miércoles, 1 de abril de 2009

Chaparrón

Si me dieran a elegir, hoy por hoy, la elección de mis destinos viajeros no pasan de algunas localidades del norte cordobés, los valles calchaquíes catamarqueños, el sur mendocino y extremo norte neuquino (del que me debo desde hace dos años la investigación sobre las poco conocidas "cantoras") la selva montielera, la provincia de Corrientes, la precordillera sanjuanina, el norte de la pampa y por fin,  la costa atlántica no más allá de Gesell y el noroeste  uruguayo en el límite con Brasil y bueno ya que está la zona gaúcha brasileña que me fascina.
De Europa quizás Bulgaria, Rumania y ya que está Grecia ,los pistachos, el queso feta, las majadas, las iglesias ortodoxas abigarradas de íconos son un imán para mí y el tiempo de estancia siempre me parece corto; también ya que está la costa croata.
¡Aunque me regalen el pasaje daría tantas vueltas, me pondría tantos escollos, producto de mi desidia- según Ana-! No puede  comprender que me baste con no más allá de Cabildo y Juramento para reducto de mis expansiones turísticas desde el  2005.
Descartemos entonces lo que se refiere a Europa y agendemos la primera nómina hasta la zona gaúcha brasileña-dije yo-
Ana me frunce la trompa; apenas si con mucho esfuerzo logró empujarme algunos kilómetros, donde según ella no hice otra cosa que protestar por los precios de alquileres, comidas y residuos en calles y playas.
Ana no entiende que la experiencia en las islas creó una marca indeleble en mi sistema nervioso.
Amante de los tours alternativos, la mochila y los hoteles baratos Ana no me ahorra disgustos a la hora de viajar. Los trenes a ninguna parte que desenganchan vagones para tomar otros destinos, los taxis sin identificación, los pasajes en barco contratados en el medio de la calle, los automóviles compartidos con vecinos simpáticos.
Hice lo que pude hasta el 2005.
Habíamos actuado como siempre: vuelos combinados con 20 escalas que demoraban otras 30 horas el vuelo normal para ahorrarnos 400 dólares; hostales  en lugares alejados de las ciudad sin transporte habitual, playas poco concurridas. Literas para dormir, familias que rentan cuartos y tienen extraños animales como mascota que se refriegan en mis piernas.No sé si nombré a los vendedores de cualquier cosa.
(La vuelta de esas pruebas iniciáticas de la convivencia en pareja me hace disfrutar más del cafecito en mi placita).  
Continúo: No habrían pasado siete días de la experiencia , cuando convencido de mi derecho a proponer otra forma de estadía al menos por un tiempo similar, encontré en unas de mis características caminatas- de búsqueda de algo que no se qué es-  tras las dunas y el monte, un complejo hotelero bastante armonioso y a la vista reluciente. A estrenar, me enteré después.
Contaban con una promoción de apertura de un tercio de la tarifa oficial y no lo pensé mas, corrí a contarle a Ana de mi hallazgo y no tuvo otra que empacar los bártulos.
Se deshizo en arrumacos con la familia anfitriona como si conociera de toda la vida hasta al loro que durmió esa semana a la altura del respaldo de su hamaca y partimos acompañados hasta la ruta principal por un primo de los dueños que nos saludó desde el camino largamente. Bonita costumbre. Uno debe permanecer hasta que el visitante desaparece de la vista.
Algo del orden de la felicidad sentí cuando se desplegó ante mí el repertorio de cervezas y saladitos, toallas para cada cosa, hidromasaje. Ana permaneció un buen rato contra la ventana en posición de loto. La invité a compartir un dulce seco de mango y jengibre; me miró de costado mientras me advertía que no proteste cuando la cuenta venga cargada de adicionales.
Esa tarde un camarero nos acompañó hasta una lonja de playa y nos describió las comodidades con que contábamos en esa arena rosa-pálido.
Quedamos solos y yo notaba el esfuerzo de Ana por adecuarse a las nuevas y conocidas alternativas de la modernidad, ahora en este rincón del mundo. Lo discutiríamos en otro momento.
Pasó corriendo una niña ataviada con adornos, tres niños de alguna escuela religiosa pasaron luego en la misma dirección. Un surfista, ascendiendo al monte dijo algo acerca de militares y no pudimos entender más porque agitado, casi sin aire, desapareció pronto de nuestra vista.
Algunos soldados camuflados nos rodearon. En  inglés, nos exigieron que nos tiráramos de boca al suelo con las manos rodeando la cabeza.
En ese instante mientras espiaba sus rostros bajo el camuflaje, me imagine como el único extranjero de la prisión, con tiempo suficiente para tratar distintos temas con presidiarios filósofos sofistas, a saber: Una rana tiene rabo, el fuego no es caliente, el ojo no ve, el dedo no llega al objeto; si llegara no habría solución de continuidad. La escuadra no es cuadrada y el compás no puede ser redondo. El agujero no rodea el clavo. La sombra de un ave que vuela nunca se mueve. El potro huérfano jamás tuvo madre. Las gallinas tienen pies, los huevos tienen plumas.
En el minuto atroz, llegó el camarero del hotel y nos acompañó al cuarto luego de indicar  a los soldados acerca de lo que ellos requerían y nosotros nunca llegamos a enterarnos.
El cielo, hasta entonces  azul despejado, cuando recuperamos la vertical se transformó en un horizonte negro al que le siguió un poderoso chaparrón.
Preferimos creer que las personas que pasaron junto a nosotros huían de la tormenta y que el surfista volvería a la playa  a reanudar la práctica apenas regresara el buen tiempo.

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