domingo, 26 de abril de 2009

Mi Invitado Del Domingo. Hoy: JUAN J. DE SOIZA REILLY

Un Pueblo De Hombres Solos
 
Constituyen un pueblo de hombres solos. Al principio se instalaron en el Puerto Nuevo. Hace pocos días, la policía, por razones de estética, los obligó a mudarse.Los "colibriyos", sin protestar, desarmaron sus casas, arrollaron sus lonas, ataron sus trebejos. Parecían soldados sorprendidos por la voz de Napoleón en la mitad de un Sueño:
-Vamos.
Se echaron el domicilio al hombro y emprendieron la marcha. Iban en columna, de uno en fondo, doblegados bajo el peso de sus cachivaches.
Dos agentes de policía montada,señalaban el rumbo ¿Al norte? ¿Al sur? ¿Al este? ¿O al oeste? Para un "colibriyo", los puntos cardinales de la tierra se funden en una sola línea circular. ¿Qué puede interesarle el sitio en donde va a vivir, si lleva como el caracol, su mundo en las espaldas? Para el "colibriyo" el cielo sigue siendo en todas partes, cielo. Como su casa carece de ventanas, no existe ninguna geometría capaz de reducirle su paisaje. Tampoco dispone de rejas que pongan a sus panoramas límites de jaula. Para un "colibriyo", el sol viene siempre de arriba. 
 ¡Vamos!
 La columna en marcha obedeció sin un solo ademán de disgusto. Nadie dijo nada. Es que todos respetan a la policía por que para ellos las fuerzas policiales integran las fuerzas misteriosas de la armonía sideral; son, en resúmen, simples fenómenos de la Naturaleza. Para ellos, existen maravillas de Dios que ya no se discuten.
 Verbigracia: truenos, rayos, relámpagos, lluvia, vigilantes.. . Se instalaron en el bajo de Palermo, cerca del Club de Pescadores, sobre la Costanera, en los terrenos ganados al río y rellenos con tierra sacada del subterráneo de Lacroze. Allí instalaron de nuevo sus aduares.
— ¿Son muchos? — pregunto al cabo policial que los cuida.
— Mil.
¿ Tienen mujeres?
— ¡Ninguna!
— ¿Se las prohiben?
— No, señor. Son ellos los que se oponen a que vengan. Así duermen en paz, sin chismes, sin amor y sin asesinatos...
De vez en cuando algún "colibriyo" ha intentado romper la consigna, filtrando una mujer. De vez en cuando, alguna miserable sombra femenina, aprovechando el sueño de los habitantes, quiere buscar refugio en los callejones de la toldería. Pero, más le valiera a la pobre entrar en el infierno.
— ¡En cuanto aparece una mujer me la sacan al trote! — exclama el vigilante.
Prefieren vivir solos. Son hombres que están de vuelta de todas las pasiones. ¿Odio, rencor o envidia a la mujer? Al contrario. Amor. .. Sabiendo que la mujer es quien maneja el conmutador eléctrico de las luces del hombre, evitan su contacto de miedo al incendio provocado por un corto circuito. Para poner a salvo su tranquilidad, huyen de su roce, Se precaven. Se aislan...
— Imagínese usted — me dice un vigilante — lo que seria este pueblo con algunas mujeres. Todas las noches habrian puñaladas.
Y, naturalmente, la autoridad se vería en la obligación de disolver al pueblo. Los "colibriyos" bien saben estas cosas. Se resignan por eso a su melancolía solitaria. Prefieren la paz armoniosa y triste, sin complicaciones, sin dolor, sin angustias.
— ¡Dormir!
Hace varias noches, la policía oyó en el campamento gritos de mujer. Los "colibriyos" habían sorprendido a una vagabunda que merodeaba por los alrededores. La corrieron con palos y con piedras,
—Fuera! ¡Fuera! ¡No queremos mujeres!
La infeliz masticaba entre dientes, una sola palabra:
—IdiotasI ¡Idiotas! ¡Idiotas!
 
Ni atorrantes, ni obreros. Son hombres de una clase social desconocida. Ejercen el oficio de desocupados.
Constituyen en la vida de Buenos Aires, un flamante elemento social. La psicología de los "colibriyos" se aparta de las reglas comunes. No se les debe confundir tampoco con los delincuentes ni con los linyeras. El pueblo en su profunda sutileza filológica, ha sabido clasificarlos con un vocablo de reciente creación, que no ha llegado todavía a los teatros de sainete, ni figura aún en el idioma crudo de los tangos:
— Colibriyos.
¿Qué quiere decir colibriyo? Nada. O mejor dicho: colibriyo significa colibriyo, como atorrante es atorrante. . No estoy seguro pero, posiblemente, es la primera vez que se consigna en letras de molde esta palabra. Palabra nueva, sin sentido técnico. Sin etimología. Fué inventada por el pueblo para designar a una clase de seres que, hasta
hace poco, eran ignorados en nuestro país. El colibriyo — saquémosle de ahora en
adelante las comillas para darle una fe de palabra argentina — no es el clásico ato-
rrante, filosófico y solitario, que nos dijo cosas tan lindas a través de Fray Mocho. El atorrante existe en todos los paise del orbe, aun cuando con nombres diferentes:
en Francia, gneux; en Inglaterra, tramp; en Italia, figlio di nessuno. . . Pero allá como aquí, el atorrante es un hombre sucio, de barba crecida, haragán, que tan pronto como obtiene un mendrugo, se echa a dormir a la luz de los astros. Un árbol, un caño maestro, un hueco, cualquiera cosa, le sirve de cama. Muy pocas veces ocupa un mismo sitio. Con tal de no mover un dedo es capaz de dejarse devorar por las moscas. El colibriyo es todo lo contrario. Inquieto, movible, dinámico. No duerme al aire libre. Con lonas o con latas o con carteles viejos, se construye un chalet cuyas dimensiones tienen el tamaño del cuerpo. No devora, como el atorrante, sus comidas frías. Tiene su cocinita para hacer sus manjares. No le falta en el techo una chimenea para que el carbono no invada el sitio del oxígeno. Se afeita diariamente. Si no puede conseguir un pedazo de espejo, dispone de una lata de galletitas en cuyo fondo su imagen se reproduce claramente. El atorrante renuncia a las delicias del confort. El colibriyo las busca con el entusiasmo paciente de los sibaritas. Se pasa el día cortando maderas, clavando clavos, machacando sobre el hierro frío, para construirse un ventilador. He visto a un colibriyo trabajar largo rato un alambre, rompiéndose los dedos, coa el fin de colocar en la puerta de su covacha una bombita eléctrica. ¿Iluminación? Lujo no más. Aquella bombita no puede darle luz. El colibriyo sabe que aquella bombita no puede encenderse por dos razones lógicas: 1º, no hay corriente eléctrica; y 2º, la bombita no sirve: está quemada. Pero ¡qué le importa! Aquella bomba de cristal colocada en la entrada de su casa, brilla de noche cuando se enciende un fósforo. Con esa bombita obtiene acaso un gran placer estético en las noches de luna. .. Es un confort moral, tan auténtico y tan legítimo, como el de la dama que se acuesta a dormir en la obscuridad de su dormitorio con los dedos cuajados de brillantes.
 
La Tragedia
 
 El colibriyo tampoco debe ser confundido con el obrero sin trabajo.
Me diréis:-¿No es un desocupado?
 Es un desocupado que trabaja todo el día para no verse obligado a trabajar. Es un desocupado profesional, con título otorgado por la filantropía. Es posible que, en otros tiempos, haya trabajado. Es casi seguro que debió ser mecánico, carpintero, albañil, peón, marinero, changador, político. Sabe leer y escribir. Domina, a veces, seis o siete idiomas. . . -
Cuando llegó la bancarrota — después de la guerra de 1914 — comenzó su desgracia. Perdió su trabajo. Lo echaron de los talleres, de los escritorios, de los establecimientos campesinos. Anduvo en busca de labor. Emigró de Rusia, de Checoeslovaquia, de Italia, de Austria, de Polonia...
¡América!
Aquí lo arrastró la vorágine. Anduvo. Anduvo. Anduvo... A fuerza de buscar oficio y a fuerza de no hallarlo, se acostumbró a su nueva profesión:
— Desocupado.
Empezaron a ofrecerle trabajo. ¡ Caramba! Ahora que ya tenía su casita a la orilla del río; ahora que ya sabía en cuáles hoteles y asilos encontrar la comida gratuita; ahora que el gobierno le daba cobijas y la gente limosna...
— ¡Bah! Que trabajen los obreros que necesiten trabajar. ¿La Argentina no es un país donde se respeta la libertad de todos? Respeten entonces mis ideas. Yo no trabajo: soy un desocupado...
Me diréis que se trata de hipérboles. ¡ Ah, no! El ferrocarril Central Argentino solicitó hace poco el envío de setecientos desocupados para trabajar en sus chacras experimentales. Se transmitió el ofrecimiento:
— Necesitamos con urgencia, setecientos peones para Santiago del Estero y Tucumán.
 
Un colibriyo contestó:
— Queda muy lejos.
Los demás respondieron:
— Queda muy lejos.
Y continuaron tomando, mate, remendando su chalet con lonas, poniendo en el frente de sus pocilgas lamparitas sin luz y tendiendo la mano en las calles y en los andenes de las estaciones...
Un estanciero de Chivilcoy vino a Buenos Aires en busca de colibriyos para llevarlos a cosechar el trigo.
—'Cuánto paga?
— Cuatro pesos por día. Además casa, comida, pasaje...
— ¡Yo no trabajo por menos de ocho pesos!
El estanciero regresó sin llevarse ninguno.
He preguntado a muchos la razón qu les mueve a estar aquí.Uno de ellos fuerte, lleno de salud,me explica que, durante dos años, fué mucamo de comedor de una familia de Belgrano. Le pagaban por mes, sesenta pesos—Como le parecía poco, pidió aumento. No se lo dieron y abandonó la casa.
— Me he venido— confiesa ingenuamente — hasta que suban los jornales.
Otro me declara que estuvo trabajando en la cosecha, pero que antes de terminar regresó a Buenos Aires.
—Para qué?
—Para que no fueran a ocuparme mi sitio en Puerto Nuevo. Pero de Puerto Nuevo nos trajeron aquí. En Palermo disfrutamos mejor de la existencia. Podemos pescar y tenemos por delante el paisaje del río...
 
Dolce far niente
 
LA miseria es como el oro. El oro y la miseria adquieren cierta ternura cuando se les comparte, fraternalmente, entre muchas personas. El colibriyo, sin llegar a los límites del atorrantismo, no quiere trabajar, pero ha inventado esta manera cómoda y barata de vivir solo en compañía de sus semejantes. Respetuoso de la propiedad, no roba; temeroso de las leyes del país, las respeta; tranquilo ante la tempestad, engorda a la espera del día en que desaparezcan los desocupados...
 
En el bajo de Palermo han alzado sus ranchos; algunos viven en sociedad cooperativa. Mientras unos recorren la ciudad en procura de víveres o pidiendo monedas, los otros, en su casa, alistan la comida, arreglan el jardín, lavan la ropa, fuman o toman mate, que es también otra manera de mirar el humo.
— ¡Colibriyos!
Son hijos de la guerra. Creen estar todavía en las trincheras. Viven en plena Gloria...
 
 Los "colibriyos" en el bajo de Palermo. (Caras y Caretas de 1932)

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