miércoles, 5 de noviembre de 2008

Reencuentro Con Beba.

Fueron dos años de fugitivo por el desierto.

La amiga española que me advirtió sobre las arrugas me hizo un favor. El sol ni me molestó a pesar de los días agobiantes y las noches de frío extremo. Descansando entre las arroyadas durante las largas peregrinaciones por ruinas de pueblos abandonados hace miles de años, sacaba de mis alforjas las maravillosas cremas antiage  con criogenos estructurantes y gel de limpieza. Podría decir que gracias a esta amiga española mi piel mejoró; la siento elástica, bien hidratada, y la buena costumbre adquirida, de vuelta en estas latitudes no la perdí. Sin una sola arruga y sin surcos notables en el contorno de labios y ojos. El doctor L. , esa eminencia, amigo de toda la vida, quedó asombrado cuando nos encontramos en el café strómboli y nos dimos un abrazo. Le parecía increíble que alguien pudiera mejorar la apariencia aún soportando los rigores del clima del desierto y sin menoscabo de la sabiduría que refleja mi mirada.

 Me nombró a Beba sin poder disimular una mueca de desprecio. Le contesté que yo ya no juzgaba. Que mi pasado podía verlo como un escenario dividido en sectores frente a mí. El episodio con Beba está allá. Y le señalé el fondo de la calle que se perdía en una cortada.

¿Y que hay de tu futuro? Me preguntó. Le respondí  que no puedo verlo y señalé a mis espaldas a la calle Independencia de la que solo escuchaba el ruido ensordecedor de los motores.

Beba no tardó en aparecer por la pieza de alquiler cuando se enteró de mi vuelta.

Imperturbable solo en apariencia, (por si las moscas al lado de la silla apoyé un palo de escoba para defenderme)  la recibí en sandalias de cuero de cabra como se me había echo costumbre junto con el té de menta azucarado con terrones blancos como la nieve que compré en el free-shop, habiéndoseme hecho el hábito un vicio.

Elegante y bella, el corazón me dio un respingo; ¡Dos años!

Caminó en círculos alrededor de la mesita del televisor portátil; meneó la cabeza y yo me puse en guardia cuando sus dedos largos se detuvieron en el florerito de vidrio sólido con un peso capaz de abollar un hueso frontal. Y de pronto cruzó los brazos y con una sonrisa me descerrajó: "¿Para qué volviste? ¿Para vivir como un pordiosero, exiliado del mundo hasta la muerte, pero cerca de tu mamá?"

 Yo sabía que con Beba, lo mejor en tal situación es permanecer imperturbable o asentir silenciosamente. Eran las 3 de la tarde y me esperaban 15 minutos en los que ella destilaría toda su bronca.

 Mi objetivo era conseguir que no comenzara a romper todo y que mantuviera el volumen de voz bajo para no revolucionar el hotel y terminar de patitas en la calle por ruidos molestos.

En el pasillo presentía el desfile de mis vecinos ganados por la curiosidad, los más atrevidos pegarían  su sombra al biselado de la puerta.

 La encargada en un alarde de viscosidad desfachatada, me dijo que la dejara entreabierta para evitar los comentarios.

Me conformé con responder para mis adentros al monólogo de Beba. Cuando me dijo "Es imperdonable haberme dejado sola con tantos pedidos de quiebra", pensé "El que perdió todo fui yo, único garante de tus caros caprichos".

 En lugar de eso contesté: "El abogado me avisó que podía ir preso".

 "Y yo qué", repuso enfurecida.

 Yo pensé: "Se aseguraron bien, vos y tus amigos financistas de quedar bien resguardados, si hasta a la casa la compró un testaferro de uno de tus amigos cuando fue a remate."

  En lugar de eso dije: "El abogado me aseguró que nada malo podía pasarte".

Cuando le serví el té verde esmeralda en el vaso, miró con asco el recipiente y me preguntó dos veces si lo había lavado previamente. Pareció gustarle. Yo deseaba que se fuera, rabia me daba experimentar  por ella sentimientos tan encontrados y con un regusto tal a pasión que no puede apagarse.

Se tiró en la cama de una plaza y comenzó a jugar con el cabello. En 5 minutos ya estábamos en la calle y estaba seguro que no quería por nada del mundo separarme de ella ni a la mañana del día siguiente ni ninguna otra.

Fuimos a un hotel para parejas que quedaba a algunas  cuadras.

Me criticó el look de muchacho de Rally, pero cuando me pasó el dorso de la mano por el rostro no pudo disimular la envidia que le daba mi piel de una tersura arrobadora.

Reaccionó con furia contenida mordiéndome la oreja y mascullando: "El señorito disfrutando de las mil y una noches y yo aquí sufriendo sus trapisondas".

Simulando pasión desatada me vengué mordiéndole el muslo hasta hacerla gritar:

"¡Que hacés estúpido!", protestó.

Los días pasaron y me fui enterando de su vida plena en conflictos, que a cualquier ser humano  llevaría a la tumba en semanas por stress.
 En nuestras conversaciones no cabían las tardes de canícula en las ciudadelas bíblicas o las noches de luna en los oasis.

Me hizo que me mudara a su departamento y al poco tiempo aparecieron por allí sus amigos de la triste experiencia anterior en "Almendras & Dátiles Delikatessen", el restaurant quebrado.

 Llenos de proyectos, dijeron querer "darme una mano" y aunque yo les dijera que ya no poseía bienes y mi madre gracias a Dios que se quedó a vivir con la tía, estos maestros de magia llenos de trucos me pusieron de nuevo en carrera. La noche del 9 de julio, mientras nevaba en Buenos Aires y todo el mundo menos nosotros se asombraba con  la novedad, Beba me traía los papeles para firmar el contrato con una compañía de gas licuado y gas comprimido y otra expendedora de nitrógeno.

 

La empresa se llamará Confetiamilsiglo22, y como de costumbre Beba no se conforma con el modesto papelito picado, sino que se ofrece para las fiestas como contenido de tubos lanzadores y cartuchos propulsados con los gases mencionados.

Su intención es manejar el mercado sudamericano de la serpentina con el valor agregado de envases sofisticados.

Voy a necesitar toda la sabiduría que pude conseguir en estos dos años y no abandonar las cremas que me suavizarán el ceño en los días venideros, sobre todo porque desconfío de la idoneidad y probidad de mis socios empezando por Beba.

Sabe que me derrito cuando me dice Puppy. En una siesta de amor tórrido y con ánimo de hablar francamente le pregunté: ¿Cual va a ser el perfil del personal contratado?

Besándome la nariz me contestó lo que no admite mas preguntas: "Despreocupate, Puppy…"

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