miércoles, 20 de mayo de 2009

De Remate

Parece increíble como el fervor de los habitantes de un lugar impregnan las paredes, el mobiliario, los objetos.
La disposición de las cosas habla de emergencias puntuales, gusto, acuerdos de convivencia, creencias. Pero ese algo más dando el tono, el ritmo, la vibración, es difusa en algunos lugares, y no se como decirlo, actuales, categóricos, en otros.
Aún sabiendo que Mauricio murió hace quince años, la puerta entreabierta por la ráfaga de viento me hace esquivar su corpachón lanzado al refugio del sillón de pana raída y esquivo ladeando la cabeza su corbata echa un lazo , arrojada sobre  la mesa. Los zapatos sin desacordonar son pateados a un rincón, y escucho: Mabeeeeel ,Mabeeeeel que hiciste de comeeeeerrr…
 
La Mabel que me sigue por el pasillo del laberinto de cajas chicas y grandes ya es una mujer entrada en años. La semana pasada me pidió por favor:
-"Gerardo, querido, porqué no me das una mano para descular qué se podría hacer plata de toda esta basura acumulada…
-Acá había un frigorífico industrial y en ese rincón había una offset, si mal no recuerdo al lado también una filmadora para imprenta, ¿Qué se hicieron?" –pregunté-.
-La heladera se la llevó Ignacito al campo¡,ja,ja!, la está usando el también para guardar porquerías; de tal palo tal astilla, insistió en llevársela aunque sabe bien que no tenía arreglo, y con las heladeras  que venden ahora… ¡que cabeza hueca; igual al padre.
El offset y la filmadora están en el fondo tapados con sábanas."
 
…Mauricio era un imprentero a su pesar; acostumbrado a trabajar por pedido, hacía todo tipo de tarjetas y volantes y no le hubiera ido mal ,si no fuera que prefería hacerse  malasangre paralelamente con la reparación de máquinas de escribir cobrando  un abono mensual.
La llegada de las computadoras le resultó un dolor de cabeza y ni siquiera Ignacito se adaptó al cambio acostumbrado a no hacer otra cosa que cambiar cintas y limpiar teclas.
Mabel se pasó un par de años discutiéndole a Mauricio que nunca las reparaciones le resultaron un buen negocio y solo le hizo descuidar la tarjetería, que ese sí era buen negocio.
A Mauricio el trabajo en la imprenta nunca le gustó, le resultaba esclavo. Recibido como herencia lo tomó como quien acepta un subsidio familiar.
El placer secreto de Mauricio era  el bullicio de las oficinas, la clientela numerosa rogando un trato personalizado de su herramienta y… las mujeres de las oficinas, la conversación, la intimidad casi familiar y la placentera sensación de conocer con pelos y señales el devenir de una pareja desde el noviazgo, el casamiento, el nacimiento del primer hijo, hasta los nietos.
Y por supuesto, claro que sí, también los romances de Mauricio ( por dichos de Ignacito lo supe) : encuentros furtivos, relaciones nacidas en brindis de fin de año, trabajo a deshoras, algún encuentro accidental que siguió en un bar    y hasta una difícil, y que casi le cuesta una cadena de clientes, con una subgerente  de personal despechada, celosa de una viuda del departamento de ventas de una empresa .
 
Cuando aparecí yo por la imprenta recomendado por un amigo de la familia todo aquello era ni siquiera un recuerdo, un entierro demorado, la decadencia del negocio era notoria; Mauricio contaba con todo el tiempo del mundo para entregar encargos de folletería, pero sin embargo el trabajo se amontonaba como si el hombre todavía mantuviera la rutina de trabajar en la calle sin disponer ni de un minuto para la enojosa actividad.
Por aquel tiempo Ignacito  hacía lo que podía y el padre pagaba las cuentas, atendía el banco y leía desde la  media mañana hasta la noche los libros de la biblioteca que pegada al archivo había tenido como último habitué a su mismo padre. Aquél prohombre le repetía mientras accionaba la guillotina: "Mauricio, algún día cuando sientas que tus días empiezan a descontar ponete a leer y dejá todo en manos de tus hijos".
Los hijos fueron uno solo, el Ignacito de pocas luces y la época ni de lejos la mejor para dar las hurras: Inflación galopante, quiebras, revolución tecnológica y como decía Mabel, la gente cada vez mas loca, la calle llena de asesinos y ladrones y encima sin ahorros y con jubilación de hambre.
Con ese panorama intenté, yo que tampoco tengo muchas luces, justificar mi entrada al negocio planteando algunos cambios sin trastocar demasiado la lógica de ese limbo y por supuesto empezar a cobrar algún dinero como para inaugurar oficialmente mi acceso a la vida laboral.
Una cosa de nada fue aprovechar la maquinaria para editar esos simpáticos póster de ositos o cachorros con el epígrafe "Este es el primer día del resto de tu vida" y cosas semejantes.
Mabel estaba encantada y fue la que dio vía libre al proyecto. Mauricio salía hecho una ruina de la biblioteca para aparentar interés durante un minuto y luego volver a su refugio; Ignacito parecía no entender muy bien de que se trataba y solo movía la cabeza.
Los impresos, de colores brillantes y buena fotografía se vendían muy bien, hasta el chico se daba cuenta de la diferencia y me empezó a mirar con afecto.
Mauricio se sintió desplazado y con actitudes como describí al principio quiso retomar protagonismo. Se convirtió en un insufrible. Lo que conversando con Mabel nos llevaba una hora de intercambio, con su presencia se transformaba en una guerra personal para  hacer que triunfe su posición por absurda que fuese.
Esta oposición consiguió enardecerme. Propuse varias posibilidades de nuevos trabajos y apoyado en mis modestas victorias recientes armé unas "Instrucciones para calzar los zapatos". La recuerdo bien: "Pinta los zapatos mas lindos del mundo; apoya la tela contra la pared en una esquina populosa y espera durante años si es necesario. Si la mujer para esos zapatos aparece, no te muevas, espera, sabes que como todas tardará en decidirse"…me cortó...
Me hizo callar, dijo que era una pavada y de la peor poesía; que se podía hacer otra cosa.Y si no me gustaba, a la calle con la chabacanería y a otra cosa.
No me quedó mas que renunciar; había conseguido una fotografía hermosa en un banco de datos para aquello, pero reconozco que encontraba placer en conocer las formas y temas con que sacarlo de quicio.
Mabel se enojó profundamente con decisión tan arbitraria. Su argumento en lo encendido de la discusión fue, según me contó la mujer tiempo después,  que ella y yo nos entendíamos al extremo de habernos convertido en amantes y eso no se lo perdonaría nunca, nunca…
Mabel tuvo una crisis de nervios  que le duró apenas dos semanas; para entonces Mauricio cayó fulminado en su reducto de la biblioteca por un aneurisma.
En ese tiempo trabajó febrilmente.
Tengo los negativos a la vista y trato de entender su plan.
Fue al rescate de los pensamientos hallados en libros de ensayo, cuentos y novelas; ilustrados con grabados rebuscados imaginó que desde la pared del cuarto adolescente o desde el recibidor de una vivienda obrera tendrían la misma exigencia perentoria que el reconocía en su refugio rodeado de libros.
Ni la economía de escala supo jamás de la  existencia de tanto material.
Transcribo algunas citas, muchas de ellas de convivencia difícil con el motivo, buscando hacerse un lugar en el cuadro:
"La cantidad de saliva que parecen tener los pobres de espíritu me maravilla siempre"
"Y los grillos tratando de pronunciar con todo celo una palabra que empezaba con Z"
"El renombre no es mas que el huésped de la realidad"
"Sus rarezas, es lo que el hombre llega a poseer realmente de sí mismo".
"El arte del biógrafo consiste en la elección.No tiene que preocuparse por ser veraz, debe crear sumido en un caos de rasgos humanos".
"El amor es un pacto tácito entre dos desgraciados, para sobreestimarse, para alabarse sin vergüenza."
"Las ordenanzas del tránsito, que regulan la marcha del peatón, no prevén las infracciones de la paloma".
 
Me imaginé, mientras me marchaba después de hacerle a Mabel un somero racconto de lo que me parecía interesante de mandar  a remate, a su hijo Ignacito desesperado, refugiándose en el viejo frigorífico en desuso al enterarse de la muerte del padre; como más de una vez le vi hacer después de algún reproche de aquél.    
 
 
 

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