domingo, 15 de junio de 2008

Con Capacidad Limitada

Eduardo…Seguro que Eduardo va a llamar el ascensor…justo cuando  yo   tomo el ascensor maldito sea.

 Lo tiene medido. Me espía  por la camarita.

Cuando se le canta se pega al canal de vigilancia y espera, pacientemente espera.

Ya estará apretando los botones de ascenso para que no se me ocurra detenerlo y volver a programarlo.

 Mientras muerde una rama de apio o toma un jugo de zanahorias se la pasa elucubrando como joderme la vida.

 

Eduardo fue un chico corriente,  menor de tres hermanos .Los otros dos no paraban un segundo en la casa.

 El, el más chiquito, el querubín de la madre, como era de mi edad era mi compañero de juegos.

 Andrés, el mayor, ese  me recalentaba con la mirada de pajero insolente que tienen los chicos lindos de 14 o 15 años.

Teníamos 8 años y  aunque yo no tuviera ganas de jugar, igual la ansiedad me llevaba a la casa de Eduardo. Era feliz solo por oler la fragancia de Betiver que Andrés se desparramaba sobre el pelo antes de salir para el colegio.

La mamá era ciclotímica, como se decía entonces, y mas de una vez la sorprendí zamarreándolo porque Eduardo dejó la canilla del baño abierta o le usó un par de medias deportivas  a Andrés y las dejó echas un bollo bajo la cama.

En esos días de depresión insoportable no había galletitas dinamarquesas ni batidos de frutilla ni salidas a los jueguitos electrónicos. Permanecía la vieja en la cama, en silencio, con una toalla mojada en la cabeza,  se escuchaba el golpeteo de las pastillas que tomaba "para los nervios".

Cuando cumplimos doce, no hubo más juegos. Andrés estudiaba en la facultad y casi nunca pasaba a ver a su mamá. Se mudó a otro departamento con su novia de entonces. El segundo que se llama Juan, se había mudado antes con el padre que  tenía mellizos  con otra mujer.

 El viejo hizo mucha plata y Juan anodino y desagradable de chiquito, aunque fuera un cero a la izquierda en el nuevo hogar, tenía todo lo que ambicionaba, plata y vacaciones en Punta del Este, club de remo y auto gratis.

Eduardo quedó solo con la madre en el  7º "F"  y yo como desde que nací; en el 12º "A".

Falleció mi madre y tiempo después mi papá Augusto; murió en el geriátrico "Los Príncipes" del que fue administrador hasta que llegó a jubilarse.

De mí ya lo conocen todo. (La gente tiene costumbre de hacerse una idea clara de quien cuenta)... Desde que traspuse la puerta; con apenas ver los zapatos, la  ropa, les da una idea acabada de quien soy. Sucede. Nuestro juguete preferido desde la cuna hasta la muerte es el sonajero.

 

A Eduardo, el padre le regaló un dinero para que se comprara un ambiente que como dependiente de una ferretería jamás llegaría a lograr  por las suyas. Y Eduardo se mudó al 10º "B" del mismo edificio. Un interno poco luminoso pero que le bastaba para tener un poco de intimidad.

Entre el 2004 y el 2007 se precipitaron los acontecimientos.

Ya antes que se mudara a su nuevo hogar mi relación con Eduardo era distante .Es difícil la relación con los camaradas de la infancia. En general basta un encuentro, cualquier reunión para darse cuenta que la experiencia no es una llave que abre las mismas puertas, digo yo…

 

 Entre los años que menciono, Eduardo (que siempre tuvo una piel delicada y rosácea)  llegó a pesar 260 kilos.

En el 2005 ya no pudo bajar ni hasta el 7º "F" para atender a su mamá. Se cansaba y podía morir de un infarto solo de soportar alguna escena de la madre.

A fines del 2006, a mí que soy la administradora del edificio además de vecina, me llegó una cédula de notificación por abandono de persona, Eduardo me demandaba por no haber destinado hasta esa fecha los fondos asignados por ley para la ejecución de las obras para una rampa para discapacitados.

Viviendo en el mismo edificio, a dos pisos de distancia, ¡pudiendo llamarme por teléfono para evitar el mal trago de armar mi defensa ante el juzgado!...No quiso hacerlo, resultó evidente.

 Sí, tuvo fuerzas para relacionarse con militantes de organizaciones no gubernamentales para cortarme casi la cabeza.

Por la memoria de mi padre el consorcio no me rescindió el contrato.

¡La propiedad fue un número del canal de noticias con todas las cámaras apuntando a la ventana de Eduardo inválido y mi rostro tapado atravesando dos veces por hora en los resúmenes informativos el hall de entrada abucheada por estas organizaciones!

La rampa se hizo. Salió una fortuna. Con sus doscientos sesenta kilos salió dos veces a la calle. No me interesa dar detalles de su traslado por escalera pues en nuestro edificio no tenemos ascensor de servicio.

Durante el 2007 se entregó a una dieta feroz en un instituto especializado y bajó 50 kilos. Se sintió animado y allá por agosto bajando yo del 12º con mi tía Elisa el ascensor paró en el 10º. Como una roca impulsada por la gravedad, Eduardo sonriente dijo ¿Qué tal?

Apretó el  7º donde vive su mamá. Intentó explicar la felicidad que sentía en esa su primera salida solo y yo, desencajada solo atiné a gritarle: ¡Eduardo estás loco, vamos a caer al vacío, no sabés leer. Vamos excedidos en casi 100 kilos! Y le remarqué el letrero: ¡Acá lo dice bien clarito!

Por suerte llegamos al 7º a salvo, pero al llegar a planta baja el carro del ascensor tenía un desnivel de 30 cm., producto de la extrema extensión.

Mi tía Elisa me dijo: Nelly, hija, me parece que exagerás…

En las expensas del mes siguiente agregué el gasto de reparación del resorte de las cuerdas con una nota en la que contaba el incidente y terminaba exigiendo que el consorcio necesitaba propietarios cuidadosos y responsables.

¡Para que! Hasta el defensor público de la ciudad intervino y con la complicidad de algunos testigos consiguieron "probar" que el carro del ascensor paraba fuera del nivel desde la mudanza del afinador de pianos del 5º "F".

Me retó todo el mundo en la asamblea siguiente, y de nuevo conseguí permanecer en el puesto.


Hoy, 18 de febrero de 2008 estoy subiendo solita en el ascensor, Eduardo está en el 7º seguramente, desde el monitor de su mamá me vio trasponer la puerta, apretará para mortificarme exultante el 10º hasta su casa, yo no podré decirle nada, hizo enterar a todo el edificio de la alegría que supone haber llegado a los 150 kilos que sumados a los 56 que peso yo estamos en los 206 kilos, 15 kilos por debajo de los 221 kilos autorizados para nuestros ascensores. El odio me ciega.

El ascensor pasa por el 7º sin detenerse, atraviesa el 10º sin novedades y me deposita en el 12º.

Y bueno... a una a veces puede  fallarle la intuición.

Seguro que mañana sucede, pero yo ya no estaré haciendo este monólogo.  

    

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena historia.
Al principio pensé que el relator era gay...
La historia me atrapó de principio a fin.
Te felicito,
Georgina