domingo, 15 de febrero de 2009

Mi invitado del domingo.Hoy: FRAY MOCHO

La economía es la madre de la riqueza
 
Era en aquellos tiempos del Buenos Aires pendenciero y levantisco, en que crudos y cocidos y pandilleros y chupandinos ensangrentaban las calles a cada triquitraque y en que no había ciudadano por modesto que fuese, que no creyera que los destinos de la patria los llevaba cada cual en la punta de su cuchillo.
Los hombres vivían más en la plaza pública que en su propio hogar y como su existencia transcurría de club en club y de manifestación en manifestación y los servicios de fondas y restaurants andaban tan escasos como caros, abundaban los negros pasteleros, que eran la providencia de los estómagos famélicos, así como la confección de los pasteles que vendían, lo era también de más de una casa de familia, que no solamente costeaba con su producto los gastos ordinarios de su presupuesto, sino que aun proyectaba en el futuro siluetas de millonarios y potentados. Los días de agitación política, las fiestas patrias, el carnaval durante el cual no era prudente aventurarse así no más en busca de provisiones, y, sobre todo la semana santa, en cuyos términos no se hacía matanza en los corrales ni se expendía carne en los mercados, eran los grandes días de la industria casera.
Fué al aproximarse uno de esos períodos y en época de gran carestía de provisiones en la ciudad, por hallarse ésta bajo sitio y con todas sus comunicaciones interrumpidas, que hicieron su aparición en las plazas y en las calles los pasteles de Misia Paca, que vendidos a precios increíbles por su baratura y rellenados con generosa liberalidad, desalojaron a sus rivales en el comercio menudo y mataron toda competencia, produciendo una crisis espantosa en la antes boyante industria pastelera.
 
Y las aceradas lenguas criollas, que cortan como tijeras de sastre, y las mentes activas y cavilosas, se echaron a buscar, desesperadas, el secreto profesional de la victoriosa pastelera Misia Paca:
—Si nunca hizo ni tortas fritas, che!... Y, después, eso se ve clarito... ¡Los pasteles son de morondanga y sólo sirven pa los que caian de pobres!..
—Yo... lo que no me explico, ¿sabés?... ¡es el precio!. . ¡Si es una barbaridá con los artículos como están!...
Y las comadres llegaron a propalar que los pasteles de Misia Paça se hacían con carne, no de mula ni de caballo, que al fin hubiera sido una nimiedad, sino con carne humana. Hasta se habló de varios ingleses sin familia que habían desaparecido y se afirmó que un carrero de la Aduana se había atorado con un huesito el cual examinado, había resultado ser un pedazo de dedo chico... hasta con uña.
—lYa veremos!... Dejen que venga semana santa...¡ Entonces será la buena!... El pescado no tiene más que un precio... ¡y no es inglés sin familia!
Y vino la esperada semana y Misia Paca vendió sus pasteles corno siempre, baratos y tan bien rellenos, que su jugo "chorreaba por los enemigos", como decía la clientela, aludiendo  a que al primer mordisco cuando estaban calientes, saltaba la salsa apetitosa mojando los carrillos...
Entretanto, Misia Paca estaba radiante y su triunfo la embriagaba, quitando de sus labios hasta las palabras de piedad, que otrora supo reclamar para los desheredados.
Se han fundido porque son haraganas y ambiciosas, y quieren ganar platales como Anchorena... Que trabajen y se contenten con poco, como yo... y ya verán.
 
Y el reinado de Misia Paca fue real y positivo, extendiéndose su influencia por toda la ciudad, llegando sus pasteles  a todos los estómagos, pues no quedó negro vendedor que quisiera otra factura que aquella sin rival.
Ya no había competencia. Descartada la insidiosa calumnia de la carne de inglés y la malévola especie de que los tales pasteles no podían encontrarlos buenos sino las personas sin estómago, se acallaron las protestas y los labios ennudecieron, confundidas las mentes cavilosas por la evidencia de los hechos, siendo aclamada Misia Paca e inscripto su nombre en la lista de oro de las grandes damas caritativas  de la ciudad  y disputándoselo las asociaciones de beneficencia para encabezar los consejos directivos…Hasta su esposo, que era un triste capitán, ascendió en el ejército, llegando a jefe de batallón, debido al influjo de los pasteles, que siempre en esta tierra se vieron cosas de tal jaez y ya no llaman la atención de nadie: los poetas no ganan posiciones escribiendo versos, sino enseñando matemáticas; los abogados curando enfermos o proyectando ferrocarriles ; los médicos tramitando testamentarías; los ingenieros pleiteando en los estrados y los militares...hasta vendiendo pasteles de confección casera, escribiendo artículos de diario o mezclándose a las turbias corrientes de la política.
 
Una noche había reunión en una noble sociedad caritativa presidida par la radiante Misia Paca y se atendía el pedido de  una pobre mujer cargada de hijos, viuda reciente de un viejo soldado.
— ¡Bueno!—decía Misia Paca, dirigiéndose a la pobre  postulante y manteniendo un atención aduladora —, usté es pobre porque quiere... Trabaje y economice…La economía es la madre de la riqueza.
—Si, señora...
—Yo también soy esposa de soldado y.... ¡ya ve! adonde he llegado haciendo pasteles...
 —¡Como no, señora!... Pero para eso ya'estoy vieja  y muy llena d'hijos...
—Eso qu´importa... ¡No se'haragana!
 —Si no es por haraganería…  Sino que yo no voy a'llar sino alguno de tropa que me quiera. .. Y. casarme, así... usté ve…
—¿Acaso yo le aconsejo eso?...
—Ya sé que no... pero si no mo caso con un oficial que me mande las economías del batallón... la leña, la carne, la grasa, la harina... ¡que son tan caras!.., ¿cómo voy a fabricar pasteles baratos, señora?...
 
El argumento fue contundente y al explicarse  de manera tan sencilla como inesperada el secreto profesional de Misia  Paca, acabó su reinado, basado solamente en la economía… del cuerpo que mandaba su esposo y que resultaba ser la madre de la riqueza, como ella lo pregonaba.
                                                                                                                  José S. Alvarez (Fray Mocho)
                                                                                                                                       (1906)
 
 

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