domingo, 20 de abril de 2008

Una Visita a Don Lorenzo

Una semana llevo ya de estancia en Buenos Aires, requerido por afectos personales que me impulsan cada enero a efectuar esas rondas que refuerzan los vínculos.

En este tren, no me extraña asimismo recibir las muestras de ese odio pertinaz,  que acostumbran instilar algunos personajes de maneras y trato angélico; condescendientes hacia mi persona hasta un límite que torna difícil que yo no descubra el rastro del regodeo habitual entre la calaña.

Evitaré extenderme en cuestiones enojosas para contar que en el día de ayer, sábado, visité la mansión;( me gusta nombrarla así a pesar de lo reducido del espacio), de mi querido Lorenzo F.

Entre la abigarrada decoración abundante en gobelinos del siglo dieciocho con motivos que parecen disputar a muerte ese espacio de dos por dos que remata en un sofá cama salpicado por la convivencia con una pileta para trastos, identifiqué los rostros queridos de Micaela su difunta mujer, su hija María Celeste y otros amigos en una foto tomada en una visita a la quinta del General.

 La imagen congela para la eternidad al general con los brazos abiertos conteniendo paternal la escena completa y mas lejos una hilera de tipas florecidas y varios uniformados atentos. Lorenzo avanza despegado del resto con impecable traje cruzado y sombrero en la mano izquierda a la altura de la cadera.

Lo miro y comparo esa figura con este otro hombre que me dobla en edad y ahora enjuaga dos vasos. Aquel con bien plantada autoridad y este otro de calzón corto y unas hawaianas calzadas en unas medias de lana.

Cualquiera se preguntaría que hacía yo en esa casa, pero a la vez otros, los sensibles, acordarían conmigo en la necesidad de renovar la sujeción afectiva que menta la huella imborrable de la felicidad o del espanto compartido en algún momento único.

 

Habiendo echado a un lado la madera balsa y el pegamento de su actividad principal de aeromodelista en ejercicio, cierra el ojo, cómplice:

 -Ves aquél, (y me señala un aeroplano enorme que cuelga del techo) fue concebido entre las angustias de la cárcel, "donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido su habitación"- estas frases las repetimos a coro y los ojos de  Lorenzo se iluminaron.

Muy bien, hombre,-le dije- tiempo ha solías reír de esa manera.

Me estoy copiando-señaló desde  la ventana hacia donde se yergue un edificio vecino en construcción.-

Empezó a renguear después de servir dos vasos de Vodka y se tiró en el sofá.

Se tomó entonces la planta del pié derecho, frunciendo las comisuras de los labios y adoptando un tono magistral como en sus tiempos de jefe de cirugía del Central y pasó a explicarme de sus dolores.

- Me quieren controlar la glucemia, cuando sé perfectamente y se los tengo dicho, que el problema es del flexor accesorio. Para recuperar movilidad con un injerto bastaría pero bueno...es claro que aprieta contra los lumbricales…en fin…que opinás-…Le miré el pié y me abstuve de contradecirlo.

Hablamos de todo un poco y se tomó otro vodka  mientras se vestía; volvía a desordenar el bricolaje por el cuarto y buscaba la llave antes de partir conmigo hacia el café de la esquina donde apuraríamos otro trago y el cenaría mas tarde.

Pasamos por la obra en construcción de donde partían sonoras carcajadas.

-Que sociedad necia la que vivimos ¿no?- Me disparó mientras se apoyaba en el rellano para tomar aire.

¿Por?

Ahora todos prefieren creer que esta gente anda siempre a las risotadas porque no son ellos los que trabajan…

¿A si? (lancé una carcajada) Y si no lo hacen los albañiles, quien…

-Unos geniecitos que solo ellos pueden traer porque les hablan en un idioma que comprenden, algo propio de las zonas de donde son naturales. Se les encariñan y como no les cuesta el esfuerzo porque no sufren el cansancio de los humanos les realizan todo el trabajo mientras ellos jaranean día y noche…Abrase visto semejante pavada en que todos se han puesto a creer a pie juntillas…Que sociedad…han decidido inventarse anteojeras para todo…dicen los encuestadores que el setenta por ciento de la población cree que esto es cierto… ¿Qué opinás?...

No sé, yo no creo en las estadísticas.-le respondí mientras nos sentábamos en el boliche.

2 comentarios:

Jorge González dijo...

Hugo...me encanta leerte. Un abrazo enorme desde Madrid. Jorge.n

Anónimo dijo...

Despiada y certera crítica social. Aquí pasa lo mismo: como nadie de "dentro" construye nada y todo lo hacen últimamente los de "afuera" llegamos a concluir algo parecido. Por supuesto, yo tampoco creo en las estadísticas...

Me ha encantado el guiño cervantino, y el cuento, la verdad, se estira en todas las direcciones.
Celia.