miércoles, 25 de febrero de 2009

Murmullos De La Historia (1)

Ambrosius
 
Para evitar los escándalos que se sucedieron en los  anteriores intentos, eligieron esta vez a un individuo del medioevo temprano, época reconocida por la prevalencia de los principios.
En todos los otros casos se reprocharon la pésima  elección de los individuos.
Sometidos a períodos de intenso entrenamiento, las cuerdas tensadas de la emoción no les permitían acompañar los hechos decisivos  y la misión fracasaba.
Ahora sí. Basta de luchar con lunáticos agazapados que no despertaban sospecha alguna o imprevistos fanáticos decididos a figurar en el libro de oro de los tiempos.
Ambrosius se llama el candidato, y con una devoción tal que para él la misión se la encargó un ángel, y de los más resplandecientes.
La túnica fue a parar manos de Ambrosius en un descuido de los soldados y, como ocurrió otras veces, este tampoco siguió las instrucciones del "ángel" de  la administración. Obedeciendo a un misterioso llamado, se la apropió y escapó.
Si el radar lo encuentra y la nave consigue atraparlo, no volverá a cultivar cebada y patatas para el conde; le tienen reservada una jornada en el coliseo romano, pero como protagonista.
 
De terror
 
Cierta vez  al joven Durero  alguien le deslizó bajo la puerta una carta que lo tenía como destinatario. El sello, lacre sanguinolento oscuro, mencionaba una lejana región de los montes Cárpatos, y la firma, de un tal Conde Drácula.
 La letra capital y la miniatura, a la potente luz de la candela lo dejaron prendado. Antes de conocer el motivo, le impresionó vivamente la desconocida manera de volcar el mensaje.
Lo bañó en cloro, luego  embadurnó por ambas caras la carta  en azufre, y entonces sus ojos se abrieron inmensos: ¡Que extraño prodigio!. ¡Esa manera de grabar está llamada a cambiar el mundo!.
Enseguida puso manos a la obra, en una noche descubrió el secreto de la singular técnica.
Esa madrugada, en el taller silencioso y frío, ganado casi por el sueño, recordó que en su entusiasmo olvidó leer el mensaje del conde y ya era demasiado tarde. La carta se había reducido a una masa de pasta vegetal y residuos químicos.
Nunca más recibió otra semejante, y el mundo literario se perdió con seguridad una aventura que habría sido inmortalizada luego por el cine de terror.
Durero contra Drácula o Durero contra Drácula y el hombre lobo.

domingo, 22 de febrero de 2009

Mi invitado del domingo. Hoy: JUAN B. ALBERDI

TEATROS
 
París,setiembre de 1843.
 
El de la Grande Ópera Francesa. Más chico y menos espléndido que el de Génova: más bien alumbrado. Es casi todo dorado. En el orden de los palcos hay cierta irregularidad elegante que existe en casi todos los teatros de París. El palco o galería inferior se llama balcón, y vale caro. Las señoras van bien vestidas, pero con menos cuidado que en nuestros teatros de América. Desde la tarde  empiezan a ocuparse los asientos en las funciones ordinarias. Entrada y asiento, cuatro francos. Yo creía que el público de París, en el teatro, fuese muy animado y bullicioso. Pero no es ni más ni menos silencioso que el nuestro. En general los franceses son más bulliciosos y francos, en nuestros países, que aquí. Aquí se hace un gran ruido de pitadas cuando el telón tarda en subir. La señal para que suba son unos golpes con un madero.
 Las decoraciones, aunque inferiores a las de Génova, son hermosas y en ciertos casos bellísimas. Los cantores, malísimos; la orquesta, numerosísima, ocupa una tercera parte de la platea, pero malas bailarinas y un ruido insoportable. He visto la Perí y Shialle; dos piecitas del más bello gusto. He visto tres óperas hasta hoy: los Hugonotes, la Stradella  y el Barbero.
 
2 de octubre.
 El sábado, antes de ayer, estuve en el Teatro Francés; se dio el Tancredo y una pieza de Moliére. Vi a la Rachel: esta mujer es joven, bella, de ojos negros, tristes, de una mirada ardiente; me recuerdan a los de Marta (una niña de Tucumán) o a los de Narvaja. Interesa tanto como mujer, cuanto como actriz: es admirable, sin duda, bajo este último aspecto. La frente es bella, vista de lleno; de perfil, no: las cejas horizontales y renegridas. En este teatro lo que se llama el género clásico en literatura, es cosa de que no tenemos idea en América. Es preciso verlo, para hallar en él a los partidarios del arte severo, ¡Moliére! ¡Qué talento, qué genio, qué fertilidad!
 
El domingo, ayer, a la mañana, fuimos a Versalles, con Gutiérrez, por el camino de hierro. En media hora llegamos. Hasta las tres estuvimos recorriendo las galerías del Palacio: pinturas, muebles, estatuas, objetos ricos y adornos. Tanto cuanto puede imaginarse de embelesador llena los vastos salones de esta mansión regia. La capilla, que es bellísima, por fuera, casi de estilo gótico, no es sino riquísima por dentro; pero fría, desnuda de arte, Una de las cosas más notables que vi fue el dormitorio de Luis XIV, donde se conserva la cama y al lado de ella la corona y su cetro. La cama es alta, y tan corta que no parece hecha para una estatura regular. Es rica; pero si se la compara a lo que en el día se trabaja de semejante, es pobre. Una especie de dosel la cubre. He visto allí los primeros trabajos del célebre David. Vi cincuenta retratos de Napoleón en las diferentes salas; y no vi dos parecidos entre sí. Hasta las tres, apenas alcanzamos a ver una escasa parte de las galerías.
A esa hora se dio principio al juego de las grandes aguas. El día era hermoso. Es imposible definir el encanto que cubría aquellos parques, jardines, fuentes, alamedas, bosques, cascadas, etc. Estábamos en la mitad del bosque cuando soltaron las aguas. Después de bajar por entre aquellos deleitosos sitios, en que las cascadas, las fuentes hacían sonar sus armonías por todas partes, fuimos a la fuente de Neptuno, la última y más bella de todas, que tuvo lugar a las cinco. Comimos alegremente en la Plaza, de noche; y a las seis y media entramos al teatro de Versalles: se daba la Sampa, El teatro, alumbrado con gas, elegante y lleno de gente, ¡qué bello me pareció!
A las diez salimos; y fuimos corriendo por aquellas bonitas y alegres calles, en medio de una noche deliciosa, a tomar asiento en el tren de regreso y vinimos a París a las once y media. Todavía duraba la función en la Ópera. Antes de llegar a las fortificaciones, qué delicioso parecía Paris coronado de una aureola de luz que forma el gas, con que es  alumbrado.
Hoy he estado en el Instituto de Francia, He visto algunos de sus miembros. He conocido a Arago, Dumas, Magendie, Balpole, Birot, Poícon  etc., etc. He oído hablar a la vez de ellos; principalmente a Arago, cuya figura, voz, gesto, actitud, todo previene en su favor; cuando habla, todo es silencio. Es inquieto y andariego, como Blanes, alto, un poco calvo, sin  patilla, narigón, gruesas cejas, ojos negros, penetrantes, grandes; boca grande, voz gruesa y clara. Dumas  es joven casi: no sé qué tiene de M. Martigny; sin patilla; un poco colorado: aire no notable: moderado, modesto, bien amanerado; presidía la Academia. Balpole, ñato, pálido, cejas espesas. Briot, viejo, hablador. Poicon, de mediana edad, bello perfil, narigón: tiene un debate bastante vivo con el secretario. Magendie es de mediana edad; figura gruesa, no sé en qué recuerda su perfil al general Enrique Martínez.
Terminó la sesión a las cinco, después de muchas lecturas, discursos y observaciones.
 
París, octubre 5 de 1843.
Esta noche estuve en el concierto de la Sala Vivienne. El local es espléndido. El concurso era numeroso, variado y elegante. La música pasable y la ejecución así, así. Lo que he oído de más notable ha sido un solo de oboe y otro de trombón. Concluido a las diez de la noche el concierto, paseaba con Guerrico por los boulevares: la noche deliciosa, clara, serena, dulce, Al pasar por delante del Café de París, encontramos dos hombres de mediana talla, otro de una muy alta.
—Vaya, me dice Guerríco, ahí tiene Ud. al tan deseado Dumas.
 Al punto contramarchamos, sobre sus pasos: era cosa de seguirlo y examinarlo. Pasó la calle que divide los cafés de París y Tortoni, y se detuvo enfrente de este último, a hablar con amigos que le rodeaban. Yo me puse a tres pasos delante de él. Allí se estuvo como cinco minutos, y yo como cinco minutos y un segundo, es decir ,hasta después que él caminó. El farol de la calle y el gas que salía del café-palacio le alumbraba  la cara como la luz del día. Es menos moreno de lo que se dice. Nariz pequeña,ojos no muy grandes, dulces y con ojeras; los labios ligeramente gruesos, pero la boca regular. Nada hay marcado y fuerte en su fisonomía, que es más bien agradable. Nadie creería ver en él al autor de Catalina y Margarita. Tiene no sé qué cosa de Byron. Sonríe al hablar con una sonrisa lánguida. Sus gestos son sobrios y blandos. Me miraba de vez en cuando: él conocía que yo le examinaba con placer,porque yo lo demostraba a mis amigos, a medida que les transmitía lo que veía en la persona del poeta. Es alto como Vilardebó, o Melchor Beláustegui, un poco cargado de espaldas y metido de pecho. En el andar es lánguido y desgraciado algún tanto: sumamente natural. Al despedírse del último de los que le detenían en frente del Café Tortoni, estrechándole la mano izquierda le dijo con inmensa calma, pero sin afectación: —Bon soir. En este bon soir, echó tres segundos. Estaba de fraque a la inglesa, chaleco de verano, claro, cruzado, camisa sencilla, calzón oscuro, una caña un poco gruesa, cabello crespo, corto y sombrero pequeño, colocado casi sobre los ojos. Hay en este hombre algo del temperamento frío o flemático de Cané. Si Beláustegui (Melchor) fuese más delgado, se le parecería mucho de atrás en el modo de caminar. Le seguí observándole, muchas cuadras. En las calles de París, donde a nadie se repara, infinidad de paseantes se detenían a ver de atrás al célebre poeta dramático, el más popular y sencillo de sus contemporáneos.
 
París, octubre 10 de 1843.
Hoy he convalecido de una enfermedad gástrica, de tres días. No he carecido de asistencia; sin embargo, he recordado mucho mi país. Yo me siento aburrido y triste en París. Pienso con placer en el mar. Me he enflaquecido mucho; pero aún no estoy como en América. Mis visitas de enfermo han sido Guerrico, Julio, Gutiérrez, Maldonado, etcétera ...Me han visitado justamente en estos días Fernández, M. Gros y Romey. El domingo, antes de ayer, estuve convidado a comer en casa del general San Martín. Por la maldita fiebre falté a esta invitación, y el lunes a la sesión de la Academia de Ciencias.
Ya en París hace un poco de frío, El país tiene otro aspecto: la gente elegante se ha dejado ver en las calles que están sembradas de coches y carruajes aristocráticos. La campaña ha quedado abandonada por el bello mundo. La Ópera Italiana acaba de abrirse. Hoy se da Norma; pero yo estoy a las ocho de la noche en mi cuarto, solo, triste, débil, oyendo el ruido de los coches que pasan por debajo de mi ventana, que cae sobre la calle de Bergére. Ya he dado pasos sobre mi pasaporte: mañana le tendré sacado completamente. Dentro de cuatro días me voy de París al Havre, donde debo tomar pasaje para América. ¡Cuánto suspiro por verme en aquellos países! ¡Qué bella es la América! ¡Qué consoladoral ¡Qué dulce! Ahora lo conozco; ahora que he conocido estos países de infierno; estos pueblos de egoísmo, de insensibilidad, de vicio dorado y prostitución titulada. Valemos mucho y no lo conocemos; damos más valor a Europa que el que merece.. En cuanto a sus celebridades, -¡ah! ¡qué equivocaciones padecemos! Cuántas veces ni se conoce aquí un nombre de autor francés que en nuestros países está en todas las bocas. Cuántos de ellos no se creerían injuriados groseramente si recibiesen aquí uno de los aplausos que les hacemos por allí, sin que por esto dejen de ser vanos, pues, lo son aunque sin perder la cordura.
 
13 de octubre de 1843.
- Ayer, después de comer con el coronel N... invitados por el doctor Ellauri, ministro, en el Hotel des Princes, fui por primera vez a la Ópera Italiana. Se daba Norma. Fue lo primero que oi a mi llegada a Europa, y es lo último que oigo a mi partida. He oído a la Grisi y a la Nissen. La primera hacía de Norma. Es baja, gruesa, pálida, grandes ojos, de mirada penetrante. Es tan actriz cono cantora. El canto es un medio para ella. Todo lo hace servir a la ejecución del pensamiento del poeta. En poder de esta mujer, nada hay superfluo en la música de Bellini: el más insignificante acento al parecer, lleva un objeto superior. La variedad de su voz es infinita. La Nissen no es inferior en muchas cosas. Al menos ella obtiene, y no sin razón, tantos aplausos como la Grisi. El resto de la compañía, en Norma, vale poco o nada. El teatro de la Ópera en París, es superior al de Génova. Más chico, pero más elegante; más lucido, más comme il faut.
¡Qué concurrencia tan lucida! Las señoras van vestidas como en nuestros países a una tertulia de baile. El guante blanco, en hombres y mujeres, es indispensable.
 
Del libro "Recuerdos de Viaje"

miércoles, 18 de febrero de 2009

Mercadeo. Desde Nosotros Hasta Los Cavernícolas. (I)

wq;yr y zrituxb y también k:iuyt
 
Todo era piedra . Hasta los cabellos se balanceaban y exudaban polvo de tiza.
Un eterno trajinar de piedra caliza, de vez en cuando alguna incrustación de jade para huir de la rutina y una estalactita los días de fiesta para degustar  asado de perodáctilo.
La vida con wq;yr ya no tenía para zrituxb el encanto que a la orilla del río soñaron alguna vez. Para colmo wq;yr permanecía pensativo en un costado de la gruta, afilando su cuña de sílex para  pasarla luego caprichosamente por la barba rala, eligiendo los pelos mas canos para cortarlos con la rabia que suele producir la abulia.
Probaron deambular juntos solo para ver reproducidos sus comportamientos maníacos en otras parejas con y sin niños, dentro y fuera del clan.
Deambularon solos, y una mañana que wq;yr volvió con la suya para seguir padeciendo, zrituxb lo recibió con la alegría de otros tiempos, no dejaba de dar vueltas saltando a su alrededor.
Pronto lo supo y no le resultó para nada agradable la novedad aunque debió simular entusiasmo.
 
A zrituxb,  su hermana k:iuyt le trajo la buena nueva del inicio de la edad de bronce; podrían redecorar todo en bronce y volver a ser felices. 
 
Première 
 
Lo tuve que frenar a Federico, el  no entiende de esto; llegó del club y me encontró así, con la cara torcida de tanto llorar y golpear de boca contra la almohada.
¡Qué pasó! ¡Que te hizo ese hijo de su madre! ¡Lo voy a matar!.
Explicarle lo que me hizo justo a él, una tarea  imposible siendo un  negado para la literatura, me llevó un rato largo que no hizo mas que acrecentar el odio hacia mi ex marido y vergüenza por Federico que se fue a buscar al sótano la pistola nacarada creyendo que hipertexto, nodo  y anclaje que yo mencionaba entre sollozos eran la manera en que la gente de la literatura se arranca los pelos o se patea en las rodillas.
 
Mi agente creyó tener una idea brillante invitando al energúmeno de mi ex,- crítico reconocido- a presentar mi novela  "Abducida por el tedio", primera de la trilogía. El imbécil leyó entre líneas "lo que escamoteo al lector", mis subterfugios, "lo no dicho como materia de la exquisita filigrana de mi estilo". El público celebraba sus payasadas y se regodeaba con la comidilla de nuestra intimidad.    

domingo, 15 de febrero de 2009

Mi invitado del domingo.Hoy: FRAY MOCHO

La economía es la madre de la riqueza
 
Era en aquellos tiempos del Buenos Aires pendenciero y levantisco, en que crudos y cocidos y pandilleros y chupandinos ensangrentaban las calles a cada triquitraque y en que no había ciudadano por modesto que fuese, que no creyera que los destinos de la patria los llevaba cada cual en la punta de su cuchillo.
Los hombres vivían más en la plaza pública que en su propio hogar y como su existencia transcurría de club en club y de manifestación en manifestación y los servicios de fondas y restaurants andaban tan escasos como caros, abundaban los negros pasteleros, que eran la providencia de los estómagos famélicos, así como la confección de los pasteles que vendían, lo era también de más de una casa de familia, que no solamente costeaba con su producto los gastos ordinarios de su presupuesto, sino que aun proyectaba en el futuro siluetas de millonarios y potentados. Los días de agitación política, las fiestas patrias, el carnaval durante el cual no era prudente aventurarse así no más en busca de provisiones, y, sobre todo la semana santa, en cuyos términos no se hacía matanza en los corrales ni se expendía carne en los mercados, eran los grandes días de la industria casera.
Fué al aproximarse uno de esos períodos y en época de gran carestía de provisiones en la ciudad, por hallarse ésta bajo sitio y con todas sus comunicaciones interrumpidas, que hicieron su aparición en las plazas y en las calles los pasteles de Misia Paca, que vendidos a precios increíbles por su baratura y rellenados con generosa liberalidad, desalojaron a sus rivales en el comercio menudo y mataron toda competencia, produciendo una crisis espantosa en la antes boyante industria pastelera.
 
Y las aceradas lenguas criollas, que cortan como tijeras de sastre, y las mentes activas y cavilosas, se echaron a buscar, desesperadas, el secreto profesional de la victoriosa pastelera Misia Paca:
—Si nunca hizo ni tortas fritas, che!... Y, después, eso se ve clarito... ¡Los pasteles son de morondanga y sólo sirven pa los que caian de pobres!..
—Yo... lo que no me explico, ¿sabés?... ¡es el precio!. . ¡Si es una barbaridá con los artículos como están!...
Y las comadres llegaron a propalar que los pasteles de Misia Paça se hacían con carne, no de mula ni de caballo, que al fin hubiera sido una nimiedad, sino con carne humana. Hasta se habló de varios ingleses sin familia que habían desaparecido y se afirmó que un carrero de la Aduana se había atorado con un huesito el cual examinado, había resultado ser un pedazo de dedo chico... hasta con uña.
—lYa veremos!... Dejen que venga semana santa...¡ Entonces será la buena!... El pescado no tiene más que un precio... ¡y no es inglés sin familia!
Y vino la esperada semana y Misia Paca vendió sus pasteles corno siempre, baratos y tan bien rellenos, que su jugo "chorreaba por los enemigos", como decía la clientela, aludiendo  a que al primer mordisco cuando estaban calientes, saltaba la salsa apetitosa mojando los carrillos...
Entretanto, Misia Paca estaba radiante y su triunfo la embriagaba, quitando de sus labios hasta las palabras de piedad, que otrora supo reclamar para los desheredados.
Se han fundido porque son haraganas y ambiciosas, y quieren ganar platales como Anchorena... Que trabajen y se contenten con poco, como yo... y ya verán.
 
Y el reinado de Misia Paca fue real y positivo, extendiéndose su influencia por toda la ciudad, llegando sus pasteles  a todos los estómagos, pues no quedó negro vendedor que quisiera otra factura que aquella sin rival.
Ya no había competencia. Descartada la insidiosa calumnia de la carne de inglés y la malévola especie de que los tales pasteles no podían encontrarlos buenos sino las personas sin estómago, se acallaron las protestas y los labios ennudecieron, confundidas las mentes cavilosas por la evidencia de los hechos, siendo aclamada Misia Paca e inscripto su nombre en la lista de oro de las grandes damas caritativas  de la ciudad  y disputándoselo las asociaciones de beneficencia para encabezar los consejos directivos…Hasta su esposo, que era un triste capitán, ascendió en el ejército, llegando a jefe de batallón, debido al influjo de los pasteles, que siempre en esta tierra se vieron cosas de tal jaez y ya no llaman la atención de nadie: los poetas no ganan posiciones escribiendo versos, sino enseñando matemáticas; los abogados curando enfermos o proyectando ferrocarriles ; los médicos tramitando testamentarías; los ingenieros pleiteando en los estrados y los militares...hasta vendiendo pasteles de confección casera, escribiendo artículos de diario o mezclándose a las turbias corrientes de la política.
 
Una noche había reunión en una noble sociedad caritativa presidida par la radiante Misia Paca y se atendía el pedido de  una pobre mujer cargada de hijos, viuda reciente de un viejo soldado.
— ¡Bueno!—decía Misia Paca, dirigiéndose a la pobre  postulante y manteniendo un atención aduladora —, usté es pobre porque quiere... Trabaje y economice…La economía es la madre de la riqueza.
—Si, señora...
—Yo también soy esposa de soldado y.... ¡ya ve! adonde he llegado haciendo pasteles...
 —¡Como no, señora!... Pero para eso ya'estoy vieja  y muy llena d'hijos...
—Eso qu´importa... ¡No se'haragana!
 —Si no es por haraganería…  Sino que yo no voy a'llar sino alguno de tropa que me quiera. .. Y. casarme, así... usté ve…
—¿Acaso yo le aconsejo eso?...
—Ya sé que no... pero si no mo caso con un oficial que me mande las economías del batallón... la leña, la carne, la grasa, la harina... ¡que son tan caras!.., ¿cómo voy a fabricar pasteles baratos, señora?...
 
El argumento fue contundente y al explicarse  de manera tan sencilla como inesperada el secreto profesional de Misia  Paca, acabó su reinado, basado solamente en la economía… del cuerpo que mandaba su esposo y que resultaba ser la madre de la riqueza, como ella lo pregonaba.
                                                                                                                  José S. Alvarez (Fray Mocho)
                                                                                                                                       (1906)
 
 

miércoles, 11 de febrero de 2009

Sortilegios

La mejor entre todas.
 
La mujer le dijo que el famoso distribuidor le haría un lugarcito para la entrevista y cuando el hombre le abrió la puerta fue de lleno al cuestionario.

-Usted ha visto casi todo el cine que se haya producido en los últimos 40 años, ¿Cuál es la mejor película entre todas?

Sin disimular el malestar que le causaban los reportajes, contestó: Esa, (señalando un póster que colgaba maltrecho en una de las paredes). Nunca llego a estrenarse; una  obra maestra, una obra maestra absoluta.

¿Y como fue aquello?

-Como de costumbre, me senté detrás de la pantalla para escuchar los primeros diez minutos. El cine tiene una respiración inconfundible si uno evita las imágenes .Con diez minutos de acecho, como quien espía a un vecino pegando la oreja a la pared, me bastan para decidir si vale la pena el riesgo de estrenar. Con esta no me demoré mas de un minuto en atravesar el escenario, bajar a la platea y pedir la proyección completa. De inmediato inicié negociaciones pero misteriosamente se negaron a comercializarla. Pensé en un primer momento que el problema lo tenían conmigo y dejé el tema en manos de otras empresas asociadas.

Nada. Nunca nadie consiguió una respuesta primero y ni un contacto mas tarde.

Solo ese póster sobre tres historias, sin títulos. Y me gusta así, es lo más cercano al arte que ha conseguido una película evitando la reproducción.

Esa proyección estableció un vinculo tan íntimo conmigo que solo abandonaría este cuarto si alguien me asegura una experiencia semejante. Y no me pida que se la cuente.
 
Ondinas
 

Ricardo es vendedor de rarezas desde antes que la avenida  se llenara de pizzerías. Con los años, se  limitó a despuntar el vicio atendiendo los  viernes  reemplazando al hijo mayor.

 Dice que es el día de los crédulos, y siempre aparece alguno "al que por fuerza se debe recompensar con alguna experiencia inolvidable".

Este viernes me tocó a mí y confieso que me asusté un poco cuando me condujo por una escalera hasta el sótano.

Me mostró un libro de B.Ibañez. No tiene nada de extraordinario, pero enseguida le golpea el lomo y descubre una cajita.

Se trata de un sistema similar al telégrafo, de 1912, que guarda un rollo impreso a impulsos de voz. Una manera posible de espiar a un lector, si se rescata la cajita.

 

Pero me tenía reservada otra sorpresa, cuando reprodujo una composición para violín de Paganini, desde un CD. Me alcanzó unas antiparras como las de hombres rana y encendió una luz verde.

¡Flotaban Ondinas!

 

Ejecutó enseguida  la misma pieza en su violín de aficionado y miré nuevamente; las figuras de ensueño se mezclaban ahora con figuras espantosas. "Para crear la belleza el vivo le aporta su antítesis "–dijo-

 

 

 

miércoles, 4 de febrero de 2009

El Año De 1535

 Después de un otoño lluvioso en que los sapos atronaron el aire con sus coros roncos, las  gaviotas y las gallaretas ocuparon cada espejo de agua, y los pájaros de mil especies cubrieron con un manto de sombras la playa sobre avenida libertador, vino el invierno húmedo.

 Jaguares y tatús se cruzaban con recelo entre los pastos altos. Agua y más agua helada, tardes pobladas de ruidos extraños y noches tan oscuras, sin luciérnagas para entonces. El rocío matutino y más chasquidos de alas y patas a la carrera.

La primavera llegará aunque el mes de agosto parece eterno y la plaza de mayo es una barranca que el pampero quiere borrar de la faz de la tierra.

 

Es primavera y el Río de la Plata es un desierto sin fin. Todo parecen engullirse esas pesadas olas  con embates de torpedo,  lobos marinos de dientes largos  se dejan castigar contra la pared de barro y cortaderas.

La primavera se llenó de nidos de junco y espinillos, las aves marcharon a Morón y al Puente La Noria, Ciudadela y Lomas de Zamora con nuevos vástagos.

 

Para el comienzo del verano,  las criaturas soñaron con miles de hombres sobre  embarcaciones  y no encontraron explicación.      

domingo, 1 de febrero de 2009

Coloniales

La noche había sido calurosa. En la calle vacía, los candelabros titilaban agotando el aceite. Hasta las primeras luces, los pasillos eran de la resistencia que transportaba pertrechos; inhallables entre las sombras de los templos. Brillaba el lucero del alba y nubes de polvo agotaban su paciencia.

En las solitarias tierras altas de la instrucción militar se acostumbró a fumar un cigarro en el silencio del amanecer y confundir el humo con el vapor de su propio aliento. Un momento de paz antes de la diana y las órdenes a voz en cuello.

Ahora se dejó llevar por el aroma pesado del plátano y el coco del mercado deshabitado, siguió ensimismado y abandonó el plan de redactar la carta para sus padres. Faltaba una hora para la formación y se propuso llegar hasta la estatua del dios que dejaba ver la mandíbula y las fauces poderosas.

Al doblar la esquina del mercado se encontró con cien monos aseándose mutuamente. No pudo resistir el fuego de esas miradas y para su desgracia solo atinó a correr.//

Despuntaba el sol y la sombra corpulenta entró al corral. Buscó la marca en la oreja del animal y le pasó un lazo corto.

Lo condujo al trote hacia la salida mientras las otras bestias asustadas por la presencia del extraño se coceaban entre sí.

Una vez afuera, y mientras los empleados buscaban a la sabandija que provocó el revuelo, el hombre doblaba el recodo y se perdía en un pasillo de la aldea.

Cuando los gallos respondían los últimos reclamos del amanecer, el burro atado al carro cargado de leña, manso y atento esperaba la partida con un casco trasero manoteando el aire.

Se poblaron las calles por las ofertas del mercado que de a poco se armaba de una esquina a otra.

En la entrada del cuartel el carro se hundió en una cuneta y el oficial de lanceros montado en un bayo, de guantes blancos y botones dorados, le ordenó despejar el paso.

Tomó el conductor un tronco y el soldado entendió que haría palanca para destrabar la rueda; en cambio se puso a correr mientras burro, carro y puesto de guardia volaban en el aire por la explosión.