miércoles, 13 de mayo de 2009

Otoño

En este momento pienso en Silvana que murió hace unos años  y ya llevábamos tres veranos pasándolo juntos.
 
 Silvana escribía. Era de la clase de personas que siempre escribe. Con esas escrituras que empiezan en un cuaderno de los bonitos que solo ellos saben donde comprar y que también  desparraman en otros infinitos cuadernos, paredes, tarjetas postales, yesos, manteles, servilletas.
 La rutina era de comedia y el goce  mutuo. Ella leyendo con su voz grave y mirándome de reojo. Simulaba un enojo creciente, y me perseguía tirándome cachetazos, mientras  yo, repitiendo algunas frases y esquivando los lances, le parodiaba su estilo.
A punto de trasponer el límite me detenía y mientras la abrazaba y nos besábamos sentía su corazón al galope.
 Casi siempre presentí a un caballo detenido al borde de un barranco.
 
 "Esta tarde –habría escrito Silvana-esperamos en vano señales de vida. Tantas noches junto a la ventana escuchando el grillo trasnochado de la primavera, al sapo junto al estanque, elevando un reclamo al otoño estéril de racimos helados sin conocer soles rojos."
  Solo te teníamos a ti en el mundo, suspiró la abuela que hacía tiempo tenía buenos motivos para ver angostado el horizonte.
 
Y yo ensayo… "Quédate ahí, justo donde te perdiste para que salgamos al rescate. Y mientras tanto recuerda nuestros pasos. ¡Mi corazón y yo sabemos que nos amas! No permanecemos indiferentes a tus señales entre las sábanas.
 Por favor una señal más de vida.
 ¡Y sálvanos!"
 ¿Sería más o menos así, Silvana?...

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