miércoles, 26 de noviembre de 2008

Memorias

Es un mecanismo perfecto que mueve la máquina con un ruido sordo, casi imperceptible; que deglute, asimila y elimina desperdicios de madrugada. Con la salida del sol, vuelta a empezar y a producir este fantástico poder que no debate con nadie el rumbo que toma, pero que nos lleva de la mano y nos enseña todo el tiempo que somos todos y uno por uno los que pusimos cada parte que conforma el mecanismo.
 

Tuve una infancia dura. En este territorio y en cuatrocientos años se alternaron visiones que solo necesitaron un cristal y un poco de paja seca para arder. Mi padre subió al patíbulo cuando yo tenía diez años y casi muero de vergüenza cuando lo vi llorar y suplicar piedad mientras sus compañeros se desgarraban la camisa, rechazaban la venda y maldecían a los verdugos y al público. La turba  reía  a carcajadas de su flaqueza.

Con los estampidos que me sonaron a cascada de agua para apagar la algazara de la chusma se terminaron para mí cinco años de espera de ese final imprevisto; no por la desición de los jueces, que no salvaron a nadie mas que a un bufón, digo imprevisto porque fui testigo en mas de cien ocasiones de la resignación o la bronca de los reos pero en ninguna  alguien lloró de la manera que lo hizo el autor de mis días.

Durante uno de aquellos reflujos de hastío democrático, o de república exhausta de debilidad, fui llamado a convertirme en funcionario; con 30 años cumplidos,  el baldón de la cobardía de mi padre olvidada, y prestigiado mi apellido con prosapia opositora.

No dudé en aceptar el cargo y sin una pizca de espíritu vengativo me sumé al movimiento que se presagiaba destinado a terminar con la mala hierba del fracaso nacional.

 Durante años serví a la causa y aislados del mundo no tuvimos noticias de los grandes cambios. El teléfono y la radio galena  aparecidos en los negocios por un convenio comercial en algún momento dentro de los 14 años del régimen- junto con la máquina de escribir; el modesto mobiliario de mi despacho de la secretaría de asuntos de jurisdicción interna.

 

Firmé las órdenes de fusilamiento cuando correspondía, después de meditarlo bien,… y creer o reventar: Jamás un sentenciado tuvo el comportamiento de  mi finado padre.

El neurólogo del penal donde cumplo perpetua, solo para mortificarme me dijo una vez: "Eusebio…es que nunca viste llorar "cobardemente" a tu padre frente al pelotón, el que lloraba de impotencia entre la multitud de la plaza pública  eras vos mismo…

 

-¿Y Pedro, que tal mi intento de escribir las memorias del período?

 

 ¿Tengo alguna posibilidad de armar algo legible de por lo menos doscientas páginas?

 

-Tiempo para que lo intentes hay...

 

-¿Y sobre lo que acabo de escribir, que?

 

-Muy amañado, un poco duro, hay que soltar mas la mano para empezar…y aquello de "autor de mis días"…espantoso…pero… bien…bien…

 

No hay comentarios: