Llueve sobre el asfalto, sobre las copas de los árboles tapadas por el polvo, sobre la enredadera del corredor, golpea fuerte sobre la canaleta de chapa y se expande a borbotones sobre la cabeza del sapo flaco que salió a ver que pasaba.
Cuando nadie lo esperaba empezó a llover, ni una brisa la anunció. Nadie sale a bailar bajo la lluvia ni a dar gracias. Llueve y es mucho más de lo que estábamos esperando. Casi nos olvidamos del recogimiento que produce la lluvia y aquí estamos mirándola de lado como a un mago o un contorsionista que minutos antes escuchábamos displicentes y ahora nos silencia con sus habilidades.
Todo estaba ahí, durante tanto tiempo permaneció sin mostrar como disimulaba con trabajos la herrumbre de sus herramientas y ahora siega fino el borde de la vereda.
La lluvia desparrama perfumes, hace sonar el tambor en el momento justo y cambia de clave con la misma parsimonia que dibuja un silencio largo que no aburre.
No abandono la sala, recupero gestos olvidados y cierro la persiana cuando el viento empieza a arreciar.
Bendita lluvia la que acaba de pasar. Dejó lagos de agua salpicada por las luces que empiezan a encenderse. Y apenas son las seis de la tarde y sueño que paso por la esquina y nos acaricia a todos.
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