domingo, 13 de abril de 2008

Encuentros Contracturados

 No hice otra cosa que manotear un sobre de diclofenak vencido que dormía en un rincón del botiquín. La ayuda médica llegó bien pronto esa noche de lluvia intensa en un día de invierno crudo del mes de mayo.

 Con botas negras e impermeable, los dos hombres con barba de tres días y cara de no haber ya nada en el mundo que les provoque asombro, intentaron que quitara mi hombro del zapatero del placard, la manos agarrotadas del segundo cajón, (el de las medias), y las piernas hechas ovillo de debajo de la mesa de luz.

En esos  veinte minutos desde el llamado a la emergencia y hasta la atención de los dos hombres, mi madre me diagnosticó un ataque cardíaco, una piedra o varias, de las estriadas, en el riñón y hasta el uso de drogas  por haber concurrido esa noche a una fiesta universitaria, reconocidas por la policía y la salud pública como de nivel de riesgo 3 sobre cinco.

(Pura leyenda, son fiestas aburridísimas donde la gente no para de hablar de política, concursos y de todos los otros temas que se deben evitar para sostener una velada agradable.)

Me suministraron betametasona, la caja quedó vacía a los pies de la cama. Y el dolor ya no fue intenso como al principio.

El trauma vino de una torsión inconveniente durante la mañana del mismo día.

Yo paseaba por Palermo con dos perros, el mío y el de una diosa de pelo castaño que en top fosforescente impartía clases de aeróbic sobre la pared sur del " monumento a las víctimas del semáforo desconocido" de Libertador y plaza holanda.

De puro baboso me sucedió. Tenía el perro atado a un árbol mientras daba clases a transeúntes por cinco pesos la hora. Se dirigió a mí con una sonrisa: ¿"Querés incorporarte al grupo"? me preguntó con ese aire de bien atendida que suelen tener estas potras que se dedican a la profesión.- No…en este momento no, contesté mientras hacía ademán de mirar estúpidamente la hora. El sábado…seguro…

Cómo para devolverle la atención le pregunté: ¿No querés que te pasee el perro un rato? ¡¡Dale!!... contestó.Así que tomé por la correa al gran danés y con mi cruza (de setter y bretón) emprendimos el recorrido que no debía de llevar más  de media hora según acordamos.

El perrazo era ingobernable, a los veinte minutos estábamos de vuelta y ella permanecía sola frente a la glorieta haciendo unos ejercicios "para soltar", porqué según dijo, terminaba con contracturas  por el seguimiento visual del trabajo de los alumnos.

-¿Y, como se portó Ronnie?

-Bien, tira mucho pero  es un santo…(y no sé porqué mierda se me ocurrió hacer un ademán maricón de que me había resentido el hombro)

-Aflojaaaa,…. me dijo masajeándome no sé porqué motivo las últimas lumbares con dos dedos  larguísimos.

-"Tenés que fortalecer los oblicuos y los flexores de la cadera para compensar el esfuerzo al que sometés los tríceps y los músculos del pecho, no tengo dudas que sufrirían menos tus hombros. A ver probá suave por favor y con mucho aire inspirando y expirando suavemente, de rodillas, te echás hacia atrás y  apoyás  las manos, con el cuerpo recto y sin dejar caer la pelvis……"

No…no, es que me tengo que ir, el sábado vengo a la clase, ¿10 o 10.30?

-¡A las 10 te espero, te agradezco un montón el paseo de Ronnie! –

La dejé con sus estiramientos y como "chasco" mi perro estaba muy sediento me detuve frente a la fuente de "la Venus del baucher" y me puse de rodillas a practicar el ejercicio que me excitó bastante porque no podía quitar de la cabeza a "Pato" tal el apodo de la profe de enrulados y largos cabellos con reflejos. Como siempre el primero que se da cuenta es el perro que empieza a abrazar frenéticamente las caderas de su amo como para auto invitarse  a no se que coño de fiesta. Lo alejé con un certero ¡fuera! pero descubrí que no le hice caso a Pato en eso de no dejar caer la pelvis.

A la noche en la fiesta del claustro tal como conté sufría una ligera molestia lumbar que yo atribuí a mi empeño por no delatar mi baja estatura sentándome en el apoyabrazos de un sillón Felipe segundo y escondiendo mis cortas piernas en una contorsión detrás de la humanidad de una morocha con anteojos gruesos de los que seguramente copió de los sesenta de Simone de Beauvoir y que ya nadie usa, (sí los de marco tipo Barbarella o Sofía Loren) esta acotación viene a que trabajo hace unos años en una óptica.

No intercambié en la reunión más que unos mensajes de texto interesantes y la eterna y aburrida discusión con trostkistas de la facultad de folklore.

Volví a casa a eso de las dos bastante dolorido y tuve la pésima idea según el facultativo de darme un baño caliente. Salí casi arrastrándome y lo demás, parte no quiero repetirlo y otra prefiero no comentarlo porque uno en esas condiciones es capaz de las mas pusilánimes actitudes. Cuento una: El diclofenak al que eché mano para cuando la guardia me atendía ya me había permitido al menos respirar y no apelar al llanto para comunicarme, pero ante estos dos hombres que venían de atravesar el diluvio yo me veía obligado a permanecer grave.

Los tipos se fueron sin más indicaciones que la aplicación de otras dos inyecciones en las próximas veinticuatro horas,mas descanso y prohibidísimo retorcer la columna.

Los seguí al pié de la letra y de allegados recibí otras recomendaciones.

La que más me sedujo al principio fue la de asistir a un club de literatura donde contaban con un servicio de kinesiología de los más importantes del país.

Fui algunas semanas, pero me lo pasé en el hidromasaje  más que nada, pues el médico que me atendió me habló de un probable desplazamiento de disco que me asustó bastante.

Dejé de ir y me sometí a un tratamiento con piedras curativas. Una de ellas que la especialista calentaba en el microondas y luego me aplicaba caliente envuelta en una toalla me aliviaba bastante, porque el dolor no inmovilizante pero presente con el cansancio nocturno y el frío despertar me amenazaba la salud del estomago y el hígado con la frecuencia de los antiinflamatorios por boca.

Evité en lo sucesivo los encuentros con Pato la profe de gimnasia por no saber como contarle lo sufrido. Me desvié con "chasco" por otros senderos los días sábados hasta que el malestar fuera historia.

La miraba de lejos y con nostalgia ante la audiencia de 15 a veinte personas y con Ronnie atado. Chasco primero se frenaba pero después se acomodó al nuevo recorrido.

Un día encontré en el sendero de robles  a una amazona vareando un caballo tostado, chasco que es un perro juguetón se puso a ladrarle y el animal se espantó.

La mujer lo dominó con facilidad y yo me deshice en disculpas.

No las aceptó, insistiendo en que los animales son impredecibles en sus reacciones y mi perro era muy simpático. Me sedujo de inmediato y eso fue lo que me decidió a aceptar su propuesta. Cuando en la charla le hablé de mi malestar me indicó que lo mejor para los problemas de discos era la cabalgata.

 Me alquilé por horas una yegua mansa de crines doradas para el sábado siguiente y me aparecí cuando Pato terminaba la clase.

Me saludó haciendo de lejos un pianito con los dedos y me invitó a acercarme.

Tuvimos una charla de una hora, Pato es de conversar largo, pude darme cuenta.

La charla la mantuve desde el caballo con el cuerpo ladeado hacia abajo, imprimiendo impenitente, un pinzamiento feroz sobre las primeras lumbares.

Esa noche el dolor despertó agudo hacia las 1,30 de la mañana.

Renegando al día siguiente volví al consultorio de kinesio del club de literatura para someterme al tratamiento que mis discos necesitaban forzosamente, (esta sola palabra ya me dolía).

 

 

 

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