domingo, 6 de abril de 2008

Rodolfo, El Artista




Esta mañana me acordaba de la divertida historia que alguien que no recuerdo me contó hace algunos años, cuando un detalle,- la imagen de una sala en penumbras- me imprimió otras; y de ahí devino, por la manera de presentarse la sucesión , como cuadros de una exposición, vivamente en mi memoria, pero en planos bien diferenciados, la relación posible.

La divertida, aunque la otra no lo es menos- si bien de un modo diferente-, refiere a un pintor pobrísimo pero de buena técnica y destreza natural para cualquier estilo.

Tiene un amigo de esos que saben disfrazar su cinismo con las cualidades estereotipadas de la simpatía que inexplicablemente a muchos encanta y la sufren las gentes sensibles, las que a duras penas pueden sustraerse a los vítores del encantamiento.

Este, un tal Bouillón, lo visita casi siempre comercialmente, y a nuestro artista le provoca bastante inquietud y también morboso placer su plática desenfadada y de jugosas noticias del mundo del mercadeo de la pintura.

¡“Fíjate tú que L., la hermana del Barón de S. me encargó un paisaje que le coticé en 2000 francos! Le tomé un adelanto de 1000 y le juré que si no es de su agrado, aunque no le devolveré el dinero, puede denunciarme y mandarme a la cárcel de Poitiers por intentar besarla. Ya sabes en que derivó la charla, ja!ja! ja!.
¿Para cuando me lo tienes?
Río, puente, gente en la orilla, ya sabes. ¡No faltan puentes alrededor para inspirarte! Doscientos te parece bien…

¿Trescientos...?

¡Estás loco!… ¿Podrías tu conseguir de alguien semejante suma? ¿Te has visto la facha Rodolfo, príncipe en el exilio? Vamos hombre, ¿qué crees que la gente oye y mira cuando vendo o entrego? ¡A mí! ¡No estarían seguros de colocar un alfiler que fijase el largo de un jubón aunque lo lleven ceñido a la cintura!

Así eran casi siempre las entrevistas entre nuestro Rodolfo y este buhonero de nombre Bouillón con tan buenas relaciones.

Rodolfo se miraba en el espejo descascarado y aceptaba que su amigo no lo disminuía Apenas tenía ropa como para salir a la calle a comprar un pan y a no ser que la vieja panadera quiera verse retratada, a casi nadie mas conocía.

En diez años de llegado de provincia, venido a parar a ese agujero atestado de pinceles y caballetes, solo un día de lluvia torrencial cruzó con la panadera una corta conversación sobre el tiempo. Y nada más.

Los míseros contratos de Bouillón, a quién contentaba sin mucho esfuerzo, le aseguraban desde hacía cuatro años dos platos diarios de comida; mas el periódico y la botella de vino clarete para la despensa. Y la tranquilidad.

La tranquilidad de no mezclarse con el vulgo ganapán.

Para el constante marchand Bouillón y sin preguntar jamás por el destino de las obras de sus dedos versátiles, (réplicas de Lefevre, Mengs, Lely, Jordanes, David, Hubert Robert y casi cien más) trabajó sin la presión social ni la toma de posición en la guerra por la galería a la que se deben adaptar otros pintores.

Solo evitó hablar (y menos pensar) acerca del asunto, como para no alertar al demonio que señala a los candidatos a la prisión.

Con tanto empeño y contundencia, Bouillón se convirtió al final en un hombre acaudalado y que derivó, en época tan propicia-1830- en un exitoso prestamista.

Varios quartiers conocieron de su rigor con los morosos.

El cambio de actividad de Bouillon dejó al pintor Rodolfo sin vino ni pan y en la desesperación.

¿Qué hacer cuando el hambre irrumpe?

Pedirle un préstamo a Bouillon; lo primero que se le ocurrió. Bouillón se rió con ganas. Nada de interés podía ofrecerle el pobre pintor.

Le dio en cambio algunos pesos par comprarse algún vestido y comer algunos días. Para demostrar la simpatía que le tenía además lo llevó a comer a una fonda lúgubre de los alrededores y lo despachó en la puerta de su buhardilla consolándole que buscaría la forma de acercarle algún cliente; aunque era sin duda él y no mas que él, quien con traje nuevo debía salir a buscar un porvenir por el mundo.

Los días pasaron y la angustia de Rodolfo fue en aumento incapaz de dar un paso más allá de la esquina. Pensó en suicidarse y cuando maduraba la idea, una comunicación de Bouillón se deslizó bajo la puerta.

Sucintamente le informaba que pusiera el estudio en condiciones junto con su apariencia personal:- Una mujer, hija de un burgués de fortuna le encargaría su retrato por recomendación de Bouillon.

“El precio fíjalo tu, aunque 500 no estaría mal; no estoy seguro en cuanto al precio, tu sabes que estoy alejado de tales menesteres.Tu amigo."

La mujer, Rosa, una rubia regordeta y muy acicalada llegó acompañada por el fibroso burgués que era su padre.

La muchacha depositó en Rodolfo todas sus fantasías sobre el arte y los artistas bohemios y confundió al triste pintor con uno de ellos.

Rodolfo tardó unas semanas en demostrarle su deseo de intimar, justo cuando Rosa ya se cansaba de dirigirle claros mensajes de acercamiento.

El padre habló francamente con “el novio”. Debía mudarse de ese lugar.

”De los gastos me haré cargo hasta que empieces a recoger alguna ganancia”.

El retrato de la regordeta Rosa quedó pintado y ya no podía cobrar un trabajo para su prometida; no le importó, el hambre estaba ya haciendo sus petates, el siglo al menos, comenzaba a sonreírle.

Un cálido sol de otoño lo recibió en la pretendidamente augusta mansión del suegro.

Empezó con un gozoso paseo con el flamante pariente por las fuentes de mayólica y mármol rosáceo y por un jardín de invierno digno de un principal del reino.

Ya en la escalerilla que conducía a los aposentos, las luminarias de cristales de Bélgica y Murano le produjeron un mareo que lo hizo detenerse.

Pasó pronto el malestar y regresó a la amable conversación del suegro, que seguía describiendo la mansión, el producto fascinante de sus desvelos en la fábrica de cuchillos que construyó de la nada, desde un rincón prestado en la carbonería de un tío segundo.

Después de navegar por cocinas, salas de recibo, vestidores, comedor principal y otros numerosos espacios de esa ciudad en pequeño, fueron a parar al orgullo del hombre: La joya más preciada de la casa, el corazón de esmeraldas, jazpe, rubíes y amatistas de la propiedad.

En el recinto custodiado por dos arcabuceros vestidos a la usanza del siglo XVI y con el portal abierto de par en par, el burgués lanzó una carcajada y su boca se estiró de gusto por la magnificencia de la escena.

Como una presentación para el Rey Sol, el bastonero potentado habló:

“Mi amigo Bouillón, que Dios lo favorezca en su residencia en Suecia, me aconsejó que mantenga sin llave este recinto de valor incalculable para permitir a la diosa fortuna seguirme halagando con más bienes.

Le hice caso y es ahora que doblaré la apuesta y usted mi nuevo y querido hijo me ayudará.

Aprovecharemos vuestro casamiento para invitar a todos los grandes de la industria, las finanzas, la política y el arte de este tiempo. Cuanto placer tendré en ver pasear entre mis pinturas a los mas notables, ¡ni se imaginan que un hombre de manos curtidas en la fragua posee tan inmenso tesoro!, lo mas selecto de la pintura del 18 de todo el ancho mundo.

Esta fantástica inversión intermediada por Bouillón – lo convertí en un hombre rico y lo merece- dejará mudos a todos.

Querido Rodolfo, ¡vea!, casi toda mi fortuna se encuentra en esta sala y todo a mi muerte será vuestro hijos míos.

Rodolfo palideció.

Apenas pudo mover uno y otro pié tembloroso.

Podía descubrir en esos Lefevre, Mengs, David, Jordanes, Robert, la huella de su trapo húmedo en trementina.

Se juró nunca mas tocar un óleo o una yema de huevo.

La otra historia os la debo para la semana entrante.

Moraleja: Si no te encuentras de ánimo ni para tocar la siringa,

Pídele inspiración a san Balzac y no le chingas.

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