viernes, 31 de diciembre de 2010

Ahí Está La Lluvia

 Llueve sobre el asfalto, sobre las copas de los árboles tapadas por el polvo, sobre la enredadera del corredor, golpea fuerte sobre la canaleta de chapa y se expande a borbotones sobre la cabeza del sapo flaco que salió a ver que pasaba.

Cuando nadie lo esperaba empezó a llover, ni una brisa la anunció. Nadie sale a bailar bajo la lluvia ni a dar gracias. Llueve y es mucho más de lo que estábamos esperando. Casi nos olvidamos del recogimiento que produce la lluvia y aquí estamos mirándola de lado como a un mago o un contorsionista que minutos antes escuchábamos displicentes y ahora nos silencia con sus habilidades.

Todo estaba ahí, durante tanto tiempo permaneció sin mostrar como disimulaba con trabajos la herrumbre de sus herramientas y ahora siega fino el borde de la vereda.

La lluvia desparrama perfumes, hace sonar el tambor en el momento justo y cambia de clave con la misma parsimonia que dibuja un silencio largo que no aburre.

No abandono la sala, recupero gestos olvidados y cierro la persiana cuando el viento empieza a arreciar.

Bendita lluvia la que acaba de pasar. Dejó lagos de agua salpicada por las luces que empiezan a encenderse. Y apenas son las seis de la tarde y sueño que paso por la esquina y nos acaricia a todos.

martes, 28 de diciembre de 2010

La Novela de Pancho

Siempre admiramos a Pancho.

 Y se busca el espacio; un tipo paciente al que conocí cuando era chico y tantas veces lo encontraba  pegado al alambrado del vecino.

 La de Pancho era en aquellos años  una vida  dedicada a la atención, entre otros, del gallinero del vecino. Nosotros nos destacábamos en las aventuras simples pero de nota entre los pibes: Destrozos, peleas, campeonatos, excursiones salvajes por el río.

Nada de lo que hacíamos dejaba una buena impresión en nadie, siempre motivo para retos, recortes en las salidas, suspensión de los aportes para las extras en el kiosko o en el bar.

Pancho en cambio nada de nada. El no ameritaba ni siquiera una mención en nuestras casas; ahora que lo pienso todos fingían que el y su padre no existían porque sentían que debían hacerse cargo y hacerse cargo lo consideraban un problema arduo, tan  arduo que podían dejar de preocuparse de al menos una parte de sus problemas, considerarían  seguramente que interesarse en la suerte de aquellos dos y hacer algo era atarse al destino de esos dos infelices.

Pero para nosotros en aquel entonces Pancho pasaba desapercibido porque era más inteligente, más  adulto que nosotros. Sabía como tomar una bolsa de pan que le acercaba alguna de nuestras madres y producir un silencio respetuoso, como si pudiera intimidar a nuestros padres, y eso era algo admirable, lo que nosotros no podríamos conseguir jamás por estúpidos, por cobardes, por pendejos a los que nadie respeta.

 

A la vecina solitaria le robaba una gallina todos los días. La mujer vieja sin marido y bastante extraviada ni se daba cuenta. A veces se quedaba meditando en el medio del gallinero con la escoba en la mano y contando las aves con la punta del palo. El movimiento, el batifondo que conseguía con su intromisión la obligaban a desistir del conteo, desparramar el alimento y marcharse.

Pancho desovillaba una madeja atada a un mediomundo de alambre tejido lo paraba con un palo unos metros adentro de la propiedad ajena y esperaba que el animal pasara por debajo para soltar la campana. Así, acercaba uno de sus aportes a la economía familiar.

Otro era entrar en las chacras de la campaña para la época en que se enfardaba la alfalfa y cargar hasta el tope en el carro de un tío que se quedaba con la mitad (y que nunca pasó a ver a su hermano).Cuerear una oveja y dejar la piel en el alambrado, juntar para el fin del invierno las mazorcas maduras que quedaban sin cosechar en los campos.

Y todo a los 8 años.

El hermano de aquel tío que nombré era su padre.

 Enfermo de tuberculosis no salía de la cama y cuando no estaba largas temporadas en el hospital, Pancho lo cuidaba personalmente. Sin dinero ni pensión, era el mentor de las capacidades de Pancho. Desde la oscuridad del cuarto con palabras firmes y templadas ordenaba al muchacho convertido en sus ojos y sus miembros.

Un día no volvió mas del hospital, la casa quedó abandonada y por doce años no supimos nada más de Pancho.

Una mañana volvió a la ruina de hogar que había sido intrusada algunas veces y permanecía tapada de yuyos.

Según mi abuela que lo conoció apenas bajó del auto, se introdujo en la casa como si nunca se hubiera ido. Se detuvo junto a lo que fue el límite con el gallinero convertido entonces en un garage, siguió hasta lo que fue el cuarto casi demolido por el abandono y que compartiera antaño con su padre, apartó un colchón desvencijado y prendiendo un cigarro se echó a dormir.

Fue la primera y última noche en la vieja propiedad. Puso en un local del centro una sucursal de lotería y se hizo construir una mansión con piscina cubierta e hidromasaje.

Inventó negocios increíbles que apenas empezaron a dar jugosos réditos hizo que sus amigos de la infancia nos acercáramos y, desde la inestable economía de la mercería como era mi caso, pasamos a un futuro esperanzador gracias a sus emprendimientos.

Ganamos plata gracias a Pancho casi todos los que fuimos sus fieles desde la infancia.

Inolvidable fue la inversión en jugadores de hockey. Participamos con nuestros ahorros en la compra de talentos de la escuela secundaria en países del extranjero y con dos de ellos convertidos en profesionales exitosos y a los que seguimos por el cable nos dieron intereses de hasta el 30 anual acorde a sus cotizaciones.

 Pancho fue un milagro para nosotros.

Invertimos en lo que fuera a futuro y siempre nos fue más que bien.

En este momento nos encontramos en una meseta. Resulta que hará cuatro años nos llega Pancho con la idea de escribir su novela de no menos de mil páginas.

No nos pareció una mala idea teniendo en cuenta que tratándose de una edición particular depende de la expectativa del autor que desea en todo caso regalarla a sus amigos dejar algunos ejemplares en librerías para el cliente ocasional y no mucho mas.

Nada menos diríamos tratándose de cumplir con un deseo, recibir la gratificación de ver su propio libro impreso.

Pancho sin embargo nos vino con un esquema de los de su sello.

El sabía que ninguna editorial lo saldría a buscar para producirlo, sin antecedentes en la literatura es así que nos convocó a sus clientes y amigos para proponernos un fideicomiso que sostuviera el proyecto en todas sus etapas y con la venta posterior de las ediciones, que el aseguraba de al menos dos o tres anuales por no menos de cinco años seguidos cobraríamos importantes réditos como acostumbrábamos desde que acercamos los primeros fondos a sus negocios.

A cuatro años vista  se empezaron a derrumbar nuestras expectativas y a desesperarnos por la fuga de la inversión.

  Pancho nos reunió el mes pasado para informarnos de la naturaleza del problema:  Nos aseguró tímidamente, mientras cerraba el proyecto de libro que ocupaba unas cuantas hojas, que pasaba por una crisis creativa, casi llorando nos confesó que lo intentó todo y de sus ojeras podía inferirse que sí.

La solución, nos dijo, y para que el fideicomiso no naufrague es que colaboremos con él acercándole capítulos para su novela, corrigiendo otros, reuniéndonos para producir tormenta de ideas.

Mi mujer dice que en plena temporada y ya cerca de las fiestas estoy desatendiendo el negocio y que ya debería retirar lo que pueda y dar lo demás por perdido. Yo pretendo que entienda que no lo hago por un berretín literario sino para cuidar nuestra inversión, que si Pancho no nos falló nunca porque debería hacerlo ahora…

martes, 5 de octubre de 2010

Reclamo

Te pido que por favor me cuentes un cuento…

El hombre me lo reclamaba con desesperación, no tenía las mismas posibilidades que asisten a los condenados a muerte de pedir el manjar de su vida o la botella de la cosecha soñada, ni siquiera el modesto tentempié con que su madre lo esperaba cada tarde a la salida de la escuela.

Porque no le pasaba nada que pudiera deglutir por sus propios medios. Quizás ya ni recordaba la utilidad de un plato y un par de cubiertos, enlazado por meses a una sonda que le bajaba al estómago una preparación densa que en mi turno debía cuidar que no se empaste para no tener que empezar todo de nuevo.

Estaba pidiendo un cuento y mientras vigilaba el baster le decía  que qué bien que tuviera ganas de reírse un rato, que eso evidenciaba mejoría.

Pero el hombre devuelta a reclamarme un cuento, que  el no sabía como podía ser que en todo el hospital no hubiera uno que le diera ese gusto de moribundo. Esto último lo agrego yo porque el hombre me  dijo solo que no podía ser que en todo el hospital no hubiera uno y punto.

Cuando me aseguré la marcha del goteo me puse a interrogarlo para disimular que le estaba controlando la frecuencia respiratoria.

14…15…16… ¿Sabés el del tipo que se encuentra con el…

¡No! ¡Un cuento con un desarrollo, una cosa seria, algo interesante!…

-Ah! Como una anécdota, una historia…

-Si, algo que pase en un lugar, con personajes, con personajes que se estén jugando algo en cada acción, en cada palabra que dicen, que se guarden llegado el caso de hacer o decir algo porque no es el lugar o el momento…

-¡Epa, pero eso ya es mucho pedir! ¿Te prendo la tele?

-¡Pero que tiene que ver la tele en lo que estoy diciendo!

-Y que se yo, uno hace lo que puede, y si hay alguien que esté dispuesto a contarte el cuento, te lo traigo de inmediato apenas me desocupe…¿De acuerdo?

El hombre dormía. La fiebre se había clavado en 39 desde el jueves  y ya no había manera. Se moría. Y sí llegaba a vivir un par de días más, me propuse que no se moriría sin escuchar un cuento.

Mientras empujaba el carro pensé ¿porqué yo no? Los ascensores estaban descompuestos y no me daba a esa altura de la madrugada para subir  siete pisos hasta la sala de los semiambulatorios como les pusimos a los rezagados de la vida cotidiana que caían dos por tres a la internación por crónicos o casi. Individuos como dice Lita, inadaptables. Lo de los semiambulatorios no se resuelve ni con medicación, ni con una larga charla de café, ni con una borrachera, ni con pegarse a las sábanas aislándose el fin de semana. Necesitan el movimiento constante de la vigilancia profesional, la habitualidad de la emergencia merodeando por los pasillos.

Ahí desenvuelven todo su encanto. La tranquilidad que supone el breack con el mundo les llena la existencia de la dulzura ausente en la vereda de enfrente.

Domadores, futbolistas, artesanos, ex convictos, pianistas, actores principales y de reparto, amas de llaves, todos tienen algo para contar y todo el tiempo del mundo.

Hacen rancho en una cama y comparten las delicias que compran en la confitería de la esquina. Van al baño y cuando vuelven alguien de mas allá les tendió la cama y hasta la pedicura que se va de alta en tres días le dejó un mensaje "paso a eso de las tres, no te olvides".

Ahí todos saben contar, como si marcharan por la existencia aprovechándolo todo mirándolo todo a 360º y sin embargo ahí están, siempre  terminan en el séptimo piso. Cuando se van ocurre como cuando alguien quema una abultada agenda futura. ¿Qué, se fue? Dice el viejo con el mazo que no sabe si revolearlo o amargarse en la cama tendida y a la espera jugándose un solitario. Al final, todos ensayan una condena y escapan de ese desierto.

Venía armando, mientras guardaba el carro, una historia con una partida de los padres de la casa y una hija al cuidado de hermanos menores. La hija se olvida de las recomendaciones y se va a pasear. Pasado un rato ya tenía una historia que no estaba nada mal.

 Volví al lado del hombre y seguía durmiendo.

Para el final de mi turno le dejé a Pancho, el  colega que me reemplaza, en una hoja bastante prolija el cuento y la recomendación de que no lo leyera sino que lo contara con sus palabras.

Espero que me entienda la letra.  

lunes, 19 de julio de 2010

Otro Cuento de Invierno

A Celia

Este invierno se muestra el más duro de los últimos años. Ya desde junio en la parada del colectivo, en el taxi, en el tren, la gente no hablaba de otra cosa. El invierno sería crudo porque alguien no cumplió la promesa. Diligentes como de costumbre todos nos ofrecimos a investigar quien no lo había hecho, nos vigilamos mutuamente y nada, volvíamos al responsable mayor de la investigación con la misma respuesta: Todos cumplimos nuestras promesas, nadie miente…

Hace veinte años que a fuerza de padecer al invierno por nuestro atolondramiento o la desidia, no sacamos los pies del plato. Nos extremamos en el cuidado de no obligarnos a cumplir con lo que luego no haremos, o simplemente hacernos cargo cabalmente, como aquella vez que yo mismo en un arranque de otros tiempos le dije a una chica que pasaba, que si me encandilaba con esos ojos azules y me sonreía, haría un clavado desde diez metros de altura de la emoción que me daría.

La chica me miró horrorizada después de brindarme una sonrisa. Me recorrió entero, preguntó: ¿Tenés idea de lo que es un clavado? En ese momento caí en la cuenta y me estremecí. Todas las reacciones del adulto tienen que ver con recuerdos infantiles, me dijo un amigo que va por el segundo año de psicología. Yo salía del bar de tomar una bebida cola. Cuando tenía cinco años asistí a una promoción de esa bebida en que proyectaban una demostración de clavadistas en Acapulco.

La chica me abrazó consternada, nunca imaginé que un primer abrazo de ella fuera de condolencia. El mozo del bar anotó en un papel, el kioskero avisó por teléfono, y yo me metí en una página de Internet para saber como debía continuar con el cumplimiento de la promesa. El verano ya se despedía y apenas me había lanzado algunas veces del borde de la pileta.

 Pero cumplí, la temperatura durante los tres meses de esa estación nunca bajó de dos grados, pero en lo sucesivo yo debí cuidarme de la arritmia crónica que me produjo el entrenamiento (costosísimo) y los otros gastos derivados (costosísimos) hasta encontrar una altura semejante sin moverme de la patria.

Este invierno riguroso nos recuerda que alguien no cumplió su promesa y alguien tiembla más que nosotros sea lo que sea que no haya cumplido, porque sabe que todos o la mayoría de nosotros en todo este tiempo hemos hecho lo indecible para aplacar al impiadoso invierno.            

 

domingo, 16 de mayo de 2010

Cuentos Con Títulos De Canciones

Me estoy volviendo lentamente loco

Ayer compré aspirinas, era la medianoche y, cuando me revisé los bolsillos para buscar las llaves de mi casa (que estaba seguro habérmelas olvidado en la fiesta de cumpleaños de Aníbal) aparecieron dos tiras de aspirinas flamantes, y más aspirinas en la guantera del auto y hasta en el piso del coche.

No recuerdo haber comprado tantas aspirinas como encontré en el bolsillo del gabán y en el resumen de la tarjeta de crédito que publica una lista interminable que coincide en las sumas de dinero, siempre bajas, y en la dirección de la farmacia justo pegada a la esquina donde un café permanece abierto día y noche.

Volví, como decía, a buscar las llaves en casa de Aníbal y aprovechando la ausencia de los demás invitados le confesé mi preocupación.

Ante una mesa llena de platos y compact disc sucios de chocolate crema y bizcochuelo, que resignado esperaba ver caer al suelo en cualquier momento, Aníbal, ( que ya me había dicho que no pensaba tocar nada, que dentro de dos o tres horas se hará cargo la señora de la limpieza) me recalcó que yo era un privilegiado, que bonitas sumas eran las que le llegaban a él por lapsus parecidos. Que tenía un cuarto (que me mostró) lleno de revistas de actualidad financiera que el no leía ni pensaba leer jamás. Compradas hasta tres veces el mismo número y en un solo día.

Mucho mas caro que mis modestas cajas de aspirina. Lamentó que ya no pudiera elegirme un interlocutor válido de los que hubo seguro en la fiesta.

Lo noté a Aníbal con varias copas de más y con deseos de irse a dormir. Revolvió entre desperdicios como si esperara encontrar la llave entre la crema como recuerdo de alguna película, las encontré yo mismo debajo de un almohadón que tiré en un momento de la fiesta para despatarrarme en el suelo.

Me acompañó hasta la puerta; antes de despedirse, en una salida típica de borracho se puso a bromear con todos los objetos posibles que yo podría acaparar con la misma obsesión.

Me senté en el auto pero no lo puse en marcha. Estaba asustado, algo en mí por mínimo que fuera gozaba de autonomía y yo no podía sentarme a esperar que mi tara decidiera darme un respiro.

Mientras observaba la ciudad vacía me vigilaba y gozaba de este autocontrol que me permitía ver pasar las horas sin moverme, alejado de las inquietantes aspirinas.

Llegó la mañana al lugar, los autos estacionaban por delante y detrás y yo cabeceaba de sueño. Tenía la certeza que apenas me durmiera, mi otro yo correría lanzado tras su obsesión analgésica.


No puedo vivir sin ti


No podría hacerlo. Estás todo el tiempo alrededor mío y sin embargo me dejas tanto tiempo solo. Todos me dicen que son tan pocos los momentos en que nos ven juntos que nunca piensan en nosotros dos cuando hablan de mí.

 Mis hijos, en el preescolar -me advirtió Estela por teléfono- seguro que cuando tienen que dibujar a su familia, no te incluyen o hay que buscarte disimulada en la forma de las ventanas de la casa o en algún otro detalle de los que saben interpretar los psicopedagogos. Le digo que habla por hablar, que no vi ningún dibujo así de ellos y que si descubrieran algo preocupante ya me habrían notificado.

Y es que los entiendo a quienes piensan así.

¿Cómo se puede pasar así por las cosas?

Todo lo tomas con mano firme pero sin tensión. Dedicas a cada momento el tiempo justo y me incluyo entre los que no podemos hacer del tiempo un aliado sino un potro al que hay que domar e imprimirle nuestro sello como si lo fuéramos a ocupar hasta el fin de nuestra vida que nunca se nos pasa por la cabeza por más de unos instantes.

Parece fácil pensar en la muerte comparándola con tu facilidad para hacer de todos tus momentos un mirador desde el que se abraza todo.

Solo atinamos a quejarnos por un sinsentido que solo habita en quien no puede vivir sin ti, y en quienes soportan una ráfaga de viento que se coló por una puerta entreabierta.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Botellas

Mientras guardaba las botellas en la bolsa me asaltó un recuerdo que no pocas veces evité felizmente echando mano a algún entretenimiento evasivo de la índole que fuera con tal que no me atrapara esa presión de acero dentado ceñido en mi cerebro.

No pude esta vez.

 Ante la molesta compañía de testigos, sin poder echar mano a recursos que conocía bien, llegando a desarrollar singular y apasionada técnica, quedé desguarnecido y lanzado a rememorar mi lúgubre paso por las mazmorras de la prisión en la estepa.

 El hielo calándome los huesos y las ratas observando mis movimientos para echar el diente cuando la temperatura de mi cuerpo bajara al extremo de la exterior que amenazaba furiosamente desde el respiradero abierto a la intemperie a cuatro metros de mi colchón maloliente. Me miraba las manos a la débil luz de un rayo de la luna llena y el morado de la sangre estancada me subía hasta la muñeca amenazando a los dedos.

La luna que marchaba por el sur con rumbo al oeste despegaría del ventanuco a más tardar en media hora y, ya de día, debía permanecer despierto para vivir un día más cuando esos hijos de las sombras partieran a la busca de otros bocados no tan apetecibles como yo.

 

Cada salida de sol es un nuevo triunfo sobre esta desdicha y un  reto que me señala calcular de nuevo los riesgos y posibilidades de mi evasión apoyado en la pared de piedra hasta el deslizamiento bajo la puerta del té negro y tibio y el pedazo de pan enmohecido.

 

Llegando el mediodía se aparece el gato con el mensaje en el cuello. La tarea de hoy- indica la letra serena- consiste en separar el bloque pegado al pasillo que atraviesa el carcelero en su rutina y, caminando hasta el final, picar el bloque justo en el vértice de la pared lindante con el acantilado.

 No comunica este lugar directamente al exterior, sino a otro lugar interno que permanece solitario como tienda de antiguos trastos.

 

 El plan del desconocido que parecía conocer bien el edificio y que me comunicaba su entusiasmo en cada renglón del papel con un "vamos", "fuerza", "adelante", "no aflojes", se basaba en trabajar sobre la pared que no despertaba sospechas a la inspección. Salir casi por la propia puerta todos los días, para trabajar sobre una roca que me devolvería de nuevo al interior dentro de la misma prisión evitando las salidas conocidas,  era de un alambicamiento que no podía despertar sospechas.

El atardecer azulino del ambiente me provocaba tremendas depresiones que por conocidas y esperadas me disponía a soportarlas. Alternaba en la idea de suicidarme y terminar con esto pero también con un apego demencial a esta vida y el miedo de perderla por un error involuntario. ¡Estaba vivo, respiraba  aún, mis miembros estaban fuertes y cumplía cada día con el extenuante plan trazado! Mas, al caer la noche, me internaba en la zona  mas ruin de mis meditaciones cuando, de la visión de una madre amorosa que me acogía en su seno pasaba a los temores mas lúgubres que me sumergían en la desdicha.

 

¡Mi suerte dependía de un desconocido que se comunicaba conmigo con el auxilio de un gato!

Entonces me pensaba siendo el hazmerreír de un grupo de carceleros que mataban el tiempo divirtiéndose a mi costilla.

Muchas mañanas aluciné  que me aparecía  en el  vestíbulo interior, blanco de polvo, y ante mis ojos desorbitados una mesa donde los apostadores por el éxito de mi misión se abrazaban de alegría levantando el dinero y también las miradas torvas de los perdedores que me auguraban una paliza diaria en ese pozo de aflicciones hasta el último aliento.

 

Carecía de sueños nocturnos, la noche era el dominio de las alimañas.

La mañana eran el te y el sueño, el mediodía el despertar callado, mas  luego desentumecer con algunas flexiones los músculos, blandir las herramientas adaptadas trabajosamente de utensilios varios como dientes pegados en las paredes y un manojo de llaves que trajo el gato en una ocasión, (vestigios de otras épocas y usos del edificio).

Debía cuidarme de mover la piedra hasta dejar de oír la carrera desenfrenada del hijo de un administrativo que, con un jarro de lata, golpeaba contra mi puerta denunciando su paso hasta el fondo que comunicaba a un patio donde dos guardias le franqueaban la puerta para que como de costumbre apedreara a los lobos marinos que retozaban unos veinte metros abajo.

Alguna vez se me ocurrió la idea de anticiparlo en su carrera, introducirlo dentro, maniatarlo y vestido con sus ropas continuar el periplo y  tirarme desde esa altura al mar. Locuras que se le ocurren a los desesperados de este submundo con tiempo para fantasear.

 

Muchos días pretendí que  no lo lograría, llevaba mas de un año de tarea y un domingo, porque contaba rigurosamente las fechas de mi estadía, en un acto de rebelión que me proporcionó infinito placer decidí  descansar, le escribí que deseaba descansar el séptimo y cantar algunas partes de la misa que aún recordaba. Lo hice con letra mayúscula como otra vez que decidí respetar otras fiestas de guardar.

 El gato, el mismo domingo y otros traía colgando una manzana, sin otras referencias. Las manzanas eran frescas, como recién cortadas de un árbol, lo que no hacía otra cosa que generarme más dudas y temores. ¡Pero que podía hacer sino basarme en su solo testimonio escrito! El asunto avanzaba, era  lo que me importaba, y yo intuía el escape muy cerca.

Cuando todo parecía a punto de naufragar  se arreglaba mágicamente, como la vez que casi me sorprende después del mediodía el guardia en el pasillo.

Acomodaba trabajosamente la piedra para devolverla a su lugar, cuando lo escuché refunfuñar  en la escalera de acceso; no tendría tiempo de desandar  mis pasos y volver a ocupar la celda. Entonces ocurrió el milagro, se enredaron sus piernas antes de ingresar al descanso de la escalera por transportar una olla de estofado con que el director nos aumentaba la ración de la mañana con motivo de su cumpleaños. Se escuchó tan brutal el impacto del hombre escalera abajo, que en mi confusión estuve a punto de salir en su auxilio.

 

Me hice tan diestro en el uso del metal sobre la piedra que me juré que una vez en libertad integraría alguna orden de picapedreros que alguna vez leí que todavía existían. La prodigiosa ejecución de los maestros y artesanos que no adivinaron el destino que los siglos preparaban para el fruto sólido de sus sudores, me inspiraban planos en mi memoria  y secretas relaciones de los ámbitos de mi aventura forzada, con diagramas celestiales.

 

Llegó el tiempo de partir y dejar atrás  este enamoramiento. Me tocaba la piel curtida la mañana del día martes, demoré una semana por hacer coincidir con mi cumpleaños número 30. El lunes dejé todo preparado, me guardé la ración del domingo para festejar el último deslizamiento de roca. En realidad lo hubiera echo entonces, pero de lo que encontrara del otro lado no podía depender mi estado de ánimo de ese atardecer y esa noche. Así que lo demoré.

 

El martes todo me pareció nuevo, ni las pisadas del carcelero reconocí. Cuando el joven pasó golpeando su jarro con que gusto le hubiera echo orinar los pantalones plantándome frente a él. A la una dejé atrás el pasillo, ingresé al interior sin novedad abriéndome paso entre los trastos del desván, salí por la única puerta, ingresé a un lugar de escaparates vidriados llenos de botellas de diversas formas y colores con mensajes en su interior, y ratas y gatos embalsamados en soportes de madera, de razas y regiones distantes. Los gatos, aún en su diversidad se parecían en la mirada a mi gato visitante de años.

 

El desconocido que intercambiaba mensajes conmigo salió de detrás de un biombo que dejaba ver su escritorio de trabajo abarrotado de papeles.

Asustado quise huir pero el hombre me detuvo con palabras amables y consoladoras:

Ya no es posible que vuelvan a detenerte, a este lugar no tienen acceso. En cambio si, antes de abandonar este recinto te ruego te lleves aprovechando la ocasión, un recuerdo cercano a tu experiencia como un ejemplar de gato o una rata . Pero si lo deseas puedes elegir una de las botellas, que tienen la ventaje de ayudarte a no recordar esta experiencia. La botella te hará sentir otro, el que arroja una botella al mar pidiendo auxilio.

 

-¿Y, que esperás…querés que arrastre las botellas por la calle, para qué te traje?

-Chola…acercate que no quiero que me escuche…El Randy  anda demasiado despistado…parece sonámbulo… ¿vos averiguás que hace cuando está solo? A ver si se enferma…vos me entendés…a mi me preocupa este chico…deberías preocuparte un poco mas…

- Vos sabés Nancy que el chico no conoce a su padre de quien ya sabés la historia…Me gustaría tener una conversación con él, además de la ayuda miserable que me pasa…Que se haga cargo un poco; pero no me responde…un pecadillo, pensará…yo hago lo que puedo, vos lo conocés a Randy, es por las circunstancias un chico difícil, siempre en su mundo.

-Chola…¿es cierto que…?

- No Nancy dejalo para otro momento, ahí viene con las botellas.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Y Allí Estaba Yo

Recuerdo que llovía, hacía frío, el humo de la olla condensaba en las paredes azulejadas. Ahí estaba él, reluciente de agua el saco de lana y allí estaba yo, y la que solía ser en el umbral de mi mirada.

Pidió lo de siempre, intercambió algunas palabras con el mozo. Alguna vez, hace tiempo, me animé a preguntarle al del mostrador si sabía quien era. Después me arrepentí, al negro le gustaba divertirse conmigo, porque lo que me contó era tan burdo, era tan evidente que me estaba cargando, que mientras me decía que era un asesino con varias muertes encima, me repetía a mí misma que era una tonta al pensar que el negro alguna vez pudiera tomarme en serio en algo.

Ese día de lluvia fue el último día en que lo vi. Le despaché el café mitad café mitad leche con dos medialunas, manteca y dulce, una servilleta de papel parada como una pajarita a medio hacer( que el borroneaba con cuentas y volvía a dejar debajo del plato cuando me volvían los restos del desayuno contra la ventana de vaivén).

Ese día hizo algo que nunca había hecho, dejó la propina en la mesa y volvió el cuerpo para donde yo espiaba tras los visillos, se quedó esperando lo que yo no tardé en hacer, empujar las persianas y quedarnos frente a frente.

Yo sabía que a partir de ese momento no lo vería nunca más. 

domingo, 7 de febrero de 2010

La Cerca

Aquella mañana en que me llevé por delante el alambrado no fue una de tantas.( Digo, antes del accidente). Serían las siete y yo que hacía un mes me había separado de Tere y estaba asimilado a la rutina de mi madre de llamarme a desayunar y hasta las nueve aceptar todas las recomendaciones acerca de cómo proceder si sucedía esto o aquello.

Hacia las nueve de la mañana (siempre antes del accidente) tenía, por ejemplo, la certeza de que llegado a la oficina, me encontraría con el proveedor L. que me pediría un cheque a una semana porque seguramente después de los últimos anuncios de economía no estaría dispuesto a alargar los plazos. La secretaria de mi padre M. llegaría dos horas tarde sin llamar previamente porque el tránsito colapsó y se quedó sin batería o le robaron el teléfono, o tuvo que llevar de urgencia el hijo al pediatra.

 Que no le diga a mi padre que anoche ella estuvo en lo de los tíos que sabe que él los detesta.

 Que también él llegaría (casi) a la misma hora que la secretaria.

 Que seguro que mi padre estuvo en la primera quincena de enero en la casa que alquiló M. en la playa y varios fines de semana entretuvo al chico mientras M. tomaba sol.

 Seguro que retomó varias veces la ruta 2 durante la quincena y si no que lo observara atentamente, en detalle,( para saber que ella no miente).

 

Mi madre no era esta misma persona antes de que la dominaran alternativamente la ansiedad, la desesperación, la conciencia de su extrema vulnerabilidad, el despecho y el odio.

Fué una persona discreta, amorosa, comprensiva, de un carácter alegre, con un sentido del humor muy fino. Siempre la creí capaz de reírse sin parar si se enteraba que yo había salido un par de veces con M. que mantenía una relación con mi padre (desde una época que a veces le hacía entrever que el chico podía ser hijo suyo).

Me equivocaba, es que nunca conocí a mi madre en carne viva, violada en su intimidad, al punto llegó M. a defraudarla siendo que ella personalmente la eligió para ocupar el cargo entre otras postulantes.

 M. la llamaba "mi madrinita". Para mi madre se convirtió en la hija que le hubiera gustado tener y no cuatro varones como los que tenía (incluido mi padre)

 Me decía que siempre sospechó de M. pero luchó para alejar esos pensamientos por parecerle una locura. (No aceptaba haber fallado, que algunas señales las había pasado por alto).

En nuestra relación de madre e hijo, esa manera de comunicarnos como si hubiéramos leído juntos el vuelo de los pájaros o la posición de las estrellas para dar por ciertas las escenas posibles, era como la marca de nuestro nacimiento.

Cuando creyó descubrir que M. le hizo gastar los ahorros de toda la vida y tomar deuda que relacionó con unos papeles que él le hizo firmar como conyugue y engañándola (supuestamente) al comentarle que eran para cambiarlos de obra social, todas sus elucubraciones se hicieron más alarmantes.

Al tener sus visiones un destino fijo en el que por primera vez estaba gravemente involucrada, se le hacía más fácil, era víctima, no sospechosa de "conocer" sucesos que no involucran su participación. Esto que digo no es difícil de entender:

Si yo me pongo con una bola de cristal a dirigir las acciones de un desesperado que ha perdido una amante y este pone toda su fe (en que le va la vida) en mi supuesta profesionalidad, tenemos un dato que la sociedad no soslaya en el momento de juzgar, y es la existencia de un contrato. Nadie sospecha, entonces de alguien comedido, (en otras circunstancias) un sospechoso.

Me dio frío…

La mañana del accidente, mi madre no habló; me hizo tostadas. Este día las hizo; durante el mes en que volví a ocupar el cuarto que de niños compartíamos con E. (el tercero) se cruzaba antes de las siete a la panadería a comprar medialunas.( Las medialunas no me gustan, solo las que vienen rellenas con crema pastelera o dulce de leche, no esas amarillas y secas con gusto a esencia de vainilla).

No habló, me miró ( nunca de frente, como es su costumbre) una vez, y en ese momento, cuando apoyaba la manteca y la mermelada esperé que me dijera que había  sido una locura, que sabía porqué salí a las dos de la mañana, a donde fui , como hice lo que hice, y que ahora se trataba de borrar todas las huellas. Que saliera de una vez del garage como lo hacía siempre. Que fuera al café y pidiera lo mismo de siempre y que saludara a F. el encargado de la misma manera, que no la llamara a ella desde la oficina, porque nunca la llamaba y no debía hacerlo. Que al mediodía me encuentre con Tere como todos los mediodías para ver de recomponer la relación. Que si M. se muestra cariñosa con él ante la ausencia de papá, que no la rehúya. Que me muestre como siempre. Después del encuentro con Tere(solo entonces) en esa hora y media antes de volver a la oficina, subir al auto y hacer lo que debo hacer.

 

Sin embargo mi madre no habló. Solo se quejó por una tostada que le salió quemada. Desayunó frente a mí ocupando la silla que ocupara mi padre. Al concluir,fui al baño, por el vidrio esmerilado la ví cruzar velozmente hacia su cuarto y golpear la puerta. Al salir escuché el ruido de la aspiradora y un programa de la radio a todo volumen.

Entonces salí acelerando después de abrir el portón. (Antes, evité mirar el baúl).

Salí de casa, atravesé la cortada, tomé por la calle por la que nunca transito (el campo de deportes del colegio secundario) y juro que lo ví a mi padre con las manos apoyadas en el alambrado.

 Entonces, pegué un volantazo y fui a dar contra la cerca. Estalló el parabrisas, el alambre me rebanó la frente y estoy perdiendo sangre y tengo frío como aquella vez que mi madre hizo tostadas (como nunca entonces las hacia, asta  hoy) y se largó a llorar desconsoladamente en el borde de la cocina porque de repente "supo" que su padre había muerto.

miércoles, 27 de enero de 2010

Alerta Naranja

Tengo fotos de islas a un km de la playa. Olas y bañistas que las surfean. Y más.
Nada sin embargo me viene a la memoria tan refrescante como un chapuzón en este recreo cercano a Arroyo Dulce.
Es una foto de mediados de los sesenta con un fondo de maizal.
Y sí, la infancia es la patria del hombre.

domingo, 17 de enero de 2010

Los Cuentos Que Aún No Escribí

1

 Eran las tres de la tarde y la gente se agolpaba en la casa de la pareja. Los dos competían por el fervor del público que siempre pedía más.

¡Arrastrada, buscá algo que pegue mas fuerte!

Los ladrillos volaban cerca de la cabeza del hombre que acariciaba el cinto y daba vueltas como el domador de leones que no se detiene nunca en un lugar para no perturbar la visión de los espectadores.

 Mirando a los vecinos que esperaban con devoción la paliza en ciernes, enroscaba el grueso cinturón en su mano pesada.

¡Atajá, borracho! Y ya no quedaban piedras ni cascotes que tirarle al marido infiel que la despreciaba e insultaba en público tres veces por semana a la hora de la siesta.

El golpe de la hebilla se descargó feroz sobre los hombros de la mujer y los uhhh y las risitas arreciaban tras la verja. El chasquido del cuero resonaba en toda la manzana pero todos estaban ahí; en la vereda, en la de enfrente y en la calle, con bicicletas, con la bolsa de las compras, con los ruleros puestos.

Y la función terminaba cuando le decía ¡Perdoname chiquita, te juro que no lo hago más! La ayudaba a levantarse y juntos entraban a la cocina.

La gente se miraba entre sí de soslayo y volvían a sus cosas.


2

Mi tío Salvador me declara único heredero de su fortuna calculada en cientos de millones de dólares.

Lo primero que haré es erigir un parque temático que contendrá todos mis gustos personales, el parque será inmenso y  distinto a los que hoy en día existen.

 Los actuales parques reflejan  el imaginario de la mayoría de sus visitantes, concitan una simpatía instantánea porque si se trata de los históricos se encuentra en ellos reflejado lo que ya conocemos o vimos representado de distintas maneras y solo nos faltaba tocarlos o mezclarnos con ellos.

 Mi parque no hará ninguna concesión a  esos parques de enciclopedia,  aunque no faltará una administración como el de los mejores, con sus tiendas de souvenirs  bares y restaurant alusivos a cada espacio. Seguramente muchos se sentirán defraudados y jurarán no pisar nunca más mi gigantesco despropósito. No me importará, mi parque no los necesita. Que dure lo que la contabilidad decida. Cuando no quede ni un peso en el banco para solventar los gastos se cerrará no sin antes apartar un fondo suficiente para pagar los impuestos del predio por 100 años. Seguirá siendo mío. La gente podrá ocuparlo libremente pero con la condición de no construir encima ni reformar nada.

  Miles de personas nacerán y morirán transitando en mis imaginaciones. Nos cruzaremos en sus calles.


3

Antes se decía que hay un rumor sordo en el ambiente, que se percibe la inquietud, o que el aire se corta con un cuchillo.

Que hay movimientos raros, que por el camino pasa gente extraña. Los lugareños vivían pegados a la mirilla de la puerta u oteando la calle desde las celosías entornadas.

El comportamiento por estos días es diferente y el tiempo colabora acompasado.

Los pájaros reposan en las ramas hamacándose en la brisa primaveral, los perros duermen sin sueños agitados y hasta un vagabundo aprovechó para acostarse a descansar junto a las vías del tren que ya no pasa.

En esa quietud donde se escucha el rumor zumbón de un moscardón rompe el silencio el trote de un caballo.

Leonardo se despertó cuando el alazán masticó el freno y se golpeó las ancas con la larga cola.

Los dos hombres se miraron. A Leonardo le costó enfocar al visitante tras el ala del sombrero y un rayo de sol que se entrometía.

—No me parece  un  lugar cómodo el que eligió.

—A mí me parece todo lo contrario, como el tren ya no pasa…

—Es verdad. Pero yo me cuidaría bien. No es seguro. Entre los durmientes está lleno de alimañas y le advierto que durante el invierno pasado por esta vía que parece abandonada pasó un expreso que arrastraba cuarenta vagones con las ventanillas cerradas y un furgón de cola iluminado. En el pueblo no se ponían de acuerdo en quien era el guarda de uniforme azul  que viajaba apoyado en el estribo del furgón ¡ja ja! Pero no quiero distraerlo más forastero, solo venía a ofrecerle alojamiento en mi casa que queda a una legua de ese monte que alcanza a ver… La casa es humilde pero es mejor que esto…

—Le agradezco señor su preocupación pero…

—Vamos hombre, monte…

Leonardo le hizo caso y marchó con el jinete a paso largo. Enseguida llegaron a una estancia confortable donde se quemaban unos marlos en el brasero y encima una olla tiznada desparramaba el perfume de un guiso.

 Comió con hambre. Tomó vino en una copa… ¡Cuánto tiempo sin beber decentemente! Le conmovían las atenciones del desconocido que casi no habló de sí mismo más que para mencionar su dedicación a la cría de caballos y un antiguo trabajo de dependiente en una carnicería.

Cuando un gallo cantó, el anfitrión le acercó una manta. Le dio una llave por si quería partir de madrugada, saludó y desapareció por un pasillo.

Leonardo se durmió mirando como jugaba la luz del patio con la cortinita del lavadero.

Se despertó en un asiento mullido. Los pasamanos colgados del equipaje bailaban sobre su cabeza. Era el  pasajero de un tren.

Las ventanillas no se deslizaban, atascadas de herrumbre. Solo las puertas de entre los vagones se habrían y corrió hacia una lámpara iluminada en lo que parecía el furgón final de la formación. La espalda del guarda se agrandaba con cada paso que avanzaba. Se detuvo un momento para recuperar el aliento, espió dificultosamente por las ventanillas acanaladas, afuera el paisaje era cambiante, reconoció el monte que le señaló el forastero y el lugar donde buscó cobijo junto a la vía.

Y a la gente del pueblo, que veía pasar el tren y cuchicheaba sobre la identidad del guarda.  



domingo, 10 de enero de 2010

¿La Casa De Los Barranco?

Unos amigos de la cuadra me señalaron este moderno edificio gris de la calle Armenia (antigua Acevedo) como el lugar donde se levantaba la propiedad en que la familia inmortalizada por Laferrere pasaba sus días allá por los mil ochocientos y tantos.
Muerto el padre militar Doña María vive de las exiguas rentas de algunas piezas y lucha por encontrar pretendientes de buen pasar para sus hijas.Al menos es parte de  lo que cuenta la obra y no tiene porqué ser cierto.
Me sucedió algo notable: Entablé conversación con un señor parado frente a la puerta  que se mostró muy interesado al conocer de mi boca sobre el pasado histórico del predio. Conocía perfectamente la comedia "Las de Barranco" porque en otra época estudiando teatro le tocó en suerte componer el personaje de Morales. Casualmente el mismo que cubrí yo en algunas oportunidades, en gira por las provincias.

DOÑA MARÍA. -
(Concluyendo de examinar las blusas.) ¡Qué preciosura! ¡Son una monada!... (Mirando al muchacho.) Dígale que muchas gracias, que se las agradezco muchísimo. (Acentuando.) Y que Carmen le manda muchos recuerdos... Dígale así. (Haciendo un gesto después que el muchacho saluda y se va por la derecha.) Son regularcitas, no más... (Gritando.) ¡Carmen! (Volviendo al comentario.) Algún saldo que no le servía... (Gritando con más fuerza.) ¡Carmen!... (A Carmen, que aparece por la izquierda.) Mirá, mirá el regalo que te manda Rocamora, el del registro: una blusa para vos y otra para cada una de tus hermanas...

CARMEN. - (Frunciendo el ceño.) ¿Blusas?

DOÑA MARÍA. - (Sin apercibirse del gesto de Carmen.) Sí, aquí las tenés. No son feas, sobre todo la tuya... mirá. (Levanta en alto una blusa.)

CARMEN. - (Sin preocuparse de la blusa y con fastidio.) ¡No debía de habérselas recibido!

DOÑA MARÍA. - (Encarándose con ella.) ¡Che... che... che!... ¿Estás loca?... ¿Qué querés decir?

CARMEN. - (Con aflicción.) Pero ¿usted no sabe acaso, que Rocamora me pretende?

DOÑA MARÍA. - ¡Vaya una novedad!... ¿y qué hay con eso?

CARMEN. - ¿Usted no sabe que le he dicho que no consentiré nunca en casarme con él?

DOÑA MARÍA. - Sí, y demasiado bueno es el pobre que todavía te hace regalos. ¡Razón de más para agradecérselos... me parece! ¿O es que querés prohibirle ahora que sea generoso si quiere serlo?... ¡Es lo único que faltaba!...


domingo, 3 de enero de 2010

Desalojando Angelitos

El 28 de diciembre de 2009, los angelitos que se avistaban desde el tránsito por la calle Paraguay, abandonaron la fachada de la casa centenaria y marcharon hacia el recuerdo de este transeúnte.

Hoy, domingo, sentí que los fotografiaba en estos niños que se daban chapuzones en la fuente del monumento a los españoles a algunas cuadras de su viejo domicilio.