miércoles, 16 de septiembre de 2009

Historias

El comisario Simoni, que para todas las mañanas en el café, siempre tiene algo que contar de otra época apenas le nombramos algún caso de estos tiempos. No voy a decir "resonante" porque para lograr semejante título hablaríamos de un extremo difícil de empardar por las carradas de violencia extrema e ingenio diabólico a que acabamos acostumbrándonos. Nos divertimos con el comisario Simoni. El chueco abre el diario y simula leer una noticia, tiene una facilidad extraordinaria para simular que lee. Eduardo dice que el mérito está en que llegó al segundo año de abogacía y eso le da la facilidad. Yo lo niego: Para mí es una habilidad como la del mimo que arremete contra una pared imaginaria o aprieta la cara contra una vidriera inexistente. Es un talento especial que lleva trabajo y preparación pero se te da o no se te da. Me parece,… ( apenas hice la primaria), pero lo que no puedo afirmar por conocimiento, cuando lo afirmo, la convicción me viene de saberlo porque estoy seguro de que es verdad lo que digo. La cosa es que el chueco, de traje y corbata antes de ir para el banco donde es administrativo, pasa el dedo mojado por una página del diario y con lujo de detalles se manda el show de todos los jueves a la mañana. "…la mujer se llevó los dos kilos de cebolla y a la bolsa de papa negra la hizo acarrear por los  hijos…el verdulero se quedó esperando que la señora volviera con el pago pero el tiempo pasó y los habitantes de la casa incomodaron al paciente trabajador con su ya flagrante intención de negarse a abonar el estipendio…"

 No nos reímos, por el respeto que nos infunde el comisario y que pueda malinterpretarlo como cargada y enemistarse con nosotros, pero, por sobre todas las cosas por el placer de escucharlo contar alguna historia relacionada en algún punto con el bolazo improvisado por el chueco.

"…el verdulero escupió el toscano, lo apagó suavemente en el tronco del árbol y lo introdujo con delicadeza en el bolsillo de la camisa… golpeó la puerta y espetó con tono persuasivo…Si osté no piensa pagarme me dirijo ipso facto per la sesionale y le aseguro que loficiale le vatirare la puerta abajo…"

Reconozco que a veces el chueco se levantaba inspirado y la falsa nota del diario se extendía tanto que perdía gracia, pero se soportaba la espera porque Simoni nos recompensaría con alguna historia de las suyas de verdad interesantes y que seguro incorporaba un verdulero, una ama de casa, una promesa de pago, un marido despechado y siempre mujeres (al final lo único que nos interesaba) buenas, de la vida, fieles, tramposas, siempre inabordables para mocosos como nosotros y minas siempre de fierro con Simoni.

Un día el chueco vino frotándose las manos, ese día estaba convencido que el comisario no tendría ninguna historia policial para confrontarlo. Había leído en una enciclopedia sobre una congregación de anabaptistas mas buenos que el dulce de leche que antes de cortar un árbol le pedían permiso a Dios. El chueco simuló una historia de crimen y venganza increíble, como si te contaran que caperucita roja se comió al lobo. Ese jueves el comisario no se echo atrás y aunque la historia no tuviera los condimentos de otras se explayó en una narración de lo mas amable sobre un pibe con sombrero de ala ancha y una biblia abajo del brazo que abandonó la comunidad en la adolescencia- como acostumbran, durante un tiempo o para toda la vida- y vino a parar a la zona tenebrosa del puerto de Buenos Aires donde alternó con malandras,cafishios, coperas, marineros y toda la fauna del puerto nuevo. Pronto se dio cuenta que esa vida no era buena para casi nadie y se puso a difundir la palabra de Dios.

Estaba contento por el éxito obtenido pero pronto las privaciones y la tuberculosis junto con algunos mamporros bastante serios lo tiraron en una cama de hospital.

Eran los años veinte y Simoni era recién ingresado en la fuerza. Le tocó acompañar al chico que deseaba pasar lo que le quedaba de vida entre los suyos.

Los "suyos" estaban a varios kilómetros de Bahía Blanca. Tomaron el tren en Constitución y el muchacho se acostó en un banco de madera abrigado con un sobretodo. Cuando pararon una hora en la estación de Sierra de la ventana el comisario lo vio tan dormido que se bajó a tomar una ginebra. Cuando volvió el pibe estaba sentado leyendo la biblia y con una manzana en la mano, el comisario le preguntó quien le había dado la manzana. Le señaló a una mujer vestida con solera, de  cabellos negros y una mirada encantadora. El comisario, entonces un joven apuesto seguramente, se acercó a la muchacha para afilarla.

Todos los presentes inmediatamente rodeamos al comisario sentados a horcajadas y la pera apoyada en el respaldo de la silla, no volaba una mosca, queríamos seguir aprendiendo, el sábado íbamos al baile, a ver a Alberto Castillo en el  club Comunicaciones.

 Era 1945, era la primavera, y a nosotros, como ya dije, las mujeres era lo único que nos interesaba.

     

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