miércoles, 16 de julio de 2008

José Dobló La Esquina

 No ha  pasado ni media hora desde que José dobló la esquina.

 Primero fue un zorzal, que cuando todavía ni pinta de amanecer, a los gritos preguntaba si alguien andaba por ahí.

 José contestó que si.

 Sordo el zorzal insistió con el llamado dos veces mas y como José empezó a manotear el aire se ve que se asustó y voló.

Después vino el silencio cerrado de las cuatro de la mañana y hasta quizá una celosía que disimuladamente volvía a arrimarse tratando de no llamar la atención.

Enseguida los perros hicieron coro cuando tropezó con la raíz de un árbol, pero duró poco porque enseguida el portón de calle se cerró tras él y enderezó sus pasos hacia la cama de la hija que "de seguro" todavía no estaba en la casa.

 

No se equivocó. Empujó unas zapatillas, se aflojó el pantalón y se dejó caer.

 

Desde el pasillo llegaba el tic tac del reloj que su mujer ponía en una olla para despertarse. Mirar el techo le resultaba más cómodo, pero inclinando apenas la cabeza podía pasear la mirada por la higuera del patio que en la penumbra mecía sus ramas al compás de una canción. La acompañaba en el movimiento un rumor de sauces que apenas se resistía al viento aunque por momentos eran

El redoblante de algún baile en pleno apogeo…

 José de traje azul y Luisa dejándose llevar...

 Una escoba y su madre barriendo el patio...

 

 Algún gato se movió en el botellerío del galpón y ya se sintió con Luisa en el mostrador, dos vasos de cerveza y los puchos quemándose en el cenicero...

 

Con las primeras luces del día vino el frío. Un frío loco y nadie para arroparlo. Se hizo un ovillo. Se envolvió la cabeza en la almohada y sintió alivio. La luz, el tic tac y el frío, amortiguados.

Hasta podía descender de la cama sin moverse y hacerse chiquitito.

Espió sin entusiasmo la mañana que ya inundaba el cuarto pero cerró los ojos cuando se dio cuenta que ese día no era para él.

 

Llegó la hija, tiró los zapatos de taco alto en un rincón; pero cuando  desde la puerta arrojó  la cartera sobre la cama descubrió a José en un charco de sangre.

Con un largo día por delante apuró el sueño desde la cama de al lado.

 

Dos gorriones en la ventana reclamaban algo. ¿Quién podía saber que?

 

José ya volaba lejos.

No hay comentarios: