domingo, 13 de julio de 2008

Ese Desconocido

En  Babilonia trabajaba un hombre que conoció a un tataranieto de Adán por línea materna.

Este hombre me contó que el tataranieto de aproximadamente cuatrocientos cincuenta años de edad, en rueda de amigos describía con lujo de detalles las actividades de Adán, a quien describía como   de fuerte carácter y que  gustaba de cultivar personalmente su jardín.

El hombre con un ademán de "a mi no me vengan con eso" evitaba el episodio del contratiempo con Eva y se refería solo a lo que conocía y por el brillo en la mirada se notaba que le apasionaba de verdad: Su Adán cultivador; su colega mas allá del vértigo que los años y el verbo se encargaron de difundir entre escribas y sacerdotes y él, con el sombrero de lado bajo una ventana alguna vez escuchó.


-No había animales, no señor,- y gesticulaba negando,  cruzando y descruzando los brazos-

"Levantó una muralla de la misma altura que el largo y el ancho y en los límites cada árbol y planta formaban tal espesura que nadie se animaría a encontrar en la muralla el único estrecho pasillo  de acceso ni hacer un intento de avanzar hacia el centro.

Su mujer Eva lo veía partir al amanecer con el saco lleno de semillas y los días de lluvia parecían ser sus preferidos para plantar árboles crecidos con la tierra blanda y el agua segura. Jubal, un hijo de Caín, tocando la flauta para fortalecerse se animó un día a entrar al paraíso secreto de su abuelo."

 

Ahora se sabe que Jubal, jamás entró, pero el hombre que dijo haber conocido al tataranieto de Adán me aseguró que el gran músico comentó que pasada la selva pegada a la muralla y avanzando hacia el centro, la floresta era cada vez menos cerrada casi hasta desaparecer.En una ocasión divisó  un árbol resplandeciente rodeado de dos espejos de agua, bajo su copa, vio a Adán.

Un día, me contó el hombre que Adán no volvía y Eva fue a buscarlo y rodeó la muralla sobresaltada por no encontrar el pasillo de ingreso. Desesperada, la rodeó varias veces sin suerte pero lo consiguió después de días de plegaria y,por fin,lo encontró yaciendo dormido. A su alrededor despuntaban pimpollos de jazmines y rosas y cuando Adán despertó,Eva esperaba paciente bajo un ciprés.

El le tendió la mano y yacieron juntos y muchos otros días más a lo largo de al menos setecientos años.


Me contó también de las doce puertas que Adán proyectó a lo largo de la muralla y de las piedras preciosas que identificarían a cada una de ellas; de los arroyos de leche, vino y miel. Todo lo planeado para que cada brizna, cada lugar del jardín encarnaran hasta convertirse en él mismo.

Todo me lo relataba mientras recorríamos atendiendo las necesidades de esta reproducción del mundo en que se han fundado estos jardines.

 

 Hasta las aves despiojamos y cuidamos que a las águilas no les falten liebres y también las cáscaras de huevos vigilamos y más allá tampoco descuidamos a las crías de fieras que atruenan con sus rugidos y ni las moscas deben faltar para las plantas voraces y no debemos descuidarnos al pasar entre las adormideras.


Una vez un esclavo que me ayudaba con una carga pestilente para fertilizar los narcisos y los lotos azules me contó de un poderoso amo de un país guerrero.

 En el jardín del poderoso señor, había monstruos  arrancados de las aldeas de un país y de otro, para que no faltaran en su comprensión del mundo todo.


El esclavo albino movía la cabeza mientras marchábamos a descansar y el poniente se teñía de rojo. 

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