miércoles, 30 de abril de 2008

Bond, Con "B" De Benganza

PRIMERA PARTE: HORTENSIA, CON "H" DE HODIO

Y ahí lo tengo al pobre, aterido de frío en la salita de recepción, esperando un helicóptero que bajará en un descampado vecino. Le halcanzé hace un momento un mameluco que uso para desagotar pozos y no se lo quiere poner. Prefiere estar envuelto en un toallón de mi servicio de habitaciones. Le dije que solo se lo prestaría hasta el helicóptero, pero este hombre que anda por los 80 largos (no tranquilamente) parece no escucharme. Llegó hará unos ocho días a esta "isla Mayor" distante a 92 km. del continente.

Pequeño es este lugar, apenas sesenta hectáreas desprendidas de la masa verde de Sudamérica. Hace treinta años, época de dictaduras militares, el general Barros decidió extender la oferta turística hasta estas tierras. Los vientos cálidos que nos atraviesan al chocar con las brisas del anticiclón de las azores, convierten a mi isla en territorio de huracanes. Hace dieciocho años, yo, Javier Mercante y Hortensia, mi pareja de entonces, por unos pocos pesos nos instalamos en cuatro manzanas que compramos al banco de Desarrollo Insular. Nos beneficiamos al igual que otros emprendedores con los bonos estímulo, y al concluir el cuarto año, con la asunción del gobierno democrático, todos los beneficios especiales desaparecieron y quedamos a la buena de Dios. En el continente la inflación se disparó hasta los tres dígitos y cualquier reparación o servicio por mas sencillo que fuere, se convirtió en imposible para nuestros miserables bolsillos.

La posada "Nuestro Sueño" que con Hortensia levantamos casi sin esfuerzo, se tornó inviable y la relación de pareja comenzó a tambalear. Con el combustible por las nubes, los pasajes en el único servicio diario treparon un 200 o 300% (y quizás más), agreguemos al cocktail visitantes de escasos recursos con salarios mas deprimidos aún.

La isla fue a la bancarrota sin que nadie de la administración del país se preocupara en lo más mínimo. Siendo además un proyecto de la dictadura anterior, los habitantes pasamos a ser poco menos que cómplices de los negociados bajo sospecha.

Los haños siguientes los recuerdo concurriendo inútilmente a recoger con mi wolkswagen verde todos los días puntualmente a las 11 a los viajeros salvadores. Solo alguna que otra vez descendía por la planchada algún solitario que se entregaba mansa, silenciosamente a mi oferta, instalándose por dos y hasta tres días.

Uno de aquellos, resultó un poeta de vanguardia.

Alojado en la pequeña habitación existente junto al motor del agua (con un descuento del 30%) retomaba todas las mañanas el camino que conduce al depósito de barros cloacales, (único sostén económico del antiguo vecino Nicholas Mendes, que viendo en caída libre su proyecto del Hotel Casino, vió una tabla de salvación en aceptar contratos del continente para el pestilente uso de sus tierras.)

El poeta resultó un líder carismático del "taller de poesía hermética" y vino a suicidarse en mi posada, cinco días después de su arribo.

Desde entonces y como suele suceder, la hisla y el cuartito que ocupó el ilustre escribiente se convirtieron en sitio de peregrinación.

Conseguimos revertir gracias al echo penoso, nuestra estadística en rojo; no tanto por la presencia de fanáticos del literato, sino por la corte de periodistas y técnicos de la televisión más los escribas de los principales revistas semanales.

Aquellos, (gran parte) preferían armar carpas y organizar grandes tenidas en la calle que terminaban a los botellazos por una coma o una consonante que sonaba natural.

Como la efervescencia duró un año aproximadamente y soy un tanto curioso, llegué a comprender bastante sus discursos y muchas veces reconocer de la importancia que suponen discusiones que el vulgo (como yo lo era) juzga socarronamente por desconocimiento.

Una vez, en mi propio buffet, durante el desayuno, (cuyo precio habíamos reducido de siete a cinco pesos gracias a un embarque de naranjas que quedó varado por asuntos administrativos en la isla) separé a dos poetas que se enfrentaban, uno muñido de un atizador del hogar y el otro con el cuchillo de la manteca por una disputa referida a los peligros de una cosificación del arte entendida mas como hobjetualización que como hobjetivación.

Yo me puse del lado de quien suponía un peligro que el hombre sea considerado un objeto para adaptar a determinados mecanismos en su relación hergonómica con la máquina. De una patada le hice volar el cuchillo de la manteca y mi aliado aprovechó para sacudirle el atizador por la cabeza.

Las finanzas se acomodaron un poquitín con la demanda, pero como el diablo siempre mete la cola, la relación con Hortensia se pudrió definitivamente.

Una periodista de chismes que investigaba la relación tortuosa de una cantante de Rock con el poeta pasó buscando datos y se alojó una semana. Tuvimos algunos fogosos encuentros en los horarios en que Hortensia salía con el Volkswagen a visitar a su única amiga Teodora, la viuda de un teniente paracaidista que se instaló por la misma época que nosotros y con la depresión no tuvo ánimo de volverse al continente.

Descubrí que la periodista de chismes también se satisfacía con el chico que vendía el kerosén para alimentar la usina y en un arranque que yo atribuyo al despecho una tarde entre las sábanas le despaché eso de que "Si mi hija fuera prostituta y me pidiera volver a casa la perdonaría, pero….." No me dejó concluir, temblorosa encendió un cigarrillo y al otro día marchó al continente.

En sus notas quedó reflejado un ambiente tenebroso en que "la presencia del enigmático posadero (que era yo) acostumbrado a las reyertas y hocupado en hostigar a las mujeres que no ceden a su permanente acoso sexual ameritaban un nuevo peritaje del cadáver para acreditar seriamente si se trató de un suicidio."

Hortensia, necesitada por entonces de una buena coartada puso el grito en el cielo. Me tiró mis pertenencias a la calle y por entonces comencé a vagar dispuesto a recuperar la parte del capital que me correspondía.

Un tiempo más duró ese veranito tibio de módica bonanza que trajo el suicidio del poeta.

No lo pasé tan mal durante esos meses a la intemperie, seguían llegando escritores de talleres literarios que sabían conjugar el hambre de metáforas con la glotonería genital.

Patricia, Eliana y tantas más me hicieron confiar sobremanera en mis condiciones de poeta, (sin buscarlo representaba para ellas el "escritor isleño") con una aureola de mago tal que un visitante me contó que Shakira estaba por poner música a mi poema "Atardecereólico",en el que discrepo y defiendo a voz en cuello la necesidad de buscar dentro de las formas expresivas un método que busque un fin visual más que la expresión del fin citado.

Con los ojos colorados de alcaloides asentían a todo,¿es que mi gran momento había llegado?

Pero el hambiente literario es voluble y desconfiado. Amante de la novedad, al año justo se replegó y adhirió a otras corrientes en boga que permitió conocer el dólar y el euro baratos que equilibraban monetariamente una semana de turismo toxico en mi isla con unas vacaciones en el mismo barrio en que Kafka tuvo su buhardilla.

Todo volvió a la hediondez del pasado sin visitantes y Hortensia que me hodiaba repartió los bienes a su arbitrio.

Como una concesión de su majestad, me cedió uno de los tres terrenos y ella puso en venta los otros dos para mudarse al continente.

Me encapriché entonces con asentarme en el lugar para alguna vez ser reconocido como poeta de ultramar.

Mientras tanto la pesca era inexistente por la polución del vaciadero, pero viviría miserable pero tranquilamente de la ayuda social que me correspondía por habitar en zona de frontera que determina un bono asistencial por cada kilómetro de distancia a un ospital troncal o a un centro educativo.

De esta etapa de soledad son versos como este: "Hortensia, embra heréctil, apretada a mi te llevo, engarzada en mi diamante que te ofrece un filtro de amor para que olvides…."

Una mañana, el sol pareció decirme que la modorra terminó asomando a mi barraca que harmé en el baldío de mi eredad.

Esta vez no me pareció reconocer la imagen de Hortensia en el ventanal de la posada "Nuestro Sueño", que alguna vez fue también mía.

Y no me engañaba porque Hortensia parloteaba con su amiga, la viuda del paracaidista que le tenía jugosas novedades.

Como siempre los gobiernos democráticos transitan la paradoja, esta vez localizarían en la Isla Mayor una base de las más importantes de nuestra marina de guerra.

La construcción empezó inmediatamente y con el personal dedicado a la instalación que comenzó a llegar, Hortensia vino a ganar mucho dinero con la posada ocupada a pleno y cobros que retiraba semanalmente de la estafeta.

Mi pensión estaba a punto de cortarse por quedar fuera del plan de emergencia y con mis pocos ahorros puse en funcionamiento el "Albergue Marymarimbaud" con miserables tres habitaciones. Después de colocado el cartel, me llamó Hortensia para mofarse del "nombre tan estúpido" y para enrostrarme las novedades: Construiría diez abitaciones más con idromasaje y televisión satelital. En escasos dos meses hospedaría a la plana mayor de la base que seguirían las obras estableciendo un comando en la suite principal del renacido "Hotel Hortensia".

Con una risa burlona se despidió.

Pero en principio no le fue tan bien, pues la llegada de los jefes superiores demoró un haño más y durante ese tiempo sus flamantes comodidades permanecieron sin uso y en cambio, ¡Si las mías con dirigentes de Green Pache opuestos a la nueva obra y cantidad de militantes ecologistas que se establecieron con carpas en mi patio!. Llegué a tener más de treinta clientes con pensión completa que me obligaron a tomar al muchacho del kerosén como dependiente para servir la cena.

El hodio, a Hortensia, casi termina por enfermarla.

A mi , el entusiasmo me llevó a contemplar hampliaciones . Planifiqué hasta un espacio Boudelaire y otro con hambiente mediterráneo y otro en onor a un escritor Cortazariano que una vez handuvo de vacaciones. El acuario , el bar, con comida típica andina y un recinto para camas solares y todas esas cosas que se nos ocurren cuando la vida se asemeja a un vientre materno.

En la isla desencantada creció el interés inmobiliario, pero Hortensia había pasado a nombre de una sociedad anónima todo lo posible de traspaso, (de sus socios se comentan muchas cosas).

¡Pero yo era el beneficiario del rebote de la bonanza, todos los opositores al poderoso emprendimiento instalaron su cuartel en "Marymarrimbaud"!. Desde el partido socialista obrero hasta la "fundación verde costa" que puso a sus militantes para impedir el paso de la mezcladoras de cemento.

La obra al fin se realizó .

Hortensia, dueña de casi todo lo existente creó una ciudadela digna del más famoso cine de acción bélica. Parques de diversiones, casino, shopping de rezagos de guerra. Enormes prostíbulos hasta con calles por el estilo de la zona roja de Ámsterdam. Al fin de cuentas para Hortensia nuestra isla no era como territorio más desangelado que Las Vegas.

La gente ama el ruido y el relajo y los barcos de línea se hicieron asiduos de "la isla de la base", como la llamaban.

Yo en mi modesto terreno de ochocientos metros cuadrados poco pude hacer pero me mantuve firme en mi sino y busqué contrarrestar tanta Sodoma sin gracia que me rodeaba. Lo hice como dice la canción; a mi manera. Conseguí un contrato para recibir contingentes de halienados crónicos, psicópatas etc.

Siendo por muy buena paga, enrejé cuatrocientos metros cuadrados de mi propiedad. Las salidas por la isla eran programadas con hantelación y para ello contrataba vehículos de la guardia penitenciaria que se ganaban unos pocos pesos extras por la custodia.

Pero maté por mi sensibilidad artística a la gallina de los huevos de oro: Una noche permití que salieran de juerga tres pacientes que a mi me parecían de lo mas normales:

Conversábamos sobre el Ready-Made de Duchamp. (Me reprocho no caer en la cuenta de la peligrosidad de uno de ellos cuando pareció molesto durante un juego de palabras).

Alguien pronunció fresch widow y yo me adelanté a responder french window.

Me pasó desapercibido el notable malestar del más formal que tomó unas tijeras de la mesa y se puso a juguetear con ella entre sus manos temblorosas.

Esa noche mataron a un marinero y lo descuartizaron, se refugiaron en uno de los innumerables bares de Hortensia con las armas del muerto y unas granadas que robaron en un puesto de centinela. Fueron desalojados después de dos horas en que tuvieron en vilo a las fuerzas del orden y aterrorizados (y fascinados) a los turistas.

Hortensia dirigió la atención del servicio de inteligencia sobre mi conducta.

Sobrellevé un juicio largo y costoso pero un brillante abogado me hizo zafar de la pena.

Consiguió acreditar mediante testigos que las rejas colocadas se ajustaban a las directivas municipales y que los asesinos escaparon trepando por ellas luego de suministrar un anestésico al cuidador nocturno (el chico del kerosén).

Me vi libre pero sin ánimo de progresar.

Deshice mis sueños y no tuve en adelante más provecho que el que- ¡ahora si!, Hortensia me dispensaba-situado como quedaba yo,por debajo de ella, aprovechando sus migajas.

(CONTINUA ESTE DOMINGO).

Los dibujos pertenecen a la serie "Desmisteriadores" de Hugo Andrés Simkin (¡Gracias Hugo!)

domingo, 27 de abril de 2008

Mi Novia De Saturno

Me puse de novio con una nativa de Saturno y mis padres estaban muy contrariados con el asunto. Les preocupaba un viaje tan largo habiendo tantas chicas y chicos lindos en la tierra. También les provocaban insomnio las bandas de muchachones Uranios con fama de odiar a todos los terrestres por despectivos, fanfarrones y encriptados en la tradición de clases.
Ya en el primer viaje de visita a la casa de Carla, mi novia de Saturno, tuve un episodio desagradable y precisamente en el planeta Urano: Nuestra nave fue bombardeada por una lluvia de meteoritos y debió bajar en este planeta temible para reparar fallas.
La escasa hora de espera la entretuve nerviosamente en un bar de la "Cadena Galáctica" para mayor seguridad.
Me senté cerca de una pareja con niños. Surgía evidente su filiación marciana por el aspecto Bradburiano y ese talante alucinado de estar siempre viendo manzanas doradas aún a la luz neonina. Al igual que sus hijos de entre diez y doce años mostraban manos callosas de los campesinos que se dedican a cosechar el hongo de manera orgánica.
La mujer del planeta de los ojos rojos me descubrió inquieto y me dirigió un -¿Está todo bien?- Le contesté que mas o menos pero su solicitud disipó por un momento el temor que sentía de ver aparecer en la rampa del bar una banda de forajidos uranios dispuestos a divertirse con sus navajas en mi cuello.
La señora alucinógena me alcanzó unos sombreritos secos del fúngico que portaba en la faltriquera y así mi mente se disparó en una lluvia de colores por un camino que me llevó presto al esperado encuentro de los sueños con mi Carla, vestida de encajes con pedrería como una vestal de Saturno.
La euforia me dominó y pedí sediento un batido "Arco Iris"de frutas del país ". Al recipiente, de medio galón uraniano lo empiné hasta dejar blanco el fondo.
Y lo ocurrido luego me lo merecía por aturdido.
Desde pequeño sé que el agua de Urano es infecta y solo la toleran los nativos.
Una diarrea atroz me sobrevino a la anterior languidez y el efecto me llevó en media hora al menos cinco veces al baño, hasta casi arrastrarme poseído como estaba por ese viaje frenético. La marciana, de nuevo advertida del descalabro me ofreció otro hongo disecado de sombrerito de tintes violáceos y empecé a componerme.
Yo no sabía si agradecerle a quién a fin de cuentas me había ocasionado la descompostura.
Y aquí terminan los episodios desagradables en que tuviera que ver Urano en mi vida, a pesar de tantas historias escuchadas de uranios violadores, ladrones y asesinos.
Viajé cuatro años a Saturno, lo que duró mi noviazgo y nunca tropecé con tales bestias planetarias.
Cuando terminó la relación con Carla, yo me alegré, por otros motivos.
Me cansé de viajar los fines de semana y no soportaba más al padre de Carla.
Descendiente de la clase pudiente que emigró al planeta cuando se licitaron los exclusivos condominios en los satélites de Saturno, se esmeraba en ponerme en ridículo cuando compartíamos la mesa los fines de semana.
Tenía la estúpida costumbre de ordenar que detuviéramos cualquier movimiento en medio de la masticación o deglución, era su broma preferida. Yo siempre me rezagaba dos segundos hasta quedar congelado en una posición, por lo cual resultaba siempre perdedor.
El juego tenía un castigo para el perdidoso:- Cargar las sobras durante la sobremesa hasta el pantano artificial donde habitaba un cocodrilo importado de La Tierra.
Carla me contó que vio echar una vez al cocodrilo a unos uranios que entraron a robar a la casa y fueron sorprendidos por el personal.

No se si será cierto, pero a su padre lo escuché muchas veces despotricar contra los venusinos maricones, los marcianos faloperos, los uranios criminales, los mercurianos estafadores y los neptunianos cochambrosos.
Por los terrícolas profesaba un odio que descargaba en mí como tomadas de pelo y sentencias varias.
También aludía a nuestra inteligencia deficiente producto del efecto invernadero que calentaba nuestros cojones y quemaba nuestras neuronas.
Terminaba las chanzas con una sonrisa de oreja a oreja, similar a la mía del día de la despedida cuando le ofrecí al cocodrilo a su gato mascota Poly y todavía lo debe andar buscando.
Porque el sistema solar nunca se detiene y los planetas giran debo contarles que casualmente mi hermana Mirta se casó tiempo después con un uranio retacón y simpático aunque un poco pendenciero pero buen yerno y le dio a mis padres cuatro nietos y a mi cuatro sobrinos que hacen las delicias cuando durante nuestro verano vienen de Urano de visita y no dejan un vidrio sano en toda la cuadra.
En cuanto a mí…bueno…en otra les cuento.

miércoles, 23 de abril de 2008

De Vuelta Del Fin Del Mundo

Remando durante días llegamos al fin del mundo y pensaba quedarme en el fin del mundo si no hubiera sido por Jorge.

Jorge es mi hermano mayor y tiene síndrome de down.

Nuestro padre, Rodolfo, apenas nació Jorge se entusiasmó con la posibilidad de que en pocos años tendría un tripulante para su embarcación a vela.

Hasta antes de cumplir los dos años papá le enseñó   a decir, patrón y tripulante antes que pa y ma.

Mamá, según me contó una madrugada en que volvíamos de una fiesta hace unos años, (seis o siete meses después de la muerte de papá) que intuyó algo y vivía con pesadillas durante el año en que le dio de mamar. Me dijo que vivía con el miedo pintado en el  rostro cuando en el muelle del club   ponía reparos para no permitir que Jorgito tomara frío o sufriera algún mareo. Mi padre, molesto aceptaba las excusas que  impedían que Jorgito se fuera familiarizando desde tan chiquito con la actividad. Recordó también que la  frase que le repetía como una letanía era "¿Qué te pasa? Y ella respondía "nada, nada" que lo hacían ofuscarse y desaparecer del club solo en el velerito hasta el atardecer.

Y tres años después de mi hermano llegué yo. En medio de la desdicha por la curiosidad  de los otros, chicos y grandes ante los ademanes desgarbados, la mirada bamboleante, la risa-mueca y el gruñido lastimero de mi hermano y el terror que conmigo la historia volviera a repetirse.

Pero conmigo fue distinto y con el tiempo, sin las aprensiones de mamá  y con el oficio de diseñador industrial de papá que le dejaban mucho tiempo libre aún entre semanas, el club náutico se convirtió en nuestro refugio.

Jorge, a quien al  principio no le permitían alejarse de la cabaña, (mientras que yo con Rodolfo, mi padre, practicaba las técnicas de aparejar y arbolar el palo.)Cuando pudo zafar de la tutela

visitaba a todos nuestros vecinos y pasaba largas horas jugando con los otros chiquitos .

 Su simpatía le agregaba amigos siempre, y cuando aquellos crecían, jamás dejaban de verlo o llamarlo.

 Por cuestiones de educación diferenciada concurrió a un buen colegio que lo entrenó con recursos para sobrevivir en la selva del mundo que nosotros los "normales" desconocíamos. Para nosotros con la "conciencia de si" y el sentido común parecía ser más que suficiente.

Pero el "natural" devenir de las cosas era su límite. Una noche sentí llorar en su habitación, al entrar lo hallé desconsolado, temí que le hubiera ocurrido algo grave.

El motivo de desconsuelo era que durante la tarde una compañera de curso le había colocado una cintita roja en la muñeca y al ducharse en el colegio se la sacó y la perdió.

A la noche en casa no quiso comer y se fue a dormir. Mamá que lo conoce más que yo me pidió que esa noche pare la oreja. Y Así fue que me quedé toda la noche en vela con el. Se quedó mirando el reloj sentado en la cama envuelto en una bata. Cuando se hicieron las ocho lo acompañe a la mercería de la esquina a comprar un metro de cinta roja del tono exacto de aquella.  Cuando volvíamos a casa parecía más confundido y temeroso. Ahora debía fingir ante su compañera, mostrar , hacer patente que la cinta estaba en su brazo, anudada igual, aunque poco caso me hizo cuando por insistir tanto le respondí con bronca que ella jamás le hubiera hecho ese nudo doble de marinero que el me mostraba. Cuando pasé por la universidad, las nuevas amistades, las costumbres diferentes, los parciales, los finales y el sueño acumulado me mandaban a la hamaca paraguaya y solo podía decir que los veía a los tres pasar a mi lado. Jorge (y cosa que me daba risa), lo hacía en puntas de pié, aparatosamente para no despertarme,

Cerciorándose a veces de cuan profundo era mi sueño apoyando su nariz casi en mi boca y yo escuchaba su ronca respiración, tensa, expectante. Si sentía que despertaba, me preguntaba, tres, cinco, diez veces si pensaba en comer.

Mi padre ya no me esperaba para embarcarnos y hasta Jorge, cansado de dar vueltas a mi hamaca salía como su tripulante y se había convertido en ayudante de los buenos.

Cuando murió papá, fue un golpe para todos.

Recordé haber ido con Jorge, mamá y mi novia de entonces a la fiesta de despedida de la fábrica automotriz en ocasión de su jubilación.

Cuando le entregaron la plaqueta Jorge lo abrazó emocionado y se metió a todos en el bolsillo cuando echando mano a su entrenada y prodigiosa memoria, nombró a todos los compañeros de Rodolfo por el nombre y graciosamente como era su costumbre ensayó un discurso de los de su especialidad, tomando el pelo  a su papá resaltando sus tic y malos hábitos cotidianos en una caricatura festiva.

Mientras mamá temblaba de pavor, Rodolfo se veía seguro, distendido, orgulloso de su hijo.

Jorge no quiso ver más el velero. Mamá se encerró en su casa de la ciudad y yo que frecuentaba a los amigos del club me comprometí a traer a Jorge siempre que pudiera y en otras ocasiones a que lo pasen a buscar ellos mismos. Así Jorge volvió al club y de a poco mamá también. Unos chicos vecinos viendo el gusto de Jorge por remar le regalaron un bote.

Y muchas veces por las tardes remamos juntos y solíamos regresar al club cuando en la orilla del río se veían las lucecitas y el sonido como  una brisa larga de la música de las casitas entre el monte.

Seguía yendo al colegio y se puso de novio. Entre mi madre y la de la novia, bastante menor que el y que se llama Sofía, se pusieron de acuerdo para evitar el embarazo.

Yo lo veía tan bien que me despreocupé bastante y empecé a frecuentarlo más esporádicamente. Utilizo adrede el término que suena a prospecto de medicina.

Me puse a trabajar en una empresa naviera en la parte de mantenimiento y la obligación me llevaba a viajar permanentemente a Bahía Blanca, Rosario, Valparaíso, Puerto Montt o donde fuera. Para colmo me había puesto de  novio en Córdoba y estaba por casarme. Una noche tomé demás y a las tres de la mañana partí de Córdoba con mi novia para Buenos Aires. En la ruta 9 chocamos  la parte trasera de un camión detenido.

Mi novia murió y yo tuve una convalecencia de un año de la que no quedé bien.

A Jorge las enfermeras tenían que echarlo de mi habitación, siempre a mi lado y reemplazando a mi madre.

Por entonces formaba parte de una cooperativa que fabricaba todo tipo de adornos en papel maché y según mamá por mi accidente abandonó la actividad aunque los demás lo reemplazaban en el esfuerzo hasta que volviera.

Cuando salí de alta mi vida estaba rota en mil pedazos y Jorge insistió como sabe hacerlo él para que fuéramos a remar al club. El lo haría por mí. Yo acepté a regañadientes  y cuando me ayudó a sentarme en el bote, me preguntó con un entusiasmo que buscaba fuera contagioso: "¿A donde vamos?"  Y se puso a jugar pícaro con un remo. "Al fin del mundo" contesté.

Dicho y hecho. Jorge remó y remó y la orilla desapareció y llegamos al fin del mundo.

Una tierra como cualquier otra. Se sentó en una roca y me pareció que desfallecía, la respiración se le entrecortaba. Cuando cayó de espaldas en el suelo me desesperé. Terminé haciéndole respiración boca a boca. Cuando volvió en sí me preguntó: "¿Y ahora que hago?". Le dije "nada, ahora nos volvemos." "¿Adonde?" Me dijo. "Al principio del mundo, y yo te llevo". Le respondí. Y me dio un abrazo que casi me vuelve a fisurar las costillas.

domingo, 20 de abril de 2008

Una Visita a Don Lorenzo

Una semana llevo ya de estancia en Buenos Aires, requerido por afectos personales que me impulsan cada enero a efectuar esas rondas que refuerzan los vínculos.

En este tren, no me extraña asimismo recibir las muestras de ese odio pertinaz,  que acostumbran instilar algunos personajes de maneras y trato angélico; condescendientes hacia mi persona hasta un límite que torna difícil que yo no descubra el rastro del regodeo habitual entre la calaña.

Evitaré extenderme en cuestiones enojosas para contar que en el día de ayer, sábado, visité la mansión;( me gusta nombrarla así a pesar de lo reducido del espacio), de mi querido Lorenzo F.

Entre la abigarrada decoración abundante en gobelinos del siglo dieciocho con motivos que parecen disputar a muerte ese espacio de dos por dos que remata en un sofá cama salpicado por la convivencia con una pileta para trastos, identifiqué los rostros queridos de Micaela su difunta mujer, su hija María Celeste y otros amigos en una foto tomada en una visita a la quinta del General.

 La imagen congela para la eternidad al general con los brazos abiertos conteniendo paternal la escena completa y mas lejos una hilera de tipas florecidas y varios uniformados atentos. Lorenzo avanza despegado del resto con impecable traje cruzado y sombrero en la mano izquierda a la altura de la cadera.

Lo miro y comparo esa figura con este otro hombre que me dobla en edad y ahora enjuaga dos vasos. Aquel con bien plantada autoridad y este otro de calzón corto y unas hawaianas calzadas en unas medias de lana.

Cualquiera se preguntaría que hacía yo en esa casa, pero a la vez otros, los sensibles, acordarían conmigo en la necesidad de renovar la sujeción afectiva que menta la huella imborrable de la felicidad o del espanto compartido en algún momento único.

 

Habiendo echado a un lado la madera balsa y el pegamento de su actividad principal de aeromodelista en ejercicio, cierra el ojo, cómplice:

 -Ves aquél, (y me señala un aeroplano enorme que cuelga del techo) fue concebido entre las angustias de la cárcel, "donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido su habitación"- estas frases las repetimos a coro y los ojos de  Lorenzo se iluminaron.

Muy bien, hombre,-le dije- tiempo ha solías reír de esa manera.

Me estoy copiando-señaló desde  la ventana hacia donde se yergue un edificio vecino en construcción.-

Empezó a renguear después de servir dos vasos de Vodka y se tiró en el sofá.

Se tomó entonces la planta del pié derecho, frunciendo las comisuras de los labios y adoptando un tono magistral como en sus tiempos de jefe de cirugía del Central y pasó a explicarme de sus dolores.

- Me quieren controlar la glucemia, cuando sé perfectamente y se los tengo dicho, que el problema es del flexor accesorio. Para recuperar movilidad con un injerto bastaría pero bueno...es claro que aprieta contra los lumbricales…en fin…que opinás-…Le miré el pié y me abstuve de contradecirlo.

Hablamos de todo un poco y se tomó otro vodka  mientras se vestía; volvía a desordenar el bricolaje por el cuarto y buscaba la llave antes de partir conmigo hacia el café de la esquina donde apuraríamos otro trago y el cenaría mas tarde.

Pasamos por la obra en construcción de donde partían sonoras carcajadas.

-Que sociedad necia la que vivimos ¿no?- Me disparó mientras se apoyaba en el rellano para tomar aire.

¿Por?

Ahora todos prefieren creer que esta gente anda siempre a las risotadas porque no son ellos los que trabajan…

¿A si? (lancé una carcajada) Y si no lo hacen los albañiles, quien…

-Unos geniecitos que solo ellos pueden traer porque les hablan en un idioma que comprenden, algo propio de las zonas de donde son naturales. Se les encariñan y como no les cuesta el esfuerzo porque no sufren el cansancio de los humanos les realizan todo el trabajo mientras ellos jaranean día y noche…Abrase visto semejante pavada en que todos se han puesto a creer a pie juntillas…Que sociedad…han decidido inventarse anteojeras para todo…dicen los encuestadores que el setenta por ciento de la población cree que esto es cierto… ¿Qué opinás?...

No sé, yo no creo en las estadísticas.-le respondí mientras nos sentábamos en el boliche.

miércoles, 16 de abril de 2008

La Orilla Vecina

El viejo no sabe de mi fama.

Calza  una gorrita con publicidad de jubilación privada en la visera, se sienta en un banco del lago de regatas y despliega un objeto multicolor cuya base son tres envases vacíos tapados y ajustados con cinta y un tattersall de parque de diversiones en miniatura sobre la base. Parece una de esas obras que como la nueva escultura de reciclaje o "instalación" prosperan en el malba o en los antiguos claustros de la hoy posmoderna Recoleta (de los recoletos) centro cultural.

Pero no. El hombre despliega el ingenio y con dos molinillos de viento, de los de cualquier fiesta infantil lo deposita en el agua.

Yo a esta altura dejé de observar las crías de garzas que vinieron a hacer nido en las palmeras de la isla principal y me detuve a observar definitivamente como el hombre enganchaba de la popa ese catamarán con Kermesse flotante- largos hilos amarillos, verdes, rojos cerrando el contorno- a una cuerda plástica unida a un carretel desproporcionado.

Me sonrió y musitó: María Clara…

Yo que no escuché bien, pregunté, ¿tiene nombre?  Y el –no, no tiene novia, se llama María Clara- Viento noreste…-aseguré- Así parece, dijo.

El barquito avanzaba a impulso de los molinillos y pregunté. ¿Con molinos más grandes, probó?   Si, pero me cuesta mucho transportarlos.

 El catamarán había llegado al medio del lago.

¿Lo hizo andar en el río de la  Plata?

No tiene gracia se pierde mucho de vista por el oleaje y además suelto el hilo y… ¿hacia donde?... No hay límite.

Acá tengo límite, la otra orilla. Tierra, agua, tierra; pasa cerca de un árbol seco,le aletea encima una garza... Hay que tener un límite.

Cuando me despedí me saludó con algo que hace tiempo no escuchaba: ¡Ah, y gracias por sus palabras!. 

domingo, 13 de abril de 2008

Encuentros Contracturados

 No hice otra cosa que manotear un sobre de diclofenak vencido que dormía en un rincón del botiquín. La ayuda médica llegó bien pronto esa noche de lluvia intensa en un día de invierno crudo del mes de mayo.

 Con botas negras e impermeable, los dos hombres con barba de tres días y cara de no haber ya nada en el mundo que les provoque asombro, intentaron que quitara mi hombro del zapatero del placard, la manos agarrotadas del segundo cajón, (el de las medias), y las piernas hechas ovillo de debajo de la mesa de luz.

En esos  veinte minutos desde el llamado a la emergencia y hasta la atención de los dos hombres, mi madre me diagnosticó un ataque cardíaco, una piedra o varias, de las estriadas, en el riñón y hasta el uso de drogas  por haber concurrido esa noche a una fiesta universitaria, reconocidas por la policía y la salud pública como de nivel de riesgo 3 sobre cinco.

(Pura leyenda, son fiestas aburridísimas donde la gente no para de hablar de política, concursos y de todos los otros temas que se deben evitar para sostener una velada agradable.)

Me suministraron betametasona, la caja quedó vacía a los pies de la cama. Y el dolor ya no fue intenso como al principio.

El trauma vino de una torsión inconveniente durante la mañana del mismo día.

Yo paseaba por Palermo con dos perros, el mío y el de una diosa de pelo castaño que en top fosforescente impartía clases de aeróbic sobre la pared sur del " monumento a las víctimas del semáforo desconocido" de Libertador y plaza holanda.

De puro baboso me sucedió. Tenía el perro atado a un árbol mientras daba clases a transeúntes por cinco pesos la hora. Se dirigió a mí con una sonrisa: ¿"Querés incorporarte al grupo"? me preguntó con ese aire de bien atendida que suelen tener estas potras que se dedican a la profesión.- No…en este momento no, contesté mientras hacía ademán de mirar estúpidamente la hora. El sábado…seguro…

Cómo para devolverle la atención le pregunté: ¿No querés que te pasee el perro un rato? ¡¡Dale!!... contestó.Así que tomé por la correa al gran danés y con mi cruza (de setter y bretón) emprendimos el recorrido que no debía de llevar más  de media hora según acordamos.

El perrazo era ingobernable, a los veinte minutos estábamos de vuelta y ella permanecía sola frente a la glorieta haciendo unos ejercicios "para soltar", porqué según dijo, terminaba con contracturas  por el seguimiento visual del trabajo de los alumnos.

-¿Y, como se portó Ronnie?

-Bien, tira mucho pero  es un santo…(y no sé porqué mierda se me ocurrió hacer un ademán maricón de que me había resentido el hombro)

-Aflojaaaa,…. me dijo masajeándome no sé porqué motivo las últimas lumbares con dos dedos  larguísimos.

-"Tenés que fortalecer los oblicuos y los flexores de la cadera para compensar el esfuerzo al que sometés los tríceps y los músculos del pecho, no tengo dudas que sufrirían menos tus hombros. A ver probá suave por favor y con mucho aire inspirando y expirando suavemente, de rodillas, te echás hacia atrás y  apoyás  las manos, con el cuerpo recto y sin dejar caer la pelvis……"

No…no, es que me tengo que ir, el sábado vengo a la clase, ¿10 o 10.30?

-¡A las 10 te espero, te agradezco un montón el paseo de Ronnie! –

La dejé con sus estiramientos y como "chasco" mi perro estaba muy sediento me detuve frente a la fuente de "la Venus del baucher" y me puse de rodillas a practicar el ejercicio que me excitó bastante porque no podía quitar de la cabeza a "Pato" tal el apodo de la profe de enrulados y largos cabellos con reflejos. Como siempre el primero que se da cuenta es el perro que empieza a abrazar frenéticamente las caderas de su amo como para auto invitarse  a no se que coño de fiesta. Lo alejé con un certero ¡fuera! pero descubrí que no le hice caso a Pato en eso de no dejar caer la pelvis.

A la noche en la fiesta del claustro tal como conté sufría una ligera molestia lumbar que yo atribuí a mi empeño por no delatar mi baja estatura sentándome en el apoyabrazos de un sillón Felipe segundo y escondiendo mis cortas piernas en una contorsión detrás de la humanidad de una morocha con anteojos gruesos de los que seguramente copió de los sesenta de Simone de Beauvoir y que ya nadie usa, (sí los de marco tipo Barbarella o Sofía Loren) esta acotación viene a que trabajo hace unos años en una óptica.

No intercambié en la reunión más que unos mensajes de texto interesantes y la eterna y aburrida discusión con trostkistas de la facultad de folklore.

Volví a casa a eso de las dos bastante dolorido y tuve la pésima idea según el facultativo de darme un baño caliente. Salí casi arrastrándome y lo demás, parte no quiero repetirlo y otra prefiero no comentarlo porque uno en esas condiciones es capaz de las mas pusilánimes actitudes. Cuento una: El diclofenak al que eché mano para cuando la guardia me atendía ya me había permitido al menos respirar y no apelar al llanto para comunicarme, pero ante estos dos hombres que venían de atravesar el diluvio yo me veía obligado a permanecer grave.

Los tipos se fueron sin más indicaciones que la aplicación de otras dos inyecciones en las próximas veinticuatro horas,mas descanso y prohibidísimo retorcer la columna.

Los seguí al pié de la letra y de allegados recibí otras recomendaciones.

La que más me sedujo al principio fue la de asistir a un club de literatura donde contaban con un servicio de kinesiología de los más importantes del país.

Fui algunas semanas, pero me lo pasé en el hidromasaje  más que nada, pues el médico que me atendió me habló de un probable desplazamiento de disco que me asustó bastante.

Dejé de ir y me sometí a un tratamiento con piedras curativas. Una de ellas que la especialista calentaba en el microondas y luego me aplicaba caliente envuelta en una toalla me aliviaba bastante, porque el dolor no inmovilizante pero presente con el cansancio nocturno y el frío despertar me amenazaba la salud del estomago y el hígado con la frecuencia de los antiinflamatorios por boca.

Evité en lo sucesivo los encuentros con Pato la profe de gimnasia por no saber como contarle lo sufrido. Me desvié con "chasco" por otros senderos los días sábados hasta que el malestar fuera historia.

La miraba de lejos y con nostalgia ante la audiencia de 15 a veinte personas y con Ronnie atado. Chasco primero se frenaba pero después se acomodó al nuevo recorrido.

Un día encontré en el sendero de robles  a una amazona vareando un caballo tostado, chasco que es un perro juguetón se puso a ladrarle y el animal se espantó.

La mujer lo dominó con facilidad y yo me deshice en disculpas.

No las aceptó, insistiendo en que los animales son impredecibles en sus reacciones y mi perro era muy simpático. Me sedujo de inmediato y eso fue lo que me decidió a aceptar su propuesta. Cuando en la charla le hablé de mi malestar me indicó que lo mejor para los problemas de discos era la cabalgata.

 Me alquilé por horas una yegua mansa de crines doradas para el sábado siguiente y me aparecí cuando Pato terminaba la clase.

Me saludó haciendo de lejos un pianito con los dedos y me invitó a acercarme.

Tuvimos una charla de una hora, Pato es de conversar largo, pude darme cuenta.

La charla la mantuve desde el caballo con el cuerpo ladeado hacia abajo, imprimiendo impenitente, un pinzamiento feroz sobre las primeras lumbares.

Esa noche el dolor despertó agudo hacia las 1,30 de la mañana.

Renegando al día siguiente volví al consultorio de kinesio del club de literatura para someterme al tratamiento que mis discos necesitaban forzosamente, (esta sola palabra ya me dolía).

 

 

 

miércoles, 9 de abril de 2008

Sofía, La Que Me Deja Solitario

1. Tengo la costumbre de llevar una agenda-diario íntimo. Lo denomino así porque no se trata de esos diarios que quedan a un paso del que Amiel popularizó hasta convertirlo en un género. No se trata de un buceo por los pliegues recónditos del alma humana, ni de la limitada perspectiva del movimiento del día como si se tratara de una acotada simulación de la carga afectiva realmente empleada de las 0 a las 24.

 1.1 Es una combinación de ambas, producto de los sinsabores de haber hipotecado el futuro familiar a las andanzas de un cronómetro, seguir la periodicidad de una máquina, cotejar las inclinaciones de las mesas dividiendo por la humedad sumando la temperatura y restando el aliento alcoholizado de una respiración a 20, 30,50 centímetros.

2. Me llevé conmigo pocas cosas de esa vida virulenta: El nudo windsor de la corbata como seña particular; la costumbre de escupir dos veces y pegar un saltito al trasponer la puerta de calle y esta agenda que del cajón de la cómoda saqué con aprensión  aquel día en que me entregué en cuerpo y alma a Sofía, la mujer que se sentó frente a mi vestida de verde y blanco cuando nos conocimos en un foro.

1.2 Le pregunté  al coordinador, a la semana siguiente, en privado, si sería posible que me reencontrara con esa bitácora de viaje a los infiernos para imprimirle el nuevo sello de la vida sin las cadenas de la esclavitud a las noches sin luna ni estrellas y a los días sin sol, una constante de murmullos roncos y pájaros carpinteros de marfil.

Me contestó que se trataba de un desafío con mucha adrenalina y confiaba en mi voluntad.

1.3. Debo confesar que esta reacción del coordinador, (uno de los nuestros recuperado, al fin de cuentas), me causó cierta alarma, una desazón como la del pasajero  que descubre ansiedad, manos temblorosas, cenicero repleto y barba de tres días en el piloto del taxi aéreo en una escapada a la cabina luego de pasar por el baño, en pleno vuelo con tormentas eléctricas.

 

3. Me disculparán las metáforas, es un resabio de la educación que me brindó el autor de mis días en su taller de herrero-artista.

 

 Futurista, autor de gigantescas "instalaciones" como se las llama hoy, me inculcó el amor por De Chirico, Severini y otros italianos con los que según mi tío hasta llegó a cartearse y aquellos grandes le respondían con el respeto que se dispensa a un colega de fuste.

 De las instalaciones guardo un vago recuerdo de la infancia; el tío me dijo que  la que denominó "refugio de faunos" terminó en un gallinero para refugio de las ponedoras y la otra, monumental dedicada a los titanes mitológicos, destinada a  improvisado chasis de una vieja camioneta studebaker.

3.1. Todas estas metamorfosis se produjeron acaecida la muerte de papá a mis cumplidos 14 años.

Estos crímenes fueron obra del tío Enrique que siempre envidió la pasión artística de papá. Cuando lo consulté por los intercambios epistolares con los famosos artistas me dijo que la abuela no dejó ni rastros cuando quemó el papelerío que según ella atraía a la casa a las polillas y las ratas.

3.2. Mentiras del tío.Le creí a la abuelita cuando me dijo que el tío Enrique usaba los cartapacios ordenados por fecha y año que dejó mi viejo y que también contenían las cartas, para alimentar el fuego de la estufa durante los inviernos.

3.3. El miserable recibió un castigo simétrico cuando en el 2001 sus ahorros se evaporaron en el corralón financiero. La justicia tarda, pero llega.

 

1.4. Vuelvo a la agenda mentada: Recibí la enhorabuena del coordinador y con prolijidad y diligencia como si se tratara de un romans de la rose combinado con un libro de ingresos y egresos enumeré al detalle aquellos días de pasión al cubo, al cuadrado y a las demás potencias.

1.5. Como mi intención es llegar pronto al objeto de estas líneas, seré parco en la descripción y poner a consideración el resultado, la conclusión a que llegué cuando armé este esqueleto notable.

 1.6. El primer día salimos. Fuimos a un caffé espresso. Desapareció hasta el día 5 posterior sin dar señales de vida, cosa que en medio de mi sed de sexo desbocado casi me precipita al cajón de los ansiolíticos y a trasponer de nuevo la frontera del vicio destructor. El preciso día seis me citó en la casilla de un puente ferroviario.

No entendí la razón, pero como cualquiera imaginé serpientes y dragones.

Fuimos al leteo del hotel de pasajeros pasando la vía donde hicimos el amor y Sofía y yo fuimos uno en el mantel y las sábanas hasta el día 19 de nuestra relación en que solo interrumpimos para concurrir a las reuniones del foro.

El día 19 me dijo que la esperara en el restaurant "Delicias".

 No vino y como su domicilio y demás datos eran un secreto si quería celeste, creí morir durante no se cuantos días sobreviviendo de mis ya pobre ahorros sin poder trabajar; entrando y saliendo del restaurant con la mente solo puesta en su regreso.

El día 26 me citó en la puerta de una casa de juego que tenía dos cubiletes de neón gigantes en el cartel que desparramaban dados con la cara del 6.

Imaginé patente entonces, como aquejado por una fiebre de 40º los días y noches con Sofía entre tapetes verdes, bacarat y tragamonedas, arrullados en el hall por canciones de Elton y con seguridad arrinconados en el spa del complejo buscando la manera de huir por no poder pagar las deudas ¿en el día 53 de nuestra relación?. ¿En el 52 habría terminado en la cárcel pero se apiadó de mí?

La pesadilla no fue.

Y nunca pensé que como ahora ¡habría deseado la muerte al llegar al día 58 de nuestra relación!

   Le agradecí haberme empujado hacia la vereda cuando embobado bajé a la calle para cual un Romeo ante el balcón declararle por milésima vez el amor que siento por ella.

¡No sabía entonces que de morir todo habría vuelto a empezar!

El día 63 fue el último encuentro amoroso y aquí estoy convertido en una ruina sin haber vuelto al foro de ex adictos al juego.Buscando a mi Sofía en cada mesa de punto y banca de la ciudad. Contando, a cada parroquiano que me invite una copa, de mi descubrimiento.

 Nada menos que darme cuenta que mi Sofía, una adicta al juego impenitente jugó conmigo durante 63 días al juego de la oca.

Mi agenda no lo desmiente amigo lector, busquen un juego de la oca y verán que no miento.

La loca sin remedio jugó el juego de la oca conmigo y quedé solitario. 

 

domingo, 6 de abril de 2008

A Llorar Al Cuarto



Siempre me hacía el mismo chiste: ¿A quien le vas a creer? ¿A mi o a tus propios ojos?
Seguí así y vas a ir a llorar al cuarto, me repetía; y yo no le creía.

Apareció con el planeta Júpiter uno de aquellos veranos y yo escribí solo para mí, porque soy un negado para la poesía, las dos únicas en mi vida.

La primera refiere al cielo austral:

(La estrellita que parece seguir el curso del sol y la luna me resultó entonces una novedad más comprensible que Elisa. La primera fue para el astro. Jugué entonces a los 20 años con el tono y las palabras y me sentí Dante):

“Estrella del Oeste, que en la luna primera del verano, bañabas en el véspero tu luz.
Mensajera circular del verbo, avanzas hacia el norte y no le temes al radiante sol del mediodía.
Deprisa vas a otro horizonte en llamas,

O al menos así,
Lo ven mis ojos.

En el segundo “poema” algunos días después, ya aparece ella pero sigo manteniendo el “estilo”:

“Acaricio atado a mi mano, el rizo que me diste

En una rueca lo hilé, cuando te fuiste.

Soñando alcanza para tejer algo hermoso para tu cuerpo.

En la vigilia es la prueba de que ya no me amas.”

Después no intenté mas poesías.

En el medio hice bromas de Groucho:

“Sos la mujer mas bella que he conocido, lo cual no dice mucho en mi favor”

“El verdadero amor se presenta solo una vez en la vida y luego no hay quien se lo quite de encima”.

“Casate conmigo y nunca mas miraré otro caballo”.

“Quiten a las esposas del matrimonio y ya no habrá ningún divorcio”.

“Conozco a centenares de maridos que volverían felices al hogar si no los esperara una esposa.”

“Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Detrás de ella está su esposa.”

Hasta que concluyeron los diez años de novios.

El día en que la sorprendí me dijo “¿Que por qué estaba yo con ese hombre? Porque me recuerda a vos. De hecho, me recuerda a vos mucho más que vos”

Recuerdo que me enojé mucho.

De a poco fui cayendo en la cuenta de que al final, me mandó a llorar al cuarto.

Rodolfo, El Artista




Esta mañana me acordaba de la divertida historia que alguien que no recuerdo me contó hace algunos años, cuando un detalle,- la imagen de una sala en penumbras- me imprimió otras; y de ahí devino, por la manera de presentarse la sucesión , como cuadros de una exposición, vivamente en mi memoria, pero en planos bien diferenciados, la relación posible.

La divertida, aunque la otra no lo es menos- si bien de un modo diferente-, refiere a un pintor pobrísimo pero de buena técnica y destreza natural para cualquier estilo.

Tiene un amigo de esos que saben disfrazar su cinismo con las cualidades estereotipadas de la simpatía que inexplicablemente a muchos encanta y la sufren las gentes sensibles, las que a duras penas pueden sustraerse a los vítores del encantamiento.

Este, un tal Bouillón, lo visita casi siempre comercialmente, y a nuestro artista le provoca bastante inquietud y también morboso placer su plática desenfadada y de jugosas noticias del mundo del mercadeo de la pintura.

¡“Fíjate tú que L., la hermana del Barón de S. me encargó un paisaje que le coticé en 2000 francos! Le tomé un adelanto de 1000 y le juré que si no es de su agrado, aunque no le devolveré el dinero, puede denunciarme y mandarme a la cárcel de Poitiers por intentar besarla. Ya sabes en que derivó la charla, ja!ja! ja!.
¿Para cuando me lo tienes?
Río, puente, gente en la orilla, ya sabes. ¡No faltan puentes alrededor para inspirarte! Doscientos te parece bien…

¿Trescientos...?

¡Estás loco!… ¿Podrías tu conseguir de alguien semejante suma? ¿Te has visto la facha Rodolfo, príncipe en el exilio? Vamos hombre, ¿qué crees que la gente oye y mira cuando vendo o entrego? ¡A mí! ¡No estarían seguros de colocar un alfiler que fijase el largo de un jubón aunque lo lleven ceñido a la cintura!

Así eran casi siempre las entrevistas entre nuestro Rodolfo y este buhonero de nombre Bouillón con tan buenas relaciones.

Rodolfo se miraba en el espejo descascarado y aceptaba que su amigo no lo disminuía Apenas tenía ropa como para salir a la calle a comprar un pan y a no ser que la vieja panadera quiera verse retratada, a casi nadie mas conocía.

En diez años de llegado de provincia, venido a parar a ese agujero atestado de pinceles y caballetes, solo un día de lluvia torrencial cruzó con la panadera una corta conversación sobre el tiempo. Y nada más.

Los míseros contratos de Bouillón, a quién contentaba sin mucho esfuerzo, le aseguraban desde hacía cuatro años dos platos diarios de comida; mas el periódico y la botella de vino clarete para la despensa. Y la tranquilidad.

La tranquilidad de no mezclarse con el vulgo ganapán.

Para el constante marchand Bouillón y sin preguntar jamás por el destino de las obras de sus dedos versátiles, (réplicas de Lefevre, Mengs, Lely, Jordanes, David, Hubert Robert y casi cien más) trabajó sin la presión social ni la toma de posición en la guerra por la galería a la que se deben adaptar otros pintores.

Solo evitó hablar (y menos pensar) acerca del asunto, como para no alertar al demonio que señala a los candidatos a la prisión.

Con tanto empeño y contundencia, Bouillón se convirtió al final en un hombre acaudalado y que derivó, en época tan propicia-1830- en un exitoso prestamista.

Varios quartiers conocieron de su rigor con los morosos.

El cambio de actividad de Bouillon dejó al pintor Rodolfo sin vino ni pan y en la desesperación.

¿Qué hacer cuando el hambre irrumpe?

Pedirle un préstamo a Bouillon; lo primero que se le ocurrió. Bouillón se rió con ganas. Nada de interés podía ofrecerle el pobre pintor.

Le dio en cambio algunos pesos par comprarse algún vestido y comer algunos días. Para demostrar la simpatía que le tenía además lo llevó a comer a una fonda lúgubre de los alrededores y lo despachó en la puerta de su buhardilla consolándole que buscaría la forma de acercarle algún cliente; aunque era sin duda él y no mas que él, quien con traje nuevo debía salir a buscar un porvenir por el mundo.

Los días pasaron y la angustia de Rodolfo fue en aumento incapaz de dar un paso más allá de la esquina. Pensó en suicidarse y cuando maduraba la idea, una comunicación de Bouillón se deslizó bajo la puerta.

Sucintamente le informaba que pusiera el estudio en condiciones junto con su apariencia personal:- Una mujer, hija de un burgués de fortuna le encargaría su retrato por recomendación de Bouillon.

“El precio fíjalo tu, aunque 500 no estaría mal; no estoy seguro en cuanto al precio, tu sabes que estoy alejado de tales menesteres.Tu amigo."

La mujer, Rosa, una rubia regordeta y muy acicalada llegó acompañada por el fibroso burgués que era su padre.

La muchacha depositó en Rodolfo todas sus fantasías sobre el arte y los artistas bohemios y confundió al triste pintor con uno de ellos.

Rodolfo tardó unas semanas en demostrarle su deseo de intimar, justo cuando Rosa ya se cansaba de dirigirle claros mensajes de acercamiento.

El padre habló francamente con “el novio”. Debía mudarse de ese lugar.

”De los gastos me haré cargo hasta que empieces a recoger alguna ganancia”.

El retrato de la regordeta Rosa quedó pintado y ya no podía cobrar un trabajo para su prometida; no le importó, el hambre estaba ya haciendo sus petates, el siglo al menos, comenzaba a sonreírle.

Un cálido sol de otoño lo recibió en la pretendidamente augusta mansión del suegro.

Empezó con un gozoso paseo con el flamante pariente por las fuentes de mayólica y mármol rosáceo y por un jardín de invierno digno de un principal del reino.

Ya en la escalerilla que conducía a los aposentos, las luminarias de cristales de Bélgica y Murano le produjeron un mareo que lo hizo detenerse.

Pasó pronto el malestar y regresó a la amable conversación del suegro, que seguía describiendo la mansión, el producto fascinante de sus desvelos en la fábrica de cuchillos que construyó de la nada, desde un rincón prestado en la carbonería de un tío segundo.

Después de navegar por cocinas, salas de recibo, vestidores, comedor principal y otros numerosos espacios de esa ciudad en pequeño, fueron a parar al orgullo del hombre: La joya más preciada de la casa, el corazón de esmeraldas, jazpe, rubíes y amatistas de la propiedad.

En el recinto custodiado por dos arcabuceros vestidos a la usanza del siglo XVI y con el portal abierto de par en par, el burgués lanzó una carcajada y su boca se estiró de gusto por la magnificencia de la escena.

Como una presentación para el Rey Sol, el bastonero potentado habló:

“Mi amigo Bouillón, que Dios lo favorezca en su residencia en Suecia, me aconsejó que mantenga sin llave este recinto de valor incalculable para permitir a la diosa fortuna seguirme halagando con más bienes.

Le hice caso y es ahora que doblaré la apuesta y usted mi nuevo y querido hijo me ayudará.

Aprovecharemos vuestro casamiento para invitar a todos los grandes de la industria, las finanzas, la política y el arte de este tiempo. Cuanto placer tendré en ver pasear entre mis pinturas a los mas notables, ¡ni se imaginan que un hombre de manos curtidas en la fragua posee tan inmenso tesoro!, lo mas selecto de la pintura del 18 de todo el ancho mundo.

Esta fantástica inversión intermediada por Bouillón – lo convertí en un hombre rico y lo merece- dejará mudos a todos.

Querido Rodolfo, ¡vea!, casi toda mi fortuna se encuentra en esta sala y todo a mi muerte será vuestro hijos míos.

Rodolfo palideció.

Apenas pudo mover uno y otro pié tembloroso.

Podía descubrir en esos Lefevre, Mengs, David, Jordanes, Robert, la huella de su trapo húmedo en trementina.

Se juró nunca mas tocar un óleo o una yema de huevo.

La otra historia os la debo para la semana entrante.

Moraleja: Si no te encuentras de ánimo ni para tocar la siringa,

Pídele inspiración a san Balzac y no le chingas.