miércoles, 16 de abril de 2008

La Orilla Vecina

El viejo no sabe de mi fama.

Calza  una gorrita con publicidad de jubilación privada en la visera, se sienta en un banco del lago de regatas y despliega un objeto multicolor cuya base son tres envases vacíos tapados y ajustados con cinta y un tattersall de parque de diversiones en miniatura sobre la base. Parece una de esas obras que como la nueva escultura de reciclaje o "instalación" prosperan en el malba o en los antiguos claustros de la hoy posmoderna Recoleta (de los recoletos) centro cultural.

Pero no. El hombre despliega el ingenio y con dos molinillos de viento, de los de cualquier fiesta infantil lo deposita en el agua.

Yo a esta altura dejé de observar las crías de garzas que vinieron a hacer nido en las palmeras de la isla principal y me detuve a observar definitivamente como el hombre enganchaba de la popa ese catamarán con Kermesse flotante- largos hilos amarillos, verdes, rojos cerrando el contorno- a una cuerda plástica unida a un carretel desproporcionado.

Me sonrió y musitó: María Clara…

Yo que no escuché bien, pregunté, ¿tiene nombre?  Y el –no, no tiene novia, se llama María Clara- Viento noreste…-aseguré- Así parece, dijo.

El barquito avanzaba a impulso de los molinillos y pregunté. ¿Con molinos más grandes, probó?   Si, pero me cuesta mucho transportarlos.

 El catamarán había llegado al medio del lago.

¿Lo hizo andar en el río de la  Plata?

No tiene gracia se pierde mucho de vista por el oleaje y además suelto el hilo y… ¿hacia donde?... No hay límite.

Acá tengo límite, la otra orilla. Tierra, agua, tierra; pasa cerca de un árbol seco,le aletea encima una garza... Hay que tener un límite.

Cuando me despedí me saludó con algo que hace tiempo no escuchaba: ¡Ah, y gracias por sus palabras!. 

No hay comentarios: