domingo, 7 de diciembre de 2008

De Pasarela

 

No hace todavía medio mes que el modisto multimillonario que moraba en las extensas sabanas, amado por miles de naturales a quienes dispensa cada tanto el halago de un padrinazgo, vivió un hecho desgraciado que llegó a tener resonancia mundial, menos acá.

Practicaba el modisto en el parque con el máuser familiar la apertura de los fastos a desarrollar en el año nuevo del venidero, cuando su mozo de cuerda preferido no tuvo mejor idea que atravesarse en el campo del disparo, lo que lo dejó seco en el acto, en tránsito a no se sabe que vida.

El capo-capo de la haute costura, pataleó de angustia, lo medicaron, creyeron verlo morir de desesperación.

 Los portones de la residencia se cerraron para deliberar. El caso daba para escándalo de proporciones. Justo a él pasarle, que abjuraba de los tejemanejes feudales, aborrecía de la vieja costumbre de los inmensamente ricos de antaño que se alejaban del mundo en herméticos castillos con enfermeras y médicos personales.

 

Cada potentado que se precie tiene su asesor intelectual, de los que hoy gozan de un prestigio que condena a la categoría de servidumbre bien paga a los modestos Public Relations. Y nuestro hombre lo tenía .Era quien daba vuelo a los proyectos; quitaba el tufo ramplón a cualquier iniciativa. Se diría que hasta el simple acto de ir a tomar el té al hotel del pueblo adquiría por su intervención, un aura fundacional.

 

El suceso desgraciado pondría a prueba en esta ocasión el supremo talento del asesor intelectual de nuestro modisto.

El hombre estudió el caso y cuando como de costumbre animaba la sobremesa  del patrón con el ilusionismo de cartas y el fascinante de esconder un huevo en el dorso y hacer que aparezca una palomita, paró el número y pidió atención porque había encontrado la vuelta al problemón.

 De inmediato el maître aplaudió y solo quedaron en la sala monumental, -famosa por no contar ni con un pelo de jabalí en las paredes pero sí artesanías del lugar en material reciclado y hojas secas- los dos.

Y el asesor habló y dijo: Señor…. creo conocer la salida; inventemos una escaramuza entre distintas etnias como las de otros tiempos, como un rebrote, que aunque parezca que sí, no tendrá consecuencias ulteriores. Armemos a la gente, y en la veintena de cadáveres que produzcamos, agreguemos el de nuestro querido compañero.

 

 El modisto reaccionó con extremo pesar:- Pero…, como a mí,  justo a mí un amante de la paz y la concordia… ¡ofrecerme armar una guerra!

 Déjeme continuar-tranquilizó el asesor- Hablé con su amigo el productor de películas, y el se comprometió para acondicionar la escena y la batahola como si fuera para Spielberg.

 Pone a disposición todos sus expertos en efectos especiales; y por supuesto que los naturales de la zona que son sus amigos y no quieren abandonarlo en la estacada, trabajarán gratis, de extras. La empresa de sepelios  simulará enterramientos y todas las lloronas se anotan para el velorio.

 Acto seguido, los jefes supuestamente enfrentados aborrecerán de la escaramuza y van a sellar con un abrazo la paz eterna.

Se hizo un silencio de los comunes en esas latitudes pero al fin con la mirada encendida de admiración el modisto habló:

¡Cuanto placer me da el plan!- y acto seguido con un mohín de ruego- Ahora eso sí,…  mi deseo es lavarme la culpa depositando yo, de mi propia mano el cadáver del amigo en el lugar de la falsa  reyerta -dijo el diseñador  de renombre-

 

Asintió al pedido el asesor y se eligió una noche cargada de nubes para la escena formidable...

 

Hasta el asistente de dirección quedó asombrado por el carisma de los actores.

 

La noticia de la batalla circuló presta en los círculos oficiales y el gobierno mandó al secretario del "Ministerio de Acción Unida" a investigar un poco, y hacer acto de presencia mucho.

 Y  fue así que la minuciosa operación montada por el asesor  falló  ¡y como!

 

¿Y como?

Ocurrió que el secretario delegado del ministerio tuvo un logro mayúsculo cuando descubrió en una foto sacada por un periodista free- lance,  que entre la marea de cadáveres indígenas, exactamente veinte, había uno que destacaba del resto por su singular estampa con zapatos Vuiton, camisa de lamamartine, un pañuelo de Crist Picazo y demás detalles disonantes.

 

De ahí en más todo se precipitó: Se pusieron a la intemperie diecinueve ataúdes vacíos y por supuesto apareció  el único lleno con el mozo de cuerda adentro.

 La epopeya oficial , registra la expropiación del latifundio y el pedido de captura del modisto.

El gran esteticista que no pudo tolerar que su amigo apareciera en el campo de batalla así,  tan uniformado con el resto, sin derecho a destacarse en esa gala final;  él debía diferir del resto por su charme y elegancia.

 

En la sombra cerrada de la sabana lo había llevado al campo de batalla para depositarlo  en solitario y se sentía con el muchacho en brazos como la encarnación de una piedad nueva, una de los nuevos tiempos, una de esta temporada primavera-verano precisamente, en que los pobres muertos  desfilan por la pasarela de la vida sin túnica, ni bajo ni sobre la rodilla y ni siquiera en terracota o verde agua.

 

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