miércoles, 29 de octubre de 2008

Padres e Hijos Entre Siglos De Distancia

POR OTRA RUTA

 

Camina orgulloso de la mano de su padre.

 Que no es su padre; fue comprado como esclavo a la madre que lo vendió, a la muerte de su marido, a este hombre que marcha repitiendo su discurso de agradecimiento al maestro que enseñó al pequeño los dos mil signos en las tablillas.

El niño sabe que si quisiera podría repudiar el contrato, que se hizo sin testigos ni documento. "El no es mi amo", y  el sacerdote le devolvería su libertad.

Pero es feliz  con este padre que lo premia en sus días libres visitando el mercado de la ciudad.

Cruzan la acequia y, el niño, a quien el maestro enseñó a ver el rostro de la tierra llena de demonios y  también, con  algunos pocos pero buenos espíritus guardianes, desvía por otro camino más seguro.

Justo delante de ellos, "finitos como los estilos para escribir", avanzaban tres engendros. Los innombrables que no conocen ni comida ni bebida, que arrancan a las crías de sus madres y a las mujeres del regazo de sus hombres.

 Papá ni se enteró de que fue guiado por otra ruta, ensimismado en memorizar su discurso.   

 
 DIARIOS
 
 Los hojeaba  y le resultaba increíble.

Eran cuadernos de un diario personal que Nicolás llevó hasta su muerte por accidente en la autopista.
Abandonó la fábrica familiar siendo el hijo único, heredero de todo y destinado a estirar a tres generaciones la sociedad anónima.
Pero se fue; dio un portazo inexplicable y ahora hay que soportar una sarta de injurias hacia papá del muerto desagradecido.
Quiso elegir qué hacer por cuenta propia; pero en estos sucios cuadernos, arremete con furia como si un padre tuviera obligación de encadenarse del cuello del hijo egoísta sin otra obligación, claro;  la de arrimar los fondos para el malgasto en ideas excéntricas de productor musical de medio pelo.
Pero si fuera solo eso se perdonaría, hay que poder leer sin vomitar, todas las mentiras vertidas sobre la sofocación, la supuesta presión inhumana del padre que no pecó más que en darle responsabilidades, y un carácter que un jefe, el  dueño de una empresa debe poseer.
Pero la visión todavía vívida y traumática de la sangre y el auto destrozado, por un momento le alejan la bronca, y sensible, baja la vista al perrito blanco y a esos ojos que seguro que no le quitaron la vista a este Nicolás solitario y empecinado en  hacerse un camino lejos de papá.
Esos ojitos son como una ventana y mientras lo acaricia llora impotente.
Pero a papá enseguida se le pasa, aparta los cuadernos de la mentira y ordena a la gente de la mudanza que comience a embalar todo lo que hay en el cuarto "D".
El perrito de Nicolás lo sigue mirando, pero el hombre ya no duda cuando pasándole un cinto del hijo por el cuello a modo de collar, lo arrastra casi hacia el ascensor, lo baja a la calle y lo echa a su suerte.

No hay comentarios: