miércoles, 7 de mayo de 2008

La Vida Es Un Potro

Cuando yo nací, en Corrientes, ya no existía la hacienda chúcara, pero sí clientes necesitados de jinetes que se hicieran cargo hasta de los redomones.
 Así empecé, "redomoneando" como se dice a la ejercitación del caballo en proceso de dejar el bocado y "agarrar" el freno.

Soy de estirpe; ya mi bisabuelo era de aquellos criollos que de a mil quinientos a dos mil, y de una sola vez, ganaban las extensiones para en dos horas dejar listo un caballo para servir al ejército cuando las papas quemaban en el Paraguay y la hacienda no duraba por el pasto malo.
Me gustaba andar al trotecito, a la manera de allá, por el campo quebrado por cuchillas, arroyos y cejas de monte.

Mi padre era buen enlazador y por costumbre añeja usaba espuelas como grillos. Se casó con mi mamá con un par de ellas, relucientes, que durante años colgaron de recuerdo bajo el retrato que inmortalizó aquel día. "Las nazarenas", nombraba con afecto y para esa época en la estancia ya nadie las usaba si no se domaba.
Eso sí, jamás entraba en casa ajena sin descalzárselas, por respeto.
Lo que le gustaba de su uso era ritmar con el paso del caballo y acompañarlo con el silbido.

"Usted, parece sombra", me dijo una vez que lo sorprendí meditando atrás de la casa, yo por entonces usaba unas botitas cortas de cuero como guante, igual que ahora.
Ya andaría con ganas de mandarse a buscar trabajo en los corrales de Buenos Aires y hacer buen dinero, según el dato que le acercó un compadre.

Al poco tiempo y durante más de veinte años, Soriano, como le decían todos a mi papá llamándolo por el "apellido", (Apellido, que palabra ésta; si nos habrá traído problemas cuando cruzábamos tropa para el Brasil y nos detenían de migraciones) se fue a trabajar a los corrales en Barracas y Mataderos y no nos dejó faltar ni un solo mes  a mi madre y a mí la mitad de su salario.
Venía los primeros años  para después de la Navidad, cuando aflojaba el pique y después sus visitas se espaciaron más. Nunca nos dijo de llevarnos con el. Decía, "quédese con su viejita y nunca la abandone".

YCumplí, venía cumpliendo.

Iba a los bailes en el pueblo donde siempre me destacaba. Tenía buena apertura de piernas por ser hombre de a caballo y tenía una gran facilidad para aprender los pasos que veía en el televisor del buffet del club de programas como "bailando por una esperanza" o "Te invito a bailar" que cambiaban de ritmos todo el tiempo.

Así, que de solo espiar mi cabeza era una máquina que lo registraba todo y lo mandaba a los miembros en exactas coreografías de caribeño, jota cordobesa, vals, rock, tango o lo que sea.
 Los sábados y domingos en los bailes del club o en la Disco "tinieblas" (que tenía una luz negra que yo aprovechaba muy bien bailando vestido de blanco entero) ponía en práctica lo aprendido de ver y resultaba un suceso.

  Que más podía pedir; vivía con la vieja y era un personaje en las milongas. En mi trabajo por entonces de domador y entrenador de caballos de polo, bien considerado y sin embargo…tímido para la charla, poco expansivo, sin una pizca de la vanidad con que la gente suple su falta de méritos mandándose la parte contando cosas tontas pero como si fueran inteligentes.

 Claro que también hay tontos vanidosos a los que les descubren el juego estúpido y les tiran la lengua para reírse a las espaldas un rato.
Mi total falta del carisma para seguir concitando la atención fuera del baile, me acobardó y me hacía evitar la compañía de mujeres fuera de la pista más allá de un saludo. Y empezaron a comentar que yo sería maricón.

Cuando se empezó a desarrollar el turismo de estancias, participé en sortija, doma y rodeo para los visitantes. Había un grupo de danzas argentinas de tres parejas y yo que también me ganaba unos pesos sirviendo la merienda de pastelitos y mate cocido, le cacé el vuelo a las mudanzas de una vez.
Se dieron cuenta, de mi destreza porque cuando les falló un integrante me llamaron para reemplazarlo y ni se notó.

Y fue aquel día en que llevando la vajilla usada para lavar a la cocina de la estancia, vi por la ventana un solo del ballet "cascanueces" que me hizo temblar la fuente y poner en peligro la cristalería que llevaba.

Habré estado quince minutos espiando, cuando otro susto me provocó un dedo fino que me clavaron en el costillar.

¿Te gusta la tele? -Era Sonia, una rubia bonita, una de las hijas del patrón que estudiaba sociología en Rosario y volvía a casa los fines de semana-
Se asomó para ver que veían su madre y su hermana sentadas en un sofá de tela junto a la estufa y me miró raro y con una mueca de burla al ver hacer piruetas a Julio Bocca.

¿Te gusta el baile clásico? -Inquirió- No, cualquiera me gusta, -respondí y se me puso la cara roja de vergüenza porque yo quería bailar eso y no otra cosa-

Se rió de la fuente con la vajilla arriba que temblaba y se fue sin decir más.

Le dije a Fernández el bufetero aquél martes a la noche, ¿Che, que canales de cable hay? simulando falta de interés.

 Fernández, con el escarbadiente en la boca sacó de entre unas revistas viejas una del servicio y me la extendió.

Me fui a la mesa y me puse a buscar. Calculé la hora del domingo, pero por lo que veía no era ni necesario, en el 98 de "arte y cultura" la programación tenía baile clásico todo el tiempo. Pasé rápido por el canal cuando tuve a mano el control remoto y en ese momento había un coro de iglesia.

Salí excitado, lo primero que hice es galopar en mi lunanco a campo traviesa y cuando ya el caserío eran un manojo de luces a lo lejos, bajé el recado, estiré la carona de vaca con figuras grabadas al hierro candente y un cuero de nonato por si el rocío mañanero.

Me desperté cuando no había asomado el lucero y volví para las casas.


No me compré nada ese año y "le puse a mamá", así se  los comenté a los vecinos, la grilla de 200 canales.
Mamá no tuvo inconveniente con la novedad, enseguida se prendió con las telenovelas colombianas y un programa peruano del mediodía. El problema es que cuando volvíamos de juntar la hacienda todos querían ir a mi casa a ver la liga de campeones o la champion o la final de rugby en Samoa y me torturaba no poder estar a solas con mi vocación.

Los viernes a la tarde el baile de la tele tenía hasta 5 o 6 horarios y dormía poco para verlos.
Con dos repeticiones me bastaba para hacerlo perfectamente.

En Artfilm aprendí de la barra y el espejo. El de la pared del club, en el reservado para el siete y medio y el mus estaba uno que resultaba perfecto pero nunca me animé a poner uno en mi casa.

A la hora de la siesta aprendí a poner los pies en primera y hasta quinta.

Mientras abrevaba una tropilla practiqué el port de Bras. Sentado en la orilla conseguí en una tarde el difícil dehors. Mientras no me quitaba de encima la mirada un toro viejo conseguí la "attitude" que es la posición en que al cuerpo lo soporta un pié, mientras el otro se levanta con la rodilla doblada, los brazos redondeados y el cuerpo hacia atrás, de lado o hacia delante.

En un corral alejado para tener espacio me hice ducho en el plier (doblar) relever (subir)glisser (resbalar) tourner (rodar) elancer (trasladarse).
Tomado de un palenque aprendí sin dificultad el battement tendus, la ronds de jambe a terre en dehors et en dedans. En fin toda la técnica que iba viendo la incorporaba en dos horas como mi abuelo que ponía al día los pingos para el combate.

No pasaron ni seis meses y una chica, Marcela, que se estaba por quedar soltera, y compañera mía de giros y contragiros en las bailantas del club se quiso casar conmigo y lo primero que se le ocurrió es mudarse a mi casa.
La muy perra le amargo la vida a mi mamá y a mí no les digo nada perseguido a sol y a sombra sin intimidad para practicar mi afición con la compactera ni con el mp3 que me costaron un ojo de la cara.

 Para ella lo mío era suyo y no los tuve más.

Una madrugada la vieja me despidió en la puerta de calle. Escapé a Rosario.

La vieja sabía de mi afición pero nunca me dijo ni a.

En Rosario, todo fue fácil y eso que los 30 años no me ayudaban para nada.
Hice amigos enseguida en el ballet estable y enseguida dejé con la boca abierta a más de uno. Se sabe que la envidia de los mediocres envenena todas las actividades humanas sin dar resuello a ninguna, pero yo curtido por andar siempre a la intemperie puse a mal tiempo buena cara y dejé a los estúpidos tragándose la hiel.
Los regisseurs y maestros de baile se asombran y declaran todo el tiempo su admiración por mi extraña aptitud y no me creen cuando les cuento como empecé con esto.

El mes que viene me presento en el argentino de La Plata y haciendo fíjense que  cosa: "Cascanueces".
Voy a ver si lo convenzo al viejo que se jubiló el año pasado de resero en Mataderos para que me venga a ver. Y también invité a los cuatro hijos que tuvo con la nueva mujer. A la mujer no, por respeto a mi madre.
Veremos como se presentan las cosas.
Lo cómico es que Julio Bocca con 40 años se está retirando y yo voy a estar en la flor de la edad.

¡Que historia! Y de seguro jamás contada que por eso vale la pena que la cuente. ¿Y si no?

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