miércoles, 9 de abril de 2008

Sofía, La Que Me Deja Solitario

1. Tengo la costumbre de llevar una agenda-diario íntimo. Lo denomino así porque no se trata de esos diarios que quedan a un paso del que Amiel popularizó hasta convertirlo en un género. No se trata de un buceo por los pliegues recónditos del alma humana, ni de la limitada perspectiva del movimiento del día como si se tratara de una acotada simulación de la carga afectiva realmente empleada de las 0 a las 24.

 1.1 Es una combinación de ambas, producto de los sinsabores de haber hipotecado el futuro familiar a las andanzas de un cronómetro, seguir la periodicidad de una máquina, cotejar las inclinaciones de las mesas dividiendo por la humedad sumando la temperatura y restando el aliento alcoholizado de una respiración a 20, 30,50 centímetros.

2. Me llevé conmigo pocas cosas de esa vida virulenta: El nudo windsor de la corbata como seña particular; la costumbre de escupir dos veces y pegar un saltito al trasponer la puerta de calle y esta agenda que del cajón de la cómoda saqué con aprensión  aquel día en que me entregué en cuerpo y alma a Sofía, la mujer que se sentó frente a mi vestida de verde y blanco cuando nos conocimos en un foro.

1.2 Le pregunté  al coordinador, a la semana siguiente, en privado, si sería posible que me reencontrara con esa bitácora de viaje a los infiernos para imprimirle el nuevo sello de la vida sin las cadenas de la esclavitud a las noches sin luna ni estrellas y a los días sin sol, una constante de murmullos roncos y pájaros carpinteros de marfil.

Me contestó que se trataba de un desafío con mucha adrenalina y confiaba en mi voluntad.

1.3. Debo confesar que esta reacción del coordinador, (uno de los nuestros recuperado, al fin de cuentas), me causó cierta alarma, una desazón como la del pasajero  que descubre ansiedad, manos temblorosas, cenicero repleto y barba de tres días en el piloto del taxi aéreo en una escapada a la cabina luego de pasar por el baño, en pleno vuelo con tormentas eléctricas.

 

3. Me disculparán las metáforas, es un resabio de la educación que me brindó el autor de mis días en su taller de herrero-artista.

 

 Futurista, autor de gigantescas "instalaciones" como se las llama hoy, me inculcó el amor por De Chirico, Severini y otros italianos con los que según mi tío hasta llegó a cartearse y aquellos grandes le respondían con el respeto que se dispensa a un colega de fuste.

 De las instalaciones guardo un vago recuerdo de la infancia; el tío me dijo que  la que denominó "refugio de faunos" terminó en un gallinero para refugio de las ponedoras y la otra, monumental dedicada a los titanes mitológicos, destinada a  improvisado chasis de una vieja camioneta studebaker.

3.1. Todas estas metamorfosis se produjeron acaecida la muerte de papá a mis cumplidos 14 años.

Estos crímenes fueron obra del tío Enrique que siempre envidió la pasión artística de papá. Cuando lo consulté por los intercambios epistolares con los famosos artistas me dijo que la abuela no dejó ni rastros cuando quemó el papelerío que según ella atraía a la casa a las polillas y las ratas.

3.2. Mentiras del tío.Le creí a la abuelita cuando me dijo que el tío Enrique usaba los cartapacios ordenados por fecha y año que dejó mi viejo y que también contenían las cartas, para alimentar el fuego de la estufa durante los inviernos.

3.3. El miserable recibió un castigo simétrico cuando en el 2001 sus ahorros se evaporaron en el corralón financiero. La justicia tarda, pero llega.

 

1.4. Vuelvo a la agenda mentada: Recibí la enhorabuena del coordinador y con prolijidad y diligencia como si se tratara de un romans de la rose combinado con un libro de ingresos y egresos enumeré al detalle aquellos días de pasión al cubo, al cuadrado y a las demás potencias.

1.5. Como mi intención es llegar pronto al objeto de estas líneas, seré parco en la descripción y poner a consideración el resultado, la conclusión a que llegué cuando armé este esqueleto notable.

 1.6. El primer día salimos. Fuimos a un caffé espresso. Desapareció hasta el día 5 posterior sin dar señales de vida, cosa que en medio de mi sed de sexo desbocado casi me precipita al cajón de los ansiolíticos y a trasponer de nuevo la frontera del vicio destructor. El preciso día seis me citó en la casilla de un puente ferroviario.

No entendí la razón, pero como cualquiera imaginé serpientes y dragones.

Fuimos al leteo del hotel de pasajeros pasando la vía donde hicimos el amor y Sofía y yo fuimos uno en el mantel y las sábanas hasta el día 19 de nuestra relación en que solo interrumpimos para concurrir a las reuniones del foro.

El día 19 me dijo que la esperara en el restaurant "Delicias".

 No vino y como su domicilio y demás datos eran un secreto si quería celeste, creí morir durante no se cuantos días sobreviviendo de mis ya pobre ahorros sin poder trabajar; entrando y saliendo del restaurant con la mente solo puesta en su regreso.

El día 26 me citó en la puerta de una casa de juego que tenía dos cubiletes de neón gigantes en el cartel que desparramaban dados con la cara del 6.

Imaginé patente entonces, como aquejado por una fiebre de 40º los días y noches con Sofía entre tapetes verdes, bacarat y tragamonedas, arrullados en el hall por canciones de Elton y con seguridad arrinconados en el spa del complejo buscando la manera de huir por no poder pagar las deudas ¿en el día 53 de nuestra relación?. ¿En el 52 habría terminado en la cárcel pero se apiadó de mí?

La pesadilla no fue.

Y nunca pensé que como ahora ¡habría deseado la muerte al llegar al día 58 de nuestra relación!

   Le agradecí haberme empujado hacia la vereda cuando embobado bajé a la calle para cual un Romeo ante el balcón declararle por milésima vez el amor que siento por ella.

¡No sabía entonces que de morir todo habría vuelto a empezar!

El día 63 fue el último encuentro amoroso y aquí estoy convertido en una ruina sin haber vuelto al foro de ex adictos al juego.Buscando a mi Sofía en cada mesa de punto y banca de la ciudad. Contando, a cada parroquiano que me invite una copa, de mi descubrimiento.

 Nada menos que darme cuenta que mi Sofía, una adicta al juego impenitente jugó conmigo durante 63 días al juego de la oca.

Mi agenda no lo desmiente amigo lector, busquen un juego de la oca y verán que no miento.

La loca sin remedio jugó el juego de la oca conmigo y quedé solitario. 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente Buenísimo tu cuento!
Cuánta creatividad desparramada.
Te felicito!
Un abrazo,
Georgina