domingo, 25 de mayo de 2008

Dos Ráfagas

 Ramírez me dijo ¡Ahora andá, (mientras me arrojaba el ácido del frasquito que llevaba entre las ropas) mostrale al jefe de personal lo que te pasó por chupamedias comedido!

 Por un momento sentí que mis manos habían llevado la peor parte en el instintivo gesto de protegerme; pero más de una gota del sulfúrico me atravesó la guardia quemándome el rostro, los ojos explotando como dos gotas de agua cayendo en el aceite hirviendo.

 
Y todo esto por contárselo a la mujer del jefe de personal, que para entonces era mi ángel.

 Que le contó al marido que yo lo había visto a Ramírez robándose mercadería.


Ramírez fue a parar a la cárcel por robo. Cuando salió no tenía trabajo pero había recompuesto su relación con la mujer del jefe de personal que hacía un mes había roto  conmigo al descubrir que yo salía con una chica nueva que trabaja en la contaduría. "Te vas a arrepentir " dijo con toda la bronca.

 
Y Ramírez  descendió sobre mí para hacer el papel del exterminador.


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Era un león viejo y pulguiento que sobrevivía en la jaula de un circo al que la ruina lo condenó al sedentarismo justo en un pueblo de los tantos miserables de la llanura.

Una siesta me encerraron unos grandotes adentro de la jaula que ni candado tenía.

El león no se movió y ellos lo sabían. Pero yo desconocía que era una fiera moribunda.

Tan digna era su pose. Apoyada en las rejas su cabeza la mirada amarillenta reconoció la antigua expresión del terror y de pronto recordó. Estiró un rugido carnívoro y todo mi ser se fundía en un todo de noche, estrellas, ramas, reflejos de luna en un río caudaloso y hasta un sueño de Rousseau.

Yo me desmayé y el murió.


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