domingo, 8 de junio de 2008

Las Huellas Que Deja El Amor

En 1982, cuando me gradué de arquitecto, me dediqué a visitar todos los bares y discotecas que el estudio me habían vedado. En una de aquellas maratónicas salidas conocí a B…… y se convirtió en mi novia oficial. Todo fue bien durante 6 meses, conoció a mis padres y hermanos y solo intervenía en mis asuntos para reprocharme sobre cuestiones del corazón: Ya se sabe como son estas cosas; que la de vestido rojo me sonrió, que la del top azul parecía conocerme bien y hasta un escandalete porque mi hermanita menor Luisa, se puso a recordar frente a ella el día en que escondí a Nancy , nuestra vecinita, en el placard de mi cuarto, esa vez que mis padres decidieron volver a casa anticipadamente por una indisposición de mi madre.

En los siguientes seis meses todos me resultaron disgustos: Hizo alianza con mis padres, se aparecía en cualquier momento y si no, me requería todo el tiempo por teléfono. Decidía cuales salidas eran las mejores sin importarle mi opinión, (y lo peor)todas mis amistades pasaron a ser no recomendables, perjudiciales en mi vida.

Desde entonces, Carlos vestía mal y se tiraba lances con ella; Alberto bebía demasiado y además era adicto a la coca, y Juan era homosexual y yo era el único que lo desconocía.

Cuando tuve la certeza de que era el momento de cortar la relación, la presión que ejercía sobre mí era insoportable: Hizo  causa común con mi madre para recriminarme que desde mi alejamiento de la universidad solo me dedicaba a la juerga y ni pensaba en trabajar ni encarar la profesión y mucho menos aceptar responsabilidades como adulto cuasi comprometido y muy pronto esposo y padre.

Su plan iba viento en popa y creo que hasta papá le temía cuando andaba por casa.

Sin embargo cometió un desliz que la perdió: Luisa, mi hermanita que siempre desconfió de ella reunió suficiente información entre sus numerosísimas amistades y descubrió al hombre con el que B…… mantenía una antigua relación secreta por decisión del señor, felizmente casado y al frente de una empresa familiar que no admitía separación de bienes.

Con Luisa sabedora del engaño y antes de enterarme a mi, participó de la novedad a toda la familia, con lo que B….fue expulsada de mi vida sin traerme casi consecuencias.

Digo casi porque mi vagancia de un año tocó a su fin y se me conminó a buscar trabajo y en mi profesión.

Comencé a tirar antecedentes por las empresas, pero la idea de instalarme con 24 años no me convencía. También tenía ganas de cambiar de aire; en esos años antes que en Barcelona o Madrid, se pensaba en Salta o Córdoba o Río Negro etc. Y la posibilidad vino por el lado de Carlos el malvestido, según B……)Carlos tenia una pareja amiga que pensaba construir en la ciudad de San Juan y radicarse,  el muchacho pensaba explotar una finca con nogales. Disponían de capital suficiente para construir una casa de unos 180 metros cuadrados cubiertos y disponían de un buen terreno para construir un play-room y una pileta en otro momento.

Los chicos eran muy amigos de Carlos y yo cobraría honorarios bien bajos, haciéndome cargo de la dirección de la obra en la primera etapa. Arreglamos y ultimamos los detalles en menos de una semana.

En cuatro meses con  buenos albañiles y un capataz muy eficiente trabajando de sol a sol levantamos la estructura y ya podían entenderse el capataz y los dueños sin mi intervención.

La pareja alquiló una propiedad hasta la finalización de obra, tuve algunas reuniones más y les dejé todo organizado.

 Habiendo entablado una cierta amistad con ellos me preguntaron cuando volvía a Buenos Aires, les manifesté que tenía ganas de quedarme en la zona y probar en otra cosa.

No sabía qué, hasta que la posibilidad se me dio en Iglesias, cerca del paso a Chile conversando alrededor de unos vinos blancos dulces con un ingeniero que quería explotar una mina de yeso del otro lado, cerca de Coquimbo. Me ofreció un salario y la posibilidad de aprender sobre algo que no tenía la menor idea. Antes y a modo de introducción me llevó a  Guandacol en el límite con La Rioja donde me pondría en campaña en una explotación de otras piedras semipreciosas hasta que aquello estuviera listo.

En la zona, bastante alejada del pueblo, a  cuarenta y cinco minutos de camioneta de la mina, Doña Vicenta F., una mujer viuda, manejaba una pensión de 4 habitaciones.

Convirtió su morada en hospedaje cuando vio la posibilidad de aprovechar económicamente la modesta pero amplia casa  que en otro tiempo fue parte de una finca. Esto me lo contó nomás la primera noche cuando después de la cena de estofado de cabrito se acercó a la mesa de la cual era el único comensal esa noche y estuvimos departiendo hasta la una de la madrugada.

Me dijo también que con la jubilación, que le quedó del marido empleado de una bodega y los pesos que ganaba con el alojamiento de técnicos de la mina durante primavera y otoño vivía sin contratiempos si además contaba con la granja y las verduras.

 Estuve poco más de un mes en "La Ascensión" que así la llamaban todos aunque el alojamiento no tenía cartel. Durante los primeros días aprovechaba la camioneta y después de un refrigerio les pedía a los muchachos que me llevaran con ellos a la ciudad. Pero la vuelta era dificultosa y el asma me daba no pocos contratiempos con el frío de la madrugada al pegar la vuelta. Cada vez que escucho: "Calle angosta, calle angosta la de una vereda sola,yo te canto porque siempre estarás en mi memoria"

me acuerdo de los viajes de ida y vuelta con los muchachos cantando a los gritos.

Tuve en esas salidas unos encuentros con  tres chicas que se movían en grupo hasta la plaza a tomar helados sin que pasáramos de conversaciones sobre  las diferencias entre pueblos y ciudades grandes. Estaban acostumbradas a charlar con ingenieros de Australia o Canadá en algunas épocas del año y hasta una de ellas esperaba noticias para hablar de casamiento con un neocelandés.

En la mina el polvo del mineral me secaba de tal forma la nariz que me cuarteaba la piel sin que hubiera crema que me lo solucionara. Jacinta por su cuenta me preparaba a la vuelta del trabajo una manzanilla al advertir que mis bronquios silbaban y la respiración se agitaba.

Me cambió de cuarto a uno mas seco y soleado y de noche ponía agua hirviendo con eucaliptos en un brasero. Dejé de ir al pueblo y me convencí de que el trabajo minero no era para mí, a fin de mes volvería a Buenos Aires y me buscaría una obra como la que me trajo a la provincia, donde me encontraba mas cómodo. Comprendí entonces porqué el ingeniero me mandó a ese lugar cercano a probar antes el oficio.

Los fines de semana la pensión quedaba deshabitada y solo Vicenta y yo andábamos por la casa. Me invitaba entonces a compartir la mesa de la cocina y empezaba a disfrutar con ánimo más distendido los últimos días antes de la partida.

Empezaba a sufrir menos por el asma y era en gran medida por los cuidados de la Doña.

La mujer comenzó a opinar libremente sobre mí llegando a decirme que yo era flojo para ese trabajo y la mina se devora a los flojos. Yo le retrucaba comentando sobre el  despropósito de mantener esa galería derruida y angosta que dificultaba el tránsito desde las habitaciones y ella me contestaba que yo no conocía el viento zonda que soplaba en otra época y de la importancia para entonces de esa construcción.

Los lunes volvía al comedor y en la sobremesa se las ingeniaba para llevarme a la cocina para charlar hasta la una. Conocía al dedillo los problemas que tuve con mi novia B……y no entendía como podía ocultarse tanto tiempo la doble moral que ella atribuía a la falta de comunicación entre las personas en la gran ciudad y yo al anonimato que propicia el número de habitantes que pasan los tres millones. Permanecía firme en su trece mencionando que  una vez viajó a la ciudad de Córdoba y otra a Florencio Varela en Buenos Aires y vio como los hijos no hablaban con los padres y en un restaurant  también como la gente se pegaba al televisor sin siquiera mirar alrededor.

Tenía cierto odio por las metrópolis.

Destacado sobre un aparador, al lado de una frutera, en blanco y negro y otras en color se diseminaban fotos de parientes. Con camisa blanca y pañuelo negro posaba junto a su marido y dos chicos; uno de ellos trabajador en una empacadora de frutas en Jachal y el otro……..me miró fijamente, se refregó las manos en el delantal y con la parsimonia que  permite la intimidad me contó:

 "Se fue a los 19 años a Florencio Varela, cerquita de La Plata, trabajó de hombrear bolsas un tiempo y me escribía todas las semanas, se puso de novio y puso fecha de casamiento.

Un tiempo después nos pidió al viejo que todavía vivía y a mí que fuéramos para la fiesta,  pero mi hijo de Jachal no nos podía acompañar y nosotros teníamos miedo de viajar solos porque mi marido ya no andaba bien y el viaje era largo.

Le respondí que se pasaran la luna de miel en San Juan, pero no tuve mas noticias.

Insistí con dos cartas sin respuesta. Hasta  le pedimos a un oficial de la comisaría del pueblo que se comunicara con un número de teléfono que una vez mandó, pero también sin respuesta.

Pasaron tres años y el hijo de Jachal hizo averiguaciones con un camionero, sin éxito.

Una noche para el día de todos los santos, (esta casa todavía no era hospedaje y mi marido había muerto hacía dos meses), siento golpear la ventana a eso de las once…..

(Vicenta entonces se sentó en un extremo de la mesa grande de la cocina, afuera la noche era fresca, y las gallinas en el fondo todavía tardaban en acomodarse habiendo oscurecido a la nueve y media. Nos sirvió a los dos de la damajuana de vino blanco abocado que todavía recuerdo en las papilas y continuó)

Ahi nomás me levanté y sin preguntar, como sabedora, pasé a retirar la tranca. Nos dimos un abrazo.

Venía del Gran Buenos Aires el Mario, el hijo extraviado, preguntaba por todos sin entusiasmo, como si supiera. Después se sentó en la punta donde está  usted y se quedó mirando el techo y contestando entrecortado a todas las preguntas.

Apenas le entendí que el matrimonio no era feliz y tenía ganas de volverse.

Insistí para que se mudaran y el matrimonio empezaría a andar bien.

Le preparé la cama a eso de las 2. Pero dijo que no tenía sueño y prefería quedarse en una silla a los pies de la mía hasta que lo alcanzara la modorra.

 Yo le dije que no loqueara, que fuera a darse un baño y a dormir, pero no lo pude convencer. A mí también me ganó el sueño y solo recuerdo haber despertado una o dos veces y entre el resplandor de la lamparita de querosene ver sus ojos fijos en mi, como inertes.

A las cinco de la mañana me desperté, no estaba, lo busqué en su cama y no estaba ni siquiera abierta.

La tranca estaba puesta como la había dejado y pensé que se había marchado por la antigua salida de detrás de las casas cruzando la galería que a usted no le gusta.

Pasaron dos años sin noticias y el pobre hijo de Jachal se desvivía por saber del Mario.

Una noche a eso de las once volvió a golpear la ventana y todo fue igual a no ser porque la novedad era que vivía solo en una casa alquilada y tenía un vecino con teléfono.

Cuando a la mañana no lo encontré no me quedé tan intranquila porque ahora tenía el teléfono. A la semana me fui a Guandacol para llamar, la gente que me atendió del otro lado me dijo que el Mario había muerto hacía como cinco años, que viajando colgado en el  tren  se cayó en la vía. Que la mujer lo había enterrado en Florencio Varela y ellos recién se enteraban que el Mario tenía parientes porque nunca la pareja los había nombrado.

 Con mi hijo desde Jachal fuimos a Buenos Aires y visitamos la sepultura. Me hubiera gustado traerlo pero de la mujer no tuve noticias y el trámite era largo, porque ella firmó el sepelio como única responsable.

Lo que temía ocurrió al año siguiente, cuando volvieron a golpear la ventana………….

Ya no quise demorarme más y fui a lo de la comadre Teresa que en paz descanse. Le explique todo y después de cavilar me dijo lo que había de hacerse:

Para el día de todos los santos debía dejar la puerta abierta de par en par…….y permanecer en la cama con los ojos cerrados pase lo que pase"
A esta altura del cuento yo miraba la ventanita abierta de la cocina y parecían mil ojos clavados en mí las estrellas en el cielo diáfano. Durante la tarde la Teresa le había dibujado en el rostro como un mapa con tinta azul. Según la curandera el Mario era un alma que había perdido el rumbo y quería encontrarlo en el rostro de su madre porque así como pueden unirse las líneas entre los astros del cielo, así también hay caminos con muchos cruces que confunden a los espíritus en el trayecto.

Ella por una docena de huevos le podía indicar para donde rumbear.

Cuando se sentó frente a mí el Mario dudé y hasta quise borrarme la tinta de la cara para tenerlo conmigo aunque sea una noche cada tanto, pero la Teresa, sabedora, me había enterado bien de los riesgos que por la posesión del recuerdo querido  termina perjudicando a los mismos muertos.

Así, que me amuché con dolor a esperar la madrugada.

Vicenta entonces me miró fijo, apuró el último trago y se refregó la cara como si aún no hubiera terminado de despintarse.


Se me dio esta mañana por recordar las huellas que deja el amor. Los caminos son diversos y a los humanos a veces se nos antojan infinitos.

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