domingo, 14 de diciembre de 2008

Lo Que El Diablo No Sabe (Sonatina)

Situémonos en un bosque cerca de París y durante la fiesta de todos los santos. La vendedora de fósforos del cuento era una niñita errante que yacía junto al mojón indicador de kilómetros y llorando sin consuelo.

Las lágrimas se escurrían entre sus dedos y llegó la noche. Todo se retiró a dormir: los cardos cerraron sus flores violetas y las ortigas inclinaron sus racimos de semillas.

Unas garras y un fino hocico subieron por el hombro de la niña. Era el diablo que cascaba avellanas en sus puntiagudos cuernos.

¡No me haga daño por favor señor diablo! ¿Has venido a llevarme?

¡Habladurías que cuentan por ahí! No vendrás conmigo si no lo deseas.

Tu vida continúa ahora por este mismo camino, ¡ corre a su encuentro!

Y la niña corrió y en un puente resbaló y se desmayó.

La despertó un coronel que como hija la crió y en la guerra  murió.

La desposó un teniente al que siguió durante la contienda franco prusiana. Su tarea  durante los años de paz fue permanecer en la puerta velando hasta  que volviera el soldado veterano de sus borracheras y tropezara en un colchón estratégicamente colocado. El hombre dormía la mona incapaz de levantarse. Debía entonces   saltar sobre él para atender sus quehaceres, pero se libraba de las palizas del ascendido a capitán, que sin un franco demás de su pobre pensión para gastar en prostitutas se desquitaba de los desplantes azotando a su mujer.

 

No pasó ni un segundo desde que el diablo invitó a la niña a desandar el camino de su vida y esta exclamó desesperada: ¡No es la vida que quiero, me condeno pero te sigo!

El diablo extendió sus negras alas de murciélago y tomándola con sus garras la llevó por el aire hasta un paisaje de edificios altos, descendió sobre un molino rojo y años después la sorprendemos frente a frente con el pintor fracasado a punto de festejar una navidad.

"Santa María y Santa Magdalena nada pudieron hacer por su alma aquél lejano día de todos los santos" se jactaba el  diablo rodeado de dos viejas coristas.

Pero lo que el  diablo no sabe es que ni Paris fue jamás una fiesta, ni el Moulin Rouge el infierno.

 

 

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