miércoles, 17 de junio de 2009

RUNRÚN

La siesta tenía la calma de esos veranos calientes de los pueblos del norte.

Se escuchaba de vez en cuando el paso apagado, como de sábana al viento, de algún caminante apurado por llegar al ritual provinciano.

La lluvia se hacía esperar desde hacía tres meses y ni una nube en el cielo daba alguna esperanza.

 Huidobro, el delegado del cuerpo de bomberos, estaba alerta al incendio de pastos; daba  vueltas en la cama desde las dos de la tarde y fue cuando oyó unos gritos a la puerta. Se vistió al momento y corrió por el vestíbulo que daba a la calle.

Un chico en bicicleta esperaba y otros dos más, descalzos, se acercaban corriendo.

 
-Se cayó Pili al pozo- farfulló con respiración asmática Josesito, el del medio de los Almada.

Escuchar "Pili" le produjo un sacudón a Huidobro, era la única hija de unos amigos de toda la vida y con cinco años  era una morochita que se lo pasaba riendo. Ahora, según los chicos, en el pozo angosto solo se escuchaba el eco de su llanto.

La noticia se propagó y convocó la atención de todos los medios periodísticos del país.

Nada menos que un 22 de mayo, la fiesta de Santa Rita, patrona de los imposibles fue el día del sucedido. Una unidad especial de los yacimientos petrolíferos fue convocada para el rescate. El pozo era de los difíciles, producto de la imprevisión de los que buscaron agua hace veinte o treinta años y sin medir los riesgos, con resultado negativo en la búsqueda, se marcharon del lugar dejando un cementerio seguro para cuanto bicho se distrajera.

 Y lo peor había llegado, una niña agonizante a quién sabe que profundidad.

Se probó de todo; el pozo paralelo y un brazo mecánico fueron lo más sofisticado. Desde la humedad viscosa, la cámara  del brazo solo acertaba a mostrar las paredes blancas y una sumidad negra y mas allá una roca atascada quien sabe cuando, pero seguro después del desbarranque de la Pili.

Y vino la desesperación y los reproches de los vecinos contra los socorristas, de los socorristas contra la gobernación y el broche de oro al comienzo del lento atardecer hacia las siete, de la policía haciendo un vallado para correr a curiosos  y periodistas.

 

A las 8 de la noche y con la tragedia en ciernes, una madre "desencajada", según el comentario de la locutora del noticiero, lloraba en la boca del pozo y llamaba a gritos a su hija que para esa hora , se decía, apenas se registraba su respiración.

Buscaron dos chicos diminutos que practicaban gimnasia acrobática.

Habiendo recorrido unos veinte metros de profundidad con aire presurizado  en menos de media hora, uno pidió volver con un ataque de pánico y el otro por síntomas de asfixia.

A las 10 de la noche se supo de la tramitación del pedido de traslado al lugar del "Laucha", un hombre de unos treinta centímetros  de caja y noventa centímetros de altura que purgaba condena por robos varios haciendo uso de sus dimensiones extraordinarias.

El "laucha" lo tenía todo de cerebro. Individuo de un ascendente natural sobre cualquier grupo humano, después de una carrera corta como descuidista en la autopista aprovechando su natural adaptación para los tubos de desagüe, sentó cabeza cuando se casó con "una joven de singular belleza" dijeron en la tele.

La nueva vida con su secuela de bocas para mantener, lo llevó a buscar trabajo como fenómeno,  "pero jamás en un circo", se le oyó decir con rabia más de una vez.

Fue de botones en un Hotel de los que explotan el sensacionalismo de sus eventos, su  oficio en  la época de civilidad rutinaria.

 El más recordado por la primera plana fue de empleado de maestranza  del Bank Of Clinnicguard donde un día para figurar en la historia del delito atravesó mil doscientos metros de tubería para llegar a las cajas de seguridad en una maniobra inaudita. Es que según algunos expertos, el celo del Clinnicguard era nulo en asuntos de seguridad; hubiera sido mucho más fácil intentar conseguir las llaves.

Después ocurrió lo de siempre, una delación impensada, el cerco y su detención que tuvo a mal traer a las fuerzas policiales.

 La casa del laucha, producto de la paranoia, se había convertido en un verdadero arsenal y si se hubiera hecho caso a la denuncia de los vecinos cuando los chicos se divertían con  misiles tierra-aire para festejar el año nuevo, el asalto a la propiedad hubiera sido encarado con más cuidado.

Veintisiete años de prisión lo separaban de la calle desde hacía cinco y no habían faltado pormenores de interés periodístico-social.

 Recibido de abogado en la cárcel, se comprobó que salía por las noches a preparar materias a través de un by pass realizado en el alcantarillado de la cárcel.

 Una mujer adicta a los psicofármacos juraba haberlo visto salir por el agua fría del distribuidor de la grifería, (efectos de la leyenda tejida acerca de su extrema plasticidad), una madrugada se lo detuvo en un patio interno con un termo con café y un kilo de helado para los compañeros. Todo ayudó a consolidar entre el gran público una apasionante leyenda negra.

 Entre el 20 de febrero y el 14 de octubre, tiempo durante el cual abandonó (se pudo comprobar) la cárcel cada noche, se produjeron delitos  en un radio de la ciudad que coincidía con su visita a  militantes del grupo de anarquistas mundo liberto, enemigos incondicionales del sistema y que consideraban la presencia del laucha en sus reuniones, con simpatía. Se dijo después que la ideología era una fachada y que al grupo lo único que le interesaba era el grueso del robo millonario al Clinnicguard Bank, secreto que el Laucha guardaba celosamente.

Se contabilizaron asaltos a kioscos de la zona y llamativamente a ninguna heladería, (abiertas hasta el primer día del invierno, con el cambio climático).

 

 Cuando se detuvo frente al agujero fatídico en el lugar de la tragedia, el  laucha apuntó con la pera  a los ojos del encargado del operativo y pidió dos cosas; que se le retiraran las esposas y un mapa satelital de la zona.

Tomó agua, se calzó la silleta y se deslizó para estudiar el terreno con una cuchara de albañil, sin oxígeno y con un lento deslizamiento de roldana que impulsaba el mismo delegado Huidobro.

Cuando tuvo la foto, que fue solicitada a un departamento científico de otra provincia, revisó una secuencia filmada del contorno y el abismo, y para una hora después, hacia las 11 de la noche asfixiante del otoño pidió que lo bajaran entre aplausos y besos y abrazos de los padres.

Fue la última vez que se lo vio con vida.

Para la  televisión fue un simple detalle que el equipo que portaba el Laucha fuera izado sin él.

 No había razón para deshacerse del equipo tan prolijamente. Igual, era impensable que pudiera escaparse, ¿por donde?

La versión con fondo musical de Cinema Paradiso era que el laucha terminó siendo también víctima de los riesgos del descenso.

La foto satelital, cinco meses después del suceso analizada por expertos, determinó que los pozos eran numerosos en la zona, de distintos tamaños y  con posibilidades de intercomunicación para un topo de buen olfato y gran destreza.

 

Pero  el mismo veintitrés de mayo ocurrió lo que los devotos incondicionales atribuyeron al milagro de Santa Rita.

 La nena  nunca cayó al pozo, y los chicos al perderla de vista y acercarse al agujero imaginaron oírla y llorar en el fondo; según un parapsicólogo esa tensión actuó hipnóticamente sobre los socorristas que alucinaron escuchar y registrar su voz y respiración (las cintas si existieron, desaparecieron).

La nena estaba en  la casa de su abuela, que afectada de fiebre reumática y con síntomas de arterosclerosis casi nunca bajaba al pueblo. Un viajante de comercio que pasaba por el lugar distante cinco kilómetros de la ruta, la descubrió jugando en el patio.

La nena expresó entre dientes tener ganas de visitar a su abuela y por eso desapareció de la vista de los amiguitos.

 

 Para el 25 de mayo, día patrio, una muchedumbre volvió al pozo y le contaron a quien quisiera escucharlos que del pozo se elevaba un susurro y sería el laucha. Como la emergencia, movilizada  nuevamente, no conseguía resultados, los lugareños acercaban ofrendas de  queso duro para el descanso eterno del  héroe. 

Se supo que la familia del Laucha una madrugada abandonó el barrio, y muchos aseguran que alguien, pariente de la capital de un escribano de la zona, vio a toda la familia comprando en un centro comercial de norteamérica.

Y todos coinciden por dichos de expertos, que las cajas violadas de aquel robo al banco les aseguran una vida de reyes al menos por diez generaciones.

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