miércoles, 24 de marzo de 2010

Botellas

Mientras guardaba las botellas en la bolsa me asaltó un recuerdo que no pocas veces evité felizmente echando mano a algún entretenimiento evasivo de la índole que fuera con tal que no me atrapara esa presión de acero dentado ceñido en mi cerebro.

No pude esta vez.

 Ante la molesta compañía de testigos, sin poder echar mano a recursos que conocía bien, llegando a desarrollar singular y apasionada técnica, quedé desguarnecido y lanzado a rememorar mi lúgubre paso por las mazmorras de la prisión en la estepa.

 El hielo calándome los huesos y las ratas observando mis movimientos para echar el diente cuando la temperatura de mi cuerpo bajara al extremo de la exterior que amenazaba furiosamente desde el respiradero abierto a la intemperie a cuatro metros de mi colchón maloliente. Me miraba las manos a la débil luz de un rayo de la luna llena y el morado de la sangre estancada me subía hasta la muñeca amenazando a los dedos.

La luna que marchaba por el sur con rumbo al oeste despegaría del ventanuco a más tardar en media hora y, ya de día, debía permanecer despierto para vivir un día más cuando esos hijos de las sombras partieran a la busca de otros bocados no tan apetecibles como yo.

 

Cada salida de sol es un nuevo triunfo sobre esta desdicha y un  reto que me señala calcular de nuevo los riesgos y posibilidades de mi evasión apoyado en la pared de piedra hasta el deslizamiento bajo la puerta del té negro y tibio y el pedazo de pan enmohecido.

 

Llegando el mediodía se aparece el gato con el mensaje en el cuello. La tarea de hoy- indica la letra serena- consiste en separar el bloque pegado al pasillo que atraviesa el carcelero en su rutina y, caminando hasta el final, picar el bloque justo en el vértice de la pared lindante con el acantilado.

 No comunica este lugar directamente al exterior, sino a otro lugar interno que permanece solitario como tienda de antiguos trastos.

 

 El plan del desconocido que parecía conocer bien el edificio y que me comunicaba su entusiasmo en cada renglón del papel con un "vamos", "fuerza", "adelante", "no aflojes", se basaba en trabajar sobre la pared que no despertaba sospechas a la inspección. Salir casi por la propia puerta todos los días, para trabajar sobre una roca que me devolvería de nuevo al interior dentro de la misma prisión evitando las salidas conocidas,  era de un alambicamiento que no podía despertar sospechas.

El atardecer azulino del ambiente me provocaba tremendas depresiones que por conocidas y esperadas me disponía a soportarlas. Alternaba en la idea de suicidarme y terminar con esto pero también con un apego demencial a esta vida y el miedo de perderla por un error involuntario. ¡Estaba vivo, respiraba  aún, mis miembros estaban fuertes y cumplía cada día con el extenuante plan trazado! Mas, al caer la noche, me internaba en la zona  mas ruin de mis meditaciones cuando, de la visión de una madre amorosa que me acogía en su seno pasaba a los temores mas lúgubres que me sumergían en la desdicha.

 

¡Mi suerte dependía de un desconocido que se comunicaba conmigo con el auxilio de un gato!

Entonces me pensaba siendo el hazmerreír de un grupo de carceleros que mataban el tiempo divirtiéndose a mi costilla.

Muchas mañanas aluciné  que me aparecía  en el  vestíbulo interior, blanco de polvo, y ante mis ojos desorbitados una mesa donde los apostadores por el éxito de mi misión se abrazaban de alegría levantando el dinero y también las miradas torvas de los perdedores que me auguraban una paliza diaria en ese pozo de aflicciones hasta el último aliento.

 

Carecía de sueños nocturnos, la noche era el dominio de las alimañas.

La mañana eran el te y el sueño, el mediodía el despertar callado, mas  luego desentumecer con algunas flexiones los músculos, blandir las herramientas adaptadas trabajosamente de utensilios varios como dientes pegados en las paredes y un manojo de llaves que trajo el gato en una ocasión, (vestigios de otras épocas y usos del edificio).

Debía cuidarme de mover la piedra hasta dejar de oír la carrera desenfrenada del hijo de un administrativo que, con un jarro de lata, golpeaba contra mi puerta denunciando su paso hasta el fondo que comunicaba a un patio donde dos guardias le franqueaban la puerta para que como de costumbre apedreara a los lobos marinos que retozaban unos veinte metros abajo.

Alguna vez se me ocurrió la idea de anticiparlo en su carrera, introducirlo dentro, maniatarlo y vestido con sus ropas continuar el periplo y  tirarme desde esa altura al mar. Locuras que se le ocurren a los desesperados de este submundo con tiempo para fantasear.

 

Muchos días pretendí que  no lo lograría, llevaba mas de un año de tarea y un domingo, porque contaba rigurosamente las fechas de mi estadía, en un acto de rebelión que me proporcionó infinito placer decidí  descansar, le escribí que deseaba descansar el séptimo y cantar algunas partes de la misa que aún recordaba. Lo hice con letra mayúscula como otra vez que decidí respetar otras fiestas de guardar.

 El gato, el mismo domingo y otros traía colgando una manzana, sin otras referencias. Las manzanas eran frescas, como recién cortadas de un árbol, lo que no hacía otra cosa que generarme más dudas y temores. ¡Pero que podía hacer sino basarme en su solo testimonio escrito! El asunto avanzaba, era  lo que me importaba, y yo intuía el escape muy cerca.

Cuando todo parecía a punto de naufragar  se arreglaba mágicamente, como la vez que casi me sorprende después del mediodía el guardia en el pasillo.

Acomodaba trabajosamente la piedra para devolverla a su lugar, cuando lo escuché refunfuñar  en la escalera de acceso; no tendría tiempo de desandar  mis pasos y volver a ocupar la celda. Entonces ocurrió el milagro, se enredaron sus piernas antes de ingresar al descanso de la escalera por transportar una olla de estofado con que el director nos aumentaba la ración de la mañana con motivo de su cumpleaños. Se escuchó tan brutal el impacto del hombre escalera abajo, que en mi confusión estuve a punto de salir en su auxilio.

 

Me hice tan diestro en el uso del metal sobre la piedra que me juré que una vez en libertad integraría alguna orden de picapedreros que alguna vez leí que todavía existían. La prodigiosa ejecución de los maestros y artesanos que no adivinaron el destino que los siglos preparaban para el fruto sólido de sus sudores, me inspiraban planos en mi memoria  y secretas relaciones de los ámbitos de mi aventura forzada, con diagramas celestiales.

 

Llegó el tiempo de partir y dejar atrás  este enamoramiento. Me tocaba la piel curtida la mañana del día martes, demoré una semana por hacer coincidir con mi cumpleaños número 30. El lunes dejé todo preparado, me guardé la ración del domingo para festejar el último deslizamiento de roca. En realidad lo hubiera echo entonces, pero de lo que encontrara del otro lado no podía depender mi estado de ánimo de ese atardecer y esa noche. Así que lo demoré.

 

El martes todo me pareció nuevo, ni las pisadas del carcelero reconocí. Cuando el joven pasó golpeando su jarro con que gusto le hubiera echo orinar los pantalones plantándome frente a él. A la una dejé atrás el pasillo, ingresé al interior sin novedad abriéndome paso entre los trastos del desván, salí por la única puerta, ingresé a un lugar de escaparates vidriados llenos de botellas de diversas formas y colores con mensajes en su interior, y ratas y gatos embalsamados en soportes de madera, de razas y regiones distantes. Los gatos, aún en su diversidad se parecían en la mirada a mi gato visitante de años.

 

El desconocido que intercambiaba mensajes conmigo salió de detrás de un biombo que dejaba ver su escritorio de trabajo abarrotado de papeles.

Asustado quise huir pero el hombre me detuvo con palabras amables y consoladoras:

Ya no es posible que vuelvan a detenerte, a este lugar no tienen acceso. En cambio si, antes de abandonar este recinto te ruego te lleves aprovechando la ocasión, un recuerdo cercano a tu experiencia como un ejemplar de gato o una rata . Pero si lo deseas puedes elegir una de las botellas, que tienen la ventaje de ayudarte a no recordar esta experiencia. La botella te hará sentir otro, el que arroja una botella al mar pidiendo auxilio.

 

-¿Y, que esperás…querés que arrastre las botellas por la calle, para qué te traje?

-Chola…acercate que no quiero que me escuche…El Randy  anda demasiado despistado…parece sonámbulo… ¿vos averiguás que hace cuando está solo? A ver si se enferma…vos me entendés…a mi me preocupa este chico…deberías preocuparte un poco mas…

- Vos sabés Nancy que el chico no conoce a su padre de quien ya sabés la historia…Me gustaría tener una conversación con él, además de la ayuda miserable que me pasa…Que se haga cargo un poco; pero no me responde…un pecadillo, pensará…yo hago lo que puedo, vos lo conocés a Randy, es por las circunstancias un chico difícil, siempre en su mundo.

-Chola…¿es cierto que…?

- No Nancy dejalo para otro momento, ahí viene con las botellas.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Y Allí Estaba Yo

Recuerdo que llovía, hacía frío, el humo de la olla condensaba en las paredes azulejadas. Ahí estaba él, reluciente de agua el saco de lana y allí estaba yo, y la que solía ser en el umbral de mi mirada.

Pidió lo de siempre, intercambió algunas palabras con el mozo. Alguna vez, hace tiempo, me animé a preguntarle al del mostrador si sabía quien era. Después me arrepentí, al negro le gustaba divertirse conmigo, porque lo que me contó era tan burdo, era tan evidente que me estaba cargando, que mientras me decía que era un asesino con varias muertes encima, me repetía a mí misma que era una tonta al pensar que el negro alguna vez pudiera tomarme en serio en algo.

Ese día de lluvia fue el último día en que lo vi. Le despaché el café mitad café mitad leche con dos medialunas, manteca y dulce, una servilleta de papel parada como una pajarita a medio hacer( que el borroneaba con cuentas y volvía a dejar debajo del plato cuando me volvían los restos del desayuno contra la ventana de vaivén).

Ese día hizo algo que nunca había hecho, dejó la propina en la mesa y volvió el cuerpo para donde yo espiaba tras los visillos, se quedó esperando lo que yo no tardé en hacer, empujar las persianas y quedarnos frente a frente.

Yo sabía que a partir de ese momento no lo vería nunca más.