miércoles, 23 de diciembre de 2009

Sobre Vidrio

Llueve como si alguien desparramara la lluvia para observar que algo está mal, inconsolablemente mal y no acierta con las palabras. El niño quiere que quien golpea el vidrio sea más concreto, que deje ya los ramalazos y explique el porqué.

 Sus grandes ojos le darían esperanzas a un ciego. Sus labios estirados y nublosos por el aliento besan apretados a la ventanilla toda la extensión del pajonal que se mueve como un ejército en la sombra.

 Sus dedos estilizando las letras aprendidas en el grado, interrogan al desconocido mansamente desde la superficie espejada, sin intentar importunarlo,  candoroso como el otro de aquella historia que preguntaba al presidiario durante una visita ¿no te dejan usar cadenas?

 Exhalar y vuelta a reescribir.

Al final  entiende que quien sea tiene mucho que hacer, apurado, está decidido a terminar cuanto antes.

Se desliza por el asiento mientras los pies buscan el costado de la mujer; cuando la punta del zapato se mete entre dos costillas la mano de ella aleja la embestida del niño y ensaya una queja y una advertencia que se confunde con un trueno.

Entonces vuelve la cabeza a la escena del exterior.

Se distrajo. Apaciguar esa fuerza le costará mucho. Ya no es agua, es una lluvia de flechas y el pajonal por todos lados erguido o reptando.

En el parabrisas se ve el camino angosto, una luz que avanza dificultosa.

Con el pulgar dibuja una línea gruesa, al fondo una casa, una chimenea y un largo espiral de humo.

Unas ventanas enormes, un perro, un cielo nublado.

Lo borra, dibuja un auto, mamá, papá. Un perro.

Dibuja unas plantas y un sol enorme.

Lo borra. Por la luneta  ve que está amaneciendo. Entonces dibuja un amanecer.

Ya todo está calmo. Juega a hacer conejos con la boca.

Se duerme.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Asi vivimos, así transcurre nuestra vida. El niño se siente interrogado, piensa que alguien dispara esa lluvia con fuerza y furia de invectiva y quiere saber por qué. Pero se cansa de preguntar, porque nadie (nos) responde. Nunca.
Entonces es cuando, como el niño, nos mimetizamos con los paisajes, buenos o malos, y dejamos de rebelarnos y, simplemente, dibujamos lo mismo que vemos, dejamos que nuestra viaje transcurra hasta que amanezca...
En sentido literal, sigo dibujando en los vidrios empañados, y no sé por qué...

Un beso,

Celia,