domingo, 25 de enero de 2009

En La Altura

Era el momento tan esperado.

Ayer nomás, debió avanzar desde un rincón del corral hasta la tranquera ubicada en el otro extremo haciéndose camino entre caballos nerviosos y arriesgándose a la patada o la asfixia.

 Después vino la navegación a oscuras por las cloacas buscando la salida y el cruce de un pantano hediondo con el barro hasta la nariz con veinte kilos sobre la cabeza. Y para la fiesta cívica el cruce por el aro de fuego y el simulacro de incendio cargando víctimas amigables que a cada paso acomodaban la carga y preguntaban ¿te peso mucho?

Lo más serio hasta ahora fue el rescate de una familia antes de producirse la crecida del 98.

 

A 70 metros de altura el suicida descalzo amenazaba tirarse apoyando en la torre de transmisión solo un pié y una mano.

 

Nunca le temió a la altura. Desde chico se lo pasaba sobre los árboles y a la hora de la siesta trepaba hacia el techo del galpón para saltar a la calle.

Después construyó barracas, con andamios a 30 metros de altura en veranos sofocantes.

Aquí, la novedad significaba lidiar seguramente con un hombre que rechazaría la ayuda y hasta con violencia.

El jefe le había hecho grabar en la cabeza el pensamiento de no se acordaba quién:

"Lo que hoy es mas necesario a todo el mundo, los tres grandes estimulantes de los agotados, son la brutalidad, lo artificial y la idiotez; es lo que todo el mundo demanda."

Y todo esto lo sintió cuando encaró la muchedumbre y la fauna previsible, así que sintió el impulso de ascender lo mas pronto posible a respirar el aire y a la intimidad incómoda del encuentro con unos ojos marrones y profundos en apariencia, vistos con los prismáticos desde la cabina del helicóptero un rato antes.

 

Cuando vino a vivir a la ciudad, limpió vidrios de grandes compañías empleado por un compadre que le conocía la habilidad y mas de una vez soportaron tormentas que capearon con solidaridad y oficio; pero esto era distinto, ahí arriba no encontraría espíritu deportivo ante el peligro. Mientras progresaba en la altura ensayaba algunas palabras y la carraspera justo ahora le cerraba la garganta.

 

Cuando llegó a poco mas de un metro el suicida dejó de moverse y le pareció hasta simpático con esa mirada curiosa que lo recorría; era un águila sorprendido por un avistador fanático, a punto de abandonar el nido.

Como el águila, tenía la ventaja de la primera decisión, pero nada hizo y entonces nuestro hombre trató de ser convincente sin carraspear.

Como un actor que está solo en el escenario y duda que su parlamento se escuche no más allá de la primera fila, se sintió ridículo repitiendo lo aprendido a los gritos. Buscó la manera de acercarse algunos centímetros más.

 Lo que vio entonces, lo sorprendió hasta desear que la tierra se abriese y encontrar un refugio seguro bajo de ella.

De este descubrimiento no puedo comunicar nada concreto; solo para terminar el relato y como agregado a las experiencias del rescatista de la historia, comento que la escena mas pavorosa de su vida le ocurrió a los diez años, cuando un atardecer de invierno trepó el paredón del cementerio y pasó la noche sentado en una escalera de mármol dándole la espalda a la puerta entreabierta de una bóveda para cumplir con la prenda después al perder en un juego. 

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