambicionaba, plata y vacaciones en Punta del Este, club de remo y auto gratis.

Eduardo quedó solo con la madre en el  7º "F"  y yo como desde que nací; en el 12º "A".

Falleció mi madre y tiempo después mi papá Augusto; murió en el geriátrico "Los Príncipes" del que fue administrador hasta que llegó a jubilarse.

De mí ya lo conocen todo. (La gente tiene costumbre de hacerse una idea clara de quien cuenta)... Desde que traspuse la puerta; con apenas ver los zapatos, la  ropa, les da una idea acabada de quien soy. Sucede. Nuestro juguete preferido desde la cuna hasta la muerte es el sonajero.

 

A Eduardo, el padre le regaló un dinero para que se comprara un ambiente que como dependiente de una ferretería jamás llegaría a lograr  por las suyas. Y Eduardo se mudó al 10º "B" del mismo edificio. Un interno poco luminoso pero que le bastaba para tener un poco de intimidad.

Entre el 2004 y el 2007 se precipitaron los acontecimientos.

Ya antes que se mudara a su nuevo hogar mi relación con Eduardo era distante .Es difícil la relación con los camaradas de la infancia. En general basta un encuentro, cualquier reunión para darse cuenta que la experiencia no es una llave que abre las mismas puertas, digo yo…

 

 Entre los años que menciono, Eduardo (que siempre tuvo una piel delicada y rosácea)  llegó a pesar 260 kilos.

En el 2005 ya no pudo bajar ni hasta el 7º "F" para atender a su mamá. Se cansaba y podía morir de un infarto solo de soportar alguna escena de la madre.

A fines del 2006, a mí que soy la administradora del edificio además de vecina, me llegó una cédula de notificación por abandono de persona, Eduardo me demandaba por no haber destinado hasta esa fecha los fondos asignados por ley para la ejecución de las obras para una rampa para discapacitados.

Viviendo en el mismo edificio, a dos pisos de distancia, ¡pudiendo llamarme por teléfono para evitar el mal trago de armar mi defensa ante el juzgado!...No quiso hacerlo, resultó evidente.

 Sí, tuvo fuerzas para relacionarse con militantes de organizaciones no gubernamentales para cortarme casi la cabeza.

Por la memoria de mi padre el consorcio no me rescindió el contrato.

¡La propiedad fue un número del canal de noticias con todas las cámaras apuntando a la ventana de Eduardo inválido y mi rostro tapado atravesando dos veces por hora en los resúmenes informativos el hall de entrada abucheada por estas organizaciones!

La rampa se hizo. Salió una fortuna. Con sus doscientos sesenta kilos salió dos veces a la calle. No me interesa dar detalles de su traslado por escalera pues en nuestro edificio no tenemos ascensor de servicio.

Durante el 2007 se entregó a una dieta feroz en un instituto especializado y bajó 50 kilos. Se sintió animado y allá por agosto bajando yo del 12º con mi tía Elisa el ascensor paró en el 10º. Como una roca impulsada por la gravedad, Eduardo sonriente dijo ¿Qué tal?

Apretó el  7º donde vive su mamá. Intentó explicar la felicidad que sentía en esa su primera salida solo y yo, desencajada solo atiné a gritarle: ¡Eduardo estás loco, vamos a caer al vacío, no sabés leer. Vamos excedidos en casi 100 kilos! Y le remarqué el letrero: ¡Acá lo dice bien clarito!

Por suerte llegamos al 7º a salvo, pero al llegar a planta baja el carro del ascensor tenía un desnivel de 30 cm., producto de la extrema extensión.

Mi tía Elisa me dijo: Nelly, hija, me parece que exagerás…

En las expensas del mes siguiente agregué el gasto de reparación del resorte de las cuerdas con una nota en la que contaba el incidente y terminaba exigiendo que el consorcio necesitaba propietarios cuidadosos y responsables.

¡Para que! Hasta el defensor público de la ciudad intervino y con la complicidad de algunos testigos consiguieron "probar" que el carro del ascensor paraba fuera del nivel desde la mudanza del afinador de pianos del 5º "F".

Me retó todo el mundo en la asamblea siguiente, y de nuevo conseguí permanecer en el puesto.


Hoy, 18 de febrero de 2008 estoy subiendo solita en el ascensor, Eduardo está en el 7º seguramente, desde el monitor de su mamá me vio trasponer la puerta, apretará para mortificarme exultante el 10º hasta su casa, yo no podré decirle nada, hizo enterar a todo el edificio de la alegría que supone haber llegado a los 150 kilos que sumados a los 56 que peso yo estamos en los 206 kilos, 15 kilos por debajo de los 221 kilos autorizados para nuestros ascensores. El odio me ciega.

El ascensor pasa por el 7º sin detenerse, atraviesa el 10º sin novedades y me deposita en el 12º.

Y bueno... a una a veces puede  fallarle la intuición.

Seguro que mañana sucede, pero yo ya no estaré haciendo este monólogo.  

    

miércoles, 11 de junio de 2008

Mis 20 Abriles Me Llevaron Lejos

                                                                      "Quien necesita decir algo importante es porque ya sabe que su vida es una mentira"

 
De vuelta en casa. Me dan ganas de llorar.

El aparador de roble, los cuadros de artistas flamencos  del 1600...

 Los encargados de la residencia apenas mueven el polvo de lugar. Recorro con la vista los grabados que evocan escenas de "Emilio" y "La nueva Eloisa" mientras todos los habitantes de la villa duermen luego de la fiesta   por la vuelta del hijo pródigo.

El capataz de la finca de mi difunto padre me sorprende de atrás y entusiasmado me lleva a ver al gorila que hace 20 años me abrió las puertas del Moulin Rouge y la fama posterior como empresario. Puso el sirviente en mi mano una banana pelada y me invitó con grandes gestos a ofrecerla a Georges, el simio que convocó a la multitud de aristócratas con ganas de divertirse que se llegaron tantas noches al Moulin. Los ojos amarillos del mono se detuvieron en los míos; degustó pacientemente la fruta y los recuerdos galoparon en mi memoria.

 Georges, cómico amante de un loro multicolor, Georges perdido en la arena del circo aplastado por las carcajadas, Georges lascivo con la "mona" de vestido rojo y besando en la boca a Sylvie, (duros los miembros por el ajenjo y el asco).

Tomé de la mano a Georges, saludé al encargado y caminamos solos por el bosque de álamos, los rastreros frambuesos se enroscaban en los avellanos; por todos lados estatuas y fuentes romanas cubiertas de lodo por el abandono  indicaban la importancia del otrora  "Templo de la filosofía", obra arquitectónica para "leer" que papá construyó ansioso por educar a las nuevas generaciones. Georges fue el ejemplo con que nos ilustró junto a otros jóvenes sobre la naturaleza del buen salvaje.

  A sus 18 bellísimos años, apartando sus largas trenzas rubias,   Sylvie me leyó el aviso que decía: "DAMA TATUADA, ABORIGEN AMERICANA.   Un GORILA. UN ENANO DE MUY BAJO PESO. BOAS CONSTRICTORAS VIVAS. (Presentarse en el club Moulin Rouge).

Allí nos dirigimos en una noche de tormenta, ella (de dama americana y tatuada en secreto por el herrero de la casa), Georges y yo.

 Un enano de nombre Tomás y de aspecto asombroso llegó de Bretaña y nos convertimos en inseparables y de Ermenonville llegó un birmano con dos boas constrictoras.

 Fuimos un número de la marquesina más alta y sujetos a la extravagante imaginación del programador Vignes durante cinco años. Mi padre desolado  se recluyó hasta su fallecimiento, hace menos de un año.

Sylvie enloqueció por el láudano y el éter que se consumía como novedad letal.

 Pero yo heredé a M. Vignes en la jefatura después de dura lucha y entonces fue que devolví a Georges a mi padre y desde entonces el simio ofició en el parque abandonado de oyente  de las  discusiones encendidas del viejo con los fantasmas de Rousseau y Descartes.

 Me hice cargo de la gerencia del antro y despedí al enano Tomás a quien cargué gran parte de la responsabilidad por la ruina de Silvye.

Y al birmano, (que también entregaba las boas a las voluptuosidades de la querida rusa de Vignes, la condesa S…..  Al mismo tiempo amante déspota de Sylvie), ni bien tomé el poder lo eché a patadas y en su lugar contraté un número de ecuyeres.

 

Georges aprieta mi mano. Quince años han pasado. Parece haberse hecho sabio junto a mi padre siempre escuchando, silencioso.

Georges el inocente. Lo feo y lo malo le son ajenos.

 

domingo, 8 de junio de 2008

Las Huellas Que Deja El Amor

En 1982, cuando me gradué de arquitecto, me dediqué a visitar todos los bares y discotecas que el estudio me habían vedado. En una de aquellas maratónicas salidas conocí a B…… y se convirtió en mi novia oficial. Todo fue bien durante 6 meses, conoció a mis padres y hermanos y solo intervenía en mis asuntos para reprocharme sobre cuestiones del corazón: Ya se sabe como son estas cosas; que la de vestido rojo me sonrió, que la del top azul parecía conocerme bien y hasta un escandalete porque mi hermanita menor Luisa, se puso a recordar frente a ella el día en que escondí a Nancy , nuestra vecinita, en el placard de mi cuarto, esa vez que mis padres decidieron volver a casa anticipadamente por una indisposición de mi madre.

En los siguientes seis meses todos me resultaron disgustos: Hizo alianza con mis padres, se aparecía en cualquier momento y si no, me requería todo el tiempo por teléfono. Decidía cuales salidas eran las mejores sin importarle mi opinión, (y lo peor)todas mis amistades pasaron a ser no recomendables, perjudiciales en mi vida.

Desde entonces, Carlos vestía mal y se tiraba lances con ella; Alberto bebía demasiado y además era adicto a la coca, y Juan era homosexual y yo era el único que lo desconocía.

Cuando tuve la certeza de que era el momento de cortar la relación, la presión que ejercía sobre mí era insoportable: Hizo  causa común con mi madre para recriminarme que desde mi alejamiento de la universidad solo me dedicaba a la juerga y ni pensaba en trabajar ni encarar la profesión y mucho menos aceptar responsabilidades como adulto cuasi comprometido y muy pronto esposo y padre.

Su plan iba viento en popa y creo que hasta papá le temía cuando andaba por casa.

Sin embargo cometió un desliz que la perdió: Luisa, mi hermanita que siempre desconfió de ella reunió suficiente información entre sus numerosísimas amistades y descubrió al hombre con el que B…… mantenía una antigua relación secreta por decisión del señor, felizmente casado y al frente de una empresa familiar que no admitía separación de bienes.

Con Luisa sabedora del engaño y antes de enterarme a mi, participó de la novedad a toda la familia, con lo que B….fue expulsada de mi vida sin traerme casi consecuencias.

Digo casi porque mi vagancia de un año tocó a su fin y se me conminó a buscar trabajo y en mi profesión.

Comencé a tirar antecedentes por las empresas, pero la idea de instalarme con 24 años no me convencía. También tenía ganas de cambiar de aire; en esos años antes que en Barcelona o Madrid, se pensaba en Salta o Córdoba o Río Negro etc. Y la posibilidad vino por el lado de Carlos el malvestido, según B……)Carlos tenia una pareja amiga que pensaba construir en la ciudad de San Juan y radicarse,  el muchacho pensaba explotar una finca con nogales. Disponían de capital suficiente para construir una casa de unos 180 metros cuadrados cubiertos y disponían de un buen terreno para construir un play-room y una pileta en otro momento.

Los chicos eran muy amigos de Carlos y yo cobraría honorarios bien bajos, haciéndome cargo de la dirección de la obra en la primera etapa. Arreglamos y ultimamos los detalles en menos de una semana.

En cuatro meses con  buenos albañiles y un capataz muy eficiente trabajando de sol a sol levantamos la estructura y ya podían entenderse el capataz y los dueños sin mi intervención.

La pareja alquiló una propiedad hasta la finalización de obra, tuve algunas reuniones más y les dejé todo organizado.

 Habiendo entablado una cierta amistad con ellos me preguntaron cuando volvía a Buenos Aires, les manifesté que tenía ganas de quedarme en la zona y probar en otra cosa.

No sabía qué, hasta que la posibilidad se me dio en Iglesias, cerca del paso a Chile conversando alrededor de unos vinos blancos dulces con un ingeniero que quería explotar una mina de yeso del otro lado, cerca de Coquimbo. Me ofreció un salario y la posibilidad de aprender sobre algo que no tenía la menor idea. Antes y a modo de introducción me llevó a  Guandacol en el límite con La Rioja donde me pondría en campaña en una explotación de otras piedras semipreciosas hasta que aquello estuviera listo.

En la zona, bastante alejada del pueblo, a  cuarenta y cinco minutos de camioneta de la mina, Doña Vicenta F., una mujer viuda, manejaba una pensión de 4 habitaciones.

Convirtió su morada en hospedaje cuando vio la posibilidad de aprovechar económicamente la modesta pero amplia casa  que en otro tiempo fue parte de una finca. Esto me lo contó nomás la primera noche cuando después de la cena de estofado de cabrito se acercó a la mesa de la cual era el único comensal esa noche y estuvimos departiendo hasta la una de la madrugada.

Me dijo también que con la jubilación, que le quedó del marido empleado de una bodega y los pesos que ganaba con el alojamiento de técnicos de la mina durante primavera y otoño vivía sin contratiempos si además contaba con la granja y las verduras.

 Estuve poco más de un mes en "La Ascensión" que así la llamaban todos aunque el alojamiento no tenía cartel. Durante los primeros días aprovechaba la camioneta y después de un refrigerio les pedía a los muchachos que me llevaran con ellos a la ciudad. Pero la vuelta era dificultosa y el asma me daba no pocos contratiempos con el frío de la madrugada al pegar la vuelta. Cada vez que escucho: "Calle angosta, calle angosta la de una vereda sola,yo te canto porque siempre estarás en mi memoria"

me acuerdo de los viajes de ida y vuelta con los muchachos cantando a los gritos.

Tuve en esas salidas unos encuentros con  tres chicas que se movían en grupo hasta la plaza a tomar helados sin que pasáramos de conversaciones sobre  las diferencias entre pueblos y ciudades grandes. Estaban acostumbradas a charlar con ingenieros de Australia o Canadá en algunas épocas del año y hasta una de ellas esperaba noticias para hablar de casamiento con un neocelandés.

En la mina el polvo del mineral me secaba de tal forma la nariz que me cuarteaba la piel sin que hubiera crema que me lo solucionara. Jacinta por su cuenta me preparaba a la vuelta del trabajo una manzanilla al advertir que mis bronquios silbaban y la respiración se agitaba.

Me cambió de cuarto a uno mas seco y soleado y de noche ponía agua hirviendo con eucaliptos en un brasero. Dejé de ir al pueblo y me convencí de que el trabajo minero no era para mí, a fin de mes volvería a Buenos Aires y me buscaría una obra como la que me trajo a la provincia, donde me encontraba mas cómodo. Comprendí entonces porqué el ingeniero me mandó a ese lugar cercano a probar antes el oficio.

Los fines de semana la pensión quedaba deshabitada y solo Vicenta y yo andábamos por la casa. Me invitaba entonces a compartir la mesa de la cocina y empezaba a disfrutar con ánimo más distendido los últimos días antes de la partida.

Empezaba a sufrir menos por el asma y era en gran medida por los cuidados de la Doña.

La mujer comenzó a opinar libremente sobre mí llegando a decirme que yo era flojo para ese trabajo y la mina se devora a los flojos. Yo le retrucaba comentando sobre el  despropósito de mantener esa galería derruida y angosta que dificultaba el tránsito desde las habitaciones y ella me contestaba que yo no conocía el viento zonda que soplaba en otra época y de la importancia para entonces de esa construcción.

Los lunes volvía al comedor y en la sobremesa se las ingeniaba para llevarme a la cocina para charlar hasta la una. Conocía al dedillo los problemas que tuve con mi novia B……y no entendía como podía ocultarse tanto tiempo la doble moral que ella atribuía a la falta de comunicación entre las personas en la gran ciudad y yo al anonimato que propicia el número de habitantes que pasan los tres millones. Permanecía firme en su trece mencionando que  una vez viajó a la ciudad de Córdoba y otra a Florencio Varela en Buenos Aires y vio como los hijos no hablaban con los padres y en un restaurant  también como la gente se pegaba al televisor sin siquiera mirar alrededor.

Tenía cierto odio por las metrópolis.

Destacado sobre un aparador, al lado de una frutera, en blanco y negro y otras en color se diseminaban fotos de parientes. Con camisa blanca y pañuelo negro posaba junto a su marido y dos chicos; uno de ellos trabajador en una empacadora de frutas en Jachal y el otro……..me miró fijamente, se refregó las manos en el delantal y con la parsimonia que  permite la intimidad me contó:

 "Se fue a los 19 años a Florencio Varela, cerquita de La Plata, trabajó de hombrear bolsas un tiempo y me escribía todas las semanas, se puso de novio y puso fecha de casamiento.

Un tiempo después nos pidió al viejo que todavía vivía y a mí que fuéramos para la fiesta,  pero mi hijo de Jachal no nos podía acompañar y nosotros teníamos miedo de viajar solos porque mi marido ya no andaba bien y el viaje era largo.

Le respondí que se pasaran la luna de miel en San Juan, pero no tuve mas noticias.

Insistí con dos cartas sin respuesta. Hasta  le pedimos a un oficial de la comisaría del pueblo que se comunicara con un número de teléfono que una vez mandó, pero también sin respuesta.

Pasaron tres años y el hijo de Jachal hizo averiguaciones con un camionero, sin éxito.

Una noche para el día de todos los santos, (esta casa todavía no era hospedaje y mi marido había muerto hacía dos meses), siento golpear la ventana a eso de las once…..

(Vicenta entonces se sentó en un extremo de la mesa grande de la cocina, afuera la noche era fresca, y las gallinas en el fondo todavía tardaban en acomodarse habiendo oscurecido a la nueve y media. Nos sirvió a los dos de la damajuana de vino blanco abocado que todavía recuerdo en las papilas y continuó)

Ahi nomás me levanté y sin preguntar, como sabedora, pasé a retirar la tranca. Nos dimos un abrazo.

Venía del Gran Buenos Aires el Mario, el hijo extraviado, preguntaba por todos sin entusiasmo, como si supiera. Después se sentó en la punta donde está  usted y se quedó mirando el techo y contestando entrecortado a todas las preguntas.

Apenas le entendí que el matrimonio no era feliz y tenía ganas de volverse.

Insistí para que se mudaran y el matrimonio empezaría a andar bien.

Le preparé la cama a eso de las 2. Pero dijo que no tenía sueño y prefería quedarse en una silla a los pies de la mía hasta que lo alcanzara la modorra.

 Yo le dije que no loqueara, que fuera a darse un baño y a dormir, pero no lo pude convencer. A mí también me ganó el sueño y solo recuerdo haber despertado una o dos veces y entre el resplandor de la lamparita de querosene ver sus ojos fijos en mi, como inertes.

A las cinco de la mañana me desperté, no estaba, lo busqué en su cama y no estaba ni siquiera abierta.

La tranca estaba puesta como la había dejado y pensé que se había marchado por la antigua salida de detrás de las casas cruzando la galería que a usted no le gusta.

Pasaron dos años sin noticias y el pobre hijo de Jachal se desvivía por saber del Mario.

Una noche a eso de las once volvió a golpear la ventana y todo fue igual a no ser porque la novedad era que vivía solo en una casa alquilada y tenía un vecino con teléfono.

Cuando a la mañana no lo encontré no me quedé tan intranquila porque ahora tenía el teléfono. A la semana me fui a Guandacol para llamar, la gente que me atendió del otro lado me dijo que el Mario había muerto hacía como cinco años, que viajando colgado en el  tren  se cayó en la vía. Que la mujer lo había enterrado en Florencio Varela y ellos recién se enteraban que el Mario tenía parientes porque nunca la pareja los había nombrado.

 Con mi hijo desde Jachal fuimos a Buenos Aires y visitamos la sepultura. Me hubiera gustado traerlo pero de la mujer no tuve noticias y el trámite era largo, porque ella firmó el sepelio como única responsable.

Lo que temía ocurrió al año siguiente, cuando volvieron a golpear la ventana………….

Ya no quise demorarme más y fui a lo de la comadre Teresa que en paz descanse. Le explique todo y después de cavilar me dijo lo que había de hacerse:

Para el día de todos los santos debía dejar la puerta abierta de par en par…….y permanecer en la cama con los ojos cerrados pase lo que pase"
A esta altura del cuento yo miraba la ventanita abierta de la cocina y parecían mil ojos clavados en mí las estrellas en el cielo diáfano. Durante la tarde la Teresa le había dibujado en el rostro como un mapa con tinta azul. Según la curandera el Mario era un alma que había perdido el rumbo y quería encontrarlo en el rostro de su madre porque así como pueden unirse las líneas entre los astros del cielo, así también hay caminos con muchos cruces que confunden a los espíritus en el trayecto.

Ella por una docena de huevos le podía indicar para donde rumbear.

Cuando se sentó frente a mí el Mario dudé y hasta quise borrarme la tinta de la cara para tenerlo conmigo aunque sea una noche cada tanto, pero la Teresa, sabedora, me había enterado bien de los riesgos que por la posesión del recuerdo querido  termina perjudicando a los mismos muertos.

Así, que me amuché con dolor a esperar la madrugada.

Vicenta entonces me miró fijo, apuró el último trago y se refregó la cara como si aún no hubiera terminado de despintarse.


Se me dio esta mañana por recordar las huellas que deja el amor. Los caminos son diversos y a los humanos a veces se nos antojan infinitos.

miércoles, 4 de junio de 2008

El Rostro De La Cinfuentes

El terremoto se llevó las dos terceras partes de la ciudad. En el alto, donde tenía mi domicilio, en la ladera norte, solo fuegos, humo y polvo subiendo, pero intocable para el sismo. Un estallido solo apagado por otro que sucedía a un relámpago y un sonido a goma desinflada por la pérdida de presión de un caño maestro.

Los desagues cloacales regurgitaban cuando el silencio ominoso y el aire enrarecido anunciaban para los experimentados el fin del movimiento tectónico.

Era el momento de salir. La costumbre de siglos nos encolumnaba tras los idóneos en salvatajes y allá estábamos, para lo que manden.

Con agua, un casco y una linterna comenzaba la recorrida. Hacía 8 años que no ocurría y la violencia del movimiento y la guardia baja de los servicios multiplicaron la catástrofe.

Un automóvil estampado contra las puertas de la catedral. Un profundo túnel agigantado por la excavación de una obra en construcción y dos camiones con toda la carga  de cemento clavados de punta en los fondos empujados por una pluma con su completa estructura.

Y árboles enredados en cables de alta tensión yaciendo entre cadáveres amontonados de quienes se refugiaron inexplicablemente en el alero del teatro de comedia. La herrería se precipitó llevándose consigo el piso superior completo donde se ubica la tertulia.

Eran las dos de la tarde y la primavera dejaba morar el sol hasta las seis.

Las ambulancias ya dejaban oír que circulaban con los primeros heridos pero todos sabíamos que  los escombros exhalaban todavía pálidamente pero con las horas mas decidido, el olor a muerto.

Reconocer un grave de un muerto y uno a entablillar y el otro a desfibrinar  era mi tarea y la de otros profesionales de la salud. Los bomberos y otras organizaciones especializadas hacían punta con mazas, pinzas de corte de cables de acero, picos y oxígeno.

La región estaba herida de muerte y los helicópteros y aviones se veían dificultados por el humo y los incendios. Solo los hidrantes eran efectivos tomando el agua en el golfo a escasos mil metros y vaciando la carga sobre las aceras derretidas por la quemazón.

El enfermero nos hizo ubicar en un camión para marchar a otro distrito más afectado pero posible de recorrer a pié. El viaje era dificultoso y necesario cada vez bajarse a retirar postes, chapas y carrocerías del camino. También heridos que para esa hora por no saturar aún el servicio eran recogidos a nuestro pedido por algún servicio circulando en la zona.

 El enfermero desde el furgón nos señalaba el avión cisterna y nos recordó por comentar algo gracioso, la leyenda  del hombre rana que practicaba buceo en unos acantilados y uno de tales aviones lo absorbió descargándolo luego junto con el agua en el incendio de un edificio.

 Resultó que el edificio era el domicilio del buzo.

"Cuando los peritos entraron encontraron en la cama dos cuerpos desnudos carbonizados junto a un hombre rana. Un detective resolvió el caso cuando determinó que la pareja desnuda eran un joven dependiente del hombre rana (propietario de un almacén) y su mujer que se encontraban haciendo el amor cuando el incendio los sorprendió y el marido de la mujer fue escupido por el avión."

Nos sonrió el enfermero y algunos se lo festejaron. Yo también dibujé una sonrisa.

Me daban ganas de decirle que el cuento estaba mal contado: Que la forma correcta es empezar con la pareja y la extraña escena.

 Me mordí.

 También me prometí no hacerme mala sangre en este relato con la imperfección del mundo, que como maremoto se llevó también un matrimonio de cinco años que creímos consolidado con mi mujer de entonces.

Esa es otra historia .Punto.

Llegamos a la zona y no era tan cierto que no era demasiado dificultoso avanzar de a pié.

Pasamos de largo, yo sin mirar siquiera al estudio de televisión de RV73 en ruinas, desde donde todos los días del año se encargan de difundir mensajes sobre las maravillas de la vida sencilla y el amor filial y todas esas tonterías que la vida y obra de sus directivos desmiente a cada paso preocupados solo en  facturar  millones y mandar a los hijos a estudiar al extranjero y  alejados de la vida miserable de los "notables" que en sus programaciones exhiben sus miserias que ellos convierten en orgulloso galardón a la vitalidad, la sinceridad, la libertad que un ser humano debiera perseguir.

Asco.

Yo hago todo lo contrario, como los futuristas, si pudiera escribir o pintar o filmar lo haría con odas al aire acondicionado, a las papeleras, a las centrales atómicas, a  la muerte definitiva de la familia. Postulo todo lo que los farsantes adoran en secreto, pero quieren disfrutar solos.

  Miro un camión de residuos volcado y pienso en los poderosos miserables que cuando hablan de bolsas de basura evitan hablar de lo que verdaderamente contienen y los niños pequeños revuelven: Profilácticos, vómitos, cacas de perro, pelo, sangre, vísceras de pollo, (una vez me tomé el trabajo de revisarlas en dos manzanas)  y también claro que si, lo que ellos creen que contienen exclusivamente (y merecen por tanto status de trabajadores), papel y vidrio, ja!..

 Basta. Me  enferma. Si las legiones de tontos político-catódicos  hasta adoptan y repiten el discurso y lo hacen propio. Bellas palabras. ¡Asco!

 Basta dije.

 Continuo:

Cincuenta y dos heridos rescatados fue el saldo del día de nuestro grupo. Fichamos con cartones en el pulgar más de cien muertos .La cifra exacta imposible determinar por el estado de la mayoría.

 Volví dificultosamente a casa. Antes de ingresar, en el alto se escuchaba en la tele de la visita de varios figurones a los heridos en los hospitales y clínicas. Me quedé mirando desde mi sillón la ciudad en ruinas con un cartón de leche que bebí íntegro y me dormí.

Desperté al amanecer, el día después es el peor. Dan ganas de huir al campo, de tirarse de espaldas en un césped cortado y olvidar.

No había Internet ni teléfono. Mi secretaria por la tarde me había reunido todos los llamados y cartas. De mis padres, que ella se encargó de tranquilizar. De los colegas que me recuerdan y algunos preocupados sinceramente.

No había tiempo para nada más. Debía volver al grupo y a la tarea aunque renegaba ya de mi ofrecimiento de voluntariado.

Esa mañana cambiamos de sector, pasamos al otro lado, al entronque con el cordón vial que deriva en la autopista sur.

El lugar ya no presentaba un aspecto tan desolador. Los grupos especializados que removieron escombros durante la noche eran reemplazados por grupos como el nuestro engrosados ahora por cuerpos de ingenieros de las fuerzas armadas aunque casi desprovistos del equipo necesario.

Los cuerpos de infantería con perros no daban abasto y ya empezaba a correr el tiempo para los atrapados entre las estructuras. Los edificios, de gran altura en esta zona parecían cortados a serrucho y los escombros hacían montañas hasta en las calles.

Mi cuerpo se dedicó a rescatar, casi siempre cadáveres, entre hierros retorcidos de un ómnibus. A unos 50 metros, una topadora descubrió las carrocerías de tres autos arrumbados contra un kiosco. El terremoto los hizo chocar entre sí y luego deslizarse, como si se hubieran resbalado por el pliegue de una sábana.

Fuimos al encuentro. El conductor de un fiat azul estaba tendido como si buscara protección bajo el tablero. Llevaba el asiento trasero lleno de carpetas. ¿Mudándose quizás?

El otro, un ford blanco, con cuatro personas a bordo, prefiero no describirlo.

Y el tercero y aquí la sorpresa, una mujer de trajecito blanco de unos treinta años cabellera castaño claro quemada. Su vehículo se había incendiado y grande fue mi sorpresa cuando la di vuelta. Después de la impresión que me produjo el rostro con quemaduras de segundo grado reconocí a la numero uno de la televisión nacional.

Si. Era Gabriela Mariela Cinfuentes. La que comenzó su carrera como Eloísa Cinfuentes y luego se cambió el nombre por agradecimiento al personaje de Gabriela, de la novela que transcurre en el Brasil del 1860 y le dio fama en ascenso desde entonces.

Lo primero que hice fue separar el asiento delantero. Le pasé el dorso de la mano por la frente y la costumbre me llevó a palparle el seno izquierdo. Aún vivía, acercando el oído a sus labios escuché una queja. No pude resistir antes de separar mi rostro besarle delicadamente el labio inferior.

Me puse a razonar sobre algo que la providencia había dispuesto en ese instante para mí.

Y razoné nada. Aquí el corazón me saltaba como un perro faldero señalándome la oportunidad.

La envolví en una sábana y desconociendo las reglas de procedimiento, le dije a mi enfermero antes de cerrar la puerta del furgón que extrañamente pasaba por la zona como para mí y nadie más, fuéramos a una  clínica reparadora ya y que el  caso era grave.

¡Ya!, ¡ahora! Le ordené, antes que el hombre intentara impedírmelo.

Lo desvié  hacia el Alto. Hacia mi consultorio equipado para cirugías intermedias. No voy a detallar más que lo que el vulgo pueda entender.

Diré que durante media hora la bañé entera con agua corriente, antes le estabilicé los signos vitales y controlé el estado de shock que la tenía a medias desvanecida desde casi veinte horas atrás.

Había que actuar rápido. Le saqué varias placas y comencé con la secuencia de fotos que ilustraría todo el desarrollo.

Como los servicios esenciales habían vuelto, bajé unas fotos de la mujer de Internet con muy buena definición.

 Para devolverle la apariencia y reformular lo que me parece un desatino lo que otros profesionales hicieron de su apariencia, dibujé sobre sus fotografías de 10 años atrás cuando sus cambios todavía eran mínimos.

Cerré puertas y ventanas y me dedicaría de no mediar el inconveniente, durante dos días a reconstruir esa belleza desfigurada por el fuego y las malas cirugías.

La destrucción mayor de tejido se daba entre el músculo masetero y el depresor del labio inferior. Para no confundirlos diré que es esa zona acolchada bajando del labio inferior del lado izquierdo. Ahí le di un tierno beso antes de la anestesia.

También le besé tiernamente el platismo, el músculo grande que baja desde la oreja derecha cuando al moverla dio un quejido.

Usé el generador para evitar el seguro corte de luz y puse manos a la obra solo, sin asistencia, refregando la frente cada tanto en una toalla colgada ex profeso en un perchero en la puerta de la pequeña sala.

La primera parte se prolongó seis horas. Planeé dejarla 45 minutos sola cuando tuve certeza que descansaba en condiciones casi normales y entonces me tiré en la cama con un cartón de leche y una medialuna dura de algunos días atrás.

Parece que me quedé profundamente dormido porque se hizo la noche cuando un juez con personal policial tiró la puerta abajo y me sacaron esposado.

El conductor de la ambulancia que nos trajo a  la  Cinfuentes y a mí hasta "Affaires Centro de Estética", la institución que dirijo, no era indolente y comunicó de mi traslado irregular.

 Lástima, mi trabajo hubiera sido óptimo.

 

Donde me tienen privado de la libertad es un lugar interesante. Un enfermero nos cuenta siempre historias increíbles aunque mal contadas. Y la psicóloga de nombre Eloisa tiene un extraño don para leer el pensamiento. Lo que no sabe es que sé leer los labios perfectamente.

En este momento por ejemplo le está contando al periodista que no era la Cinfuentes la que rescaté sino otra pobre mujer que no se le parece en nada y que en mi delirio quiero arreglar muñecas Cinfuentes donde quiera se me ocurre que están.

Hay algo en que no se equivoca y es que a la joven del otro lado del parque y le da sopa a una anciana tengo ganas de extenderle el zigomático mayor.

Se equivoca en pensar que esa joven no es Gabriela Cinfuentes. Yo sé que es ella y nadie me va a convencer de lo contrario pues es la misma que rescaté y tuve entre mis brazos.

La maldita le cuenta al periodista otra pavada. Que yo fui aceptado en "Facultativosencatástrofe" sin averiguar mis antecedentes judiciales.

Y nada. Asco me dan. Lo juro por Gabriela que me sonríe y me saluda con un mohín del orbicular de los labios cuando la anciana le aparta la cuchara.

domingo, 1 de junio de 2008

Otra Historia Ficticia Del Mundo Del Cine: "La escena mítica"

Al Alfre  me lo encontré esa mañana.

 
Cada día peor, desaliñado, con varias copas de más para las once de la mañana del miércoles. Saboreaba a sorbitos el coñac y se lamentaba.

En este boliche se juntan los que lamentan esto o lo otro y los delirantes. En el que está enfrente, paran los que están en la buena; en el de la esquina los que atraviesan la primera semana de relación amorosa: (Nada los perturba, se hacen mohines y se enredan el pelo entre los dedos mientras al lado un abogado discute a los gritos con los testigos).

A la vuelta, en el café que tiene el pasillo largo como una cueva, paran los que tienen deudas de dinero con los parroquianos que frecuentan los cafés que mencioné antes pero sueñan con volver a compartir la vigilia de los días con su grey.

Hoy, yo que los visito a todos y tantas veces me deprimí por no sentirme parte de ninguno en especial, vine al de los que se lamentan de todo y deliran sin freno.

Me gusta Alfre, el siempre tiene algo en la manga para atrapar la atención; como si con cada sorbito que se lleva a los labios buscara los puntos, las comas, los allegros y los planísimos del monólogo con partenaire.

Pedimos una vuelta y seguidamente enhebra la anécdota en varios pasos:

1)      Lo dejaron plantado desde la nueve de la mañana

2)      A las 10,30 tenía que pasar a cobrar un trabajo de publicidad para Centroamérica que hizo hace dos meses, con la mala suerte que hasta la semana que viene no vuelven a pagar.

3)      En tal lugar quedó en encontrarse con un actor que le iba a presentar a otro que buscaba un tipo parecido al Che  para una producción europea de una miniserie.

4)      En este punto intervengo yo opinando: "La verdad es para cagarlo a patadas al que te dejó plantado".

5)      Ahora sí Alfre  me dirigió una sonrisa sarcástica y meneando la cabeza en un gesto de afirmación continuó: "Diste en el clavo, ja, ja, ja! ¿sos brujo vos?"

 
No entendí, como siempre que Alfre comienza a contarme algo. Pero no necesito pedirle aclaraciones, el sigue:

"Nombrame momentos míticos del cine", -me pide como si me pidiera una prueba de que soy despierto-

Tuerzo la cabeza, pongo los ojos oblicuos y rememoro: "Yo que sé…el vestido de Marilyn Monroe flotando con el aire que sube del subte…la despedida entre Bogart  y Bergman en Casablanca, Mastroianni y Ekberg en la fontana de trevi…"

Mientras desgranaba los ejemplos Alfre con la mano temblorosa hacía el ademán de "seguí…seguí".

Al fin llegué al ejemplo que él estaba esperando: "La cachetada de Glenn Ford a Rita  en Gilda…

Ahí vamos…-repuso mientras apuraba la copa- ¡la cachetada a Gilda!

Alfre llamó al mozo; como no venía le indicó que volviera a servir, pero el mozo se hizo el distraído. Alfre olvidó al momento el pedido y manoteándome el cuello se pegó a mi oído:

Alfre: El tipo que esperaba hoy a las 9 y no vino me hizo la semana pasada la propuesta de mi vida. Un papel para rodar con Mary W.

Yo:¡No te puedo creer! – ¡Te felicito!…que notición...

Pero Alfre me tomó del brazo, como si fuera Gardel confesándose:

Alfre: En su momento no acepté. Lo que primero les llamó la atención es que les pedí el libro para leer.Me dijeron que no lo tenían pero me contaron con lujo de detalles el argumento, con al menos diez escenas con varias líneas de texto para mi lucimiento.

Yo:¡Pero Alfre, y con Mary W. nada menos, uno de nuestros íconos del espectáculo…Como que no aceptaste!".

Alfre: Fue cuando llegué a una escena clave…fue ahí que no pude aceptar

 Yo: La verdad es que no me imagino Alfre qué  planteaba la escena que te decidió a no aceptar

Alfre: No acepté porque la escena pedía que le pegara a Mary W. una patada en el culo

 
Casi me da un ataque de risa cuando  me quedó mirando con los ojos desorbitados, pero le seguí el tren.

 
Yo:Pero Alfre, es que en el cine no tenés que ni siquiera rozarle el culo...

Me respondió indignado:-¿Qué, me querés enseñar lo que es el cine?

Hablo del resultado, la patada en la ficción será una patada a Mary W. una gloria del espectáculo nacional .Pero no te preocupés los tipos tampoco lo entendieron, ¿Sabés que me argumentaron?

Yo: No… ¿Qué?

Alfre: ¿Que pregunta te hice yo?

Yo: ¿Cuándo?

Alfre: ¡Sobre las escenas míticas!

Yo: ¡Ah Si! La escena de la cachetada de Gilda ¿y entonces?

Alfre: Que me quisieron entusiasmar con el cuento de que quedaría en la historia del cine, la cachetada en Gilda y esta patada en el culo. ¿Como me podía negar?

Yo: Eso me pregunto, como pudiste negarte...

Alfre: En ese momento me negué...pero después lo pensé bien y... resolví hacerla...

¡Fantástico! -Repuse yo...-

Alfre: El tipo de la producción es el que cité a las 9 acá para rectificarme... y no vino

Yo: ¡Que desgracia! Seguro se lo dieron a otro

Alfre: Eso pienso…El imbécil me desorganizó la mañana para peor…

Se quedó ensimismado Alfre en sus quimeras, podía quedarme en la mesa o irme, me quedé un rato, pagué la vuelta y me deslicé despacito hacia la puerta.

Ni chau le dije, estaba mascullando algo y no me hubiera contestado.