miércoles, 30 de abril de 2008

Bond, Con "B" De Benganza

PRIMERA PARTE: HORTENSIA, CON "H" DE HODIO

Y ahí lo tengo al pobre, aterido de frío en la salita de recepción, esperando un helicóptero que bajará en un descampado vecino. Le halcanzé hace un momento un mameluco que uso para desagotar pozos y no se lo quiere poner. Prefiere estar envuelto en un toallón de mi servicio de habitaciones. Le dije que solo se lo prestaría hasta el helicóptero, pero este hombre que anda por los 80 largos (no tranquilamente) parece no escucharme. Llegó hará unos ocho días a esta "isla Mayor" distante a 92 km. del continente.

Pequeño es este lugar, apenas sesenta hectáreas desprendidas de la masa verde de Sudamérica. Hace treinta años, época de dictaduras militares, el general Barros decidió extender la oferta turística hasta estas tierras. Los vientos cálidos que nos atraviesan al chocar con las brisas del anticiclón de las azores, convierten a mi isla en territorio de huracanes. Hace dieciocho años, yo, Javier Mercante y Hortensia, mi pareja de entonces, por unos pocos pesos nos instalamos en cuatro manzanas que compramos al banco de Desarrollo Insular. Nos beneficiamos al igual que otros emprendedores con los bonos estímulo, y al concluir el cuarto año, con la asunción del gobierno democrático, todos los beneficios especiales desaparecieron y quedamos a la buena de Dios. En el continente la inflación se disparó hasta los tres dígitos y cualquier reparación o servicio por mas sencillo que fuere, se convirtió en imposible para nuestros miserables bolsillos.

La posada "Nuestro Sueño" que con Hortensia levantamos casi sin esfuerzo, se tornó inviable y la relación de pareja comenzó a tambalear. Con el combustible por las nubes, los pasajes en el único servicio diario treparon un 200 o 300% (y quizás más), agreguemos al cocktail visitantes de escasos recursos con salarios mas deprimidos aún.

La isla fue a la bancarrota sin que nadie de la administración del país se preocupara en lo más mínimo. Siendo además un proyecto de la dictadura anterior, los habitantes pasamos a ser poco menos que cómplices de los negociados bajo sospecha.

Los haños siguientes los recuerdo concurriendo inútilmente a recoger con mi wolkswagen verde todos los días puntualmente a las 11 a los viajeros salvadores. Solo alguna que otra vez descendía por la planchada algún solitario que se entregaba mansa, silenciosamente a mi oferta, instalándose por dos y hasta tres días.

Uno de aquellos, resultó un poeta de vanguardia.

Alojado en la pequeña habitación existente junto al motor del agua (con un descuento del 30%) retomaba todas las mañanas el camino que conduce al depósito de barros cloacales, (único sostén económico del antiguo vecino Nicholas Mendes, que viendo en caída libre su proyecto del Hotel Casino, vió una tabla de salvación en aceptar contratos del continente para el pestilente uso de sus tierras.)

El poeta resultó un líder carismático del "taller de poesía hermética" y vino a suicidarse en mi posada, cinco días después de su arribo.

Desde entonces y como suele suceder, la hisla y el cuartito que ocupó el ilustre escribiente se convirtieron en sitio de peregrinación.

Conseguimos revertir gracias al echo penoso, nuestra estadística en rojo; no tanto por la presencia de fanáticos del literato, sino por la corte de periodistas y técnicos de la televisión más los escribas de los principales revistas semanales.

Aquellos, (gran parte) preferían armar carpas y organizar grandes tenidas en la calle que terminaban a los botellazos por una coma o una consonante que sonaba natural.

Como la efervescencia duró un año aproximadamente y soy un tanto curioso, llegué a comprender bastante sus discursos y muchas veces reconocer de la importancia que suponen discusiones que el vulgo (como yo lo era) juzga socarronamente por desconocimiento.

Una vez, en mi propio buffet, durante el desayuno, (cuyo precio habíamos reducido de siete a cinco pesos gracias a un embarque de naranjas que quedó varado por asuntos administrativos en la isla) separé a dos poetas que se enfrentaban, uno muñido de un atizador del hogar y el otro con el cuchillo de la manteca por una disputa referida a los peligros de una cosificación del arte entendida mas como hobjetualización que como hobjetivación.

Yo me puse del lado de quien suponía un peligro que el hombre sea considerado un objeto para adaptar a determinados mecanismos en su relación hergonómica con la máquina. De una patada le hice volar el cuchillo de la manteca y mi aliado aprovechó para sacudirle el atizador por la cabeza.

Las finanzas se acomodaron un poquitín con la demanda, pero como el diablo siempre mete la cola, la relación con Hortensia se pudrió definitivamente.

Una periodista de chismes que investigaba la relación tortuosa de una cantante de Rock con el poeta pasó buscando datos y se alojó una semana. Tuvimos algunos fogosos encuentros en los horarios en que Hortensia salía con el Volkswagen a visitar a su única amiga Teodora, la viuda de un teniente paracaidista que se instaló por la misma época que nosotros y con la depresión no tuvo ánimo de volverse al continente.

Descubrí que la periodista de chismes también se satisfacía con el chico que vendía el kerosén para alimentar la usina y en un arranque que yo atribuyo al despecho una tarde entre las sábanas le despaché eso de que "Si mi hija fuera prostituta y me pidiera volver a casa la perdonaría, pero….." No me dejó concluir, temblorosa encendió un cigarrillo y al otro día marchó al continente.

En sus notas quedó reflejado un ambiente tenebroso en que "la presencia del enigmático posadero (que era yo) acostumbrado a las reyertas y hocupado en hostigar a las mujeres que no ceden a su permanente acoso sexual ameritaban un nuevo peritaje del cadáver para acreditar seriamente si se trató de un suicidio."

Hortensia, necesitada por entonces de una buena coartada puso el grito en el cielo. Me tiró mis pertenencias a la calle y por entonces comencé a vagar dispuesto a recuperar la parte del capital que me correspondía.

Un tiempo más duró ese veranito tibio de módica bonanza que trajo el suicidio del poeta.

No lo pasé tan mal durante esos meses a la intemperie, seguían llegando escritores de talleres literarios que sabían conjugar el hambre de metáforas con la glotonería genital.

Patricia, Eliana y tantas más me hicieron confiar sobremanera en mis condiciones de poeta, (sin buscarlo representaba para ellas el "escritor isleño") con una aureola de mago tal que un visitante me contó que Shakira estaba por poner música a mi poema "Atardecereólico",en el que discrepo y defiendo a voz en cuello la necesidad de buscar dentro de las formas expresivas un método que busque un fin visual más que la expresión del fin citado.

Con los ojos colorados de alcaloides asentían a todo,¿es que mi gran momento había llegado?

Pero el hambiente literario es voluble y desconfiado. Amante de la novedad, al año justo se replegó y adhirió a otras corrientes en boga que permitió conocer el dólar y el euro baratos que equilibraban monetariamente una semana de turismo toxico en mi isla con unas vacaciones en el mismo barrio en que Kafka tuvo su buhardilla.

Todo volvió a la hediondez del pasado sin visitantes y Hortensia que me hodiaba repartió los bienes a su arbitrio.

Como una concesión de su majestad, me cedió uno de los tres terrenos y ella puso en venta los otros dos para mudarse al continente.

Me encapriché entonces con asentarme en el lugar para alguna vez ser reconocido como poeta de ultramar.

Mientras tanto la pesca era inexistente por la polución del vaciadero, pero viviría miserable pero tranquilamente de la ayuda social que me correspondía por habitar en zona de frontera que determina un bono asistencial por cada kilómetro de distancia a un ospital troncal o a un centro educativo.

De esta etapa de soledad son versos como este: "Hortensia, embra heréctil, apretada a mi te llevo, engarzada en mi diamante que te ofrece un filtro de amor para que olvides…."

Una mañana, el sol pareció decirme que la modorra terminó asomando a mi barraca que harmé en el baldío de mi eredad.

Esta vez no me pareció reconocer la imagen de Hortensia en el ventanal de la posada "Nuestro Sueño", que alguna vez fue también mía.

Y no me engañaba porque Hortensia parloteaba con su amiga, la viuda del paracaidista que le tenía jugosas novedades.

Como siempre los gobiernos democráticos transitan la paradoja, esta vez localizarían en la Isla Mayor una base de las más importantes de nuestra marina de guerra.

La construcción empezó inmediatamente y con el personal dedicado a la instalación que comenzó a llegar, Hortensia vino a ganar mucho dinero con la posada ocupada a pleno y cobros que retiraba semanalmente de la estafeta.

Mi pensión estaba a punto de cortarse por quedar fuera del plan de emergencia y con mis pocos ahorros puse en funcionamiento el "Albergue Marymarimbaud" con miserables tres habitaciones. Después de colocado el cartel, me llamó Hortensia para mofarse del "nombre tan estúpido" y para enrostrarme las novedades: Construiría diez abitaciones más con idromasaje y televisión satelital. En escasos dos meses hospedaría a la plana mayor de la base que seguirían las obras estableciendo un comando en la suite principal del renacido "Hotel Hortensia".

Con una risa burlona se despidió.

Pero en principio no le fue tan bien, pues la llegada de los jefes superiores demoró un haño más y durante ese tiempo sus flamantes comodidades permanecieron sin uso y en cambio, ¡Si las mías con dirigentes de Green Pache opuestos a la nueva obra y cantidad de militantes ecologistas que se establecieron con carpas en mi patio!. Llegué a tener más de treinta clientes con pensión completa que me obligaron a tomar al muchacho del kerosén como dependiente para servir la cena.

El hodio, a Hortensia, casi termina por enfermarla.

A mi , el entusiasmo me llevó a contemplar hampliaciones . Planifiqué hasta un espacio Boudelaire y otro con hambiente mediterráneo y otro en onor a un escritor Cortazariano que una vez handuvo de vacaciones. El acuario , el bar, con comida típica andina y un recinto para camas solares y todas esas cosas que se nos ocurren cuando la vida se asemeja a un vientre materno.

En la isla desencantada creció el interés inmobiliario, pero Hortensia había pasado a nombre de una sociedad anónima todo lo posible de traspaso, (de sus socios se comentan muchas cosas).

¡Pero yo era el beneficiario del rebote de la bonanza, todos los opositores al poderoso emprendimiento instalaron su cuartel en "Marymarrimbaud"!. Desde el partido socialista obrero hasta la "fundación verde costa" que puso a sus militantes para impedir el paso de la mezcladoras de cemento.

La obra al fin se realizó .

Hortensia, dueña de casi todo lo existente creó una ciudadela digna del más famoso cine de acción bélica. Parques de diversiones, casino, shopping de rezagos de guerra. Enormes prostíbulos hasta con calles por el estilo de la zona roja de Ámsterdam. Al fin de cuentas para Hortensia nuestra isla no era como territorio más desangelado que Las Vegas.

La gente ama el ruido y el relajo y los barcos de línea se hicieron asiduos de "la isla de la base", como la llamaban.

Yo en mi modesto terreno de ochocientos metros cuadrados poco pude hacer pero me mantuve firme en mi sino y busqué contrarrestar tanta Sodoma sin gracia que me rodeaba. Lo hice como dice la canción; a mi manera. Conseguí un contrato para recibir contingentes de halienados crónicos, psicópatas etc.

Siendo por muy buena paga, enrejé cuatrocientos metros cuadrados de mi propiedad. Las salidas por la isla eran programadas con hantelación y para ello contrataba vehículos de la guardia penitenciaria que se ganaban unos pocos pesos extras por la custodia.

Pero maté por mi sensibilidad artística a la gallina de los huevos de oro: Una noche permití que salieran de juerga tres pacientes que a mi me parecían de lo mas normales:

Conversábamos sobre el Ready-Made de Duchamp. (Me reprocho no caer en la cuenta de la peligrosidad de uno de ellos cuando pareció molesto durante un juego de palabras).

Alguien pronunció fresch widow y yo me adelanté a responder french window.

Me pasó desapercibido el notable malestar del más formal que tomó unas tijeras de la mesa y se puso a juguetear con ella entre sus manos temblorosas.

Esa noche mataron a un marinero y lo descuartizaron, se refugiaron en uno de los innumerables bares de Hortensia con las armas del muerto y unas granadas que robaron en un puesto de centinela. Fueron desalojados después de dos horas en que tuvieron en vilo a las fuerzas del orden y aterrorizados (y fascinados) a los turistas.

Hortensia dirigió la atención del servicio de inteligencia sobre mi conducta.

Sobrellevé un juicio largo y costoso pero un brillante abogado me hizo zafar de la pena.

Consiguió acreditar mediante testigos que las rejas colocadas se ajustaban a las directivas municipales y que los asesinos escaparon trepando por ellas luego de suministrar un anestésico al cuidador nocturno (el chico del kerosén).

Me vi libre pero sin ánimo de progresar.

Deshice mis sueños y no tuve en adelante más provecho que el que- ¡ahora si!, Hortensia me dispensaba-situado como quedaba yo,por debajo de ella, aprovechando sus migajas.

(CONTINUA ESTE DOMINGO).

Los dibujos pertenecen a la serie "Desmisteriadores" de Hugo Andrés Simkin (¡Gracias Hugo!)

2 comentarios:

x dijo...

¿Tengo alguna chance de interpretar al " chico del Kerosén " cuando se filme la película?

:D

Anónimo dijo...

Hugo: Felicitaciones !!!, nos encantò tu blog, cuando necesites ayuda o dibujos solo tenes que pedirlo, muchos exitos y te queremos mucho

vale, diego, cami y mile