domingo, 27 de diciembre de 2009

Un Cuento De Navidad

Fue un 24 de diciembre.

 Siempre me gustó viajar para esta fecha. Será que cuando tenía 12 años recibí una invitación inesperada.

Mi familia es de confiteros por dos generaciones y mis padres, mis tíos y mis primos tenemos estas fechas junto con pascuas como las del olvido de nuestras cosas y la mente puesta solo en atender la producción y los pedidos.

El olor de la fruta abrillantada y sobre todo el perfume del agua de azahar son característicos de esta semana del año, más el mate prolongado hasta las dos de la tarde con la última hornada del panettone.

 Ese día tan especial de hace 30 años mi tío, el que trabajaba con el torso desnudo pegado al horno y lanzaba una fina lluvia de agua haciendo fuelle con la boca sobre los panes hirvientes que lanzaba la pala sobre la mesa antes de volcarse en los canastos; este tío, digo, me invitó a que lo acompañara al pueblo de Rincón del Pino.

A 450 km partiendo de Retiro se encuentra este pueblo de campo afuera y la misión a cumplir era difícil. Llevaríamos una torta de casamiento de tres pisos y veinte kilos de peso. El cliente era un señor de apellido Rossignore, que traía todos los años sus toros a la exposición de Palermo; se casaba una hija y estaba empecinado en que nuestro negocio proveyera del comestible más emblemático de la reunión con todos sus aditamentos de cintas, parejita nupcial, torres con tules.    

Rossignore cuando paraba en la ciudad lo hacía en una residencia de la calle Alvarez Thomas donde daba banquetes a sus amigos y clientes. Nuestra casa era su proveedor exclusivo.

 Los  Rossignore y mi familia se conocían desde la época en que el hombre era solo un martillero público que bajaba a la ciudad y nos compraba medialunas de grasa cuando se instalaba en un hotel de pasajeros a algunas cuadras del negocio.

A Rossignore le conocimos la familia cuando acertó en el negocio ganadero y compró la residencia que desde entonces, para la quincena de la exposición ocupaba la familia en pleno.

Dos años antes de viajar yo con mi tío y el especial encargo, la hija mayor, Patricia, falleció inesperadamente justo cuando estaba por contraer matrimonio. Era la hija preferida en la que los padres habían depositado todas sus esperanzas. Concertista aventajada de piano con presentaciones en algunos teatros importantes de Sudamérica y una carrera muy promisoria, su casamiento con un médico joven pero ya de renombre y de respetada familia fue preparada en la estancia de Rincón del Pino con un año de anticipación.

Fueron contratados los afamados hermanos Desault que dirigían la cocina del Palace Florida para elegir la carta y supervisar la confección de las viandas, además de seleccionar personal para todas las faenas. Se construyeron en tiempo record alojamientos de lujo para la multitud de relaciones que superaban de lejos la capacidad de la estancia y brindarían entonces holgadamente un pasar de reyes durante los dos días que durarían los festejos. El acontecimiento se reflejó desde varios meses antes en distintos periódicos y otros medios que llevaron la futura unión de estos jóvenes modelo a un nivel de expectativa notable.

El día en que Patricia marchaba desde el casco de la estancia hasta los salones donde la esperaban sus modistas para las pruebas finales atravesando la geometría del jardín, el corazón le dio un respingo. Se sobresaltó. Dos ayudantes que vieron su rostro sorprendentemente lívido, la tomaron de los brazos sin saber que hacer.

Un estertor y sobre el borde de un rosal vencida por el infarto puso rodillas en tierra.

Desde entonces Rossignore no tenía consuelo y exacerbó el cuidado de la hija menor que le quedaba.

Cuando Tina, que así le decían a la menor fijó fecha de casamiento dos años después del deceso de Patricia, Rossignore,  por consejo de una curandera que empezó a frecuentar cuando venía a Buenos Aires, tomó recaudos para alejar el sino desgraciado que arrastraba la familia y que la curandera le señaló como inicio un tiempo antes del fallecimiento de Patricia por algunas medidas que tomó sin medir las consecuencias.

Meses antes de la boda mandó tirar abajo una tapera que se veía desde el ala norte de los aposentos construidos  para invitados y que según todos daba mal aspecto a la vista perturbando con una nota desagradable la visión del campo sin límite.

La tapera para entonces ya se estaba hundiendo como si bajo sus cimientos residiera un pantano. Rossignore estaba demasiado ocupado como para recordar que el anterior propietario de la estancia le recomendó dejar intocada la antigua construcción. Las palabras del hombre  fueron: "Sola va a desaparecer. Recuerde que alguna madrugada usted mirará para ese lado y ella ya no estará. Así que déjela así nomás. Que se vaya hundiendo sola.". Le pareció la opinión de un chiflado pero así quedaron las cosas.

 Cuando decidió forzar el derrumbe de la tapera no reparó en aquellos dichos.

La curandera le recomendó engañar a la desgracia. El 24 de diciembre era ideal para celebrar el matrimonio de la joven Tina. El nacimiento del niño Dios acaparaba la atención de todos los espíritus errantes de la tierra que clamaban por ascender al cielo, y los angélicos con sus coros llenaban de alabanzas al mundo por todos los rincones hasta de la estrella mas lejana.

Nada debía diferir del plan.

Los invitados no anunciaban su llegada y se alojaban en pueblos aledaños.

La novia se encontraba con su vestido en una residencia cercana a la capilla algunos minutos antes.

El menú partía desde un pueblo cercano para llegar sobre la hora.

La bebida se enfriaba en lo de un vecino.

Y la torta de tres pisos partía como en una misión secreta la mañana del 24 de diciembre desde Retiro para llegar a los postres.

Mi abuelo personalmente compuso un fondant especialmente reforzado para soportar el callado viaje.

Valía la pena cumplir eficientemente con mas que un cliente, un amigo de la casa.

En el camino nos invadían los humos de los asados de la nochebuena que entraban por la ventanilla.

Un borracho del salón comedor se reía de mi tío diciéndole al guarda que todos los pasajeros podían pasar al pullman por un pedazo de torta.

Yo me enamoré perdidamente de una chica de 18 que cuando me preguntó donde pasaríamos la noche buena le dije que en una fiesta de casamiento. Le parecí divertido y ocurrente, nada parecido al novio, que mataba el tiempo jugando a las cartas en otro vagón.

Cuando llegamos a esa estación perdida de la pampa croaban las ranas, los grillos y las luciérnagas ensayaban un concierto.

Mi tío escupió de costado y acomodó la torta encima de una zorra en desuso.

Nos quedamos en cuclillas en esa negrura atravesada de vez en cuando por alguna cañita voladora lejana hasta que el farol de un coche que no habíamos advertido nos hizo señas de su presencia.            

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Sobre Vidrio

Llueve como si alguien desparramara la lluvia para observar que algo está mal, inconsolablemente mal y no acierta con las palabras. El niño quiere que quien golpea el vidrio sea más concreto, que deje ya los ramalazos y explique el porqué.

 Sus grandes ojos le darían esperanzas a un ciego. Sus labios estirados y nublosos por el aliento besan apretados a la ventanilla toda la extensión del pajonal que se mueve como un ejército en la sombra.

 Sus dedos estilizando las letras aprendidas en el grado, interrogan al desconocido mansamente desde la superficie espejada, sin intentar importunarlo,  candoroso como el otro de aquella historia que preguntaba al presidiario durante una visita ¿no te dejan usar cadenas?

 Exhalar y vuelta a reescribir.

Al final  entiende que quien sea tiene mucho que hacer, apurado, está decidido a terminar cuanto antes.

Se desliza por el asiento mientras los pies buscan el costado de la mujer; cuando la punta del zapato se mete entre dos costillas la mano de ella aleja la embestida del niño y ensaya una queja y una advertencia que se confunde con un trueno.

Entonces vuelve la cabeza a la escena del exterior.

Se distrajo. Apaciguar esa fuerza le costará mucho. Ya no es agua, es una lluvia de flechas y el pajonal por todos lados erguido o reptando.

En el parabrisas se ve el camino angosto, una luz que avanza dificultosa.

Con el pulgar dibuja una línea gruesa, al fondo una casa, una chimenea y un largo espiral de humo.

Unas ventanas enormes, un perro, un cielo nublado.

Lo borra, dibuja un auto, mamá, papá. Un perro.

Dibuja unas plantas y un sol enorme.

Lo borra. Por la luneta  ve que está amaneciendo. Entonces dibuja un amanecer.

Ya todo está calmo. Juega a hacer conejos con la boca.

Se duerme.