domingo, 27 de septiembre de 2009

Historias. Una Continuación.

1947 fue el año de los trajes con dos pantalones, del plan quinquenal, y por sobre todas las cosas del ingreso de Celina al mostrador del despacho de bebidas de nuestro lugar de encuentro en Avenida de los Constituyentes que se llamó "La enramada" por entonces, y que era un lugar más conocido como "La porfiada" por las discusiones que en todo tiempo se suscitaron y tomaban estado público. El café, antaño pulpería cuando ni los carros se animaban más allá de la calle congreso, tenía un elenco estable que  recibía con el correr de las horas aportes de nuevos miembros que le daban una característica tan única como las estaciones le aportan a los cambios meteorológicos. Sucedía entre las tres y las cinco de la tarde la presencia de Goyo y Tito Mirándola, dos amigos enemigos que acomodaban entre el cerebelo y el hipotálamo la colección mas completa de personajes futbolísticos que hayan pisado las gramillas de Buenos Aires.

Goyo le preguntaba a Tito que acababa de citar de memoria el plantel de Estudiantes de La Plata del treinta y pico si sabía el de San Lorenzo del 34.

Y tito de un tirón: Jaime Lema Fossa y Pacheco, Baigorria,Closas y Arrieta, García, Cantelli, Bellomo, Villalba y Magán. Cuando terminaba, con soberbia, displicente, interrogaba sin esperar respuesta: -¿Y querés saber quien era el capitán? Fossa y el subcapitán el arquero Lema. Y ahora decime ya que estamos, del mismo año, ¿sabés acaso el plantel de Quilmes?

Goyo recitaba entonces como perdonándole la vida: Arsenio López, Sandoval y Ravagnani, Di Giano, Androssi y Santucho, Fernández, Rodriguez, Michal, Zito y Leoncio. Una bocina sonaba ronca desde la calle, era el padre de Goyo que lo reclamaba para que le ayudara a descargar una mecadería. Corriendo hasta la puerta y haciendo una seña de tomá pa vos alcanzaba a gritar: ¡Sandoval era el capitán!...

El comisario Simoni desde el fondo del salón llenaba el silencio que se producía: - Que novedá…el dos siempre era el capitán…

El comisario Simoni ya no era el mismo. Silencioso, muy a las perdidas intervenía en las conversaciones abiertas si nadie le insistía su participación. Después de las cinco Celina se acercaba al comisario y cuchicheaban gravemente. El chueco mas de una vez trató de sacarle algún dato a Celina sobre el motivo de la pena del comisario, al no tener resultado, la cargaba aduciendo una relación amorosa golpeando los dos índices con picardía. Celina le reprochaba: Vete al diablo, che, y le amagaba con la bandeja.

Después de la muerte del comisario en el año 53, Celina se sintió liberada de guardar el secreto y nos contó la historia de una hija que el comisario no llegó a conocer y que murió a fines del 46 en un accidente ferroviario mientras se dirigía a estudiar piano en una academia. Era el fruto de una relación clandestina, la mujer era casada,  apenas quedó embarazada decidió en mas evitar otro encuentro con Simoni y guardó el secreto celosamente. Con los años la mujer quedó viuda y ya no quiso cambiar el destino. Siguió criando sola a su hija disponiendo de una buena renta y vigilando desde las sombras, sin interferir en la agitada soltería de Simoni que enterado de muchos secretos bien guardados del prójimo, jamás  sospechó que una niña correteaba en una vereda de Villa Devoto siendo sangre de su sangre.

La verdad le llegó indirectamente por el diario que levantó entre las fotos de la catástrofe una con un recuadro de la mujer de su relación llorando la pérdida de su hija amada entre los hierros retorcidos. Imagínese, soy viuda, decía la mujer…Soy viuda… se repitió el comisario y buscó con esfuerzo un acercamiento para darle las condolencias. Al parecer la mujer se quebró y Celina recuerda como el comisario golpeó con la misma impotencia el puño en la mesa del bar igual a como lo hizo ante la confesión de la madre angustiada.

El comisario no fue mas el mismo como dije antes, de un día para el otro se convirtió en un ausente que solo ganaba en verborragia en los apartes con Celina.

Pero esto ya es otra historia y la iré desgranando junto con otras, mientras la memoria me lo permita.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Historias

El comisario Simoni, que para todas las mañanas en el café, siempre tiene algo que contar de otra época apenas le nombramos algún caso de estos tiempos. No voy a decir "resonante" porque para lograr semejante título hablaríamos de un extremo difícil de empardar por las carradas de violencia extrema e ingenio diabólico a que acabamos acostumbrándonos. Nos divertimos con el comisario Simoni. El chueco abre el diario y simula leer una noticia, tiene una facilidad extraordinaria para simular que lee. Eduardo dice que el mérito está en que llegó al segundo año de abogacía y eso le da la facilidad. Yo lo niego: Para mí es una habilidad como la del mimo que arremete contra una pared imaginaria o aprieta la cara contra una vidriera inexistente. Es un talento especial que lleva trabajo y preparación pero se te da o no se te da. Me parece,… ( apenas hice la primaria), pero lo que no puedo afirmar por conocimiento, cuando lo afirmo, la convicción me viene de saberlo porque estoy seguro de que es verdad lo que digo. La cosa es que el chueco, de traje y corbata antes de ir para el banco donde es administrativo, pasa el dedo mojado por una página del diario y con lujo de detalles se manda el show de todos los jueves a la mañana. "…la mujer se llevó los dos kilos de cebolla y a la bolsa de papa negra la hizo acarrear por los  hijos…el verdulero se quedó esperando que la señora volviera con el pago pero el tiempo pasó y los habitantes de la casa incomodaron al paciente trabajador con su ya flagrante intención de negarse a abonar el estipendio…"

 No nos reímos, por el respeto que nos infunde el comisario y que pueda malinterpretarlo como cargada y enemistarse con nosotros, pero, por sobre todas las cosas por el placer de escucharlo contar alguna historia relacionada en algún punto con el bolazo improvisado por el chueco.

"…el verdulero escupió el toscano, lo apagó suavemente en el tronco del árbol y lo introdujo con delicadeza en el bolsillo de la camisa… golpeó la puerta y espetó con tono persuasivo…Si osté no piensa pagarme me dirijo ipso facto per la sesionale y le aseguro que loficiale le vatirare la puerta abajo…"

Reconozco que a veces el chueco se levantaba inspirado y la falsa nota del diario se extendía tanto que perdía gracia, pero se soportaba la espera porque Simoni nos recompensaría con alguna historia de las suyas de verdad interesantes y que seguro incorporaba un verdulero, una ama de casa, una promesa de pago, un marido despechado y siempre mujeres (al final lo único que nos interesaba) buenas, de la vida, fieles, tramposas, siempre inabordables para mocosos como nosotros y minas siempre de fierro con Simoni.

Un día el chueco vino frotándose las manos, ese día estaba convencido que el comisario no tendría ninguna historia policial para confrontarlo. Había leído en una enciclopedia sobre una congregación de anabaptistas mas buenos que el dulce de leche que antes de cortar un árbol le pedían permiso a Dios. El chueco simuló una historia de crimen y venganza increíble, como si te contaran que caperucita roja se comió al lobo. Ese jueves el comisario no se echo atrás y aunque la historia no tuviera los condimentos de otras se explayó en una narración de lo mas amable sobre un pibe con sombrero de ala ancha y una biblia abajo del brazo que abandonó la comunidad en la adolescencia- como acostumbran, durante un tiempo o para toda la vida- y vino a parar a la zona tenebrosa del puerto de Buenos Aires donde alternó con malandras,cafishios, coperas, marineros y toda la fauna del puerto nuevo. Pronto se dio cuenta que esa vida no era buena para casi nadie y se puso a difundir la palabra de Dios.

Estaba contento por el éxito obtenido pero pronto las privaciones y la tuberculosis junto con algunos mamporros bastante serios lo tiraron en una cama de hospital.

Eran los años veinte y Simoni era recién ingresado en la fuerza. Le tocó acompañar al chico que deseaba pasar lo que le quedaba de vida entre los suyos.

Los "suyos" estaban a varios kilómetros de Bahía Blanca. Tomaron el tren en Constitución y el muchacho se acostó en un banco de madera abrigado con un sobretodo. Cuando pararon una hora en la estación de Sierra de la ventana el comisario lo vio tan dormido que se bajó a tomar una ginebra. Cuando volvió el pibe estaba sentado leyendo la biblia y con una manzana en la mano, el comisario le preguntó quien le había dado la manzana. Le señaló a una mujer vestida con solera, de  cabellos negros y una mirada encantadora. El comisario, entonces un joven apuesto seguramente, se acercó a la muchacha para afilarla.

Todos los presentes inmediatamente rodeamos al comisario sentados a horcajadas y la pera apoyada en el respaldo de la silla, no volaba una mosca, queríamos seguir aprendiendo, el sábado íbamos al baile, a ver a Alberto Castillo en el  club Comunicaciones.

 Era 1945, era la primavera, y a nosotros, como ya dije, las mujeres era lo único que nos interesaba.

     

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Por La Vuelta

No frecuentaba la ciudad desde hacía no se cuantos años. Tengo imágenes de un monumento, de una mañana hermosa, de una anécdota que quedó para siempre acerca de un músico famoso que por entonces arrastraba un romance apasionado con una carrera científica, pero ese día por tantear nomás, por acarrear un símbolo cercano a lo que sería su labor destacada de estos días, ¡cargaba mi guitarra! Mi olvidada guitarra de hoy. Estábamos camino al canal de televisión donde actuaríamos en vivo.

Sorpresa para mí y mi grupo, extrañamiento para él, alejado más que nosotros de los afeites untuosos de la tele de ayer, de los trazos generosos de los delineadores, y hasta de una gruesa tira roja pegada sobre las cejas del conductor del programa para resaltar sus ojos hundidos.

La tensa espera del programa en vivo, el calor infernal del estudio y por fin la señal de un cambio a exteriores y los títulos.

Nada más. Afuera una ciudad con largas plazas, de infinitos carteles con flechitas de neón y bares y gente que parecía conocernos de la tele, de habernos visto hacía solo un rato y disfrutaba de vernos.

Hoy, después de tantos años me perdí en algo llamado camino de circunvalación sin poder salir, bajando y volviendo a preguntar, vuelta a rodear casas pobres, desde  arriba, desde abajo y desde el costado, casas miserables hasta donde no alcanza la vista. Mas allá como una postal chiquita, una ciudad (¿aquella?) plateada por el reflejo del río.

 La pobreza por todos lados. Una autopista que obliga desde los carteles a no pisar el acelerador para no perderse nada de la circunvalación de la pobreza.