miércoles, 11 de junio de 2008

Mis 20 Abriles Me Llevaron Lejos

                                                                      "Quien necesita decir algo importante es porque ya sabe que su vida es una mentira"

 
De vuelta en casa. Me dan ganas de llorar.

El aparador de roble, los cuadros de artistas flamencos  del 1600...

 Los encargados de la residencia apenas mueven el polvo de lugar. Recorro con la vista los grabados que evocan escenas de "Emilio" y "La nueva Eloisa" mientras todos los habitantes de la villa duermen luego de la fiesta   por la vuelta del hijo pródigo.

El capataz de la finca de mi difunto padre me sorprende de atrás y entusiasmado me lleva a ver al gorila que hace 20 años me abrió las puertas del Moulin Rouge y la fama posterior como empresario. Puso el sirviente en mi mano una banana pelada y me invitó con grandes gestos a ofrecerla a Georges, el simio que convocó a la multitud de aristócratas con ganas de divertirse que se llegaron tantas noches al Moulin. Los ojos amarillos del mono se detuvieron en los míos; degustó pacientemente la fruta y los recuerdos galoparon en mi memoria.

 Georges, cómico amante de un loro multicolor, Georges perdido en la arena del circo aplastado por las carcajadas, Georges lascivo con la "mona" de vestido rojo y besando en la boca a Sylvie, (duros los miembros por el ajenjo y el asco).

Tomé de la mano a Georges, saludé al encargado y caminamos solos por el bosque de álamos, los rastreros frambuesos se enroscaban en los avellanos; por todos lados estatuas y fuentes romanas cubiertas de lodo por el abandono  indicaban la importancia del otrora  "Templo de la filosofía", obra arquitectónica para "leer" que papá construyó ansioso por educar a las nuevas generaciones. Georges fue el ejemplo con que nos ilustró junto a otros jóvenes sobre la naturaleza del buen salvaje.

  A sus 18 bellísimos años, apartando sus largas trenzas rubias,   Sylvie me leyó el aviso que decía: "DAMA TATUADA, ABORIGEN AMERICANA.   Un GORILA. UN ENANO DE MUY BAJO PESO. BOAS CONSTRICTORAS VIVAS. (Presentarse en el club Moulin Rouge).

Allí nos dirigimos en una noche de tormenta, ella (de dama americana y tatuada en secreto por el herrero de la casa), Georges y yo.

 Un enano de nombre Tomás y de aspecto asombroso llegó de Bretaña y nos convertimos en inseparables y de Ermenonville llegó un birmano con dos boas constrictoras.

 Fuimos un número de la marquesina más alta y sujetos a la extravagante imaginación del programador Vignes durante cinco años. Mi padre desolado  se recluyó hasta su fallecimiento, hace menos de un año.

Sylvie enloqueció por el láudano y el éter que se consumía como novedad letal.

 Pero yo heredé a M. Vignes en la jefatura después de dura lucha y entonces fue que devolví a Georges a mi padre y desde entonces el simio ofició en el parque abandonado de oyente  de las  discusiones encendidas del viejo con los fantasmas de Rousseau y Descartes.

 Me hice cargo de la gerencia del antro y despedí al enano Tomás a quien cargué gran parte de la responsabilidad por la ruina de Silvye.

Y al birmano, (que también entregaba las boas a las voluptuosidades de la querida rusa de Vignes, la condesa S…..  Al mismo tiempo amante déspota de Sylvie), ni bien tomé el poder lo eché a patadas y en su lugar contraté un número de ecuyeres.

 

Georges aprieta mi mano. Quince años han pasado. Parece haberse hecho sabio junto a mi padre siempre escuchando, silencioso.

Georges el inocente. Lo feo y lo malo le son ajenos.

 

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