miércoles, 17 de marzo de 2010

Y Allí Estaba Yo

Recuerdo que llovía, hacía frío, el humo de la olla condensaba en las paredes azulejadas. Ahí estaba él, reluciente de agua el saco de lana y allí estaba yo, y la que solía ser en el umbral de mi mirada.

Pidió lo de siempre, intercambió algunas palabras con el mozo. Alguna vez, hace tiempo, me animé a preguntarle al del mostrador si sabía quien era. Después me arrepentí, al negro le gustaba divertirse conmigo, porque lo que me contó era tan burdo, era tan evidente que me estaba cargando, que mientras me decía que era un asesino con varias muertes encima, me repetía a mí misma que era una tonta al pensar que el negro alguna vez pudiera tomarme en serio en algo.

Ese día de lluvia fue el último día en que lo vi. Le despaché el café mitad café mitad leche con dos medialunas, manteca y dulce, una servilleta de papel parada como una pajarita a medio hacer( que el borroneaba con cuentas y volvía a dejar debajo del plato cuando me volvían los restos del desayuno contra la ventana de vaivén).

Ese día hizo algo que nunca había hecho, dejó la propina en la mesa y volvió el cuerpo para donde yo espiaba tras los visillos, se quedó esperando lo que yo no tardé en hacer, empujar las persianas y quedarnos frente a frente.

Yo sabía que a partir de ese momento no lo vería nunca más. 

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