Era el momento tan esperado.
Ayer nomás, debió avanzar desde un rincón del corral hasta la tranquera ubicada en el otro extremo haciéndose camino entre caballos nerviosos y arriesgándose a la patada o la asfixia.
Después vino la navegación a oscuras por las cloacas buscando la salida y el cruce de un pantano hediondo con el barro hasta la nariz con veinte kilos sobre la cabeza. Y para la fiesta cívica el cruce por el aro de fuego y el simulacro de incendio cargando víctimas amigables que a cada paso acomodaban la carga y preguntaban ¿te peso mucho?
Lo más serio hasta ahora fue el rescate de una familia antes de producirse la crecida del 98.
A 70 metros de altura el suicida descalzo amenazaba tirarse apoyando en la torre de transmisión solo un pié y una mano.
Nunca le temió a la altura. Desde chico se lo pasaba sobre los árboles y a la hora de la siesta trepaba hacia el techo del galpón para saltar a la calle.
Después construyó barracas, con andamios a 30 metros de altura en veranos sofocantes.
Aquí, la novedad significaba lidiar seguramente con un hombre que rechazaría la ayuda y hasta con violencia.
El jefe le había hecho grabar en la cabeza el pensamiento de no se acordaba quién:
"Lo que hoy es mas necesario a todo el mundo, los tres grandes estimulantes de los agotados, son la brutalidad, lo artificial y la idiotez; es lo que todo el mundo demanda."
Y todo esto lo sintió cuando encaró la muchedumbre y la fauna previsible, así que sintió el impulso de ascender lo mas pronto posible a respirar el aire y a la intimidad incómoda del encuentro con unos ojos marrones y profundos en apariencia, vistos con los prismáticos desde la cabina del helicóptero un rato antes.
Cuando vino a vivir a la ciudad, limpió vidrios de grandes compañías empleado por un compadre que le conocía la habilidad y mas de una vez soportaron tormentas que capearon con solidaridad y oficio; pero esto era distinto, ahí arriba no encontraría espíritu deportivo ante el peligro. Mientras progresaba en la altura ensayaba algunas palabras y la carraspera justo ahora le cerraba la garganta.
Cuando llegó a poco mas de un metro el suicida dejó de moverse y le pareció hasta simpático con esa mirada curiosa que lo recorría; era un águila sorprendido por un avistador fanático, a punto de abandonar el nido.
Como el águila, tenía la ventaja de la primera decisión, pero nada hizo y entonces nuestro hombre trató de ser convincente sin carraspear.
Como un actor que está solo en el escenario y duda que su parlamento se escuche no más allá de la primera fila, se sintió ridículo repitiendo lo aprendido a los gritos. Buscó la manera de acercarse algunos centímetros más.
Lo que vio entonces, lo sorprendió hasta desear que la tierra se abriese y encontrar un refugio seguro bajo de ella.
De este descubrimiento no puedo comunicar nada concreto; solo para terminar el relato y como agregado a las experiencias del rescatista de la historia, comento que la escena mas pavorosa de su vida le ocurrió a los diez años, cuando un atardecer de invierno trepó el paredón del cementerio y pasó la noche sentado en una escalera de mármol dándole la espalda a la puerta entreabierta de una bóveda para cumplir con la prenda después al perder en un juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario