domingo, 2 de noviembre de 2008

Pequeña Melodía Caprichosa

Tanto le rogué que al final el diablo me dio servida la punta del ovillo.

-¿Qué sos?, me preguntó este demonio que no me preocupo en identificar porque nunca me interesó la demonología.

-¿Qué tenés?, siguió.

-¿Cómo te representás?

Creí haber respondido todas las preguntas, porque sí, porque yo quería responderlas.

Y no me sorprendió que el diablo no se molestara en quedarse para escuchar mis respuestas.

Entonces comencé a buscar y encontré. Dados, turismo…

Antes de seguir, adviertan la complejidad de buscar el rastro de un hombre.

¿Qué come una rata, que come un determinado pájaro?

¿Dónde duermen? Es fácil, se aprende y se disfruta rápido de lo previsible.

Estaba buscando: Dados, mesas de póker, pesca, turismo, karate, música.

El tiempo de la canalla de mirada torva de la serie negra había quedado atrás. El hombre moderno hace muecas que lo uniforman y dificultan la investigación.

Así que el método no me llevaba ni a barrios pesados ni a garitos clandestinos, ni tampoco a cárceles y demás ambientes marginales. En otro tiempo lo hice empeñado en un rescate heroico sin otro resultado que el engaño por la estafa y la molesta persecución de los más  ambiciosos.

Ninguna actividad humana, hasta las recreativas más inverosímiles como el water-polo y la carrera de pulgas me fueron ajenas en mi búsqueda.

Las páginas de publicidad, los sermones, todo pasó por mi cuidadosa atención hasta el extremo de un confuso diletantismo que por momentos me producía nausea.

Comprendí que era preciso llegar al mismo  vórtice.

Un día, en el laberinto en que naufragaba mi alma, experimenté  una calma desconocida. Una fatiga de las que imagino de un agricultor, me tiraba a la cama para un descanso profundo, sin sueños.

  Salí a la calle por la  mañana, estaba templado. Busqué un lugar donde comer algo, y al doblar la esquina me estremecí. Un hombre caminaba rápido, tarareaba una música atonal. Una serie de notas como un recorte de millones de melodías arbitrariamente reunidas. Lo seguí. El diablo me señaló con el aleteo de una avispa  que era  él el hombre. Desde el abdomen me subió una melodía en contrapunto que junto a la suya resonaba como el intento de una exasperante adaptación.

Y se detuvo y siempre de espaldas, hizo un gesto con la cabeza de conformidad.

Se dio vuelta y me dijo que se encontraban dos melómanos con gustos bastante afines.

Mi vida anterior de aficionado y el camino  de búsqueda me daban tela para cortar.

Se fascinó con mi conocimiento de la obra completa de los olvidados compositores del siglo veinte y hasta de las experiencias sinfónicas con herramientas electrónicas que abortaron definitivamente con el avance del siglo veintiuno.

Me invitó a su grupo de reunión bastante tiempo después del primer encuentro. La paciencia fue el signo de aquellos días que  me demostró un buen temperamento.
 

Con el tiempo, los sucesos insípidos de la vida cotidiana se transformaron en hilo de oro, tamizados por el talento asistido amorosamente por mi inteligencia en desarrollo.

Me hice imprescindible y me buscó en cuanto un pensamiento suyo buscaba expandirse en el territorio musical que parecía ser su vida misma.

Había llegado el momento que tantas veces me había burlado con el fracaso en mi empeño, lo enfrenté con el nerviosismo del músico que reconoce haber dado con el modo justo.

La actividad del hombre, la caldera primigenia que imprime la marca de sus pasos.

Se mostró evasivo y no desesperé. Una tarde descubrí su afán coleccionista oculto que apestó con sus miasmas este final de siglo veintiuno.

Lo atrapé al extremo que debía hacer el máximo renunciamiento por mí.

El la tenía secuestrada a mí Mariana y lo decidí a devolvérmela para compartirla en más en las reuniones habituales y solo en ellas.

Cuando expresó dudas sobre la justicia del arreglo, le enrostré los años de dolor por la pérdida de mi amor. Y aceptó.- Debí darme cuenta  entonces.-

Acordamos la entrega, me llevó en su auto y me explicó en el trayecto la forma en que se desarrollaría la operación. Intenté resistirme a sus caprichos de hombre poderoso y me invitó a bajar.
 Acepté sus condiciones. Mi Mariana subiría en un alto del camino, se acomodaría en el asiento trasero y yo no debía ni hablarle ni verla hasta que el auto partiera  y desapareciera en un recodo del camino.

Oí la puerta del auto, subió alguien y creí que mi corazón no lo resistiría. Escuche un susurro y el hombre se ladeó para decirle algo al oído a... ¿Mariana?

Habremos andado mil metros y me hizo apear y avanzar. Escuché que otra puerta más se habría y alguien caminaba a un trecho detrás de mí.

Cuando el auto pasó a mi lado me gritó que recordara que no debía darme vuelta hasta que el automóvil desapareciera de la vista.

 
No cumplí. ¿Fui deshonesto? Me di vuelta apenas terminó de advertirme y... Mariana ya no estaba.

Nunca más encontré al hombre ni al grupo de reunión, todo fue una puesta en escena o yo no cumplí mi palabra.

Tiempo atrás escuche en un antiguo disco de pasta la melodía que venía tarareando el desconocido en ocasión del primer encuentro.

Se llama "Pequeña melodía caprichosa de Leteo para olvidar los mitos".

"Mágica obsesión" es la obra completa que algún productor mercachifle rebautizó por entonces para difundirla.

 
Esta carta que escribo la he dejado así, abundante en repeticiones, errores sintácticos, absurdas tergiversaciones y comparaciones, hasta que recomience la búsqueda, impostergable.

No hay comentarios: