domingo, 27 de julio de 2008

La Estación Gris

 Por entonces mi padre decidió que las 25 hectáreas de ciruelos y durazneros fueran arrasados. La decisión, creyó mi madre, se debía a la ciática que lo tenía a mal traer con tantas primaveras cortas y lluviosas que se sucedieron y los inviernos prolongados hasta una semanita cálida que se daba allá por marzo.

El mundo de clima ecuménico nos deparaba a  los habitantes de este hemisferio un calendario de fiestas principales acorde con lo que supone una correspondencia simbólica con las estaciones.

 Con fervor- al principio- las navidades se festejaron en aparente relación con la estación invernal. En los shopping, boliches y barrios privados la noche de brujas fue coherente con las frías veladas del norte; el día de los muertos del que ya   solo se acordaban las viudas solitarias deparaba un sol pálido. Y hasta algunos gastrónomos culturosos faenaron cerdos el día de San Martín, estimulados por emular con la estación a favor, a los parientes españoles e italianos.

Mi padre estaba con una depresión de esas, de cuidado.

Febril, se lo pasaba hablando solo. Mascullaba: "No aguanto ese perfume y ese paisaje de flores para entierro".

Mi madre comedida le respondía: "Se podrían aprovechar para coronas y ramos, es verdad que sin frutas en puerta las flores se descomponen y…"

Y mi padre que la interrumpía: "Y toman ese olor a  floreros del cementerio que visitan las abejas, esos bichos asquerosos a los que les da igual el néctar o el fango."

Estaba muy mal mi padre y yo con 8 años  bajaba la vista y andaba en silencio.

Jugando bajo el ventanal de la galería lo seguía escuchando:

"Si no hay fruto no hay hueso, no hay generación.Esto es el infierno y al infierno helado lo voy a incendiar. En este infierno todo florece y se corrompe".

Algunos meses después decidió que día se habría de morir y exigió no ser enterrado sino yacer en un nicho quedando su cuerpo de pasa seca –así decía-para ser plantado algún día.

Como me tenía prohibido usar fuego, me alcanzó una pava con agua hirviendo para despachar a dos durazneros que se habían colado brotando en  el jardín. Las higueras se salvaron porque sus frutos en realidad son flores, (los únicos árboles con señorío en ese paraíso decadente.)

Y mi padre encendió el combustible que desparramó por la finca y estaba tan encerrado en sí mismo que el anillo de humo lo asfixió y los bomberos lo sacaron sin vida de esa extensión de cenizas  sin surcos ni calles.

 Una región gris que heredé de mi padre.

 Si alguna vez vuelven las estaciones, voy a pintar con blancos, rosados, amarillos, y bermellón como horizonte.

 

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