domingo, 7 de febrero de 2010

La Cerca

Aquella mañana en que me llevé por delante el alambrado no fue una de tantas.( Digo, antes del accidente). Serían las siete y yo que hacía un mes me había separado de Tere y estaba asimilado a la rutina de mi madre de llamarme a desayunar y hasta las nueve aceptar todas las recomendaciones acerca de cómo proceder si sucedía esto o aquello.

Hacia las nueve de la mañana (siempre antes del accidente) tenía, por ejemplo, la certeza de que llegado a la oficina, me encontraría con el proveedor L. que me pediría un cheque a una semana porque seguramente después de los últimos anuncios de economía no estaría dispuesto a alargar los plazos. La secretaria de mi padre M. llegaría dos horas tarde sin llamar previamente porque el tránsito colapsó y se quedó sin batería o le robaron el teléfono, o tuvo que llevar de urgencia el hijo al pediatra.

 Que no le diga a mi padre que anoche ella estuvo en lo de los tíos que sabe que él los detesta.

 Que también él llegaría (casi) a la misma hora que la secretaria.

 Que seguro que mi padre estuvo en la primera quincena de enero en la casa que alquiló M. en la playa y varios fines de semana entretuvo al chico mientras M. tomaba sol.

 Seguro que retomó varias veces la ruta 2 durante la quincena y si no que lo observara atentamente, en detalle,( para saber que ella no miente).

 

Mi madre no era esta misma persona antes de que la dominaran alternativamente la ansiedad, la desesperación, la conciencia de su extrema vulnerabilidad, el despecho y el odio.

Fué una persona discreta, amorosa, comprensiva, de un carácter alegre, con un sentido del humor muy fino. Siempre la creí capaz de reírse sin parar si se enteraba que yo había salido un par de veces con M. que mantenía una relación con mi padre (desde una época que a veces le hacía entrever que el chico podía ser hijo suyo).

Me equivocaba, es que nunca conocí a mi madre en carne viva, violada en su intimidad, al punto llegó M. a defraudarla siendo que ella personalmente la eligió para ocupar el cargo entre otras postulantes.

 M. la llamaba "mi madrinita". Para mi madre se convirtió en la hija que le hubiera gustado tener y no cuatro varones como los que tenía (incluido mi padre)

 Me decía que siempre sospechó de M. pero luchó para alejar esos pensamientos por parecerle una locura. (No aceptaba haber fallado, que algunas señales las había pasado por alto).

En nuestra relación de madre e hijo, esa manera de comunicarnos como si hubiéramos leído juntos el vuelo de los pájaros o la posición de las estrellas para dar por ciertas las escenas posibles, era como la marca de nuestro nacimiento.

Cuando creyó descubrir que M. le hizo gastar los ahorros de toda la vida y tomar deuda que relacionó con unos papeles que él le hizo firmar como conyugue y engañándola (supuestamente) al comentarle que eran para cambiarlos de obra social, todas sus elucubraciones se hicieron más alarmantes.

Al tener sus visiones un destino fijo en el que por primera vez estaba gravemente involucrada, se le hacía más fácil, era víctima, no sospechosa de "conocer" sucesos que no involucran su participación. Esto que digo no es difícil de entender:

Si yo me pongo con una bola de cristal a dirigir las acciones de un desesperado que ha perdido una amante y este pone toda su fe (en que le va la vida) en mi supuesta profesionalidad, tenemos un dato que la sociedad no soslaya en el momento de juzgar, y es la existencia de un contrato. Nadie sospecha, entonces de alguien comedido, (en otras circunstancias) un sospechoso.

Me dio frío…

La mañana del accidente, mi madre no habló; me hizo tostadas. Este día las hizo; durante el mes en que volví a ocupar el cuarto que de niños compartíamos con E. (el tercero) se cruzaba antes de las siete a la panadería a comprar medialunas.( Las medialunas no me gustan, solo las que vienen rellenas con crema pastelera o dulce de leche, no esas amarillas y secas con gusto a esencia de vainilla).

No habló, me miró ( nunca de frente, como es su costumbre) una vez, y en ese momento, cuando apoyaba la manteca y la mermelada esperé que me dijera que había  sido una locura, que sabía porqué salí a las dos de la mañana, a donde fui , como hice lo que hice, y que ahora se trataba de borrar todas las huellas. Que saliera de una vez del garage como lo hacía siempre. Que fuera al café y pidiera lo mismo de siempre y que saludara a F. el encargado de la misma manera, que no la llamara a ella desde la oficina, porque nunca la llamaba y no debía hacerlo. Que al mediodía me encuentre con Tere como todos los mediodías para ver de recomponer la relación. Que si M. se muestra cariñosa con él ante la ausencia de papá, que no la rehúya. Que me muestre como siempre. Después del encuentro con Tere(solo entonces) en esa hora y media antes de volver a la oficina, subir al auto y hacer lo que debo hacer.

 

Sin embargo mi madre no habló. Solo se quejó por una tostada que le salió quemada. Desayunó frente a mí ocupando la silla que ocupara mi padre. Al concluir,fui al baño, por el vidrio esmerilado la ví cruzar velozmente hacia su cuarto y golpear la puerta. Al salir escuché el ruido de la aspiradora y un programa de la radio a todo volumen.

Entonces salí acelerando después de abrir el portón. (Antes, evité mirar el baúl).

Salí de casa, atravesé la cortada, tomé por la calle por la que nunca transito (el campo de deportes del colegio secundario) y juro que lo ví a mi padre con las manos apoyadas en el alambrado.

 Entonces, pegué un volantazo y fui a dar contra la cerca. Estalló el parabrisas, el alambre me rebanó la frente y estoy perdiendo sangre y tengo frío como aquella vez que mi madre hizo tostadas (como nunca entonces las hacia, asta  hoy) y se largó a llorar desconsoladamente en el borde de la cocina porque de repente "supo" que su padre había muerto.