miércoles, 14 de mayo de 2008

La Historia Intervenida

Ser gordo me trajo muchos problemas.
 El primero, una novia gorda que desde mis catorce años no se separó de mí. Por entonces, con 94 kilos y 1,65 mts fui el más odiado del colegio. Las niñas aborrecían de mí, era el hazmerreír de todos los compañeritos hijos de su madre que se divertían viendo mis muslos paspados todo porque  mi madre odiaba los pantalones y bermudas y me vestía con pantalones cortitos.
 Entonces apareció Violeta, una gorda como yo pero con unos músculos de acero.
 
Estábamos en la fiesta de primavera y los chicos se divertían metiéndome pizzettas en la boca que yo debía tragar porque dos grandullones habían apostado a que si yo podía reventar o no.
 Aquellos grandullones, cuando vieron a Violeta, empezaron a tirarle aceitunas y chips con queso. Era la primera vez que la veían porque Violeta concurría a otro colegio con el que el nuestro se había hermanado últimamente. La cuestión, que los compañeros de Violeta se agarraban la cabeza y la movían   mordiéndose el labio de abajo.

 A uno lo fue empujando a cachetazos hasta la pileta olímpica que tenía el barro de la temporada pasada. Le pegó una patada en el culo y lo mandó de jeta al barro viscoso.
Como había estado mirando antes lo que hacían conmigo me obligó a que masticara una pizzetta y cuando el bolo estuvo bien hecho me obligó a escupírselo en la cara al otro energúmeno del cuarto año.
Me agarró del cuello y me llevó a un costado. Prendió un porro, yo jamás había visto uno.
Violeta andaría por los 100 kilos pero medía por lo menos 1,70 mts.
 Agilísima... Saltó un alambrado para cortar camino hasta la avenida y me pasó a mí para el otro lado como si fuera un muñeco.
 Me iba a buscar al colegio y ya nadie se rió de mí. Engordé más y empecé a tomar vodka como ella.
 Una vez que me vió con los chicos tomando vino, se atacó, los corrió a todos y a mi me zamarreaba y me daba cachetazos mientras me decía que el vino era de pordioseros.

 Escuchábamos a Iron Malden y otros grupos hasta las 6 de la mañana, después me tiraba en la cama de su cuarto al que sus padres tenían prohibido entrar y se reía de mi pitito escondido en los pliegues de la panza, cosa que a mí me envenenaba de rabia pero no debía demostrarlo para que no me pegara.

Cuando quise cambiar de físico saqué un pase en un gimnasio. ¡Para que! Entró un día furiosa y me sacó a trompadas en los huevos.
Ya afuera me daba con los nudillos en los omóplatos que ¡mamita si duele!, y me repetía, ¡"lo peor de todo es que me mentiste"!. Yo le había dicho que iba al kinesiólogo.
 Me revisó los bolsillos y descubrió el plan dietético que me había preparado el entrenador.
¡"Mira!¡Mirá lo que hago con tu dieta, maricón!"...y se comió el papel. Después, como sabía que si bebía me volvía a pegar le dije que tenía plata para ir a "la cueva de la estación" a ver grupos.
 Estuvimos toda la noche de pogo y a las 8 de la mañana no quiso mas guerra. Usó toda la plata que me sobró para comprar tragos y se fue con un plomo abrazada.
 
Al otro día actuó como si nada y cuando le recordé el episodio me incineró con la mirada y me dijo: NO-ME-ACUER-DO- DE-NA-DA-OKEYYYYYYYY. PUNTO.
Me quería decir que también lo mío lo daba por olvidado.

Un día se enteró que yo escuchaba a Maria Carey y en la fuente de la plaza me metió la cabeza casi hasta ahogarme. Me hizo prometerle que jamás lo volvería a hacer. Tuve que dejarle el reproductor porque dudaba de mi sinceridad. Al tiempo se lo vi a un chico que me dijo que se lo había comprado a la gorda.

Y ocurrió que íbamos por la vereda del Banco y tenía la costumbre de gritarle al vagabundo de la esquina "Borracho, sidoso". El hombre tenía una botella en la mano y mi compañera ni alcanzo a darse cuenta que el tipo desde atrás le rompió la botella en la cabeza...¡La mató!

  Anduve raro, mal, muy mal por lo menos por dos años, necesitaba sentir que estaba vivo. La gente me parecía aburrida, mediocre, sin sangre en las venas.
Y un día conocí a una flaquita que estuvo internada por anorexia. Lo primero que hice es cambiarle los gustos sobre cualquier cosa y cuando descubrí que todavía se hablaba con un noviecito anterior, la fajé, ¡que paliza le di! ¡Al fin renacía!…………..................................................................................................

  Y aquí se detiene el autor y decide que visto la catadura de este chico, se merece que la gorda esquive el botellazo y todo continúe como estaba.
Como los dos son jóvenes vamos a darles una oportunidad: Imaginemos un futuro ideal para ellos en que su humanidad quede a salvo.
Decretemos que la flaquita anoréxica se rehabilitará felizmente y de paso, que ni sabe de la existencia del gordo pues nunca se cruzó con él.
Y el vagabundo………bueno, miren, el vagabundo…Holtz, un escritor americano en una circunstancia autoral semejante, diría  algo así como que en dos meses el vagabundo morirá de tuberculosis y él aprovechando su condición de demiurgo va a conseguir que la asistencia pública lo levante de la calle para que muera en una cama.
 El chiste de este gran autor jamás se me ocurriría como alternativa,  me provoca repeluz, por lo que para este caso apelo a al lector para que imagine un rescate poético de este hombre.

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