miércoles, 28 de octubre de 2009

Historias . Sigue.

¿Es suficiente con la  ley para alcanzar la justicia? Se preguntaba en caracteres góticos la edición mañanera del diario "Crítica" y el comisario Simoni ajustándose el cinto del pantalón de pana gruesa se agachaba por sobre el hombro del chueco achinando los ojos para leer mejor. Claro que no, claro que no, repetía mientras buscaba su rincón preferido debajo del ventilador mientras el chueco pasaba las hojas  hasta dar con la  de policiales. El titular de tapa  trataba acerca de lo difícil de dar con una herramienta apta para juzgar los inéditas consecuencias de la guerra que ponen  en jaque a la jurisprudencia. El chueco se puso a leer, fiel a su estilo, la "noticia" delirante de la mañana:

"El juez de Paz de la tercera sección impide al ciudadano Alcides Martínez Pirovano enterrar a su madre en los fondos de la casa según manifiesto deseo  de la extinta en el lecho de enferma. Ante el requerimiento periodístico el juez expresó pena por el deceso, pero también su firme decisión de cumplir con la disposición que obliga a que los muertos descansen en camposantos habilitados al efecto. Alcides M. Pirovano se niega a cumplir la norma y desde el lunes una custodia policial se encuentra apostada en el patio interno de la vivienda con la orden de detener al infractor apenas demuestre intenciones de cumplir con el recado de la fallecida. El domicilio  se ha convertido en centro de peregrinación de curiosos atraídos por el desacatado del barrio de Saavedra, como lo bautizó un conocido periodista…"

Era la hora de la siesta, en el salón para familias Celina se despatarraba ante una mesa y abría un cuaderno de tapa dura. Desde las dos de la tarde anduvo por el recinto separado del bar por una mampara de vidrio y madera con macetitas en las esquinas, pasando el estropajo con kerosene por el parquet y sacando lustre a los espejos. Afuera la tarde se ablandaba y el aire se veía como a través de una botella de anís, como dijo una vez en el café el dramaturgo Fábegas en una de sus visitas a Celina y provocó la risa general.

Fábegas era el autor de las notas que Celina estudiaba con diligencia varios días de la semana a la hora de la siesta cuando la clientela se espaciaba. Un día que llamaron al teléfono y Celina se demoró media hora charlando con la mujer de su patrón que tenía un hijo internado operado de amígdalas, el Chueco se aprendió de memoria los apuntes de Fábegas y los interpretaba para la mesa algunas mañanas logrando mediana expectativa.

Abrirse, cerrarse, volverse, bajar, subir, mezclarse, las áreas fuertes y débiles del escenario.

La discusión viva, choque o riña  se hacían generalmente en el área mas fuerte que era en el centro-abajo, (el centro de la zona más cercana al público y de perfil).

Hacer foco: La cabeza de los actores dirigen la atención del público hacia un actor o lugar determinado.

 Estas y muchas indicaciones más las ponía en práctica el Chueco usándonos de referentes y colmándonos la paciencia. Goyo y Tito Mirándola en una discusión encarnizada sobre un delantero de Los Andes en offside debieron aceptar que el chueco los acomodara mandando el peso del cuerpo a las plantas de los pies y no a los talones para no dar imagen floja, distraída. También le combatía la tendencia a Tito de cambiar el peso de un pie al otro para no dar una imagen de falta de aplomo. Más de una vez el comisario contando alguna anécdota  se vio interrumpido por el Chueco que a los gritos pedía al repartidor de la cerveza que terminara con las señas al chofer del camión que esperaba sobre la vereda porque distraía al público.

Fábegas convenció por aquellos días a Celina, que amaba el teatro, de participar en una especie de sainete de su autoría en una sala de Corrientes y Callao y para eso le brindaba algunas lecciones para entender al director cuando en los ensayos le pidiera un desplazamiento " a derecha y abajo" (a la izquierda del público y al borde del escenario) por ejemplo. Para lo demás Fábegas le reconocía a Celina una "enjundia" según sus dichos, que pocos actores tenían como don natural.

Después que fuimos todos al estreno de la obra en que Celina hacía de encargada de una pensión, el Chueco presenció casi todas las funciones que la obra duró en cartel, y que no se alargó más allá de los fines de semana de noviembre y diciembre, hasta la navidad de 1949.

Por supuesto el Chueco se aprendió algunas escenas que imitaba con gracia  y Celina se tapaba la cara de vergüenza creyendo en la justedad de la mimesis del Chueco: 

  ¡Cuando usted llegó, me pareció respetable, pero se acabó! ¡No lo aguanto mas, ni una noche más! Y no solo me molesta a mí, no, tiene a todos los pensionistas furiosos. La señora de al lado…

La señora de al lado no duerme porque le tiene miedo a los ladrones…como el marido está ausente…

¡Pero…Usted es un desfachatado, la gente no duerme por culpa suya!

¡¿Por culpa mía?!

¡Si, por culpa suya, se pone a cantar a las dos de la mañana y a los gritos!

No le permito señora, esto es música clásica y yo no grito…

¡Qué música, parece un estrangulamiento!

Es Pagliacci,, de Leoncavallo, es un aria…

¡Que arria ni arria,manga de orres, ustedes van a salir arriados de aquí! Manga de vagos despertando al barrio con el lión ese…

 

Cuando en el otoño de 1950 Celina se casó con Fábegas en la parroquia de Belgrano las damas de honor recibieron consejos del Chueco de que "vistieran la escena", es decir se desplazaran siempre discretamente sin dejar de hacer foco en los novios.

El comisario Simoni asistió de azul a rayas impecable y en la fiesta que se hizo en el salón familias de "La porfiada" contó una historia que les prometo para otra vez.