domingo, 18 de mayo de 2008

Hacia El Desvío


El camión surgió raudo entre la polvareda y el momento que ambos esperamos insomnes, al fin sería.

El viejo Leming, como siempre sin acompañante, acostado en el volante y refregándose los ojos con un pañuelo para ver mejor, paró el camión casi tocando el cerco que apenas sobresalía de la vereda.El chirrido del freno de mano era la campana que avisaba de la llegada del indeseable y no mas saltar el viejo al piso evitando el escalón, Manuela, la empleada del almacén salía trotando para dejarle a Leming unos pesos sobre el banco de la puerta y a los gritos el pedido de la semana próxima y también algún reclamo por la mercadería de la semana anterior si lo hubiera.

Con la primera carga de carbón que llevaba hasta la puerta, Manuela estaba cerrando y Leming hacía lo de siempre, fumaba un cigarrillo parado frente a la ventana del cuarto de don Ignacio que desde hacía diez años no salía de la cama por una hemiplejia .

Apoyaba la nariz en el vidrio y Don Ignacio entonces entraba en convulsiones y a señalar el rostro manchado de carbón: el diablo o la misma muerte.

En el pueblo todos le temían y nadie se acercaba hasta la carbonería de Leming. Lo que había mas allá del portón todos lo sabían aunque nadie lo haya visto jamás.

Una vez un jefe policial quiso inaugurar un período que diera por tierra con la fama de Leming y fue a visitarlo sin avisar en la dependencia. Cuando volvió a su oficina saludó con una sonrisa al agente de guardia y cayó como fulminado ante el subordinado.

Murió en la terapia intensiva. El juez de la jurisdicción pensó en algo que bebió o comió en casa de Leming, pero la autopsia no reveló nada anormal, salvo…que el hombre llevaba mas de diez horas de muerto, algo imposible pues el comisario llegó de la visita a las 11.30, cuando le dio el ataque. Entró a la terapia a las 11.40. A las 12.10 se le quitó el respirador y fue a la morgue. A las 13.30 el legista llegó a tan extraña conclusión.

Antes, a las 12.05, dos agentes nuevos en la zona,- pues los más veteranos encontraron excusas para no plegarse- fueron comisionados para detener preventivamente a Leming. Tomaron la ruta hasta la rotonda y fue justo antes del desvío cuando un doble cabina cargado de cereal que tenía prioridad de paso los arrolló desplazando al coche policial hasta el cantero de granito donde se prendió fuego.

Cuando llegaron los bomberos, extinguieron las llamas al momento, pero…dentro del habitáculo carbonizado no había ningún policía. Se los buscó en 200 metros a la redonda y nada. Se puso el vehículo y toda la zona en manos de los mejores peritos y ni rastros. Me acuerdo muy bien del frasco con muestras del incendio que salió para la capital para un análisis definitivo, en la primera plana de todos los diarios del país.

Por entonces esos diarios de cien páginas envejecían en los escaparates con noticias que en ese lado del mundo mencionaban personas y lugares que a nadie le interesaban porque no podían relacionarse con ninguna familia o paraje conocido.

Fue de esa frecuentación obligatoria de la repercusión en los grandes diarios que descubrí el suplemento en colores de las fantásticas aventuras de Francis, un chico que jamás salía del granero. Con "Cachi" el hijo de un vecino nos hicimos fanáticos. Usábamos una pajita en la boca como el personaje y nos cortamos el pelo con un flequillo parejito sobre las cejas.

En el mismo banco en la puerta del almacén donde Manuela le dejaba el dinero y el pedido, una semana después de los extraños sucesos, la misma mujer a los gritos desde el interior le advirtió que el cartero le había dejado la cédula de notificación para presentarse en 48 horas en el juzgado como testigo del caso misterioso. El le respondió que no sabía leer, entonces Manuela cerró los postigos del cuarto de Don Ignacio, le pidió que le pasara el escrito por debajo de la puerta, que pegara el oído a la ventana y escucharía al mismo Don Ignacio, que amaba leer en voz alta desde la cama.

La secretaría del juzgado lo recibió en la antesala y se lo sacó de encima en diez minutos con tres preguntas tontas que evidenciaron un pánico que a duras penas sostenía la obligación de cumplir con la formalidad; en diez minutos lo despacharon a la calle.

Cachi y yo, reproduciendo la naturaleza del Francis investigador, nos pasábamos las mañanas y las tardes con una pajita en la boca tirados bajo los árboles elaborando un plan para ingresar al recinto donde el monstruo Leming tenía su morada.

Los escobazos de mi madre en varias tardes sucesivas en que permanecíamos tirados bajo los árboles como el héroe Francis, eran el precio que debíamos pagar por salvar a los pusilánimes paralizados por el miedo.

Muchas tardes nos pensamos como Francis, apoltronados y con un globito sobre las cabezas viviendo una aventura. No bastaba. Algo de la vida se filtraba entre los intersticios y debíamos ponernos en movimiento.

Al fin llegó el día y cuando Leming bajó las bolsas de carbón, sigilosos nos escabullimos en la caja del camión. Un vaho a cenizas quemadas casi nos voltea, la oscuridad se cerró sobre nosotros y el pestillo de la cerradura que cayó antes que el camión se pusiera en movimiento me provocó un acceso de llanto que Cachi me apagó cerrándome la boca.

El camino visto a través de una hendija abierta en la madera era el que desemboca en la rotonda, hasta que paró y tomó un desvío que no reconocimos.

No se detuvo más. Ya el sol comenzaba a caer cuando cansado de mí que solo quería salir de la oscuridad y desertar del intento, Cachi fue a mirar por el agujero y tomar una desición. De improviso el haz de luz le atravesó la cabeza marcando un punto en mi tórax, y Cachi desapareció. Tanteé los rincones oscuros, sentí la presencia de una piel fría sobre un travesaño de hierro, aterrado busqué refugio en un lateral y un líquido me mojó las manos. Reconocía esa calidez.El haz de luz me confirmó que era sangre.Empecé entonces a gritar pateando la puerta y el camión se detuvo.

Leming la abrió y salí corriendo, llegué a unas casas, desesperado pedía por Cachi.

Me rescató la policía que pidiendo la intervención de la estatal detuvieron a Leming.

Cuando pude contar lo primero fue pedir por Cachi. Mamá movió la cabeza diciéndole al oficial que Cachi era producto de mi fantasía. Estuve varios días pidiendo por él.

Cuando grité que porqué a mi no me creían y sin embargo estaba el caso de la desaparición misteriosa de los policías y la extraña muerte del comisario todos sonrieron, movieron la cabeza demostrando que no había ya de que hablar.

A Leming lo soltaron, pero antes corrieron habladurías en el pueblo sobre que me había secuestrado y algo mas que no recuerdo.

Hoy tengo 19 años y hace poco apuré el paso cuando reconocí a Francis entre una muchedumbre en el subte. Me miró con afecto y me dijo que si, el era Francis.

Como leyendo la pregunta en mi rostro, me dijo que ya no, que ya había aprendido a apreciar lo que nos es dado aunque pierda sus colores fantásticos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Existe sí, un desvío entre la realidad y la ficción, entre lo que vemos y lo que imaginamos pero no tengo muy claro si ese desvío se trata de un atajo o de un rodeo. Ahí, justo en esa duda y en ese desvío está tu cuento. Da miedo recorrer ese desvío para asegurarnos de su auténtica natiuraleza porque también allí, justo allí, reside la locura.

Me ha gustado más que mucho, precisamente por ese "desvío" en el que tratas de situarnos como el cuentista cruel y despiadado que eres. Y esto lo digo con admiración, claro, y hasta me parece tonto indicarlo
Un cuentazo, qué quieres que te diga.
Celia.