Por entonces mi padre decidió que las 25 hectáreas de ciruelos y durazneros fueran arrasados. La decisión, creyó mi madre, se debía a la ciática que lo tenía a mal traer con tantas primaveras cortas y lluviosas que se sucedieron y los inviernos prolongados hasta una semanita cálida que se daba allá por marzo.
El mundo de clima ecuménico nos deparaba a los habitantes de este hemisferio un calendario de fiestas principales acorde con lo que supone una correspondencia simbólica con las estaciones.
Con fervor- al principio- las navidades se festejaron en aparente relación con la estación invernal. En los shopping, boliches y barrios privados la noche de brujas fue coherente con las frías veladas del norte; el día de los muertos del que ya solo se acordaban las viudas solitarias deparaba un sol pálido. Y hasta algunos gastrónomos culturosos faenaron cerdos el día de San Martín, estimulados por emular con la estación a favor, a los parientes españoles e italianos.
Mi padre estaba con una depresión de esas, de cuidado.
Febril, se lo pasaba hablando solo. Mascullaba: "No aguanto ese perfume y ese paisaje de flores para entierro".
Mi madre comedida le respondía: "Se podrían aprovechar para coronas y ramos, es verdad que sin frutas en puerta las flores se descomponen y…"
Y mi padre que la interrumpía: "Y toman ese olor a floreros del cementerio que visitan las abejas, esos bichos asquerosos a los que les da igual el néctar o el fango."
Estaba muy mal mi padre y yo con 8 años bajaba la vista y andaba en silencio.
Jugando bajo el ventanal de la galería lo seguía escuchando:
"Si no hay fruto no hay hueso, no hay generación.Esto es el infierno y al infierno helado lo voy a incendiar. En este infierno todo florece y se corrompe".
Algunos meses después decidió que día se habría de morir y exigió no ser enterrado sino yacer en un nicho quedando su cuerpo de pasa seca –así decía-para ser plantado algún día.
Como me tenía prohibido usar fuego, me alcanzó una pava con agua hirviendo para despachar a dos durazneros que se habían colado brotando en el jardín. Las higueras se salvaron porque sus frutos en realidad son flores, (los únicos árboles con señorío en ese paraíso decadente.)
Y mi padre encendió el combustible que desparramó por la finca y estaba tan encerrado en sí mismo que el anillo de humo lo asfixió y los bomberos lo sacaron sin vida de esa extensión de cenizas sin surcos ni calles.
Una región gris que heredé de mi padre.
Si alguna vez vuelven las estaciones, voy a pintar con blancos, rosados, amarillos, y bermellón como horizonte.
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