martes, 5 de octubre de 2010

Reclamo

Te pido que por favor me cuentes un cuento…

El hombre me lo reclamaba con desesperación, no tenía las mismas posibilidades que asisten a los condenados a muerte de pedir el manjar de su vida o la botella de la cosecha soñada, ni siquiera el modesto tentempié con que su madre lo esperaba cada tarde a la salida de la escuela.

Porque no le pasaba nada que pudiera deglutir por sus propios medios. Quizás ya ni recordaba la utilidad de un plato y un par de cubiertos, enlazado por meses a una sonda que le bajaba al estómago una preparación densa que en mi turno debía cuidar que no se empaste para no tener que empezar todo de nuevo.

Estaba pidiendo un cuento y mientras vigilaba el baster le decía  que qué bien que tuviera ganas de reírse un rato, que eso evidenciaba mejoría.

Pero el hombre devuelta a reclamarme un cuento, que  el no sabía como podía ser que en todo el hospital no hubiera uno que le diera ese gusto de moribundo. Esto último lo agrego yo porque el hombre me  dijo solo que no podía ser que en todo el hospital no hubiera uno y punto.

Cuando me aseguré la marcha del goteo me puse a interrogarlo para disimular que le estaba controlando la frecuencia respiratoria.

14…15…16… ¿Sabés el del tipo que se encuentra con el…

¡No! ¡Un cuento con un desarrollo, una cosa seria, algo interesante!…

-Ah! Como una anécdota, una historia…

-Si, algo que pase en un lugar, con personajes, con personajes que se estén jugando algo en cada acción, en cada palabra que dicen, que se guarden llegado el caso de hacer o decir algo porque no es el lugar o el momento…

-¡Epa, pero eso ya es mucho pedir! ¿Te prendo la tele?

-¡Pero que tiene que ver la tele en lo que estoy diciendo!

-Y que se yo, uno hace lo que puede, y si hay alguien que esté dispuesto a contarte el cuento, te lo traigo de inmediato apenas me desocupe…¿De acuerdo?

El hombre dormía. La fiebre se había clavado en 39 desde el jueves  y ya no había manera. Se moría. Y sí llegaba a vivir un par de días más, me propuse que no se moriría sin escuchar un cuento.

Mientras empujaba el carro pensé ¿porqué yo no? Los ascensores estaban descompuestos y no me daba a esa altura de la madrugada para subir  siete pisos hasta la sala de los semiambulatorios como les pusimos a los rezagados de la vida cotidiana que caían dos por tres a la internación por crónicos o casi. Individuos como dice Lita, inadaptables. Lo de los semiambulatorios no se resuelve ni con medicación, ni con una larga charla de café, ni con una borrachera, ni con pegarse a las sábanas aislándose el fin de semana. Necesitan el movimiento constante de la vigilancia profesional, la habitualidad de la emergencia merodeando por los pasillos.

Ahí desenvuelven todo su encanto. La tranquilidad que supone el breack con el mundo les llena la existencia de la dulzura ausente en la vereda de enfrente.

Domadores, futbolistas, artesanos, ex convictos, pianistas, actores principales y de reparto, amas de llaves, todos tienen algo para contar y todo el tiempo del mundo.

Hacen rancho en una cama y comparten las delicias que compran en la confitería de la esquina. Van al baño y cuando vuelven alguien de mas allá les tendió la cama y hasta la pedicura que se va de alta en tres días le dejó un mensaje "paso a eso de las tres, no te olvides".

Ahí todos saben contar, como si marcharan por la existencia aprovechándolo todo mirándolo todo a 360º y sin embargo ahí están, siempre  terminan en el séptimo piso. Cuando se van ocurre como cuando alguien quema una abultada agenda futura. ¿Qué, se fue? Dice el viejo con el mazo que no sabe si revolearlo o amargarse en la cama tendida y a la espera jugándose un solitario. Al final, todos ensayan una condena y escapan de ese desierto.

Venía armando, mientras guardaba el carro, una historia con una partida de los padres de la casa y una hija al cuidado de hermanos menores. La hija se olvida de las recomendaciones y se va a pasear. Pasado un rato ya tenía una historia que no estaba nada mal.

 Volví al lado del hombre y seguía durmiendo.

Para el final de mi turno le dejé a Pancho, el  colega que me reemplaza, en una hoja bastante prolija el cuento y la recomendación de que no lo leyera sino que lo contara con sus palabras.

Espero que me entienda la letra.