domingo, 9 de agosto de 2009

Mi Invitado Del Domingo. Hoy: UN NARRADOR

EL ZORRO Y EL GALLO

El gallo estaba escarbando debajo de un árbol. En eso se hace presente, disimulando entre el yuyo, un zorro, que venía con toda la intención de cazarlo al gallo. Pero el gallo alcanzó a verlo, ¿no? No se levantó al todo, pero lo vio. Entonces voló arriba del árbol. Entonces el zorro llegaba áhi y que le dice:

—Eh! —Cómo te va! —le dice al gallo.
—Aquí 'stoy, tomando fresco aquí arriba.
—Bajate, que charlemos un rato —le dice el zorro.
—No —dice-, si podés subir vos, subí. Yo 'stoy bien acá, fresquito.
—No, ¡bajate!
—No, no, no me bajo.

—Seguro que has de 'tar creyendo que te voy hacer alguna cosa, que te voy a comer, que te voy a cazar, en fin. No, esas cosas ya se dejaron —dice—. ¿Vos no sabés que el gobierno ha publicado un decreto donde nosotros, los zorros, no tenemos que hacerles nada a ustedes, las gallinas? Los perros no tienen que hacernos nada a nosotros. Ni los perros al gato, ni el gato a los ratones. En fin, esa lucha —dice— entre animales y animales, ya se quedó sin efecto. Así que bajate.
—No, subí vos si querés.

Y en tanto oía la conversación, entonce el galio estiró un poco el cuello y miró así como a la distancia, y el zorro, di allá abajo lo miró. Y dice:
—2, Qué 'tas mirando?
—Y, de allá vienen unos dos tipos —dice—. Vienen a mula, con guardamonte, con lazo y todo eso. Y traen unos lindos perros —dice— galgos.
¿ A dónde? —le dice el zorro.
—Di aquel lado.
Pero, el gallo le equivocó, porque los tipos venían del lado contrario. Entonce el zorro le dice:
—Ya que no te querés bajar, me voy. Bueno, ¡chau!
—¡Chau!

Y se fue. Pero a poca vista se encontró con los perros. Da la vuelta el zorro con la colita parada, corriendo, corriendo... Y cuando pasan debajo del árbol le dice el gallo, di allá arriba:
—Che, parate, leéles el decreto —le dice.

Basilio Estargidio Martínez, 65 años. Malligasta. Chilecito. La Rioja. 1968.
Maestro jubilado, dedicado a la vitivinicultura. Nativo del lugar.

"Cuentos y leyendas populares de la Argentina"
Berta E. Vidal De Battini.




miércoles, 5 de agosto de 2009

Voces

Y en el año 2030 se terminó de tender la malla de seguridad A, una demostración de lo que podía generar el compromiso mundial a la solución consensuada del capítulo mas critico de la historia de la especie.

El punto final a las elucubraciones sobre la vida de tal o cual.

 Ya hace un año de esto…

 

Ya no puedo ocultar ni mis pensamientos. ¿Se puede estar más a la vista? Mi existencia se reduce a lo que ven y oyen.

 Soy civilizada, solo quiero que me dejen en paz…

 

La malla lo atraviesa todo. Entra donde quiere y permanece. Ese es el punto. No discrimina estéticamente. No se interesa particularmente.

 No deja pestillo, grieta ni ventana sin abrir.

Al que trate de engañarla le caerá encima la consecuencia.

 Así: La consecuencia.

 

No tiemblo por esta vida que me libera de la sospecha.

Tiemblo por la consecuencia.

 

El vendedor en la penumbra se frotó las manos.

 El coleccionista no pudo disimular su interés (¿Qué fue de ella?)

¡Una chuchería de más de dos siglos! Sin embargo le haré una oferta que no podrá rechazar.

domingo, 2 de agosto de 2009

Mi Invitado del Domingo. Hoy: GUDIÑO KRAMER

Noche de Reyes

Pedro Caraballo pasó el primero de enero tendido al borde del camino que va de Helvecia a San Javier, con sus tres hijas pequeñas de guardia, a la escasa sombra de un renuevo de aromito que por una verdadera casualidad habían dejado sin destroncar los injiñeros que trazaron el camino.
En 'E! refalón del Laurel" dejó los pesitos que había ganado con tanto esfuerzo en la chacra de don Silvano, carpiendo e! maní, y no solamente dejó los pesos sino que se alzó una borrachera de marca mayor, una borrachera que era como un envenenamiento y que después de doce horas de sopor todavía le duraba.
Sus hijas estaban sin comer desde el día anterior. A duras penas habían conseguido arrastrarlo desde el boliche hasta esa sombrita, y ahora casi al caer la tarde del año nuevo, esperaban con verdadera impaciencia el despertar del padre.
Caraballo enderezó su cuerpo menudo, se acomodó la faja y se puso de pie. Era un indio más bien pequeño, de edad indefinida, •de ralos bigotes caídos, saco pijama manchado de vino, bombachas azules, faja de algodón, alpargatas y sombrero descolorido.
Observó a su alrededor con mirada opaca y el rostro sin expresión, y tomando a las hijas de la mano, con la más chica prendida de su bombacha, arrancó a caminar hacia el Norte, por el costado del camino bordeado de gramilla.
El rocío nocturno humedecía los pies de las caminantes y ponía un poco de frescor en la noche bochornosa de verano.
Caminaron así, sin hablar, las chicas con hambre, el hombre con el cuerpo dolorido, la cabeza pesada, recordando vagamente, que no hacía mucho tiempo, tres, cuatro meses, por este mismo camino, con las hijas vestidas de negro, el viejo Aboli rezando el rosario y Sanciona Valdez en el carro, llevaban a la finada para enterrarla en el cementerio de San Javier.
El año anterior habían pasado las fiestas en el rancho de Sanciona; él había llevado sandías pintonas para el pesebre, y la finada ollas y chanchos de barro que había modelado y cocido con esa tierra greda de las orillas del San Joaquín.
Por este mismo camino iba la finada en el carro de Sanciona y él a caballo con las hijas enancadas. Ajá. ¡Sos María nintaré!..
Murió pasmada y él quedó a cargo de las criaturas.
Las hijas salieron guapas, caminadoras, sufridas.. menos mal. A la más chiquita, cuatro años escasos, la llevó a pie desde San Javier al Laurel. Ajá. A pie, una noche y un día entero de marcha. Asaron un cuís y comieron galleta en el Saladero. Y con nada más que con eso, llegaron a la chacra de don Silvano.
El maní estaba tapado de yuyos. Era un campo bajo. La tierra blanda, casi fofa.
Él con azada y las muchachas a tirones, limpiaron doscientos liños, a diez pesos el ciento. Pero comieron hasta llenarse quince días. Cón los veinte pesos alcanzó a comprar cuatro pares de alpargatas, un paquete de velas que lleva la mayor envuelto en un pañuelo y tres riales de masitas... Ajá...
Lo demás lo dejó en el mostrador a cambio de vino y de caña...

Cuando pasaron por el Tacurú, cerca de las diez de la noche, en el galpón estaban de baile. Se arrimaron. Se apretaron contra el portón a curiosear. Las muchachas se fueron arrimando a la cocina, de donde las echaron con malos modos, hasta que don Domingo las alcanzó a ver y les dio un puñado de masitas.
Caraballo se arrimó a la bomba del agua y bebió como un animal sediento. Tomaron agua las chicas también y siguieron.
Al amanecer estaban en el cementerio. No pudieron entrar a esa hora. La chica que llevaba las velas las volvió a envolver en el pañuelo.
Dos de enero. Dos de enero de mil novecientos cuarenta y uno.
Caraballo siguió hasta los toldos del cacique López. Rodeados de grandes tunales y algunas plantas de cañaveral y tártago, los ranchos de López y Golondrina dejaban escapar un humo acre que se confundía con la bruma del amanecer.
Caraballo se arrimó al fogón, entre un torear de perros flacos. Levantando la arpillera que servía dé puerta, López, Mariano López, grande y gordo, saludó a los viajeros.
—Lá...
—Lá...
—Colaka idgabá.
—Güeno...
Y se pusieron a yerbear. Las chicas se habían metido en un toldo, y sobre las pilchas calientes del cuerpo que recién se levantaba, echaron a dormir su hambre, y su cansancio.
El cuatro de enero, Caraballo llegaba a lo de Sanciona Valdez con cuatro sandías pintonas y dos monigotes de barro. El pesebre, a esa hora de la mañana, tenía cierto aire trasnochado. La habitación en que se había preparado el retablo despedía un olor a estearina y sebo, a flores marchitas; a humanidad sudorosa; a tierra removida. El suelo revuelto, el aire enrarecido, demostraban el éxito del pesebre, visitado toda la noche, toda la noche iluminado por docenas de velas, acompañado de viejas paisanas tomadoras de mate y de vino.
Colgó las sandías de una picanilla que sostenía el techo de paja verde y se puso a mirar con curiosidad el famoso pesebre de Sanciona Valdez.
Debajo de esa ramada, quinchada, y enlatada a modo de un rancho, habían hecho un piso de arena, sembrado de caracoles, de muñecos de barro, de ollitas cocidas, de juguetes diversos. Colgaban sandías y tases y burucuyás del techo y bolas de vidrio y candiles de sebo, Con piedras se había hecho una gruta, donde estaba el niño de goma, que a veces era uno verdadero que lloraba y se revolvía o se quedaba quieto, mirando las frutas que colgaban sobre su cuerpo. Los reyes magos, Melchor y Baltazar y el negro, eran de papel prensado, comprados en la tienda del turco Miguel. A su lado lucían los camellos, ovejas y caballos y vacas y asnos de trapo y de madera, y perros de barro, y víboras y arañas de alambre, y una guitarrita, y una flauta de canilla de tuyango. - . Papeles de color, y adornos de serpentina y de plomo de pomo y guirnaldas de enredadera, gajos de paraíso, cortaderas y matas de espartillo, daban un ambiente por demás extraño al pesebre.
Caraballo merodeó por el suburbio del pueblo hasta la noche del 5, la noche de los Reyes Magos, que él sabía que habían venido siguiendo una estrella, montados en sus camellos, hasta toparse con el pesebre donde el niño estaba, apenas de doce días, rodeado de San José y de la Virgen María, de la vaca y la oveja y el caballo, blanco y resplandeciente, sobre un montón de paja.
Él y sus criaturas también habían seguido en su largo camino una estrella, y durmieron sobre el pasto del campo. Y otras veces el aliento del perro y del caballo dio valor a sus cuerpos. Todo esto lo entendía muy bien. Y entendía muy bien que la madre alumbrara a su hijo por ahí, en mitad de un camino. Así nacieron sus hijas. y su mujer estaba, para no ir más lejos, después de un alumbramiento así, allá, en la copa del árbol que emerge sus ramas de un río lleno de sábalos y de pacuses, de dorados y patises...
Esa noche, en un rincón del pesebre, con sus tres hijas pegada a su cuerpo, sentados en la tabla de pino sin cepillar. que rodea las tres paredes del rancho, Caraballo fuma, toma de vez en cuando un trago, se levanta para despabilar una vela, hasta que el vino y el cansancio lo vencen.
Entonces sale, llevándose por delante la noche oscura, aunque cuajada de estrellas, y camina, camina con sus tres hijas por el camino que sale del pueblo hacia el sur, y frente a las tapias del cementerio, cerca de esas tumbas pobres que se cavan en la tierra, muy próximos a la huesa frente a la cual, protegidas por una lata, se consumen cuatro velas, se amontonan a dormir, se apretan sobre los yuyos del campo Caraballo y sus hijas, esa noche del 5 de enero de 1941, que parece una noche lejana en la historia, y es sin embargo la noche común, aunque estremecida de leyenda y poesía, de miles de seres sin trabajo, sin porvenir, sin tierra, sin pan y sin techo, con solamente un cielo con estrellas, una confusa música en el cerebro y una insaciable sed que fatiga la marcha.