miércoles, 7 de enero de 2009

Cuento De Reyes

Son nuevos en el barrio.Hace algunos días a eso de las diez me asomé a la ventana y el tipo estaba pintando una pared. Era el padre .Lloraba, el hombre lloraba.La chica rubiecita y la más menudita lo abrazaron y santo remedio. El hombre encaró la escalera y con una inyección de entusiasmo volvió a la tarea.Desmedida para uno solo.No hay nada peor que pintar esas casas californianas llenas de vericuetos.

 Durante la tarde se me da por avistar de nuevo y quedé asombrado: Toda la casa resplandecía de aquel verde esmeralda que yo conocía de mi infancia, cuando la pelota entraba al patio de los vecinos de entonces, un matrimonio de ancianos con muy pocas pulgas o seguramente cansados del maltrato que le dispensábamos a su césped.

A mi admiración se unía una amargura atroz.

Una experiencia única este asombro por una tarea terminada en un tiempo imposible, y ese verde esmeralda que me recordaba mis pasos en el césped... ¡mis pasos!

 

Seguí desde entonces todas las actividades de mis vecinos.

El padre arreglaba el césped siempre rodeado de las nenas y los árboles crecían a mi vista, las flores explotaban en colores y los picaflores tan extraños por estos lugares ahora eran un concierto de chistidos todas las tardes.Dí en la cuenta que toda esa actividad febril no era el trabajo que conocía, era un juego. La mamá se colgaba de los faroles de la entrada como a un trapecio, para cambiar las bombitas de luz.

Mi madre se sorprendió el viernes cuando le dije que quería salir.
Se extrañó.Mi carácter agriado por las penas había conseguido vencer a todos los de la casa.

"Solo"- dije-. Sin hora para volver al cuarto mangrullo de los últimos años.

 Me tomé el rivotrill y salí. Cuando pasé por la reja de mis vecinos nuevos el corazón me dio un salto. Estaban las nenas pegadas a la verja,como esperándome.

 ¿Porqué tardaste tanto en venir? Me dijo una.
Yo hice un movimiento de negación con la cabeza y permanecí mudo.En eso la mas menudita tiró un patito por la reja que fue a dar en la vereda justo delante de mí.
 Rieron al unísono con picardía. Entendí de inmediato que debía alcanzarlo. Cuando lo hice la rubiecita susurrando me dijo que ahora podía pedir un deseo.

 

Tuve ganas, las viejas ganas de salir corriendo, pero me sobrepuse y pedí rojo de vergüenza, poder pintar mi casa como el papá de ellas. Me pasó la mano por el rostro y me dijo: "Voy esta noche a soñar con vos pintando y arreglando el jardín".

Hubiera pedido volver a caminar, pero ya de vuelta mientras aceleraba las ruedas de mi silla estaba loco de contento, era un hombre feliz.

 

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