lunes, 19 de julio de 2010

Otro Cuento de Invierno

A Celia

Este invierno se muestra el más duro de los últimos años. Ya desde junio en la parada del colectivo, en el taxi, en el tren, la gente no hablaba de otra cosa. El invierno sería crudo porque alguien no cumplió la promesa. Diligentes como de costumbre todos nos ofrecimos a investigar quien no lo había hecho, nos vigilamos mutuamente y nada, volvíamos al responsable mayor de la investigación con la misma respuesta: Todos cumplimos nuestras promesas, nadie miente…

Hace veinte años que a fuerza de padecer al invierno por nuestro atolondramiento o la desidia, no sacamos los pies del plato. Nos extremamos en el cuidado de no obligarnos a cumplir con lo que luego no haremos, o simplemente hacernos cargo cabalmente, como aquella vez que yo mismo en un arranque de otros tiempos le dije a una chica que pasaba, que si me encandilaba con esos ojos azules y me sonreía, haría un clavado desde diez metros de altura de la emoción que me daría.

La chica me miró horrorizada después de brindarme una sonrisa. Me recorrió entero, preguntó: ¿Tenés idea de lo que es un clavado? En ese momento caí en la cuenta y me estremecí. Todas las reacciones del adulto tienen que ver con recuerdos infantiles, me dijo un amigo que va por el segundo año de psicología. Yo salía del bar de tomar una bebida cola. Cuando tenía cinco años asistí a una promoción de esa bebida en que proyectaban una demostración de clavadistas en Acapulco.

La chica me abrazó consternada, nunca imaginé que un primer abrazo de ella fuera de condolencia. El mozo del bar anotó en un papel, el kioskero avisó por teléfono, y yo me metí en una página de Internet para saber como debía continuar con el cumplimiento de la promesa. El verano ya se despedía y apenas me había lanzado algunas veces del borde de la pileta.

 Pero cumplí, la temperatura durante los tres meses de esa estación nunca bajó de dos grados, pero en lo sucesivo yo debí cuidarme de la arritmia crónica que me produjo el entrenamiento (costosísimo) y los otros gastos derivados (costosísimos) hasta encontrar una altura semejante sin moverme de la patria.

Este invierno riguroso nos recuerda que alguien no cumplió su promesa y alguien tiembla más que nosotros sea lo que sea que no haya cumplido, porque sabe que todos o la mayoría de nosotros en todo este tiempo hemos hecho lo indecible para aplacar al impiadoso invierno.