domingo, 29 de junio de 2008

Historias Ficticias De La Escena Teatral: "Entre Bambalinas"

El 16 de diciembre, con una tarde de calor brutal y  el único atenuante de ser sábado, llevé a Matías el más chico de mis dos hijos al "Tierra bendita", el espectáculo virtual sobre vida y milagros de los tiempos de Pilatos. El berretín de Matías a emprender la expedición en esa tarde inhóspita y con el pavimento humeante y chorreante tiene  origen en su amistad con dos burritos, una cabra  y una vaca, que conviven en uno de los corrales del predio y que visita desde hace cuatro años, (cuando tenía tres), religiosamente todos los diciembre.

Este año me tocó a mí acompañarlo y no estaba la madre para alcanzármelo sino mi hijo mayor; Fernando, de 12 años, con cosas mas interesantes que escuchar en MP3 como para intercambiar dos palabras conmigo.

Al menos en la Jerusalén virtual corría una brisa del río y el hecho de estar acompañado en la excursión por tanto  padre separado me infundía vigor.

Para Matías no era cuestión de ingresar como curioso sociólogo a la tierra prometida, así que nomás entrar ya le estábamos dando a los animales la alfalfa compactada en cubos que traía en la mochila.

Me puse a espiar alrededor aprovechando la sombra larga de un minarete y se desplegó ante mi vista el mundo aquél de gente con la cabeza cubierta adoptando aires de campesino, caminando presurosos; vendedores de baratijas arqueológicas rodeados de compradores enceguecidos regateando y forcejeando por el mismo producto, e inverosímiles danzas típicas con morochas bailarinas de mercado rodeadas por herreros y tejedoras actuando sus menesteres  desde la mañana temprano.

Abstraído, no caí en la cuenta que Longinos, el centurión Romano convertido luego al cristianismo me miraba sonriente desde hacía un rato.

 

Detrás del uniforme y el maquillaje reconocí a Marcelo, compañero de tablas en el teatro independiente hace una quincena de años.

Después de los saludos y los consabidos "como andás", el penacho ostentoso del amigo me llevó de un salto a la época en que frecuentamos juntos el elenco estable del "Circulo filodramático" dependiente de la dirección de cultura.

 

Marcelo era el preferido del director general de escena del círculo; un hombre entrado en años y de una rala cabellera pintada de un azabache furioso hasta el bigote y las patillas. Lo recuerdo siempre con su camisa impecablemente blanca entallada y un pañuelo  azul eléctrico o violeta en un lino elegantemente arrugado. El pantalón té con leche, bien calzado en la cola y medias y zapatos de hebilla marrones.

Este hombre se sometía estoicamente a los caprichos de Marcelo que desde su debut como criado en "El misántropo"  se le convirtió en inseparable.

La palabra misántropo pronunciada en francés (en la primera salida en grupo luego del ensayo) con ese final cerrado sobre los incisivos y los labios insinuando un pudoroso beso estableció un vínculo entre ambos que se prolongó en varias puestas en escenas donde Marcelo recreó como director su gusto por la incorrección escénica de la que yo abominaba en silencio.

Todo material dramático para Marcelo era una herramienta eficaz para demostrar su desbordante creatividad.

Costosísimas  para los flacos fondos del círculo eran sus escenografías. Recuerdo que para Romeo y Julieta mandó comprar y armar una hamaca elástica que ocupaba todo el escenario. Los actores declamaban a los saltos y vueltas de cabeza.

La pieza de Shakespeare para Marcelo se había congelado en la comodidad burguesa y el público debía ser violentado, despertado.

 La prensa, afín al público concurrente que antaño saludaba las marcaciones llanas y previsibles del viejo director , pasaba ahora de la estupefacción al rechazo y luego a la no concurrencia,( aunque no le negaban al círculo la tradicional gacetilla con motivo del estreno)

 Recuerdo un "Ricardo Tercero" deambulando el escenario en una tanqueta y las espadas y cuchillos cambiados por pistolas y ametralladoras (el ruido para los vecinos era infernal y dio lugar a más de una queja).

Al pobre viejo, le trajeron dolores de cabeza que aceleraron su partida al otro mundo las licencias de Marcelo, como aquella en que sin consultar siquiera, cambió en Hamlet, (pieza que figuraba en el repertorio desde hacía veinte años) la escena en que la reina narraba haber visto a Ofelia recoger flores en el arroyo, por la misma Ofelia haciéndolo.

Su intención, me confesó aquella vez (yo le caía simpático,  porque evitaba competir con él, aunque secretamente todas sus ocurrencias me parecían mamarrachos) era eliminar en lo posible la presencia de "esa vieja histérica y además actriz espantosa".

 

La tormenta se desató de inmediato; la mujer empezó a gritar "¡Ignacio!", que así se llamaba el viejo director y acto seguido lo insultó de arriba abajo calificándolo de marica dominado y pusilánime, y que el teatro desde que está ese psicópata de Marcelo se va a la ruina y que esta situación es inédita y llegaría en su reclamo hasta las mas altas autoridades para librarse de ese enemigo público. Presa del ataque de nervios la mujer bajó del escenario con tanta mala suerte que fue a trastabillar en un escalón y se quebró el fémur en dos partes.


 El escándalo fue aprovechado por otros enemigos silenciosos de la dupla Ignacio y Marcelo. Y así fue que alguien de administración descubrió que el Director debía de haberse jubilado cinco años atrás como correspondía por ley.

 Le llegó la cesantía  pasados unos meses.

"Ignacio falleció de disgusto," (decía Marcelo con la mirada en lágrimas).

 

Por entonces, se acabaron las prebendas para Marcelo. Fue, en más, uno como tantos disponible; un paria con un sueldo básico, sin plus por dirección, sin horas extras (que Ignacio amorosamente le marcaba en su tarjeta).

Y además sin cortar ni pinchar en el nuevo proyecto: "Julio César" dirigida por un director de buen temperamento pero de gustos bien clásicos y poco amigo de aunar criterio con los actores a los que consideraba piezas de su ajedrez.

Vio en Marcelo aptitudes para interpretar Casio, una buena noticia para él.  Yo entonces tuve una alegría al confiar en mí el nuevo director para el rol de Casca.

 

Marcelo, por jugar fuerte, se sintió un trapo usado durante los tres meses de ensayos y más de una vez llamado al orden por improvisar en muchas escenas en que la opinión de Esteban, (que así se llamaba el nuevo director) había sido dada por definitiva.

-Hay que agregar la mala disposición de sus compañeros para con el ex actor, director luminaria-


Para el estreno todos nos intercambiamos presentes y él recibió  el mío y  de algunos otros.

En la cena posterior se retiró temprano no sin antes discutir con el director sobre su personaje y la necesidad de incorporar cambios. Le fue negado.

El sábado vino el desenlace, premeditadamente una venganza.

 Una verdadera excentricidad en una puesta que no podía contener tal exceso. Una arbitrariedad que fue bien recibida por el público y sin embargo determinó su expulsión del elenco y una indemnización proporcional a su antigüedad.

Como ejemplo,( de  entre otras locuras), cito la escena en que Marcelo (Casio) y Yo (Casca) nos encontramos en una calle: En la penumbra escucho "¿Quién va?". "Un romano", contesto yo.

Me sentí desfallecer cuando aparece bajo la luz de un reflector la figura de otro Casio, no el que esperaba.

Marcelo apareció tocando bocina montado en una bicicleta.Me sentí dentro de una pesadilla.

Para peor cuando habla de la debilidad de los romanos, al llegar a….  ¡"el espíritu de nuestras madres es el que nos gobierna!, ¡Nuestro yugo y resignación prueba que somos afeminados!.......  se calza unos tacos altos, una peluca y comienza con mohines hacia el público….mas precisamente hacia la platea que ocupaba el director Esteban, seguramente ya con la cabeza entre sus rodillas.

 

El relámpago del recuerdo pasó y volví la vista hacia Matías y sus bichitos. Marcelo me dijo entonces que abandonó el teatro años atrás y daba clases de escenografía  en un instituto.

Me despidió con un parlamento de Bruto: "Si nos volvemos a encontrar, pues bien, sonreiremos; en caso contrario, bien hicimos en despedirnos ahora".

Yo lo saludé con una de sus tiradas: "La culpa, querido Bruto no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores".

Es un misterio de la memoria: En el teatro uno recuerda los parlamentos de los otros. Las palabras que escuchamos entre las sombras de bambalinas.

Mas tarde una tormenta feroz se desató en el predio y con corte de luz incluido. Los rayos resaltaban las siluetas de los actores que corrían a buscar refugio.

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